31.7.09

El presente del rey Genar

El sonido musical y potente de los clarines anunció la llegada del emisario del Rey Genar. La etiqueta exigía que a un emisario real había de recibirle en el salón del trono, y Níobe siempre conservaba las formas. Siempre. El salón estaba engalanado con pendones que ostentaban la hidra de tres cabezas bordada con las más finas sedas. Níobe estaba sola; los tronos de sus hermanas permanecían vacíos. Tras ella, a pocos pasos, media docena de hombres de su Guardia permanecían atentos y preparados, como siempre. Una reina como Níobe solía procurarles trabajo.
El cortejo de Shult ocupaba el lado derecho del salón. Edaris, Briye y Rivas acomodados en ornamentados asientos y enmarcados por media docena de impecables caballeros shultes.

El mensajero se adelantó. Era un hombre joven, con la delgada y fibrosa complexión de un malabarista. Tras él había al menos una decena de juglares y músicos, y otra docena de pajes llevando cajas ricamente ornamentadas. Detrás del todo, junto a la puerta, permanecía una guardia muy numerosa. Llegarían fácilmente a la veintena de hombres.

- Permitid que me presente, mi hermosa señora -dijo con el exótico y musical acento de los isleños-. Me llamo Jared, y soy miembro de la muy conocida familia de juglares reales de las Islas. Como practicante de las más bellas artes de mi tierra, mi dueño me envía a vos para trasnmitirle sus pensamientos. Magnífica majestad, mi señor os envía este presente. Es su soberana voluntad que escuchéis la música de su bello reino.

Los trovadores comenzaron a cantar, llenando el salón con su música. Interpretaron varios cantares de las islas con un increíble domino de sus artes, pero Níobe detestaba a los juglares casi más que a cualquier cosa. Sin embargo, formaba parte del presente del rey Genar, y como tal debía aceptarlo. con un gesto de amabilidad en el rostro. Bufones y malabaristas acompañaron las músicas con alegres juegos con fuego, pelotas de colores, aros... Los pajes avanzaron hacia Níobe y, a una distancia prudencial, fueron dejando los cofres abiertos que mostraban en su interior las más variadas joyas y adornos.
Finalmente terminaron las canciones, y Jared avanzó de nuevo, esta vez con un tono ligeramene burlón.

- Su Majestad el rey Genar lamenta en lo más profundo de su corazón que hayáis aceptado bajo vuestro techo y aspirante a vuestra mano a alguien de sangre tan inferior a la realeza como meramente un conde. Cree que vos, que sois una mujer inteligente, seréis capaz de razonar y daros cuenta de lo grave de vuestro error. Que la sangre real sólo ha de dormir con sangre real, señora, y hacer otra cosa es deshonra.

Níobe se acercó la copa de vino a los labios pero no dijo nada. Los habitantes de las Islas eran conocidos por su afición a las chanzas y a las burlas, y por un sentido del humor que muchas veces sólo comprendían ellos. Podía ver malicia en sus palabras, sin duda, pero prefirió esperar. Genar era un imbécil de trece años, un niño mimado que tarde o temprano terminaría con el puñal de uno de sus consejeros entre los omóplatos si no cambiaba. eEa probable que hubiera considerado un insulto el tener que competir con un mero Conde por algo a lo que probablemente creía tener derecho.

Los shultes se miraron entre sí, disgustados por las palabras del mensajero. Por supeusto, si la situación hubiera sido otra, ahora mismo estarían haciendo uso del derecho de defender su honor, pero eran invitados e casa ajena. Y si la dueña de la casa no decía nada, ellos, por etiqueta, debían permanecer en silencio.

- ¡Qué osadía! -susurrró Edaris al oído del Consejero Rivas- Si estuviéramos el Shult, ahora mismo...
- Pero no lo estamos, señor -el anciano trató de calmarle, también en voz baja-. Tranquilizáos y dejad esto en manos de nuestra anfitriona.
- Hete aquí que todos gozamos de la belleza de Su majestad - comenzó a canturrear el Jared, divertido. Recitaba un verso y arrancaba aunas pocas notas al laúd, como si improvisase, paseando de un lado a otro-. Pudiéramos gozar de otras cosas si nos lo permitiera, ¿no es verdad?

Níobe enarcó una ceja.

- En lo lejano de nuestras tierras es conocida la Reina de Hielo llamada; de hielo serán sus ojos, más yo diría que bajo las faldas anda acalorada.

Los isleños estallaron en risas sofocadas. Gael se abalanzó hacia el frente, con la mano sobre la empuñadura de la espada, pero Níobe lo detuvo con un gesto. Jared lo vió e hizo una reverencia aún más burlona.

- ¡Ah, señora, vuestra guardia se enfuerece! Le darán a mis palabras más crédito del que merecen -hizo una acrobacia sin dejar de tañir el laúd- Y no es de recibo que me miren tan mal... ¿no sois vos la Reina cuyo puñal -se cambió el instrumento de mano- es más calído que sus besos? Así se cuenta; pero señora, no os lo toméis como una afrenta. No es mi boca de plebeyo quien lo puede atestiguar, aunque digan que hacerlo pueden mil y un millar... -saltó sobre el pedestal de una estatua que representaba un león-. ¡Reina de hielo, cuyos besos son más helados que una puñalada en el corazón! Eso dicen, mi señora, todos los que por vuestra mirada perdieron la razón; y no son pocos, como pocos no son - se sentó a horcajadas sobre el animal - quienes conocieron más vuestras faldas que vuestro corazón!


Con una voltereta espectacular saltó de la estatua y cayó en el suelo, sin perder la sonrisa burlesca e irreverente. La guardia de la reina estaba en completa tensión, esperando un gesto para lanzarse a decapitar a semejante deslenguado, pero Níobe estaba tranquila y no parecía tener ninguna intención de ordenarles nada.

- Así, mi señora - dijo el trovador con su hermosa y aterciopelada voz-, el rey Genar os envía el sano presente del sentido del humor. Espera que lo aceptéis y lo encontréis útil.

Níobe sonrió. Una sonrisa franca, brillante. Se puso en pie e, ignorando las joyas de los cofres, se acercó al juglar. En el salón sólo se óía el susurro del su vestido de seda marfileña, destellando suavemente a la luz de las velas.

- Cuán valioso presente, juglar, y cuán difícil será corresponderle. Pero por lo pronto, tengo algo que tal vez sirva: os entregaré sabiduría. No debéis hablar sin saber, decidle a vuestro señor. Y para que vos seáis más sabio y no habléis sin saber, he aquí que os ofrezco un beso, y vos diréis si es helado.

Se inclinó ante el juglar y depositó un suave beso en su boca. Jared se quedó petrificado. Níobe oyó claramente revolverse a los cortesanos de Shult, escandalizados.

- Yo... Mi señora... Vuestros labios son como el rocío...- sonrió con éxtasis cuando ella se separó.

Níobe dejó escapar una risa burlona e ignoró el comentario.

- Y para ser más sabio todavía, necesitaréis la puñalada con la que comparar mi beso.

Con un solo gesto invocó un carámbano de hielo en su mano derecha y atravesó con él el pecho de Jared, que se quedó unos instantes quieto, mirándola con espanto. Luego bajó los ojos al trozo de hielo hundido entre sus costillas y con un gemido apagado, se desplomó.

En el salón se había hecho un silencio espectral. Níobe dedicó una mirada amable al resto de trovadores, mientras un charco de sangre roja oscura crecía alrededor del cuerpo inerte del juglar agonizante. Una brillante salpicadura de la sangre del juglar cruzaba ahora la marfileña seda de su corsé, trémulamente reflejando la luz de las velas, como si fueran rubíes engarzados.

- ¿Alguno tiene algo más que decirme?

Los soldados de los isleños desenvainaron las espadas y se pusieron en guardia alrededor de la comitiva de pajes y juglares.

20.7.09

Donde crecen las rosas


Nyx montaba sobre Hierro al trote siguiendo el curso del río Biv. Miraba al horizonte mientras sujetaba las riendas con ambas manos, sin pensar en nada en concreto, sólo dejando que su mente enlazara un pensamiento con otro.



El sol estaba alto, pero le daba igual que su piel pudiera enrojecer. Llevaba un vestido ajado de color granate, era cómodo y ligero y le permitía montar a horcajadas. Siempre montaba así. Y como siempre, había salido del castillo sin que nadie la viera. No quería escoltas, no quería ver a nadie ni que nadie la viera.



Intentaba evitarlo, pero su mente terminaba siempre la cadena de pensamientos con Azcoy, y por más que intentaba una y otra vez apartar su última conversación de su mente, ésta se las apañaba para que las frases más dolorosas retumbaran en sus oídos.



Bajó de un salto del caballo y lo dejó beber en el río. Ella se sentó en las piedras de la orilla y se quitó las botas. Apoyó la cabeza sobre sus manos y respiró profundo.



Pensó en qué había hecho mal. Sus hermanas estaban inmersas en los planes para la conquista y ella no era capaz de hacer nada. Para colmo no dejaba de complicarse la vida con otros asuntos que nada tenían que ver y que la anulaban a la hora de concentrarse y tramar algo de provecho. Adara estaba en otro reino, arriesgando su vida por la causa. Níobe haciendo de las suyas para hacerse con Shult. ¿Y ella?



Se tapó la cara con las manos y reprimió un sollozo. Lo peor es que el sollozo no era por no estar a la altura en los planes de la familia, sino por Azcoy. Había abandonado su casita de piedra, incluso la herrería, y había desaparecido de Huyk. Nyx suponía que incluso se habría ido de Avernarium.



Hierro relinchó y meneó sus crines para llamar su atención. Nyx levantó la vista y miró al caballo, y siguió con los ojos hacia el lugar hacia donde él miraba. Se sobresaltó al ver, algo más adentrada en el bosque, a una mujer de una edad incalculable, sin ningún tipo de atractivo recordable, mas que una mata salvaje de pelo rojo, que la hacía aún más pálida de lo que ya era. Nyx creyó oírla canturrear en un idioma desconocido, mientras recogía ramitas de suelo.




"No estáis preparada, y no lo estaréis mientras él gobierne vuestros pensamientos" - dijo la mujer en voz alta sin mirarla, mientras seguía acercándose a ella, recogiendo hierbas y pequeñas florecillas y las metía en pequeños saquitos de esparto.



Nyx miró a su alrededor, poniéndose en pie.



"¿Me hablas a mí, mujer?" - le dijo.



La mujer la miró y dejó caer sus brazos junto a su cuerpo, solemnemente le dijo:



"El búho rebuzna".



"Genial - se dijo Nyx - una loca en mitad del bosque..."



- La locura está en los ojos del que mira, y no en la mente del que es mirado - la vieja se plantó en dos pasos frente a Nyx. La miraba fijamente y tenía una media sonrisa dibujada en su rostro anodino.



Nyx reprimió un respingo, aunque realmente, aquella mujer no la asustaba. Podría reducirla antes de que su boca volviera a abrirse. Y sin embargo sentía curiosidad por qué más cosas podría decir. ¿Le había leído el pensamiento?



- ¿Quién eres tú? - le preguntó la joven reina - ¿qué haces aquí?

- Mi nombre es Assurda D´cohone, de la rosada tierra de Rossum, país de adivinas y héroes de grandes proezas - dijo la mujer como si la voz le saliera desde lo más profundo de su ser. Nyx entornó los ojos y se quedó observándola. Sus harapos rosados y su pelo rojo eran, como menos, los más extraños que hubiera visto jamás. - aquí vivo retirada de un mundo que no me comprende, sabiendo que jamás volveré a mi amada Rossum - terminó diciendo.


- No conozco esas tierras, mujer - dijo Nyx - ¿qué haces aquí? ¿por qué no puedes volver a tu tierra? ¿te exiliaron, tal vez?


- Al morir mi madre, mi padre no quiso hacerse cargo de una desdichada como yo, mancillada por la herencia de mis antepasadas... veo lo que nadie más ve.


Nyx se acercó un poco más, asiendo las riendas de Hierro para llevarlo junto a ella.


- ¿De veras? - preguntó entre curiosa y divertida. - ¿Y qué es lo que ves en mí, mujer que todo lo ve?


- Veo que derramaste la sangre de una inocente y la de la vida que crecía en sus entrañas... - dijo la bruja fijando la mirada en los ojos de Nyx.


- ¿Qué? - gritó Nyx, sorprendiéndose a sí misma por el tono chillón que salió por su boca - ¿qué sabes, vieja bruja? ¿quién te manda para torturarme? ¿Azcoy?


- Tenéis un aura de sangre inocente a vuestro alrededor...no sé ni me interesa quién es ese azcoy, pero a cambio de la destrucción del que me desterró, os prestaré mi ayuda. - dijo la mujer arrodillándose a recoger unas forecillas blancas que había junto a sus pies. A continuación la metió en uno de los saquitos que llevaba atado al cinturón de cuerda.


- Estás loca... no sabes nada. - dijo Nyx altiva.


- Nyx - dijo la mujer - no sufras por él. Quien se va sin ser echado, vuelve sin ser llamado... - Nyx sintió un frío helado por la espalda - acaba con quien me dio la vida, y te ayudaré a conquistar lo inconquistable.

Nyx montó de un salto en Hierro, que relinchó enconvándose, por la violencia de su dueña. Ella miró a la mujer, seria, y dijo:

- ¿Podré encontrarte aquí si... decido que voy a creerte? - dijo turbada, recordando lo que aquélla acababa de sugerir... no sólo había matado a Murah, sino al hijo de ésta y de... Azcoy!

- Donde crecen las rosas rosas - dijo señalando al interior del bosque - donde rebuznan los búhos.

17.7.09

Camino de la corte

La Corte de la Reina Consorte Vrila y el Rey Edgar estaba a menos de dos semanas a caballo, pero Adara iba sin prisa. Cabalgaba tranquila, observando los verdes prados de Avernarium. La Reina era feliz mientras paseaba por aquellas tierras que habían sido de sus padres, de los padres de su madre, de los padres de su abuela, y así desde el principio. Mientras avanzaba, barajaba las diferentes opciones que le daba la pócima que se había tomado antes de salir de Avernarium. Había adoptado la apariencia de un hombre fuerte, de unos treinta años de edad, atlético y hábil con la espada. Era uno de los miembros más valiosos de su guardia personal, y era poco probable que alguien la atacara con aquel aspecto. En cambio, como Adara II de Avernarium no hubiera llegado muy lejos sin que todo el Putomundo se enterara.

Durante el tiempo que duró su viaje, Adara tuvo que dormir en posadas de mala muerte a las que no estaba acostumbrada. Algunas mañanas se despertaba con un terrible picor, probablemente de chinches o de pulgas. La comida no tenía nada que ver con los manjares que preparaban para ella en su Castillo. Al menos estaba segura, nadie se inmiscuía en los asuntos de un hombre con aquel escudo en el pecho. Los campos de Avernarium no eran especialmente duros de atravesar, pero había algunos bosques que dejaban exhausto a su caballo. Algunos días tenía que esperar para partir hasta bien caída la mañana, pues no quería lastimar a su montura. A pesar de todo, el viaje estaba ayudando a la Reina a ordenar sus pensamientos y trazar una estrategia adecuada al tamaño de la misión.

Había comunicado a Níobe y Nyx que se iba a conquistar la corte de Vrila, explicando su plan tanto como pudo. Ni siquiera tenía una idea clara, aunque sí sabía que pasaba por la muerte de Hugo. Era una pena no poder disfrutar más veces de él, pero el deber siempre había estado por encima del placer para la joven Reina. El último día del camino se paró a comer en un pueblo cercano a Muitung y entró en la taberna más vistosa de las que halló. Ordenó una codorniz estofada, una jarra de cerveza y un mendrugo de pan. A la dueña le extrañó lo poco que el joven había ordenado, y le instó a comer un poco más; un cuerpo como aquél no se mantendría con una simple codorniz. Adara se dio cuenta de su error y asintió a la sugerencia de la mujer. Adara se alegró de llevar escrita la carta para Edgar, hubiera sido muy llamativo que un soldado se pusiera a escribir en una tasca de mala muerte.

El Rey Edgar era un hombre de avanzada edad, tenía veinte años más que Vrila, su tercera esposa, y la tercera que no le daba descendencia. Al menos había tenido la decencia de no quedarse embarazada de Hugo, su amante. Toda la corte sabía que aquel hombre se acostaba con su Reina, incluido el propio Edgar. Fue él quien pidió a Adara que custodiara en las mazmorras a aquel hombre. Nadie sabía exactamente por qué el Rey había decidido mantenerlo con vida, pero aquella decisión había proporcionado el plan perfecto a la joven Reina. Escribió una carta que entregaría a Edgar tan pronto como accediera a recibirla.

"Estimado Rey Edgar, lamento comunicarle que ha escapado Hugo,supongo que sabe a quién me refiero.Temo que se acerque a vuestro castillo para cometer alguna fechoría. Creo poco probable que vaya directo hacia Muitung, pero os envío a uno de mis guardias personales para haceros entrega de la misiva que estáis leyendo. Ha estado un par de veces más en vuestra corte, espero que lo hayáis reconocido sin problema. Mis hombres están buscando a Hugo en misión secreta, por lo visto golpeó a un guardia mientras era trasladado a la sala de torturas y estuvo en los recovecos de las mazmorras hasta que logró reducir a un guardia novato y hacerse con sus ropas para huir. Tan pronto como sea capturado lo llevaré a vuestra presencia.

Os saluda afectuosamente.

Adara II de Avernarium"

Comió ávidamente, y comprobó que la poción le otorgaba todas las cualidades de la forma que adoptara. Había comido tanto que en el cuerpo de Adara no hubiera resistido una hora de viaje. Puso al galope a su caballo para llegar a Muitung aquella misma tarde. Necesitaba descansar, y su caballo necesitaba unos buenos cuidados tras tantos días de viaje. La audiencia privada con el Rey Edgar fue sobre ruedas y nadie dudó un momento de que Hugo no intentaría llegar allí al menos hasta dos o tres semanas más tarde. El Rey agradeció las atenciones de Adara y le dijo a la forma de su guardia que se quedara descansando en una de las habitaciones de invitados del castillo, podría partir con una misiva para su Reina a la mañana siguiente, cuando él, así como su caballo, hubieran descansado.

Adara durmió profundamente por primera vez en varios días y, a la mañana siguiente, durante el desayuno, dijo a las criadas que se disponía a partir hacia Avernarium tan rápido como Su Majestad Edgar de Muitung le entregara la misiva para su Reina. Adara estaba tomando un buen desayuno en las cocinas de los criados, como correspondía a su apariencia. Mientras hablaba con la criada, el Rey Edgar entró en la estancia y le hizo entrega de un sobre lacrado con su emblema. Le deseó buen viaje estrechando su mano con tanta fuerza que, de no haber sido por el cuerpo que habitaba, le hubiera dislocado algún hueso casi con total seguridad.

Adara, al abandonar el castillo, se dirigió hacia el bosque, y cuando se supo segura abrió la carta.

"Estimada Adara, le agradezco enormemente el aviso. Es una desgracia que ese hombre haya escapado, pero confío en los ejércitos de Avernarium para hallarlo. Si necesitáis ayuda para barrer los bosques podéis contar con doscientos de mis hombres. Hacédmelo saber para poder enviaros la formación. Y avisadme también cuando halléis al maldito, ya no quiero mantenerlo cautivo y con vida, sino darle un castigo ejemplar con mis propias manos. Accedí a los deseos de Vrila de mantenerlo con vida y en vuestras mazmorras. Pero veo, con enorme pesar, que estaba errado. No quiero más riesgos, ese hombre, que se ha atrevido a mancillar mi honor, debe morir. Debería bastar para disuadir a cualquier otro hombre que haya puesto sus ojos en mi esposa.

Os saluda afectuosamente

Edgar XII de Muitung"

El plan estaba saliendo a pedir de boca. Entrar al castillo ahora sería peligroso, pero sin riesgo no hay victoria. Se acercó a una aldea y secuestró a una jovencita de no más de quince años, aquello sería suficiente. Se la llevó al cementerio y la quitó la vida con su daga mientras pronunciaba las palabras que completarían el sacrificio. Quería que aquello pareciera un acto de bandidaje cualquiera, así que robó todo lo que pudo al cadáver, que quedó allí abandonado. Aquella táctica, además, le proporcionaba ropas de campesina con las que acceder al castillo. Había recuperado su edad y su vida no corría peligro. Esa misma noche se infiltraría como una criada más. Todo estaba en marcha y ya no había nada que pusiera en peligro el inminente desenlace de sus maquinaciones. Adara no se sentía orgullosa de haber matado a una pobre campesina. Aunque, a decir verdad, tampoco se sentía muy culpable: aquellos seres insignificantes sólo existían para facilitar la vida de sus Reyes. Y Adara lo sería dentro de no mucho: la orgullosa Reina Consorte de Muitung... hasta la muerte de Edgar.

15.7.09

La línea de la vida

El Barón Han Von Deck llegó al puente que salvaba el río, que unas seis leguas hacia el norte, circundaba la residencia de recreo de la princesa Nyx. Este era el lugar señalado para el encuentro con Armenieta. Pero no había rastro de la zíngara, así que el Barón permaneció en su montura a pie de puente. Observó el cielo azulado y se descubrió la cabeza para sentir la brisa suave de la primavera en el rostro. Entonces escuchó cascos de caballo provenientes de la otra margen del río. Era un caballero acompañado de dos sirvientes que enfilaron el camino que conducía al puente, pero que al ver al Barón en el otro extremo, aflojaron la marcha. El caballero se adelantó sobre la pasarela hasta quedar justo en medio, frente al Barón. Se observaron sin pronunciar palabra durante unos minutos. El caballero alzó la voz:

- Parecéis un vagabundo, con esa polvorienta capa y esa barba descuidada, y sin embargo vais pertrechado como un caballero. ¿Robasteis esas armas? En todo caso, no deseo perder el tiempo. Apartad, llevo prisa.

- Mi nombre es Han Von Deck, Barón, y no he escuchado vuestro nombre ni titulo, si observáis este escudo de armas y esta leyenda, tal vez me hablarais con respeto caballero, y os presentarías como es costumbre entre gente elevada.

- Efectivamente, lo reconozco, una casa con hechos gloriosos en el pasado, pero veo que vergonzosamente venida a menos. Que desgracia. ¡Yago, Morgan, arrojad a este necesitado unas monedas para que pueda hincarle el diente a una hogaza de pan!

- Me dirijo a la villa de la princesa Nyx.

- No creo que la princesa Nyx reciba a pordioseros. Vengo de gozar de… de su hospitalidad - giró la cabeza en dirección a las carcajadas de los sirvientes-. La princesa es hermosa y de relajadas costumbres, pero vosotros solo encontraríais lugar en sus cuadras. Vuestro lugar de nacimiento, sin duda.

- Caballero, el que tengo prisa soy yo, y además es una temeridad contrariarme cuando voy a reunirme con una dama. En verdad que os hubiera dejado marchar, ignorando vuestra grosera afrenta, pero… –el Barón empuñó la espada y comenzó a desenvainarla con lentitud- habéis cometido el error funesto de calumniar a una dama, y eso no lo he permitido jamás. Disculparos o rogad por vuestra alma.

Los criados desenvainaron sus armas y flanquearon a su caballero. Este preparó su pica y alzó el escudo. Su tez palideció y adquirió la tonalidad del cielo. El Barón descabalgó, arrojó su escudo al suelo, y susurrando la leyenda con la que sus antepasados habían entrado en combate, avanzó despreocupado hacia el centro del puente. En breves instantes la lucha concluyó. El Barón ensangrentado, alzó la vista de los tres cuerpos que yacían a sus pies, para encontrarse con Armenieta, que traía el espanto en su mirada. Esta actuó con prontitud y arrojó los cuerpos inertes a la corriente del río, envolvió la espada de Von Deck y le cubrió el cuerpo con su capa para llevárselo, junto con las monturas, a la espesura de la vereda.

El Barón permaneció indiferente mientras la zíngara le desnudaba y comprimía los tajos por los que se le iba la sangre. Le vendó las heridas y lavó su rostro y cuerpo. Le recostó, finalmente, sobre un lecho preparado al abrigo de un sauce. La tarde declinaba.

- Acabo de matar a un hombre porque ha ofendido a una mujer. A una mujer a la que tal vez mañana deba asesinar…siento que mi determinación flaquea, que mi espíritu se rebela, que el aliento de la vida se me escapa. Mi hija, la cautiva, mi añorada pequeña, ha sido el gozo más increíble de mi existencia, la maravilla más amada sobre todas las cosas de este bello mundo. Cuando yo no este, Armenieta, debes rescatarla y ponerla bajo la custodia de mi hermano, para que en compañía de sus primas, crezca en el hogar familiar, protegida y feliz. Concédeme este último favor.

La zíngara asintió y le rogó que descansara. Mientras hacía los preparativos para pasar la noche, le informó que la princesa Nyx se hallaba en su residencia y que le sería fácil acceder a ella pues era hospitalaria y le gustaba acoger viajeros y caballeros para que le relataran las historias de sus peripecias y los relatos de las tierras lejanas de las que provenían. Al poco, le preparó un cuenco con caldo elaborado con raíz de plantas curativas y vísceras de animal, para reconfortarlo y cicatrizar las heridas, y se arrebujó junto a su costado, discretamente, como siempre hacía. Se lo acercó a los labios y entre sorbo y sorbo le pasaba un paño humedecido por la frente.

- Armenieta, tu lees la mano y echas la buenaventura a las ignorantes campesinas. Les cuentas una sarta de mentiras bienintencionadas, anuncias bodas con buenos mozos y partos sin complicaciones, todo para obtener alguna moneda…quiero que me leas la mano, antes que la oscuridad lo impida. Y no me mientas. He sentido que cuando me crees dormido, te acomodas sobre mi pecho, me miras en medio de la noche, pasas tú mano por mi barba y tus dedos por mis labios. Si me mientes, a partir de ahora dormirás entre los caballos, las yeguas y los asnos de carga.

- ¡Dadme!...- La muchacha apretó la mano del Barón entre sus pechos y se inclinó sobre ella- Habéis sido muy feliz, habéis gozado de la vida, pero veo ahora una gran pena en vuestra alma, una pena – y levantó sus ojos oscuros para mirar los del hombre- que también se ha posado en vuestra mirada, esta pena es infinita. En esta línea veo una mujer especial, diferente de las demás. Tiene el don de la magia. Esta dama os traerá dolor y recuerdos, pero igualmente placer, debéis de cuidaros de ella por que esta mujer de chica permaneció en el fondo de un lago hermoso y así permanecerá en el fondo de vuestro corazón- Armenieta presionó la palma de la mano de Von Deck contra su seno y sin mirarla continuó con voz tenue- Hay otra línea que se interrumpe de golpe, es la llamada línea de la vida, se corta cerca de aquí.

- Muéstrame esa línea- dijo el Barón mientras sacaba de entre los ropajes una daga corta.

- Es esta, aquí acaba.

- Verás, dulce Armenieta, no quiero contradecirte, pero necesito un poco de tiempo para terminar mi trabajo.

Y el Barón hundió la punta de la daga justo donde la línea de su vida concluía, y presionando el acero, alargó unos milímetros el curso de la línea.

14.7.09

Encuesta: Sabiendo que la Adivina falla la mitad de las veces...

Votáis para hacer daño, pérfidos.