3.11.09

Hasta que tu muerte nos separe


"El hombre sabio no cobija una serpiente en su seno, y si lo hace, no se sorprende de ser mordido."
Anónimo.


25/Eneamus/año MDXXXVIII después del Año de los Infortunios
Aposentos de Níobe, Castillo de Avernarium.
Estación de las Hojas caídas.
Mediodía.


Mientras seis doncellas vestían a Níobe de novia, ésta se preguntaba si el vestido de viuda le quedaría tan bien. El negro le favorecía.
El collar de diamantes que había llevado su madre el día de su boda, y su abuela antes que esta, y la madre de su abuela... y un largo etcétera de familiares, pesaba una tonelada. Incómodo, aunque, sin duda alguna, hermoso. La tiara a juego era mucho más ligera.
Examinó el velo blanco: tan sutil como una telaraña. Otra herencia de familia. EL Castillo de Avernarium estaba lleno de ellas. Pensó en la sala Roja, una pequeña sala en la que se guardaban como trofeos aquellos objetos regalados por amantes casados a las Reinas de Avernarium. La joya de la colección era una tiara de la Corona de Renn, suypuestamente perdida en un incendio para los rennianos, pero en realidad regalada por el lujurioso Clarence VII a la tatarabuela Maztica.

Dentro de seis horas estaría atada de por vida al idiota de Edaris. Era una perspectiva muy poco atractiva, para qué engañarse. Por otra parte, en cuanto terminaran los festejos en Shult, daría media vuelta y volvería a Avernarium. Con un poco de suerte solo volvería a ver a ese cansino cuando decidiera tener un hijo.

Pensar en la cara de Gael, furiosa y decepcionada, le animó un poco. En el fondo debía reconocerse a sí misma que el soldado le daba un poco de lástima. Tenía valía, sin duda. Era osado, valiente y decidido; y jamás se echaba atrás. Pero el mundo no era justo, y cuanto antes asumiera eso, mejor.

Miró por la ventana. El patio de armas estaba engalanado con guirnaldas de flores. Avernarium no era un país particularmente religioso, y la tradición exigía que la boda la oficiase un miembro de la familia real.
Las bodas solían celebrarse en el salón del trono, pero Níobe habría deseado poder escoger otra localización. Sólo para poner nervioso a Edaris.

Si bien es cierto que Avernarium no era un país religioso, también lo es que todavía había quien participaba de los cultos a las antiguas deidades primigenias. Nada que tuviera que ver con las religiones hermosas y alegres de los antiguos Rennianos, sino ceremonias cuyo origen se perdía en la noche de los tiempos, ceremonias realizadas en noches de luna llena, ceremonias manchadas de sangre, ceremonias mecidas por el eco de voces espectrales. La localización que Níobe habría escogido era, precisamente, un antiguo templo de los dioses pretéritos. Deidades tan viejas y olvidadas que ni se recordaban sus impronunciables nombres.

Cuando se lo mentó a Edaris él se opuso rotundamente. Bueno, no quería tirar demasiado de los hilos todavía. Aunque sí le había llevado la contraria en un pequeño detalle, suficiente para enervarle un poco: el ramo de novia, en vez de las consabidas rosas blancas, era de lirios. Crisantemos le habían parecido demasiado descarados, pero casi hubiera merecido la pena por ver la cara del shulte.

- Señora -la voz de Gael tras ella le hizo despertar de su ensueño. Se giró.
- ¿Qué ocurre?
El soldado inspiró profundamente. En sus ojos, enmarcados por profundas ojeras, brillaba la rabia y la desesperación.
- Debo hablar con vos. A solas.
Níobe enarcó una ceja. Con un gesto de la mano, despició a las doncellas.
- Espero que sea importante, Capitán. Estoy muy ocupada.
Gael avanzó hacia ella, le sujetó de las manos y la besó con pasión, saboreando sus labios como si la vida le fuera en ello.
- Te amo, Níobe -dijo con voz quebrada-. No te cases con él. Te amo.
Ella le miró a los ojos, profundamente, ahogándose en su oscuridad.
Luego, con todas sus fuerzas, le cruzó la cara. El golpe resonó en la sala. Un hilo de sangre resbaló de la nariz de Gael.
- Vuelve a tu puesto, capitán -ordenó ella, con una voz más helada que la misma muerte.
Se giró sin dirigirle una mirada y volvió a preocuparse de los adornos de su velo de novia.

Gael abandonó la sala con el alma rota.