23.4.09

El espejo

El tomo era tan antiguo que algunas partes apenas se leían. Níobe frunció la boca, molesta. Los caracteres eran minúsculos, y el escriba que había copiado el tomo, aunque pulcro, tendía a apelotonar las palabras en el mínimo espacio posible.
- Señora.
No se giró. Conocía demasiado bien esa voz, no necesitaba observar a su dueño para imaginar esa familiar boca pronunciando cada palabra...
- Buenas noches, Capitán Gael -contestó ella, sin apartar los ojos del texto-. Pasa y cierra la puerta.
El hombre obedeció, como siempre. Eso le encantaba a Níobe. Eficiente. Silencioso. Insoportablemente leal.
El capitán Gael era un hombre de innumerables virtudes, sin duda.
- Siéntate. Ahí hay vino -señaló con gesto indiferente una mesita sobre la que había una botella de vidrio y un par de copas de plata.
Gael dirigió la mirada a las copas. Su señora confiaba en él, eso lo sabía. Cuando él estaba delante solía permitirse pasar por encima de los estrictos modales que le habían inculcado desde niña. Tenía por costumbre permitirle beber de sus selectas cosechas -a Gael le encantaba el Rosado Cruce Reserva- o probar los delicados alimentos que la servían.
- Es un tinto aceptablemente decente -continuó ella sin levantar los ojos del libro-. No excesivamente afrutado y sí bastante dulce. De los que suelen gustarte.
Él alzó la ceja, genuinamente sorprendido de que su señora recordase sus preferencias. Se sintió invadido por una oleada de felicidad y no pudo evitar sonreír como un niño.
- Gracias, mi señora -contestó mientras se sentaba.
Durante unos instantes, Níobe continuó recorriendo las apretadas líneas. Luego se apartó del texto.
- Voy a hacer algo peligroso, capitán. Y me gusta tener las espaldas cubiertas. Estás aquí esta noche porque quiero asegurarme de que hay alguien más que sabe dónde me estoy metiendo.
- Mi señora -tuvo que contenerse para no ponerse en pie-, perdonad mi osadía, pero no debéis poneros en peligro. Decid que ha de hacerse y yo lo haré para vos.
- Tu lealtad es encomiable -sonrió perversa-. Pero la lealtad no siempre es suficiente. Lo que voy a hacer he de hacerlo yo. Tú, lamentablemente, careces del dominio del Arte necesario. Podría pedirle colaboracón a Nyx... pero aún tiene que calmarse. Más adelante, tal vez.
Señaló un sencillo espejo de cuerpo entero sujeto a la pared.
- Hete aquí la solución a mis problemas.
- Un... ¿espejo, mi señora? -preguntó Gael con cautela.
Ella rió, con esa risa que era como el tintinear de campanillas de plata. Gael se estremeció de placer, como siempre que ella reía. Hubiera podido pasarse la vida escuchánla hacerlo.
- Un espejo, sí. Un espejo, una puerta, una llave al pasado. Esto, capitán, es mucho más que un espejo. Es el portal que me permitirá invocar el recuerdo del legendario archimago Sergei de Raven... y someterlo.
- ¿Un espectro, mi señora? -el soldado se enervó- Los muertos no...
- No, capitán. No un espectro. Un recuerdo. Un fragmento de su esencia. Con todos sus conocimientos, pero sin poder. Un juguete. Si se maneja bien, claro. El archimago era un hombre muy inteligente. Y una mente brillante puede conseguir sus objetivos partiendo de la nada.
- Señora, mi dama, os ruego que lo reconsideréis -Gael detestaba lo sobrenatural, le ponía nervioso cualquier cosa que no pudiera vencerse con valor y determinación-. No necesitáis de hechizos para ganar esta guerra, mi señora, vos...
- ¡Silencio!-Níobe le miró, sorprendida de su osadía. Llevaba lustros a su servicio y jamás le había oído una palabra más alta que otra-. ¿Acaso tienes miedo, capitán? ¿Miedo de una sombra?
La sugerencia fue como un puñetazo en plena cara.
- ¡Jamás! -contestó Gael, alzando la voz, indignado.
Níobe le miró con burla. Gael bajó la cabeza inmeditamente, avergonzado.
- Mi dama Níobe, disculpad a vuestro más fiel siervo. Yo... lamento profundamente...
- Cálmate, Gael -escuchar su nombre pronunciado por esa voz que adoraba fue suficiente para tranquilizarlo-. Ya lo sé. Sólo jugaba contigo -hizo una pausa-. Convocaré la sombra de Sergei de Raven. Lo utilizaré para ganar esta guerra. Y tú te asegurarás de que no me ocurra nada malo.
- Daría gustoso mi vida por protegeros -el fervor empapaba la voz de Gael.
- Lo sé, y es posible que algún día lo hagas -contestó ella, enigmáticamente, acariciándole el contorno del rostro con un dedo delicado y frío.
El capitán carraspeó.
- Pero... ¿cómo una espada podrá protegeros de una sombra? -nervioso, no dejaba de apretar los puños.
- Rompiendo el espejo. Me disgustaría mucho tener que llegar a ese punto, claro está, puesto que este objeto es infinitamente valioso. Pero... siempre hay que tener preparado un plan de emergencia. Ven.
Gael se acercó a ella, hincando la rodilla en tierra y bajando los ojos como siempre hacía. Sentada Níobe, sus miradas quedaban aproximadamente a la altura. Si es que él se hubiera atrevido a mirarla, por supuesto. Ella se quitó un delicado colgante de cristal del cuello. Una lágrima que destellaba con hermosos reflejos irisados a la luz de las velas.
- Esto te protegerá de toda hechicería, capitán. Pero ten cuidado, he dicho de toda. Incluída la benéfica.
Níobe dejó caer el colgante en la mano enguantada del soldado.
- Es hermoso -susurró él-. Casi tanto como vuestros ojos.
La joven ignoró el cumplido.
- Póntelo al cuello o no funcionará.

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