28.4.09

La gargantilla de Shult

Níobe lanzó otra mirada a su escritorio: la carta con el escudo de Alysium delicadamente miniado casi parecía observarla.
Una propuesta de matrimonio objetivamente inmejorable. La isla de Alysium era prácticamente paradisíaca, y, en términos económicos, su abundantísima producción de perlas, metales preciosos y gemas era un factor muy a tener en cuenta por alguien que iba a iniciar una guerra.

A su lado, el presente del condado de Shult, traído de la misma mano del hermano del Conde hacía dos días. Los shultes ocupaban una docena de habitaciones entre pajes, caballeros y demás parafernalia. El Condado de Shult era conocido en todo Putomundo por ser insoportablemente honorables, leales y caballerosos; el Conde había enviado a su bienamado hermano menor a escoltar el presente con el que solicitaba no ya la mano de Níobe, sino simplemente una audiencia.

Abrió la caja. Una gargantilla de rubíes de Shult de fascinante belleza. Los rubíes de Shult eran envidiados en todo el Putomundo por su pureza y tamaño inigualables, se decía de ellos que eran tan hermosos como el corazón de una doncella enamorada. Níobe pensaba que eso eran cursiladas, pero aún así la joya era impresionante, mucho más teniendo en cuenta que sólo era un presente para solicitar una audiencia.
El Rey Genar de Alysium no había sido tan considerado: un niñato ególatra y presuntuoso que apenas alcanzaba a atarse las calzas, pensó Níobe. Por el tono de la carta, o su Chambelán era inepto hasta la saciedad o el muy pelele de Genar la había redactado él mismo.
Sin embargo, un rey es un rey. Y un conde, por muy rico que sea, no deja de ser un conde. Por otra parte... se le antojaba infinitamente más interesante la idea de aceptar a Edaris de Shult. Conspirar sonriendo colgada del brazo de alguien tan honrado sin duda debía ser divertidísimo.



Hacía siglos los condados de Shult y Eren formaban parte del mismo reino, la corona de Renn. Cuando Eloisius IV de Renn murió, dejó dividido el reino para sus dos hijos en sendos condados. Con el paso de las generaciones ambos ducados se fueron enfrentando, desarrollando rivalidades. Dos pueblos tan sorprendentemente iguales que se detestaban. En el fondo seguían siendo rennianos: honorables, leales, valientes, tercos. Pero aún así, o precisamente por ello, ambos ducados mantenían un continuo tira y afloja.
Doce generaciones atrás el ducado de Erén cambió el nombre del reino. Reino de Erén. Los shultes se indignaron. Las relaciones diplomáticas entre ellos cayeron en picado.
Ambos terrenos disponían de unas tropas inmejorables, los famosos piqueros acorazados de Renn; sus caballeros eran famosos en todo el Putomundo por su gallardía y fiereza. Lamentablemente, los diplomáticos de la zona dejaban bastante que desear. Incapaces de reunificarse de modo pacífico, las tensiones aumentaron. A lo largo de la historia habían ido sucediéndose periodos de calma con momentos en los que cualquiera juraría que las cosas iban a estallar, pero jamás habían llegado a una guerra abierta.

Actualmente las cosas estaban más calmadas, pero Níobe se encargaría de arreglarlo.
Si era Shult quien conquistaba a Erén, no llamaría la atención y Níobe ganaría tiempo para dedicarse a su propia guerra. A la muerte de su marido ella heredaría ambos reinos, que pasarían a ser propiedad de la corona de Avernarium sin mover un dedo.

Por otra parte... Alysium. El perfecto, paradisíaco y riquísimo Alysium. Gobernado por un rey imberbe que sería muy sencillo dominar.

Lanzó una ojeada a Gael, quien permanecía firme en su puesto, atento a todo. En silencio, oculto.
Níobe suspiró.
- ¿Alysium o Shult, Gael?
Él abrió los ojos, sorprendido.
- ¿Mi señora?
- ¿Con quién contraerías matrimonio, Gael? ¿El Reino de Alysium o el Condado de Shult?
El soldado titubeó.
- Vos... ¿vais a casaros?
Le dedicó una mirada dolorida, vagamente traicionada. Rápidamente se repuso.
- ¿No...? ¿No deberíais tal vez escoger a vuestro futuro esposo por él mismo, y no por su reino?
Ella se echó a reír, escandalosamente.
- Todos los hombres sois iguales, Gael. La única diferencia es la dote que aportéis.
Él tragó saliva. Después, fingiendo indiferencia, contestó:
- El Condado de Shult es más pequeño, pero la riqueza de sus minas y el valor de sus soldados lo hacen más valioso a mi criterio que el Reino de Alysium. Aunque lo más valioso que hay en Shult es el honor de sus habitantes -su tono se volvió amargo.
- ¿Te da pena que el pobre conde tenga que cargar con una víbora como yo? -sonrió con conmiseración.
Alguien llamó a la puerta de su despacho particular.
- Adelante.
La figura del mensajero de Shult, el hermano del Conde, se perfiló en la entrada.
- Mi señora, ¿me habéis mandado llamar?
- Tomad asiento. ¿Deseáis beber algo? -señaló vagamente el vino-. Os he mandado llamar porque he tomado una decisión. Sabed que vuestro hermano tiene competencia, competencia de sangre Real -señaló la carta de Alysium-. Sin embargo, vuestro hermano ha sido infinitamente más considerado conmigo que Genar de Alysium. He decidido invitar a vuestro hermano al tiempo que a Su Majestad Genar a pasar una temporada en el castillo.
El noble asintió.
- Comprendo vuestra disyuntiva, mi señora. Sin duda saber que consideráis su propuesta alegrará el corazón de mi hermano.
- Considero su propuesta, y muy seriamente. Sin embargo, no quiero que el Conde se llame a engaño. Sabed desde ahora que si vuestro señor se casa conmigo tendrá que aceptar ciertas cláusulas.
- ¿Cláusulas, mi dama? Sin duda poder gozar de vuestra compañía merece la pena tolerar algunas pequeñas particularidades... -los modales del shulte eran intolerablemente perfectos. En las sombras, Gael se tensó, rabioso.
Níobe extendió un pergamino hacia Briye de Shult, quien comenzó a leerlo con la calma de un diplomático profesional.
- El punto uno y el tres no son negociables en absoluto -comentó Níobe.
- El conde será a todas luces considerado consorte de la Reina de Avernarium y no Rey en pleno derecho -leyó-; número tres: el heredero de Avernarium será el primogénito de la Reina conjuntamente con el primer hijo de cada una de sus hermanas -asintió-. Mi hermano es un hombre razonable. Quizá... tenga algo que decir con respecto a la octava, pero no soy yo quien ha de decidirlo. La número cuatro -crispó el semblante- ha de ser eliminada. El conde no os será infiel en ningún momento, un matrimonio es un juramento y un juramento es sagrado.
- Por supuesto -concedió ella-. Sobre el resto...
Sirvió otra copa de vino.



- Volved a vuestro hogar, entonces, con la invitación para el Conde. Vos podéis acompañarle de vuelta, si lo deseáis -esbozó su sonrisa más amable-. Hoy mismo enviaré un mensajero a Alysium. Aproximadamente tardará tres semanas en llegar; y suponiendo que el Rey Genar salga de inmediato, cosa que dudo, tardaría como mínimo dos meses en llegar aquí con toda su corte. Si vuestro hermano viene antes, disfrutará de todo mi tiempo para él.
Gael se revolvió, molesto, pero Níobe lo ignoró.
- Señora, sin duda mi hermano partirá presto en cuanto conozca de vuestras intenciones -la educación y los modales corteses de Briye de Shult eran impecables-; la posibilidad de contemplar vuestra legendaria belleza empujará su voluntad. Disculpad que intervenga en algo que no es de mi incumbencia, pero -parecía genuinamente sorprendido- Su Majestad el Rey de Alysium no os ha agasajado como exige la buena educación, ha enviado un mero paje con un mensaje, ha...
Las conversaciones cortesanas eran una tentación insorportable para los antiguos rennianos. Se decía que el suspiro de una dama en apuros bastaría para paralizar todo el país, a tal punto llegaba su afición, casi su necesidad, por el romanticismo y los ideales caballerescos. Níobe sabía esto perfectamente, y pensaba utilizarlo en su propio beneficio.
- Si me casara con un hombre -Níobe le interrumpió, adoptando la pose de damisela nostálgica que tanto adoraban los shultes-, no pasaría por alto esos detalles. Pero sois consciente de que pertenezco a mi pueblo.
Briye hizo una educada reverencia, tomó la mano de Níobe y, besándola, dijo:
- Lo comprendo, mi señora -suspiró brevemente-. Espero volver a veros pronto. Si me lo permitís, partiré cuanto antes con la buena nueva para mi hogar.

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