Nyx recorría el vestíbulo a grandes zancadas de un sitio a otro de la estancia, nerviosa. Llevaba un vestido negro, como su humor aquel día, que le caía graciosamente hasta los tobillos. El corpiño estaba bordado con seda blanca, formando rocallas sobre el pecho.
Se detuvo junto a la puerta que daba a los jardines, e intentó agudizar el oído, a la espera de oír los caballos de la guardia real, que traerían a Murah apresada, bajo orden de su hermana Níobe.
No sabía cómo deshacer el entuerto. No sabía cómo se las arreglaría para sacar a Murah sana y salva del castillo, pero lo haría. Y no por ella, obviamente, sino porque no quería bajo ningún concepto que Azcoy vagara como un alma en pena y la odiara hasta la extenuación durante el resto de sus días. No sabía cuánto sentía Azcoy por Murah, pero se dijo que lo suficiente como para casarse con ella. Lo cierto era, que se sentía confusa; sentir tanta empatía por alguien que no fuera una de sus hermanas la hacía sentir extraña y vulnerable. ¿Acaso le había dado el poder a Azcoy, sin quererlo, de hacerle daño en lo más hondo de su ser? ¿Pudiera ser que la pena de él, se convirtiera en su propia pena? ¿Qué estaba sucediendo?
Se trenzó un mechón de pelo mientras fijaba sus ojos, marrones y rasgados, en el camino de gravilla por el que tenía que aparecer la guardia. Sin embargo, mientras imagianaba a Murah siendo traída por los soldados del castillo, alguien tocó suavemente su hombro. Nyx se giró.
Encontró la mirada inquietante de Florea, la doncella muda de Níobe, la cual estiró su delicado brazo hacia ella y le mostró un pequeño sobre lacrado con el sello del Reino de Avernarium.
- ¿Qué significa esto? - le preguntó, aun sabiendo que no obtendría respuesta.
Tomó el sobre con brusquedad y antes de que se diera cuenta, Florea había desaparecido de su vista. Abrió el sobre con los dientes y extrajo la carta, al abrirla, una llave cayó de su interior. Miró la gran llave de hierro en el suelo y la reconoció inmediatamente. La llave maestra de las mazmorras. Se agachó a recogerla lentamente, mientras leía las palabras escritas de puño y letra de su hermana Níobe.
Regalo de cumpleaños por adelantado. Disfrútalo.
Lentamente.
N.
El corazón comenzó a latirle tan deprisa que pensó que todo Avernarium podía oírlo. Corrió hacia las mazmorras tan rápido como pudo, segura de que Murah estaría allí, y rezó para que aún siguiera con vida. Las escaleras de caracol que se adentraban en los pasadizos subterráneos la hicieron resbalar y casi caer. Había tantas celdas que no sabía por donde empezar, en la llave no había ningún número, ya que era la que abría cada puerta. Se puso histérica, no recordaba la última vez que se había sentido tan incapaz de controlar la situación y el sentimiento era desolador.
Se paró en mitad de uno de los pasillos de las mazmorras, bajo una antorcha. Respiró hondo y gritó:
- ¡Muraaah! - esa mujer la sacaba de quicio, más aún si tenía que salvarle la vida. - ¡Murah! - y comenzó a andar lentamente, aguzando sus sentidos ante cualquier susurro.
De entre las sombras, repentinamente, surgió la figura de su hermana. Destacaba sorprendentemente en el entorno, la oscura suciedad de los pasillos contrastando con la blancura de su delicada vestimenta; la peste a pobreza y miseria surcada por el tenue perfume a violetas de Níobe; el eco de los aullidos de los moribundos atravesado por su dulce voz. Mordía una manzana, con indiferencia.
- ¿Buscas a la campesina, cariño? -preguntó con ternura.
Nyx agradeció la luz tenue, que la ayudó a disimular su expresión de sorpresa al encontrar a su hermana allí.
- Exacto, hermana. - sonrió con malicia, fingiendo tan bien como podía - ¿dónde la tienes? Quiero ver qué aspecto tiene esa harapienta que cree ser la futura mujer de mi diversión favorita...
Níobe acarició el cabello de su hermana con delicadeza. En ocasiones Nyx puede ser tan sensible, pensó.
- Ven conmigo.
La llevó a una zona de las mazmorras prácticamente desierta. En una de las celdas estaba sentada una mujer con el rostro manchado de suciedad y los tobillos sujetos con grilletes.
- ¡Soy inocente! -chilló al verlas llegar - ¡No he hecho nada!
Nyx se quedó paralizada, miró a la prometida de Azcoy con una mezcla extraña de emociones, los celos la corroían como nunca lo habían hecho en su vida, mientras que la duda de cómo sacarla de allí la devoraba en silencio y le oprimía el pecho. "Maldito Azcoy -se dijo- ¡estás arruinando mis planes, mi vida, todo! ¿Cómo puedo querer salvar a tan inútil ser sólo por no hacerte sufrir?".
Nyx se acercó a Murah y la miró a los ojos, unos ojos enorme y negros como el carbón. Su pelo, negro también, era liso y brillante, hasta los hombros. Su piel era morena, como la de cualquier campesina obviamente. Nyx no la encontró fea, pero sí poca cosa para Azcoy.
- Cállate, imbécil. Nadie grita en mis mazmorras - dijo secamente Nyx. Luego dirigiéndose a su hermana, añadió - Déjame a solas con ella, Níobe.
La muchacha sonrió. Conocía demasiado bien a su hermana. Y lo que iba a hacer, lo hacía por su bien.
- No irás a privarme del espectáculo, ¿verdad? -dijo, sacando de su corpiño una daga hermosamente enjoyada.
Nyx tragó saliva imperceptiblemente, los ojos de Murah estaban muy abiertos y la miraban fijamente. Níobe le tendía su daga. Se dijo que esto se le había ido de las manos, sin saber cómo. La culpa era toda de Azcoy.
- Hermana, no manchemos tu daga con sangre del vulgo -sonrió Nyx, a su pesar. Señaló la pared contraria al engrilletado donde estaba atada Murah, y le mostró la espada y el hacha con símbolos reales que colgaban de la pared de piedra.- lo haré a mi manera. Y es algo entre esta campesina y yo. No será nada del otro mundo.
- Por favor - la voz de Murah apenas era un murmuro de desesperación contenida - no he hecho nada...
- Silencio, mujer -el tono de Níobe era calmado, dulce, como si cantase una nana en vez de condenar a Murah a muerte-. ¿No vas a permitirme verlo? Sabes que no encuentro tanto placer entre estos muros -señaló las paredes de la mazmorra- como Adara, pero aún así la muerte siempre tiene su interés. Nunca te he visto matar con tus manos, cariño -de nuevo le acarició el pelo-. Y si conoces nuestros planes, tendrás que hacerlo. No será la última vez. Sueles mandar a alguien a hacer el trabajo sucio, y lo entiendo. Pero también has de ser capaz de arreglar tus propios problemas tú solita. Lo sabes, ¿verdad, cielo?
- No es la primera vez que mato con mis propias manos - dijo serena Nyx - y ésta no será la última. Y no, no olvido nuestros planes.- Nyx miró a Murah con odio, era como si viera a Azcoy. Los odiaba a ambos en ese instante. Se habían mezclado en su vida sin ella darse cuenta. ¿O había sido ella la que había irrumpido en sus vidas? Meneó la cabeza para sacudirse las ideas y volvió la vista a Níobe - Vete. Vete de aquí, lo haré a solas.
La joven miraba sus grilletes y sollozaba, su cuerpo se convulsionaba por el miedo y el llanto, pero lo hacía en silencio. Nyx se preguntó cuál sería su propia reacción de estar en el lugar de Murah. Y se dijo que seguramente estaría maldiciendo a sus captores a pleno chillido.
- ¿Porqué tanto interés en quedarte a solas, Nyx querida? -Níobe sonrió con amabilidad, sujetó con fiereza la muñeca de su hermana y le puso la daga en la mano- ¿Escondes algo?
Nyx tomó la daga. Estaba extrañamente calmada.
- Despacio, cariño -susurró Níobe al oído de su hermana-. Despacio. Disfrútalo.
Nyx no parecía decidirse. Demasiada piedad, pensó Níobe. Esto no puede seguir así.
- Dime, mujer -se volvió hacia la campesina-, cuéntame cómo fue. Cómo te pidió que te casaras con él. ¿Te llevó a dar un paseo bajo la luz de la luna? ¿Te dijo que eras la única mujer para él?
Nyx vio por dónde iba su hermana y apretó la empuñadura de la daga entre sus dedos. Sus dientes casi chirriaron al cerrarse su boca y miró con odio a Níobe.
- ¿Qué tiene que ver mi prometido con esto? - dijo temblorosa Murah, las lágrimas habían ido dejando surcos en la suciedad de sus mejillas - esto debe ser una confusión, os lo ruego, dejad que me explique...
- ¡Cállate! - gritó Nyx fuera de sí. La cogió por el pelo e inclinó su cabeza hacia atrás, acto seguido la levantó del banco. Los grilletes tiraban de ella y seguía llorando. Si Azcoy viera aquello... sin duda la mataría.
- Yo soy la prometida de Azcoy el herrero, esto debe ser una confusión, nunca he tenido nada que ver con la nobleza, ni con la realeza, ni... - emitió un grito al notar cómo Nyx le retorcía aún más el cabello. - Por favor, -continuó- comprobad lo que os digo, él vendrá en seguida a confirmar lo que os digo... Azcoy vendrá y...
Nyx quería gritar de frustración, quería hacer callar a aquella maldita campesina que no dejaba de pronunciar el nombre de Azcoy. Quería hacerlo sin objeciones. Sin miedo a consecuencias, como siempre lo había hecho.
- ¿Cómo vas a conquistar el Putomundo si ni siquiera puedes controlar a un herrero? -susurró Níobe- Un herrero que pudiendo escogerte a ti, se ha quedado con eso -señaló a la temblorosa Murah-. Un campesino asqueroso que te ha rechazado.
- Oh, Dios mío - murmuró Murah - ¿Azcoy y vos? - y de repente, abriendo mucho sus grandes ojos exclamó: ¿Conquistar el Putomundo?
Nyx supo que nada se podía hacer ya. Su hermana se había salido una vez más con la suya. Como un autómata, apretó con más fuerza el cabello de Murah y la puso contra la apred, la resistencia que ofrecía la joven era más de la esperada, pero nada podía parar ya a la joven Reina. Estaba cegada por el deseo de matar, aquella campesina harapienta sabía más secretos que nadie, nada la haría salir de allí con vida. Las uñas de la joven prometida se clavaron en los brazos y el cuello de Nyx, que no dudó ni un instante, antes de rebanarle el cuello a la campesina de un solo tajo, dejando caer el cuerpo muerto al separarse de él. Miró hacia abajo, a la joven cuya mirada era ahora vidriosa, desangrándose con la fiereza que había demostrado en vida. Dejó caer la daga junto a ella. Los brazos le temblaban por el esfuerzo, pero en su rostro no se veía ningún atisbo de cansancio o pena... Completamente llena de sangre, pasó junto a Níobe al marcharse.
- Voy a darme un baño, hermana. - musitó.
Níobe observó su reflejo en la cabeza medio oxidada de una de las hachas. Se atusó el pelo, colocando en su lugar un mechón rebelde. Luego echó una última mirada al cuerpo todavía caliente de Murah.
Sonrió.
Se detuvo junto a la puerta que daba a los jardines, e intentó agudizar el oído, a la espera de oír los caballos de la guardia real, que traerían a Murah apresada, bajo orden de su hermana Níobe.
No sabía cómo deshacer el entuerto. No sabía cómo se las arreglaría para sacar a Murah sana y salva del castillo, pero lo haría. Y no por ella, obviamente, sino porque no quería bajo ningún concepto que Azcoy vagara como un alma en pena y la odiara hasta la extenuación durante el resto de sus días. No sabía cuánto sentía Azcoy por Murah, pero se dijo que lo suficiente como para casarse con ella. Lo cierto era, que se sentía confusa; sentir tanta empatía por alguien que no fuera una de sus hermanas la hacía sentir extraña y vulnerable. ¿Acaso le había dado el poder a Azcoy, sin quererlo, de hacerle daño en lo más hondo de su ser? ¿Pudiera ser que la pena de él, se convirtiera en su propia pena? ¿Qué estaba sucediendo?
Se trenzó un mechón de pelo mientras fijaba sus ojos, marrones y rasgados, en el camino de gravilla por el que tenía que aparecer la guardia. Sin embargo, mientras imagianaba a Murah siendo traída por los soldados del castillo, alguien tocó suavemente su hombro. Nyx se giró.
Encontró la mirada inquietante de Florea, la doncella muda de Níobe, la cual estiró su delicado brazo hacia ella y le mostró un pequeño sobre lacrado con el sello del Reino de Avernarium.
- ¿Qué significa esto? - le preguntó, aun sabiendo que no obtendría respuesta.
Tomó el sobre con brusquedad y antes de que se diera cuenta, Florea había desaparecido de su vista. Abrió el sobre con los dientes y extrajo la carta, al abrirla, una llave cayó de su interior. Miró la gran llave de hierro en el suelo y la reconoció inmediatamente. La llave maestra de las mazmorras. Se agachó a recogerla lentamente, mientras leía las palabras escritas de puño y letra de su hermana Níobe.
Regalo de cumpleaños por adelantado. Disfrútalo.
Lentamente.
N.
El corazón comenzó a latirle tan deprisa que pensó que todo Avernarium podía oírlo. Corrió hacia las mazmorras tan rápido como pudo, segura de que Murah estaría allí, y rezó para que aún siguiera con vida. Las escaleras de caracol que se adentraban en los pasadizos subterráneos la hicieron resbalar y casi caer. Había tantas celdas que no sabía por donde empezar, en la llave no había ningún número, ya que era la que abría cada puerta. Se puso histérica, no recordaba la última vez que se había sentido tan incapaz de controlar la situación y el sentimiento era desolador.
Se paró en mitad de uno de los pasillos de las mazmorras, bajo una antorcha. Respiró hondo y gritó:
- ¡Muraaah! - esa mujer la sacaba de quicio, más aún si tenía que salvarle la vida. - ¡Murah! - y comenzó a andar lentamente, aguzando sus sentidos ante cualquier susurro.
De entre las sombras, repentinamente, surgió la figura de su hermana. Destacaba sorprendentemente en el entorno, la oscura suciedad de los pasillos contrastando con la blancura de su delicada vestimenta; la peste a pobreza y miseria surcada por el tenue perfume a violetas de Níobe; el eco de los aullidos de los moribundos atravesado por su dulce voz. Mordía una manzana, con indiferencia.
- ¿Buscas a la campesina, cariño? -preguntó con ternura.
Nyx agradeció la luz tenue, que la ayudó a disimular su expresión de sorpresa al encontrar a su hermana allí.
- Exacto, hermana. - sonrió con malicia, fingiendo tan bien como podía - ¿dónde la tienes? Quiero ver qué aspecto tiene esa harapienta que cree ser la futura mujer de mi diversión favorita...
Níobe acarició el cabello de su hermana con delicadeza. En ocasiones Nyx puede ser tan sensible, pensó.
- Ven conmigo.
La llevó a una zona de las mazmorras prácticamente desierta. En una de las celdas estaba sentada una mujer con el rostro manchado de suciedad y los tobillos sujetos con grilletes.
- ¡Soy inocente! -chilló al verlas llegar - ¡No he hecho nada!
Nyx se quedó paralizada, miró a la prometida de Azcoy con una mezcla extraña de emociones, los celos la corroían como nunca lo habían hecho en su vida, mientras que la duda de cómo sacarla de allí la devoraba en silencio y le oprimía el pecho. "Maldito Azcoy -se dijo- ¡estás arruinando mis planes, mi vida, todo! ¿Cómo puedo querer salvar a tan inútil ser sólo por no hacerte sufrir?".
Nyx se acercó a Murah y la miró a los ojos, unos ojos enorme y negros como el carbón. Su pelo, negro también, era liso y brillante, hasta los hombros. Su piel era morena, como la de cualquier campesina obviamente. Nyx no la encontró fea, pero sí poca cosa para Azcoy.
- Cállate, imbécil. Nadie grita en mis mazmorras - dijo secamente Nyx. Luego dirigiéndose a su hermana, añadió - Déjame a solas con ella, Níobe.
La muchacha sonrió. Conocía demasiado bien a su hermana. Y lo que iba a hacer, lo hacía por su bien.
- No irás a privarme del espectáculo, ¿verdad? -dijo, sacando de su corpiño una daga hermosamente enjoyada.
Nyx tragó saliva imperceptiblemente, los ojos de Murah estaban muy abiertos y la miraban fijamente. Níobe le tendía su daga. Se dijo que esto se le había ido de las manos, sin saber cómo. La culpa era toda de Azcoy.
- Hermana, no manchemos tu daga con sangre del vulgo -sonrió Nyx, a su pesar. Señaló la pared contraria al engrilletado donde estaba atada Murah, y le mostró la espada y el hacha con símbolos reales que colgaban de la pared de piedra.- lo haré a mi manera. Y es algo entre esta campesina y yo. No será nada del otro mundo.
- Por favor - la voz de Murah apenas era un murmuro de desesperación contenida - no he hecho nada...
- Silencio, mujer -el tono de Níobe era calmado, dulce, como si cantase una nana en vez de condenar a Murah a muerte-. ¿No vas a permitirme verlo? Sabes que no encuentro tanto placer entre estos muros -señaló las paredes de la mazmorra- como Adara, pero aún así la muerte siempre tiene su interés. Nunca te he visto matar con tus manos, cariño -de nuevo le acarició el pelo-. Y si conoces nuestros planes, tendrás que hacerlo. No será la última vez. Sueles mandar a alguien a hacer el trabajo sucio, y lo entiendo. Pero también has de ser capaz de arreglar tus propios problemas tú solita. Lo sabes, ¿verdad, cielo?
- No es la primera vez que mato con mis propias manos - dijo serena Nyx - y ésta no será la última. Y no, no olvido nuestros planes.- Nyx miró a Murah con odio, era como si viera a Azcoy. Los odiaba a ambos en ese instante. Se habían mezclado en su vida sin ella darse cuenta. ¿O había sido ella la que había irrumpido en sus vidas? Meneó la cabeza para sacudirse las ideas y volvió la vista a Níobe - Vete. Vete de aquí, lo haré a solas.
La joven miraba sus grilletes y sollozaba, su cuerpo se convulsionaba por el miedo y el llanto, pero lo hacía en silencio. Nyx se preguntó cuál sería su propia reacción de estar en el lugar de Murah. Y se dijo que seguramente estaría maldiciendo a sus captores a pleno chillido.
- ¿Porqué tanto interés en quedarte a solas, Nyx querida? -Níobe sonrió con amabilidad, sujetó con fiereza la muñeca de su hermana y le puso la daga en la mano- ¿Escondes algo?
Nyx tomó la daga. Estaba extrañamente calmada.
- Despacio, cariño -susurró Níobe al oído de su hermana-. Despacio. Disfrútalo.
Nyx no parecía decidirse. Demasiada piedad, pensó Níobe. Esto no puede seguir así.
- Dime, mujer -se volvió hacia la campesina-, cuéntame cómo fue. Cómo te pidió que te casaras con él. ¿Te llevó a dar un paseo bajo la luz de la luna? ¿Te dijo que eras la única mujer para él?
Nyx vio por dónde iba su hermana y apretó la empuñadura de la daga entre sus dedos. Sus dientes casi chirriaron al cerrarse su boca y miró con odio a Níobe.
- ¿Qué tiene que ver mi prometido con esto? - dijo temblorosa Murah, las lágrimas habían ido dejando surcos en la suciedad de sus mejillas - esto debe ser una confusión, os lo ruego, dejad que me explique...
- ¡Cállate! - gritó Nyx fuera de sí. La cogió por el pelo e inclinó su cabeza hacia atrás, acto seguido la levantó del banco. Los grilletes tiraban de ella y seguía llorando. Si Azcoy viera aquello... sin duda la mataría.
- Yo soy la prometida de Azcoy el herrero, esto debe ser una confusión, nunca he tenido nada que ver con la nobleza, ni con la realeza, ni... - emitió un grito al notar cómo Nyx le retorcía aún más el cabello. - Por favor, -continuó- comprobad lo que os digo, él vendrá en seguida a confirmar lo que os digo... Azcoy vendrá y...
Nyx quería gritar de frustración, quería hacer callar a aquella maldita campesina que no dejaba de pronunciar el nombre de Azcoy. Quería hacerlo sin objeciones. Sin miedo a consecuencias, como siempre lo había hecho.
- ¿Cómo vas a conquistar el Putomundo si ni siquiera puedes controlar a un herrero? -susurró Níobe- Un herrero que pudiendo escogerte a ti, se ha quedado con eso -señaló a la temblorosa Murah-. Un campesino asqueroso que te ha rechazado.
- Oh, Dios mío - murmuró Murah - ¿Azcoy y vos? - y de repente, abriendo mucho sus grandes ojos exclamó: ¿Conquistar el Putomundo?
Nyx supo que nada se podía hacer ya. Su hermana se había salido una vez más con la suya. Como un autómata, apretó con más fuerza el cabello de Murah y la puso contra la apred, la resistencia que ofrecía la joven era más de la esperada, pero nada podía parar ya a la joven Reina. Estaba cegada por el deseo de matar, aquella campesina harapienta sabía más secretos que nadie, nada la haría salir de allí con vida. Las uñas de la joven prometida se clavaron en los brazos y el cuello de Nyx, que no dudó ni un instante, antes de rebanarle el cuello a la campesina de un solo tajo, dejando caer el cuerpo muerto al separarse de él. Miró hacia abajo, a la joven cuya mirada era ahora vidriosa, desangrándose con la fiereza que había demostrado en vida. Dejó caer la daga junto a ella. Los brazos le temblaban por el esfuerzo, pero en su rostro no se veía ningún atisbo de cansancio o pena... Completamente llena de sangre, pasó junto a Níobe al marcharse.
- Voy a darme un baño, hermana. - musitó.
Níobe observó su reflejo en la cabeza medio oxidada de una de las hachas. Se atusó el pelo, colocando en su lugar un mechón rebelde. Luego echó una última mirada al cuerpo todavía caliente de Murah.
Sonrió.
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