25.4.09

Tensión

Para cuando Nyx hubo subido al ala norte del castillo, donde se encontraban sus aposentos, la sangre de Murah ya se había secado en su propia piel, en sus brazos desnudos y su pálido busto. El olor a óxido de la sangre de Murah se apoderó de su garganta y de su saliva. Su boca sabía a sangre tras haber respirado ese olor tan intenso. Se miró las manos, completamente manchadas de un rojo oscuro y entró en su dormitorio principal, pensativa. Respiró hondo y llamó a Juls. Al no aparecer la joven, tocó la minúscula campana de plata que descansaba en la consola, bajo un gran espejo enmarcado con brocados de oro. Nyx odiaba esperar y más aún a su propia sirvienta. Últimamente Juls andaba despistada, era obvio, si hasta Nyx se había dado cuenta. Ella, cuyos pensamientos iban siempre en un mundo paralelo, que impedían a cualquiera saber qué pensaba, qué sentía y con qué estado de ánimo contestaría a dos preguntas iguales hechas en días diferentes.



La campanilla no surtió efecto y Nyx comenzó a sentir cómo la invadía la cólera, la misma que había sentido minutos antes, mientras degollaba a Murah de un tajo limpio. Salió a los pasillos y gritó el nombre de Juls. Una sirvienta cuyo nombre no recordaba la miró con los ojos muy abiertos y se acercó a la Reina.



- Mi Dama Nyx - murmuró la muchacha, algo rechoncha pero con una graciosa cara llena de pecas. Nyx pensó que no debía tener más de veinte años.- Juls no se encuentra en estos momentos. ¿Puedo ofrecerle mi ayuda en lo que desee, señora?



Nyx la miró extrañada de arriba a abajo, y la doncella intentó no fijarse demasiado en el aspecto de su reina, completamente cubierta de sangre.



- ¿Dónde está Juls? - entornó los ojos, desconfiada - Y recuerda esto antes de contestar, querida; Si me mientes, aunque sea tan sólo en una coma, será tu sangre la que me salpique. -





La doncella, bajó la vista y gimió.



- Señora... yo... no lo sé.- dijo empezando a temblar la joven sirvienta.



Nyx se acercó a ella, sus nervios no estaban para banalidades absurdas, la tensión empezaba a poseerla de nuevo. Con un gesto rápido, le cruzó la cara con tanta fuerza que la joven tuvo que dar varios pasos atrás para no caer al suelo.



- A la siguiente mentira - le susurró Nyx, dispuesta a no perder ni un segundo más con aquello - te...



- Está con Heen, mi señora, un guardia. Me ha pedido que la cubra por si usted volvía, señora, no sé qué estará haciendo, pero puedo imaginarlo, señora. Yo sólo le hacía un favor a Juls, yo no he hecho nada. Os lo suplico.



Nyx tomó aire y gritó tanto como pudo, llevada por la ira acumulada y los nervios aún no controlados del todo.



- ¿¡Nadie en este maldito castillo tiene la decencia de serme leal!? - fue gritando por el pasillo hasta sus dormitorios, los sirvientes salían de todos sitios para contemplar la inusual escena.- ¡Que alguien me prepare un baño de agua caliente! - Se paró en seco y miró a todos los que la contemplaban - ¡y lo quiero ahora! - Mientras las doncellas se apresuraban y se pisaban entre ellas para llevar a cabo las órdenes de la Reina, los sirvientes cabizbajos, para que sus miradas no se cruzaran con la de ella, se apresuraron a seguir con sus labores. - Maldita Juls - murmuró mientras entraba en su dormitorio de nuevo.



En un santiamén la bañera de cobre estaba llena de agua humeante y la superficie totalmente cubierta de espuma. Cuatro sirvientas miraban temerosas las punteras de sus zapatos. Nyx no estaba acostumbrada a que la temieran, más bien, solía desconcertarlas. Estaba claro que el día de hoy estaba siendo peculiar, cuanto menos. Se quitó el vestido negro y blanco, lleno de sangre, con destreza y también las enaguas. Lo dejó todo en el suelo y mandó quemarlo.





Las doncellas cumplían sus órdenes sin mirar directamente la desnudez de su Reina. Ella, justo antes de entrar en la inmesa bañera, les ordenó salir y que llamaran a la guardia, para que hubiera un soldado esperándola en las puertas del dormitorio cuando ella hubiera acabado con el baño. Las cuatro sirvientas asintieron, y salieron presurosas de la habitación.



La Reina entró en la bañera y dejó que el calor le calmara los nervios poco a poco, primero las piernas, luego la entrepierna, el vientre, la espalda... hasta que todo su cuerpo quedó inmerso en el agua con aroma a azahar. Aguantó la respiración y se quedó bajo el agua, pensando en lo ocurrido. Revivió los momentos en los que Murah rogaba por su vida, recordó sus ojos enormes, en el momento que supo que algo había pasado entre ella y Azcoy. Y por último, sus labios repitiendo el plan de la conquista, la conspiración guardada con tanto celo en boca de una campesina cualquiera. Tras aquello, el tajo limpio, rápido, conciso que le había arrebatado la vida. Sus pulmones no resistían más bajo el agua y Nyx salió a la superficie dando una gran bocanada de aire. Miró el agua de la bañera, que era ahora de un tono rojizo. Comenzó a frotarse enérgicamente con las esponjas blancas de algodón, volviéndolas rosas. Se frotó tan fuerte que la piel le dolía, jadeaba mientras lo hacía y en cuanto hubo terminado salió de la bañera como si el agua quemara.



Se enrolló en una gigantesca toalla blanca y miró por el gran ventanal, temblando levemente. Pensó en Azcoy. En Murah. En Níobe. En lo acontecido y en cómo no había sabido resolverlo como a ella le hubiera gustado. ¿Cómo se podían haber torcido tanto las cosas en sólo un par de días? Necesitaba volver a su calma habitual, a su evasión deliberada del mundo que la rodeaba cuando lo necesitaba, a sus paseos a caballo sin nada en la conciencia.



Echó la vista 1 año atrás.



Azcoy había llegado al establo para cambiar las herraduras a Hierro. Nyx quiso ver cómo lo hacía, supervisar el cambio de herraduras era algo que la fascinaba. Y entonces lo vio. Era la primera vez que Azcoy venía a un trabajo en el castillo. Nyx estaba acostumbrada a su padre, el herrero más afamado de Avernarium. No sabía siquiera de la existencia de un hijo, ya que Nyx era de pocas palabras, y en las ocasiones en las que había necesitado sus servicios, se había limitado a hacer alguna que otra pregunta sobre las herraduras al hombre, y no sobre su vida personal.



Azcoy y ella estuvieron largo rato en el establo aquel día, los guardias esperaban en la puerta, sin quitar un ojo de encima al joven, hasta que Nyx, les hizo una discreta seña con la mano para que se mantuvieran fuera y tranquilos.



- Si me permite, Majestad, le diré que no sabía que Nyx I "La Misteriosa", montara sólo un caballo.

- "La Misteriosa"...- repitió mirándolo fijamente, y advirtiendo que él se acababa de arrepentir de utilizar aquél sobrenombre popular. - ¿así es como me llama el pueblo? - dejó ver una fugaz sonrisa en sus ojos rasgados, y arrugó su pequeña nariz, pensativa - Había escuchado que a la Reina Níobe la llaman "La Reina de Hielo"... sí. Pero no sabía que yo o Adara tuviéramos un sobrenombre también...- sonrió finalmente, divertida. Y mirando de nuevo al ya más tranquilo herrero, le confesó; -Como podrás imaginar, aquí nadie nos dice ese tipo de cosas, aunque las sepan.

- Son sobrenombres bellos, mi dama. - dijo Azcoy, mientras terminaba su trabajo con la última herradura. Hierro como siempre, se comportó tal y como lo hacía su dueña. Tranquilo, seguro y pensativo.- Y debo decir, que el suyo, le viene como anillo al dedo- y se incorporó, quedando de frente a su Reina, percibiendo ambos que era una cabeza más alto que ella. Nyx aspiró su aroma a hierro y a hierba fresca, notó la proximidad de él, su cuerpo, sus grandes manos, su aliento a manzanas verdes, su nariz recta, sus ojos penetrantes que la miraban fijamente, sin temor.



Nyx no pudo soportar ni un segundo más la presencia de aquel joven y se fue turbada, sin despedirse, como una exhalación, del establo.



Y ahora, un año después, se encontraba en esa tesitura. Sin embargo, no sólo era un problema el haber matado a Murah, sino la certeza que había sentido, tan profunda, de estar enamorada de Azcoy. Algo totalmente fuera de sus planes, fuera de su mente, fuera de previsión y de sentido. Algo que tenía que remediar y que no tenía ni idea de cómo llevarlo a cabo.



De repente, recordó algo, dejó de contemplar los jardines por el ventanal y fue hacia la puerta de su dormitorio, aún envuelta en la toalla. Abrió las puertas, y de esa guisa, le dijo a los guardias que esperaban allí según sus órdenes:



- Guardias, apresad a mi sirvienta Juls y a un guardia llamado Heen, llevadlos a las mazmorras...- y antes de meterse de nuevo en el dormitorio, giró la vista de nuevo hacia los guardias y les dijo; -en celdas diferentes, por supuesto. - y cerró la puerta.



- Sí, mi Dama Nyx- dijeron al unísono ambos guardias a la puerta de roble.

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