15.4.09

Hierro

Nyx se desperezó enredada en las sábanas de seda de su cama. Abrió un ojo y lo cerró. Bostezó y lo volvió a abrir, primero uno y luego otro. Frente a ella, el gran ventanal dejaba entrar haces de luz entre las hojas de los sauces. Le gustaba dejarse despertar por la luz; si cerraba las cortinas, no despertaba hasta el mediodía, cuando ya el hambre la hacía salir de lo más profundo de sus sueños.

Se levantó de un salto y se enfundó su vestido favorito, uno que ordenó confeccionar con los lazos en el pecho, para no tener que ser ayudada a vestirse cada mañana. Odiaba esos vestidos que precisaban dos sirvientas para que quedara ajustado y bien atado a la espalda - obviamente, no podía prescindir de ellos en actos de sociedad-. La falda verde botella de su vestido favorito caía suavemente, pero estaba algo ajada del uso diario, así como el corpiño con bordados, que claramente vivió tiempos mejores. Pero a Nyx le gustaba para andar por el castillo o incluso para montar a caballo. Se coló sus botas desgastadas de piel con la habilidad de quien lo hace cada día y bajó las escaleras de mármol como si escapara de un fuego: corriendo y saltando los escalones de tres en tres... aunque no llevaba prisa; casi nunca llevaba prisa.

Fue directa a la gran cocina, donde dos sirvientes correteaban de un sitio a otro, preparando la comida. Ella prefería adentrarse en la inmensa alacena y coger lo primero que le pidiera su estómago, y luego comerlo en la mesa de mármol que presidía la estancia, rodeada de fogones y, casi siempre,de sirvientes que la miraban de reojo mientras desayunaba.

Esa mañana cogió pan recién hecho del horno y le untó confitura de manzana, se llenó una jarra de leche recién ordeñada y se sentó, dejando que una de las ventanas de la cocina le proporcionara brisa fresca en la cara.

- ¿Desea algo más, mi dama Nyx? - sonrió dulcemente Myra, una anciana que se había ganado el derecho a hacer sólo tareas culinarias, liberándose de cualquier trabajo forzado. No sólo por su edad, sino por la lealtad demostrada.
- Myra... - dijo Nyx entornando los ojos - hago azotar a quien osa llamarme Nyx, no me hagas azotarte a ti por llamarme "mi dama"... - le reprochó mientras seguía mirando por la ventana.
- No me acostumbro, mi.. Nyx. Llevo tantos años sirviendo a esta familia que... - suspiró y miró por la ventana, sin acabar la frase, intentando averiguar qué miraba Nyx.

Ella, sin embargo, se fue de la estancia sin que Myra siquiera se diera cuenta, y dando grandes zancadas llegó al establo, masticando aún el último bocado de pan. Se acercó a Hierro, se paró frente al animal, y frotando su hocico, le hizo relinchar suavemente de alegría.

- Vamos a hacer un poco de ejercicio, perezoso. - le susurró mientras le abría la portezuela de madera.

Montó a horcajadas sobre el caballo y se alejó a trote del castillo, sin decir a nadie adónde se dirigía, cuándo volvería, ni a quién pensaba ir a ver. Sólo miró una vez hacia atrás para comprobar que ninguna de sus hermanas la observaba desde alguna ventana. Sonrió y presionó con los talones de las botas el lomo de Hierro, y él supo la velocidad que su ama le instaba a alcanzar.

3 comentarios:

^lunatika que entiende^ dijo...

Vaya forma de enganchar!!
Ea, ya me he enganchado...
Por favor!!!! No vayais a dejarlo sin terminar que me da un hamacuco..!

Carlos dijo...

Mmmm esto va prometiendo... espero que no haya promess de por medio... :P

Friducha dijo...

Os leo. Si me aburro lo dejaré de hacer, o si me canso... pero de momento me resulta muy fresco. Gracias por entretenerme! (q no es tarea fácil)