Plic. Plic.
Plic.
La clepsidra marcaba el paso de las horas, regular y precisa.
Plic.
Sobre la mesa de piedra negra, la luz de la luna acariciaba una precisa maqueta a escala de Avernarium y los países circundantes.
Níobe apoyó la pulcramente limada uña del dedo índice sobre una figurita de bronce y la deslizó con suavidad por la refulgente superficie.
Las guerras se ganan con soldados. Con astucia. Pero en última instancia, se ganan con sacrificios. La pregunta, en ese momento, era sencilla: ¿y a quién sacrificar ahora?
Plic. Plic.
Plic.
Echó un vistazo desganado a unos cuantos pergaminos medio desenrollados sobre una mesita. Cartas. Las pulcras letras de los remitentes parecían mirarla, como pequeños pasos de hormigas bajo la luz de las velas. Cartas de aliados. De enemigos. De peones. Escogió la primera, su favorita, y la releyó bajo la luz de las velas.
"Mi muy amada Níobe..."
No pudo evitar sonreír burlonamente.
"Apenas puedo soportar los segundos que me separan de..."
El sonido de sus carcajadas en el silencio de la noche se le antojaba casi sacrílego. Apartó el pergamino y se secó una lágrima de risa de los ojos.Volvió a centrarse en el plano extendiéndose ante ella.
¿Hacia dónde dar los primeros pasos? Los primeros pasos que aún se dan en las sombras. Los primeros pasos tras los años de intrigas, alianzas tácitas, susurros en la oscuridad. Los primeros pasos que tengan el sabor de la sangre.
Hubo antes otros pasos que habían terminado en funerales, claro está. Se vertió veneno en las copas apropiadas, se deslizaron dagas entre las costillas correctas, los nobles escogidos terminaron nadando con los peces. Se enviaron y recibieron decenas de cartas, pensó mientras miraba distraídamente los pergaminos apilados.
Plic. Plic.
Plic.
Cerró los ojos y se dejó caer en un sillón. El fuego crepitaba con el sonido acariciador y cálido de costumbre.
No hay nada más mortífero que una sonrisa en el momento adecuado. Pero el tiempo de las sonrisas ya había pasado.
Plic. Plic.
Plic.
El sur. Junto a Avernarium, el extenso país de Términi. El inmenso, fértil y hospitalario país de Términi. El deliciosamente desprevenido país de Términi. Lleno de campesinos dóciles, de terrenos sorprendentemente salvajes, de nobles abotargados. Y muy pronto, lleno de ríos de sangre.
Poblado de abundantes bosques profundos, poco menos que selváticos. Bordeado unas costas casi paradisíacas.
Bueno, pensó Níobe. Siempre me ha encantado la playa. Ya es hora de poseer unos cuantos miles de kilómetros.
Plic.
La clepsidra marcaba el paso de las horas, regular y precisa.
Plic.
Sobre la mesa de piedra negra, la luz de la luna acariciaba una precisa maqueta a escala de Avernarium y los países circundantes.
Níobe apoyó la pulcramente limada uña del dedo índice sobre una figurita de bronce y la deslizó con suavidad por la refulgente superficie.
Las guerras se ganan con soldados. Con astucia. Pero en última instancia, se ganan con sacrificios. La pregunta, en ese momento, era sencilla: ¿y a quién sacrificar ahora?
Plic. Plic.
Plic.
Echó un vistazo desganado a unos cuantos pergaminos medio desenrollados sobre una mesita. Cartas. Las pulcras letras de los remitentes parecían mirarla, como pequeños pasos de hormigas bajo la luz de las velas. Cartas de aliados. De enemigos. De peones. Escogió la primera, su favorita, y la releyó bajo la luz de las velas.
"Mi muy amada Níobe..."
No pudo evitar sonreír burlonamente.
"Apenas puedo soportar los segundos que me separan de..."
El sonido de sus carcajadas en el silencio de la noche se le antojaba casi sacrílego. Apartó el pergamino y se secó una lágrima de risa de los ojos.Volvió a centrarse en el plano extendiéndose ante ella.
¿Hacia dónde dar los primeros pasos? Los primeros pasos que aún se dan en las sombras. Los primeros pasos tras los años de intrigas, alianzas tácitas, susurros en la oscuridad. Los primeros pasos que tengan el sabor de la sangre.
Hubo antes otros pasos que habían terminado en funerales, claro está. Se vertió veneno en las copas apropiadas, se deslizaron dagas entre las costillas correctas, los nobles escogidos terminaron nadando con los peces. Se enviaron y recibieron decenas de cartas, pensó mientras miraba distraídamente los pergaminos apilados.
Plic. Plic.
Plic.
Cerró los ojos y se dejó caer en un sillón. El fuego crepitaba con el sonido acariciador y cálido de costumbre.
No hay nada más mortífero que una sonrisa en el momento adecuado. Pero el tiempo de las sonrisas ya había pasado.
Plic. Plic.
Plic.
El sur. Junto a Avernarium, el extenso país de Términi. El inmenso, fértil y hospitalario país de Términi. El deliciosamente desprevenido país de Términi. Lleno de campesinos dóciles, de terrenos sorprendentemente salvajes, de nobles abotargados. Y muy pronto, lleno de ríos de sangre.
Poblado de abundantes bosques profundos, poco menos que selváticos. Bordeado unas costas casi paradisíacas.
Bueno, pensó Níobe. Siempre me ha encantado la playa. Ya es hora de poseer unos cuantos miles de kilómetros.
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