24.4.09

La Sombra



Los símbolos estaban escritos. Las velas encendidas. Los cánticos susurrados. Gael velaba a su señora, situado prudentemente tras ella, con la mano sobre el pomo de su espada. Algo en su instinto de superviviente le decía que se arrepentiría de no romper el espejo a tiempo.
Níobe extendió las manos de largos y delicados dedos sobre las páginas del grimorio.
- Y ahora... te meae dispositioni praebeas, anime lemurum. Muéstrate, Sombra de Sergei de Raven.
El espejo susurró. El reflejo de los aposentos de Níobe desapareció, y en su lugar lo ocupó una densa niebla que poco a poco tomó forma. La figura era tenue y translúcida, y sólo estaba bien definido el busto aunque se intuían sus vestiduras. Ricas y de buena confección, por lo que parecía. El que se perfiló al otro lado del vidrio era un atractivo hombre de unos treinta años, de ojos oscuros y rostro delgado, casi anguloso, de cuidada perilla y una sonrisa de víbora. Su cabello negro y largo ondeaba lentamente con una brisa espectral.
- Quién me llama -la voz susurraba, creando fantasmagóricos ecos que se confundían con los leves sonidos del chisporroteo de las velas.
Níobe sonrió, satisfecha.
- Su Majestad Níobe IV de Avernarium, hechicero.
La figura en el espejo hizo una reverencia no carente de burla.
- Un honor, Majestad -susurró la sombra, sonriendo torcidamente.
- Ahórrate el protocolo, sombra.
- Sombra... -el gesto del hechicero se tornó pensativo-. Entonces, todo se ha perdido...
- No todo, espectro. Para mí sólo ha empezado el ascenso al triunfo.
- Una sombra. Un recuerdo -el reflejo ignoró el comentario de Níobe-. ¿Cuánto tiempo ha pasado, graciosa Majestad? -demandó de pronto.
- ¿El afamado Duque Negro necesita información? -preguntó Níobe a su vez, con un deje burlón. Él simplemente la miró con fijeza hasta que se sintió incómoda por tan intenso escrutinio-. Casi seiscientos años, hechicero. Y si no quieres apearme el tratamiento -añadió, ligeramente irritada-, llámame por lo que soy. Tu señora.
La figura de Sergei de Raven inclinó casi sumisamente la cabeza. Casi.
- Sí, mi señora Níobe IV de Avernarium. Y compañía... -al volverse sus ojos hacia Gael, éste sintió que un escalofrío le recorría la columna vertebral.
- Olvídate de la compañía, sombra. Yo soy lo único que ha de interesarte.
La sombra del hechicero sonrió con lascivia. Sus ojos recorrieron ávidamente el cuello de porcelana de la joven, sus labios carnosos, su delicado perfil.
- Por supuesto. Acaparáis toda mi atención.
Níobe entornó los ojos, miró al hechicero y luego desvió la vista al grimorio.
- A grandes rasgos, espectro, te interesa saber que estoy a punto de comenzar la mayor guerra de toda la historia del Putomundo. Cuando los ríos de sangre dejen de correr, mis hermanas y yo reinaremos sobre todo y sobre todos. Y aquí es donde entras tú. He estado leyendo tu grimorio, Duque Negro. Hay cosas aquí -tamborileó suavemente sobre el libro- que podrían serme muy útiles. Sin embargo... fuiste precavido, sombra. No es fácil descifrar tus textos.
Ella permaneció en silencio unos instantes, cogió una copa de vino y dió un pequeño sorbo.
- Conoces las reglas, recuerdo. Sé que intentaste hacer antes con otros lo que yo estoy haciendo contigo. Tengo el espejo y el grimorio. He ejecutado el hechizo, con éxito -sonrió con orgullo-. Debes servirme.
- Bien es cierto que nadie antes lo había logrado, mi señora Níobe -contestó con sencillez-. El que vos hayáis tenido éxito donde otros sólo logramos una efectista y barroca decoración para el salón dice mucho de vuestro...
- ¿Poder?
- Iba a decir dominio del Arte, mi señora. Lo del poder estaría por ver.
- Esas declaraciones evidentemente insultantes -contestó Níobe, mostrando sus blanquísimos dientes en una sonrisa-, proferidas por un mero recuerdo, carecen de todo valor. Sólo existes porque yo asi lo he querido, así que no olvides dónde estás -añadió, señalándole con el índice-: detrás de una lámina de vidrio.
El antaño Duque de Raven se inclinó en una profunda reverencia, conciliador.
- Mis disculpas, mi señora. Sé a quién debo lealtad.
- Pues no lo olvides -dijo ella, todavía burlona-. No tengo más que romper ese endeble artefacto tras el que estás para devolverte a las nieblas de la no-existencia. Dependes de que a mí me apetezca conservarte.
- ¿Y qué es aquello para lo que yo podría servirle a tan magnánima señora?
- Eres un bufón, mi querido ex-Duque -sentenció ella. Prefirió ignorar el leve destello ambarino que apareció por un instante en los ojos de la sombra-. Pero un bufón útil, no obstante. Serás una herramienta excelente.
- Puede que sólo sea la sombra de un Duque, y vos una Reina viva, pero no tengo porqué permitiros esos insultos, señora. Si tan bién conocéis el hechizo seréis consciente de ciertos... vacíos legales en él. He de serviros, así es. Más cuidado.
Ella se echó a reír.
- Es encantador encontrar algo de resistencia. Tras años soportando a serviles y débiles, será un reto tratar contigo.
El Duque Negro no pudo evitar esbozar una sonrisa.
- Los retos suelen ser peligrosos, mi señora.
- Eso espero, duque. Me decepcionarías si no.
Gael, olvidado, se revolvió.
- ¿Ocurre algo, capitán? -preguntó la joven sin apartar los ojos del espejo.
Sí. Un espectro de un muerto. Los recuerdos. Lo sobrenatural. El riesgo innecesario. Gael pensó todo eso y mucho más, el soldado veterano reconoce el peligro cuando lo ve. Pero sólo tuvo valor para decir:
- No, mi señora. Disculpadme.
El eco de Sergei de Raven dirigió su mirada hacia el capitán.
- Un hombre a tu espalda puede protegerte casi con tanta facilidad como puede apuñalarte... -sonrió-. Lo sé muy bien, mi señora. Dejad que ése sea mi primer consejo.
- Consejo innecesario -contestó la Reina, descartando el comentario de la sombra de Sergei con un gesto de la mano-. Gael es completamente fiel. Háblame de esto -señaló con el dedo una de las páginas del grimorio-. Hechizos destructivos que podrían... -la avidez se reflejó en su rostro.
- Ganar una guerra. Lo sé, mi señora. Sin embargo... creo recordar que en la Casa de Avernarium la magia tenía efectos sorprendentemente rejuvenecedores. Un hechizo de ese calibre os devolvería a la más tierna infancia.
- Tuve una infancia, pero desde luego que no demasiado tierna -comentó ella distraídamente-. Eres una mero eco, pero tienes todos los recuerdos y el saber del Duque Negro. Tú puedes ayudarme a esquivar esa restricción. Y con eso, unos cuantos hechizos de aquí -tamborileó en el grimorio- y los ejércitos que tenemos bajo nuestro mando, el Putomundo será nuestro en un abrir y cerrar de ojos.
- No lo dudéis, mi poderosa señora -señaló el libro-. Ahí, en ese manuscrito, está la recopilación de todo el saber de la Torre de la Hechicería de Raven.
- Famosa en su tiempo, tengo que reconocer...
- ¡Ja! La Casa Raven siempre favoreció el conocimiento.
- ...una lástima que ahora no sea más que una ruina calcinada en medio de una maloliente ciénaga rehuída por todos...
Sergei de Raven, o más bien la sombra de su recuerdo, se encogió ante el comentario, como si le hubieran golpeado. Había pasado mucho tiempo, sí. Pero saber que la casa de su familia se había convertido en un... maloliente cenagal...
- Tengo que meditarlo, mi señora -dijo con acritud-. Lo que vos deseáis es algo complicado y novedoso. Además, noto que empiezo a perder consistencia... Llamadme en un par de días, si os place.
Dicho esto, la sombra del Duque Negro hizo una reverencia y comenzó a desaparecer.
- ¡No te he dado permiso para ausentarte, maldito...! -exclamó airada. Era inútil, pues la figura ya se había disuelto en las brumas del espejo. Un espejo en el que ya no había nada.
- Mi señora... -dijo una voz a su espalda.
- Sí, lo sé, mi buen Gael -su voz había vuelto a su usual tono tranquilo-. Esa sombra piensa demasiado. Y demasiado libremente...
- Si lo deseáis, mi señora Níobe, yo mismo romperé el artefacto.
- No, mi fiel sirviente -dijo ella, casi riendo. Acarició con su delicada mano el pelo del Capitán de la Guardia-. Esto es un juego entre él y yo. Lo que no acaba de entender es que es un juego en el que yo dicto las normas.
Tomó otro delicado sorbo de la copa de vino y luego se la tendió a Gael para que la terminase.
- Estoy pensando... -el angelical rostro de Níobe perdió su mirada en el grimorio de Sergei de Raven-. Ha de quedar alguna posesión de la extinta Casa Raven entre las ruinas, sin duda. Seguramente nuestra sombra se sienta mucho menos tranquila si tiene ante sus ojos los restos de todo aquello que amó. Las ruinas de aquella ciudad están a poco más de una semana a caballo, suponiendo que continúe el buen tiempo... Manda de inmediato a un pelotón de guardias y a algún artesano capaz a husmear entre los restos -le ordenó-. Algún arquitecto, tal vez, o puede que un comerciante de arte; alguien que sepa tratar piezas delicadas. Diles que les pagaré su peso en oro.
Dicho esto, miró al soldado.
- Es tarde, Gael -comentó-. Acompáñame al baño. Necesito... relajarme.
La Reina se volvió y comenzó a andar hacia la puerta de la habitación. Captó un leve movimiento por el rabillo del ojo, se detuvo y dirigió su atención hacia él.
Un solitario cuervo permanenecía posado sobre una de las estanterías. Observándola con su negra y enigmática mirada.
- Echa a ese bicho. Sabes que no me gustan los pajarracos. Ah, y después cierra la ventana.



Florea entró en las habitaciones de la Reina Níobe a limpiar el polvo. No es que hubiera mucho, pues la joven era concienzuda en su trabajo y limpiaba la alcoba de su señora al menos dos veces al día. Pero era precisamente debido a su celo por lo que el polvo no tenía tiempo de acumularse.
- Florea...
El susurro fantasmal la sobresaltó, justo cuando estaba pasando el plumero por encima de una de las estanterías repletas de libros. Su mano se detuvo y su mirada recorrió varias veces la habitación. Todo parecía dentro de la normalidad y el susurro no se volvió a repetir, así que se encogió de hombros y desterró el extraño suceso a lo más profundo de su mente. Sacó un paño que llevaba atado al delantal y se puso a lustrar uno de los jarrones de la Reina.
A la señora le gustaba que todo reluciera.

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