30.4.09

Fuego

Nyx se alejó a caballo del castillo, por primera vez no temía que la vieran dirigirse hacia la casa de Azcoy. El temor que ahora la abrumaba, era su reacción ante lo que tenía que decirle. Cierto es, que podría haber seguido el consejo de Níobe sobre qué hacer con respecto a Murah.

"Le diré a Gael que deje su cuerpo en mitad del bosque de Hyek, allí la encontrará algún campesino y todos pensarán que la mató un vándalo" le había dicho con su sonrisa maliciosa. No era mala idea... Pero Nyx no tenía ninguna intención de mentir, tenía pensado algo mejor. Diría la verdad.

Desde que había descubierto hasta dónde llegaban sus sentimientos por Azcoy, estaba huraña y crispada. Se odiaba a sí misma por haber caído en algo tan mundano y descontrolado como aquello. Propio de personas débiles, dependientes. No estaba enfadada por haberse enamorado de un herrero, sino por el simple hecho de haberse enamorado, y para colmo, sin percatarse. Y ahora sentía estar atrapada en una tela de araña que la tenía sujeta por cada poro de su piel. Para la gente esa sensación era placentera, para ella era un lastre, un obstáculo en sus planes, una maraña que no la dejaba ver el horizonte con claridad. Pero tenía en su mano la oportunidad de acabar con aquello. Y lo iba a hacer.

Mientras clavaba los talones de sus botas en el lomo de Hierro para que el animal galopara a más velocidad, pensaba en lo que iba a suceder a continuación. Lo tenía todo calculado. Al no estar segura de poder cumplir con su intención de no acercarse a él jamás, iba a contarle todo lo sucedido con Murah. Ésa era la manera perfecta de acabar con toda esa historia; él la odiaría hasta los tuétanos, él le prohibiría la entrada a su casa, él... incluso sería capaz de irse de Avernarium con tal de no volver a verla. Y ella acabaría olvidándole, sin más. Tarde o temprano, lo olvidaría, y su vida volvería a ser la de siempre.



Tiró de las riendas del caballo para frenarlo una vez hubo llegado al pequeño claro del bosque, donde estaba situada la pequeña casa de piedra, a unos cinco minutos a pie de Hyek, el pueblo donde estaba su herrería. Bajó del animal y lo ató rápido al poste de la entrada, las manos le temblaban.

Llamó a Azcoy, golpeó la puerta, pero nadie contestó. Maldijo en voz baja. No estaba dispuesta a volver al castillo dejando ese asunto sin zanjar. Al montar de nuevo en Hierro, notó que ahora las piernas le temblaban también, toda ella era un pequeño manojo de nervios.

Iría a la herrería, aún ni siquiera era mediodía, seguro que estaría allí . No sería vista por mucha gente, al fin y al cabo, casi todos estaban en las granjas en esas fechas.

Su propia presencia y el qué dirían al verla fue lo último en lo que pensó cuando vio la gran herrería ardiendo. El humo negro comenzaba a salir por cada ventana abierta. Bajó del caballo, que relinchaba ante el pavor de la proximidad de las llamas, y sin atarlo a ningún sitio se acercó corriendo al porche, donde había sólo dos hombres con mantas intentando extinguir las llamas que aún no habían devorado la estructura de la herrería. Gritaban y pedían ayuda, ni siquiera repararon en quién era aquella chica de piel tan pálida. La expresión de Nyx hablaba por sí sola, sus ojos rasgados dejaban ver la impotencia que la embargaba. Los hombres gritaron que había alguien dentro, tosían y pedían ayuda mirando hacia todos sitios. Ella, instintivamente supo que ese alguien atrapado dentro, debía ser Azcoy.

Corrió hacia la puerta de madera y dio una patada con todas sus fuerzas, sin embargo no se movió. Ella no desistió y siguió pateando la puerta hasta que ésta comenzó a crujir. Empezó a gritar el nombre del herrero mientras seguía dándole patadas al pomo, jadeando por el esfuerzo, las lágrimas recorrían sus mejillas pero ella no se daba ni cuenta. La puerta finalmente cedió y se abrió de par en par, dejando salir una humareda negra de su interior. Nyx se quitó la capa, bajo la mirada atónita de los hombres que intentaban sofocar el fuego con mantas, que ya sumaban media docena. Hizo un ovillo con su capa y se la puso sobre nariz y boca al tiempo que entraba en la herrería.

Se tiró al suelo, donde el humo no era tan denso y se veía mejor, aun así los ojos no dejaron de escocerle y llorarle ni un instante, y se restregó la capa para aliviar la picazón. Las llamas devoraban mesas y muebles, y hasta las vigas del techo comenzaban a crujir. Se deslizó deprisa sin preguntarse cómo lo haría luego para salir, sólo pensando en encontrar a Azcoy. Cuando discernió la silueta del hombre tirado en el suelo, dejó escapar un grito. Reptó hasta llegar a él y sacudió su cuerpo enérgicamente, sin éxito. Sintió una oleada de terror ante la posibilidad de estar ante el cadáver del hombre que amaba. El picor en la garganta la sacó del pánico para hacerla toser con tanta fuerza que estuvo segura de que sangraría. Miró a su alrededor con los ojos desorbitados, ansiosa, y vio una luz blanca a través del denso humo y de las luces anaranjadas que danzaban en las paredes, sin duda esa luz procedía de la calle, ¡era una ventana! Protegió la cara de Azcoy con su capa para filtrar todo lo posible el aire que estuviera respirando - si es que aún respiraba - y fue hasta el foco de luz a apenas dos pasos de allí. No esperó a buscar algo con qué partir el cristal, lo hizo con sus codos, rasgando el vestido y cortándose la piel. El humo empezó a escapar también por esa ventana pero le dio tiempo a coger una bocanada de aire limpio. Llenó sus pulmones cansados y vio figuras al otro lado de la ventana, le llegaron voces y gritos de los vecinos desde fuera, que se aproximaban. Se giró hacia Azcoy y comprobó con horror que un extremo de la capa había empezado a arder, tiró de ella y la apartó del cuerpo inerte del herrero. Hacía tanta calor que pensó que no podría soportarlo un segundo más. Dudó sobre las posibilidades de que Azcoy siguiera con vida, pero ciertamente, a ras de suelo el humo no era tan asfixiante. Mantuvo viva la esperanza y templados los nervios y tiró de los pies de Azcoy hasta que lo tuvo junto a la ventana rota. No fue hasta que cogió al hombre bajo los brazos para incorporarlo, que se dio cuenta de la imposibilidad de levantarlo y mucho menos de sacarlo a través de aquella ventana. Gritó mientras intentaba mover el cuerpo de Azcoy, hasta que las fuerzas le fallaron y cayó al suelo, junto a él. Comenzó a llorar de rabia y a golpearlo con fuerza. Le gritó y lo maldijo mientras las lágrimas le emborronaban de nuevo las visión.

- ¡Voy a morir aquí contigo, maldito! - gritó mientras no dejaba de llorar - ¡maldito seas Azcoy!

Las imágenes del cuello de Murah bajo su daga volvieron a su retina y las lágrimas siguieron deslizándose por sus sienes. La joven Reina estaba exhausta, tendida junto a él; alargó un brazo y tocó su pecho. Notó unos débiles latidos y pensó en la ironía que sería que ella fuera a morir incluso antes que él. Pensó en el sonido del fuego, en el crujir de la madera, en el calor sofocante. Pensó en el olor a quemado, en la muerte, en él. Pensó en el cuello bajo la daga. Las ideas le iban y le venían, la garganta le picaba pero ya no tosía. Vio formas a su alrededor, sombras, murmullos, cuerpos. Notó manos que la agarraban, brazos que la suspendían en el aire, voces que le gritaban... ella no se movía, se sentía en paz, relajada, en calma. No quería obedecer esas órdenes, no quería que la molestaran ahora, quería dormir, dormir siempre... y de repente... el aire frío entró en sus pulmones, y el viento azotó su cara.

- Maldición... - murmuró antes de desmayarse.

28.4.09

La gargantilla de Shult

Níobe lanzó otra mirada a su escritorio: la carta con el escudo de Alysium delicadamente miniado casi parecía observarla.
Una propuesta de matrimonio objetivamente inmejorable. La isla de Alysium era prácticamente paradisíaca, y, en términos económicos, su abundantísima producción de perlas, metales preciosos y gemas era un factor muy a tener en cuenta por alguien que iba a iniciar una guerra.

A su lado, el presente del condado de Shult, traído de la misma mano del hermano del Conde hacía dos días. Los shultes ocupaban una docena de habitaciones entre pajes, caballeros y demás parafernalia. El Condado de Shult era conocido en todo Putomundo por ser insoportablemente honorables, leales y caballerosos; el Conde había enviado a su bienamado hermano menor a escoltar el presente con el que solicitaba no ya la mano de Níobe, sino simplemente una audiencia.

Abrió la caja. Una gargantilla de rubíes de Shult de fascinante belleza. Los rubíes de Shult eran envidiados en todo el Putomundo por su pureza y tamaño inigualables, se decía de ellos que eran tan hermosos como el corazón de una doncella enamorada. Níobe pensaba que eso eran cursiladas, pero aún así la joya era impresionante, mucho más teniendo en cuenta que sólo era un presente para solicitar una audiencia.
El Rey Genar de Alysium no había sido tan considerado: un niñato ególatra y presuntuoso que apenas alcanzaba a atarse las calzas, pensó Níobe. Por el tono de la carta, o su Chambelán era inepto hasta la saciedad o el muy pelele de Genar la había redactado él mismo.
Sin embargo, un rey es un rey. Y un conde, por muy rico que sea, no deja de ser un conde. Por otra parte... se le antojaba infinitamente más interesante la idea de aceptar a Edaris de Shult. Conspirar sonriendo colgada del brazo de alguien tan honrado sin duda debía ser divertidísimo.



Hacía siglos los condados de Shult y Eren formaban parte del mismo reino, la corona de Renn. Cuando Eloisius IV de Renn murió, dejó dividido el reino para sus dos hijos en sendos condados. Con el paso de las generaciones ambos ducados se fueron enfrentando, desarrollando rivalidades. Dos pueblos tan sorprendentemente iguales que se detestaban. En el fondo seguían siendo rennianos: honorables, leales, valientes, tercos. Pero aún así, o precisamente por ello, ambos ducados mantenían un continuo tira y afloja.
Doce generaciones atrás el ducado de Erén cambió el nombre del reino. Reino de Erén. Los shultes se indignaron. Las relaciones diplomáticas entre ellos cayeron en picado.
Ambos terrenos disponían de unas tropas inmejorables, los famosos piqueros acorazados de Renn; sus caballeros eran famosos en todo el Putomundo por su gallardía y fiereza. Lamentablemente, los diplomáticos de la zona dejaban bastante que desear. Incapaces de reunificarse de modo pacífico, las tensiones aumentaron. A lo largo de la historia habían ido sucediéndose periodos de calma con momentos en los que cualquiera juraría que las cosas iban a estallar, pero jamás habían llegado a una guerra abierta.

Actualmente las cosas estaban más calmadas, pero Níobe se encargaría de arreglarlo.
Si era Shult quien conquistaba a Erén, no llamaría la atención y Níobe ganaría tiempo para dedicarse a su propia guerra. A la muerte de su marido ella heredaría ambos reinos, que pasarían a ser propiedad de la corona de Avernarium sin mover un dedo.

Por otra parte... Alysium. El perfecto, paradisíaco y riquísimo Alysium. Gobernado por un rey imberbe que sería muy sencillo dominar.

Lanzó una ojeada a Gael, quien permanecía firme en su puesto, atento a todo. En silencio, oculto.
Níobe suspiró.
- ¿Alysium o Shult, Gael?
Él abrió los ojos, sorprendido.
- ¿Mi señora?
- ¿Con quién contraerías matrimonio, Gael? ¿El Reino de Alysium o el Condado de Shult?
El soldado titubeó.
- Vos... ¿vais a casaros?
Le dedicó una mirada dolorida, vagamente traicionada. Rápidamente se repuso.
- ¿No...? ¿No deberíais tal vez escoger a vuestro futuro esposo por él mismo, y no por su reino?
Ella se echó a reír, escandalosamente.
- Todos los hombres sois iguales, Gael. La única diferencia es la dote que aportéis.
Él tragó saliva. Después, fingiendo indiferencia, contestó:
- El Condado de Shult es más pequeño, pero la riqueza de sus minas y el valor de sus soldados lo hacen más valioso a mi criterio que el Reino de Alysium. Aunque lo más valioso que hay en Shult es el honor de sus habitantes -su tono se volvió amargo.
- ¿Te da pena que el pobre conde tenga que cargar con una víbora como yo? -sonrió con conmiseración.
Alguien llamó a la puerta de su despacho particular.
- Adelante.
La figura del mensajero de Shult, el hermano del Conde, se perfiló en la entrada.
- Mi señora, ¿me habéis mandado llamar?
- Tomad asiento. ¿Deseáis beber algo? -señaló vagamente el vino-. Os he mandado llamar porque he tomado una decisión. Sabed que vuestro hermano tiene competencia, competencia de sangre Real -señaló la carta de Alysium-. Sin embargo, vuestro hermano ha sido infinitamente más considerado conmigo que Genar de Alysium. He decidido invitar a vuestro hermano al tiempo que a Su Majestad Genar a pasar una temporada en el castillo.
El noble asintió.
- Comprendo vuestra disyuntiva, mi señora. Sin duda saber que consideráis su propuesta alegrará el corazón de mi hermano.
- Considero su propuesta, y muy seriamente. Sin embargo, no quiero que el Conde se llame a engaño. Sabed desde ahora que si vuestro señor se casa conmigo tendrá que aceptar ciertas cláusulas.
- ¿Cláusulas, mi dama? Sin duda poder gozar de vuestra compañía merece la pena tolerar algunas pequeñas particularidades... -los modales del shulte eran intolerablemente perfectos. En las sombras, Gael se tensó, rabioso.
Níobe extendió un pergamino hacia Briye de Shult, quien comenzó a leerlo con la calma de un diplomático profesional.
- El punto uno y el tres no son negociables en absoluto -comentó Níobe.
- El conde será a todas luces considerado consorte de la Reina de Avernarium y no Rey en pleno derecho -leyó-; número tres: el heredero de Avernarium será el primogénito de la Reina conjuntamente con el primer hijo de cada una de sus hermanas -asintió-. Mi hermano es un hombre razonable. Quizá... tenga algo que decir con respecto a la octava, pero no soy yo quien ha de decidirlo. La número cuatro -crispó el semblante- ha de ser eliminada. El conde no os será infiel en ningún momento, un matrimonio es un juramento y un juramento es sagrado.
- Por supuesto -concedió ella-. Sobre el resto...
Sirvió otra copa de vino.



- Volved a vuestro hogar, entonces, con la invitación para el Conde. Vos podéis acompañarle de vuelta, si lo deseáis -esbozó su sonrisa más amable-. Hoy mismo enviaré un mensajero a Alysium. Aproximadamente tardará tres semanas en llegar; y suponiendo que el Rey Genar salga de inmediato, cosa que dudo, tardaría como mínimo dos meses en llegar aquí con toda su corte. Si vuestro hermano viene antes, disfrutará de todo mi tiempo para él.
Gael se revolvió, molesto, pero Níobe lo ignoró.
- Señora, sin duda mi hermano partirá presto en cuanto conozca de vuestras intenciones -la educación y los modales corteses de Briye de Shult eran impecables-; la posibilidad de contemplar vuestra legendaria belleza empujará su voluntad. Disculpad que intervenga en algo que no es de mi incumbencia, pero -parecía genuinamente sorprendido- Su Majestad el Rey de Alysium no os ha agasajado como exige la buena educación, ha enviado un mero paje con un mensaje, ha...
Las conversaciones cortesanas eran una tentación insorportable para los antiguos rennianos. Se decía que el suspiro de una dama en apuros bastaría para paralizar todo el país, a tal punto llegaba su afición, casi su necesidad, por el romanticismo y los ideales caballerescos. Níobe sabía esto perfectamente, y pensaba utilizarlo en su propio beneficio.
- Si me casara con un hombre -Níobe le interrumpió, adoptando la pose de damisela nostálgica que tanto adoraban los shultes-, no pasaría por alto esos detalles. Pero sois consciente de que pertenezco a mi pueblo.
Briye hizo una educada reverencia, tomó la mano de Níobe y, besándola, dijo:
- Lo comprendo, mi señora -suspiró brevemente-. Espero volver a veros pronto. Si me lo permitís, partiré cuanto antes con la buena nueva para mi hogar.

27.4.09

Puñal y Evahl


Puñal se deslizó en el pueblucho y entró a la herrería sin que nadie se percatara. Hoy era Puñal.


De aspecto vulgar, cierto aire vago e incierto que hacía que la gente apenas repare siquiera en su insulsa presencia, con lo que antaño fue un peto de cuero pero ahora hacía las veces de chaquetilla sobre una simple camisa de paño con los cordones del cuello desanudados, y calzas oscuras y gastadas, amén de botas desparejas que parecían a punto de desmoronarse, su apostura no llamaría la atención a nadie para que se fijase en su rostro, lo que de inmediato habría captado la atención de cualquiera que viese más allá de la aparentemente ninguneable persona de aquel individuo.


A pesar de tratar de mantener un gesto impasible, tenía arrugas en el ceño, de fruncirlo, y un brillo extraño, inquietante, en lo más profundo de sus ojos color miel; una nariz prominente, aunque no fuera de lugar en las duras facciones, que parecían esculpidas y afiladas por un herrero. Su labio superior era fino, pero el inferior resaltaba ligeramente, y en su mentón asomaba una barba de varios días que nunca parecía crecer ni ser afeitada. Una pequeña cicatriz, blanca como la nieve sobre una piel no poco pálida, recorría su sien izquierda. En secreto, bajo las ropas llevaba más de mil marcas con el mismo tamaño y forma, retazos de un duro adiestramiento en un lugar no menos duro, cuyo nombre incluso los más tiranos pronunciaban con cautela. La que lucía a plena vista sólo indicaba el fin de su entrenamiento, una especie de regalo de despedida para cuando saliese de las negras murallas de Coh'Gorza, un recordatorio de no volver, y de buscarse una vida lejos del hogar de los Sombras de la Niebla, más comúnmente llamados Los Marcados, y secretamente, en susurros temerosos y cuentos para asustar a los niños, apodados Desposeídos. Aunque la gente los llamase Marcados, nadie era capaz de reconocer esa Marca, sin embargo.


Alto y esbelto, caminaba la mayor parte del tiempo con andares desgarbados, para no parecer una amenaza a nadie hasta que ya fuese demasiado tarde. No corpulento, aunque de fibrosa y marcada musculatura bajo las ropas, forjada como el acero de una buena espada, a golpes de martillo y llamaradas. Así podría definírsele, si se fijase alguien en él más que el vistazo que suele confirmar su prescindibilidad. Como el acero, duro y frío.Y toda su dureza y frialdad, toda esa amenaza velada a medias en su mirada, una de las miradas más peligrosas y aterradoras de Putomundo, era precisamente el arma necesaria para localizar y derribar enemigos contra los que, a veces, no convenía tomar medidas abiertamente.

Enemigos que no podían permitirse humillar por un motivo u otro.

Enemigos de esos que se guardan en casa.

Pero el enemigo que había encontrado por casualidad ese día no era nada de eso. Era una simple amenaza fortuita a los planes de sus señoras, pero su obligación era que esas amenazas, para empezar, NO existiesen. De algún modo, todo aquel asunto del juguete de Su Majestad Nyx había sido llevado en secreto hasta ahora, pero la posibilidad de errores futuros, y de descubrir la aventura, ya era bastante para que él tomase un curso de acción sin consultar a sus amas antes.


El herrero, un joven alto (más que él, algo poco usual) de anchos hombros y musculatura curtida por el trabajo en la forja, martilleaba sobre una anilla de metal que seguramente se usaría para la rueda de un carromato. Reconocía a un buen artesano cuando lo veía, ya que él mismo tenía formación golpeando el metal candente sobre el yunque, pero eso no hacía que sintiese más empatía hacia ese tal Azcoy, cuyo nombre había oído de pasada en las mazmorras mientras otorgaba a un reo demasiado impaciente y que había dejado de tener utilidad la que sería su última comida. Al parecer, sus amas habían capturado a la prometida del afortunado (o desafortunado) hombre que gozaba de las atenciones de su señora, y la habían asesinado después de que la Ama Níobe mencionara sus planes de conquista (la Ama Níobe nunca mencionaría algo así por casualidad, estaba convencido de que lo había hecho a propósito para que la Ama Nyx se viese obligada a acabar con aquella campesina).


Se detuvo un instante, observando el lugar de trabajo, buscando fisuras, sin que su presencia fuese advertida. Sus Majestades no le habían dado ninguna orden. Es más, por lo que había oído, probablemente Nyx se habría negado a su curso de acción, por motivos personales (aunque ella lo negaría incluso con vehemencia), y Níobe también habría dicho que no, para tener algún modo de que su hermana reaccionase, bajase de las nubes y se concentrase en lo realmente importante que se traían entre manos. Pero era una amenaza. Y él acababa con las amenazas, sirviendo a sus amas como mejor dispusiera. Incluso podrían haberle ordenado expresamente que no interfiriera en el asunto, y él no habría podido desobedecer. A veces, uno debía actuar por su cuenta para hacer lo que creía mejor.


El tipo dio media vuelta, examinando la anilla de hierro, y, al alzar la vista, dio un respingo por ver a ese extraño parado de pie en mitad de su herrería, observándolo todo con aire de inocencia.


- No os había oído - murmuró echándole un vistazo de arriba abajo. Parecía el típico campesino, a pesar del sigilo con el que había aparecido, así que no le dio mayor importancia, y dejó la anilla sobre otras tantas con el mismo tamaño aproximado - ¿En qué puedo ayudaros, mi señor?


Puñal apenas le dedicó un vistazo por el rabillo del ojo antes de acercarse a las herramientas metálicas alineadas contra la pared, todas utensilios de labranza, como si las examinase con repentino interés. Azcoy, suponiendo que se trataría de un cliente, se acercó a él.


- ¿Buscáis una azada? Puedo recomendaros... - alargó la mano hacia la más equilibrada y ligera de las que había fabricado, calculando con un nuevo repaso a la vestimenta de su silencioso visitante el dinero que podría gastar. Un borrón pasó ante sus ojos, y apenas pudo parpadear antes de que todo su campo de visión se oscureciese y los chisporroteos del fuego se fuesen diluyendo en su consciencia, hasta que el último sonido que pudo oír, sus propios latidos, también se desvaneció.


Puñal volvió a colocar el martillo de herrero en la mano, ahora laxa, del joven, y puso su cuerpo inconsciente ante el yunque, apoyando después esa última anilla sobre éste. Con una de las azadas, la misma que Azcoy había estado a punto de ofrecerle, esparció los carbones de la forja por toda la herrería, cuyas paredes de madera (eso indicaba la extrema pobreza del pueblo, que corría un riesgo así al poner un intenso fuego cerca de madera seca) empezaron a prenderse con premura, aunque no la bastante.Extrajo de uno de sus múltiples bolsillos secretos un frasco que contenía un líquido negro. Lo vertió en su boca, sin tragar, y sin componer siquiera una mueca de desagrado por el repulsivo sabor, y escupió sobre las llamas, provocando una explosión que aceleró la propagación de las llamas hasta una velocidad que consideró aceptable. El pozo estaba cerca, pero la mayoría de gente estaba en las granjas en esa época, y los otros artesanos (un techador y un curtidor de pieles) tenían sus locales en el extremo opuesto del pueblo, así que nadie frenaría que el fuego consumiese todas las pruebas.


Ya anocheciendo, cogió sus otras ropas del pozo sellado, algunos kilómetros al norte de las murallas, donde siempre las guardaba, y se encaminó hacia la pequeña cabaña en el bosque donde había dejado atado a su caballo. La bruja que allí vivía, una curandera a la que habían cortado la lengua y expulsado de su tierra natal por utilizar hierbas y encantamientos en sus curaciones, era ciega de nacimiento, pero era capaz de reconocer un Espino Carmesí por el olor, algo que ni siquiera él, con todo su entrenamiento sobre venenos, habría podido hacer. Dejó una moneda de oro sobre la callosa mano de la anciana, y volvió a palacio, ahora con la sonrisa de suficiencia de Evahl, y sus caros ropajes de seda azul con bordados dorados. Ese simple gesto pareció convertirlo en una persona completamente diferente.

25.4.09

Tensión

Para cuando Nyx hubo subido al ala norte del castillo, donde se encontraban sus aposentos, la sangre de Murah ya se había secado en su propia piel, en sus brazos desnudos y su pálido busto. El olor a óxido de la sangre de Murah se apoderó de su garganta y de su saliva. Su boca sabía a sangre tras haber respirado ese olor tan intenso. Se miró las manos, completamente manchadas de un rojo oscuro y entró en su dormitorio principal, pensativa. Respiró hondo y llamó a Juls. Al no aparecer la joven, tocó la minúscula campana de plata que descansaba en la consola, bajo un gran espejo enmarcado con brocados de oro. Nyx odiaba esperar y más aún a su propia sirvienta. Últimamente Juls andaba despistada, era obvio, si hasta Nyx se había dado cuenta. Ella, cuyos pensamientos iban siempre en un mundo paralelo, que impedían a cualquiera saber qué pensaba, qué sentía y con qué estado de ánimo contestaría a dos preguntas iguales hechas en días diferentes.



La campanilla no surtió efecto y Nyx comenzó a sentir cómo la invadía la cólera, la misma que había sentido minutos antes, mientras degollaba a Murah de un tajo limpio. Salió a los pasillos y gritó el nombre de Juls. Una sirvienta cuyo nombre no recordaba la miró con los ojos muy abiertos y se acercó a la Reina.



- Mi Dama Nyx - murmuró la muchacha, algo rechoncha pero con una graciosa cara llena de pecas. Nyx pensó que no debía tener más de veinte años.- Juls no se encuentra en estos momentos. ¿Puedo ofrecerle mi ayuda en lo que desee, señora?



Nyx la miró extrañada de arriba a abajo, y la doncella intentó no fijarse demasiado en el aspecto de su reina, completamente cubierta de sangre.



- ¿Dónde está Juls? - entornó los ojos, desconfiada - Y recuerda esto antes de contestar, querida; Si me mientes, aunque sea tan sólo en una coma, será tu sangre la que me salpique. -





La doncella, bajó la vista y gimió.



- Señora... yo... no lo sé.- dijo empezando a temblar la joven sirvienta.



Nyx se acercó a ella, sus nervios no estaban para banalidades absurdas, la tensión empezaba a poseerla de nuevo. Con un gesto rápido, le cruzó la cara con tanta fuerza que la joven tuvo que dar varios pasos atrás para no caer al suelo.



- A la siguiente mentira - le susurró Nyx, dispuesta a no perder ni un segundo más con aquello - te...



- Está con Heen, mi señora, un guardia. Me ha pedido que la cubra por si usted volvía, señora, no sé qué estará haciendo, pero puedo imaginarlo, señora. Yo sólo le hacía un favor a Juls, yo no he hecho nada. Os lo suplico.



Nyx tomó aire y gritó tanto como pudo, llevada por la ira acumulada y los nervios aún no controlados del todo.



- ¿¡Nadie en este maldito castillo tiene la decencia de serme leal!? - fue gritando por el pasillo hasta sus dormitorios, los sirvientes salían de todos sitios para contemplar la inusual escena.- ¡Que alguien me prepare un baño de agua caliente! - Se paró en seco y miró a todos los que la contemplaban - ¡y lo quiero ahora! - Mientras las doncellas se apresuraban y se pisaban entre ellas para llevar a cabo las órdenes de la Reina, los sirvientes cabizbajos, para que sus miradas no se cruzaran con la de ella, se apresuraron a seguir con sus labores. - Maldita Juls - murmuró mientras entraba en su dormitorio de nuevo.



En un santiamén la bañera de cobre estaba llena de agua humeante y la superficie totalmente cubierta de espuma. Cuatro sirvientas miraban temerosas las punteras de sus zapatos. Nyx no estaba acostumbrada a que la temieran, más bien, solía desconcertarlas. Estaba claro que el día de hoy estaba siendo peculiar, cuanto menos. Se quitó el vestido negro y blanco, lleno de sangre, con destreza y también las enaguas. Lo dejó todo en el suelo y mandó quemarlo.





Las doncellas cumplían sus órdenes sin mirar directamente la desnudez de su Reina. Ella, justo antes de entrar en la inmesa bañera, les ordenó salir y que llamaran a la guardia, para que hubiera un soldado esperándola en las puertas del dormitorio cuando ella hubiera acabado con el baño. Las cuatro sirvientas asintieron, y salieron presurosas de la habitación.



La Reina entró en la bañera y dejó que el calor le calmara los nervios poco a poco, primero las piernas, luego la entrepierna, el vientre, la espalda... hasta que todo su cuerpo quedó inmerso en el agua con aroma a azahar. Aguantó la respiración y se quedó bajo el agua, pensando en lo ocurrido. Revivió los momentos en los que Murah rogaba por su vida, recordó sus ojos enormes, en el momento que supo que algo había pasado entre ella y Azcoy. Y por último, sus labios repitiendo el plan de la conquista, la conspiración guardada con tanto celo en boca de una campesina cualquiera. Tras aquello, el tajo limpio, rápido, conciso que le había arrebatado la vida. Sus pulmones no resistían más bajo el agua y Nyx salió a la superficie dando una gran bocanada de aire. Miró el agua de la bañera, que era ahora de un tono rojizo. Comenzó a frotarse enérgicamente con las esponjas blancas de algodón, volviéndolas rosas. Se frotó tan fuerte que la piel le dolía, jadeaba mientras lo hacía y en cuanto hubo terminado salió de la bañera como si el agua quemara.



Se enrolló en una gigantesca toalla blanca y miró por el gran ventanal, temblando levemente. Pensó en Azcoy. En Murah. En Níobe. En lo acontecido y en cómo no había sabido resolverlo como a ella le hubiera gustado. ¿Cómo se podían haber torcido tanto las cosas en sólo un par de días? Necesitaba volver a su calma habitual, a su evasión deliberada del mundo que la rodeaba cuando lo necesitaba, a sus paseos a caballo sin nada en la conciencia.



Echó la vista 1 año atrás.



Azcoy había llegado al establo para cambiar las herraduras a Hierro. Nyx quiso ver cómo lo hacía, supervisar el cambio de herraduras era algo que la fascinaba. Y entonces lo vio. Era la primera vez que Azcoy venía a un trabajo en el castillo. Nyx estaba acostumbrada a su padre, el herrero más afamado de Avernarium. No sabía siquiera de la existencia de un hijo, ya que Nyx era de pocas palabras, y en las ocasiones en las que había necesitado sus servicios, se había limitado a hacer alguna que otra pregunta sobre las herraduras al hombre, y no sobre su vida personal.



Azcoy y ella estuvieron largo rato en el establo aquel día, los guardias esperaban en la puerta, sin quitar un ojo de encima al joven, hasta que Nyx, les hizo una discreta seña con la mano para que se mantuvieran fuera y tranquilos.



- Si me permite, Majestad, le diré que no sabía que Nyx I "La Misteriosa", montara sólo un caballo.

- "La Misteriosa"...- repitió mirándolo fijamente, y advirtiendo que él se acababa de arrepentir de utilizar aquél sobrenombre popular. - ¿así es como me llama el pueblo? - dejó ver una fugaz sonrisa en sus ojos rasgados, y arrugó su pequeña nariz, pensativa - Había escuchado que a la Reina Níobe la llaman "La Reina de Hielo"... sí. Pero no sabía que yo o Adara tuviéramos un sobrenombre también...- sonrió finalmente, divertida. Y mirando de nuevo al ya más tranquilo herrero, le confesó; -Como podrás imaginar, aquí nadie nos dice ese tipo de cosas, aunque las sepan.

- Son sobrenombres bellos, mi dama. - dijo Azcoy, mientras terminaba su trabajo con la última herradura. Hierro como siempre, se comportó tal y como lo hacía su dueña. Tranquilo, seguro y pensativo.- Y debo decir, que el suyo, le viene como anillo al dedo- y se incorporó, quedando de frente a su Reina, percibiendo ambos que era una cabeza más alto que ella. Nyx aspiró su aroma a hierro y a hierba fresca, notó la proximidad de él, su cuerpo, sus grandes manos, su aliento a manzanas verdes, su nariz recta, sus ojos penetrantes que la miraban fijamente, sin temor.



Nyx no pudo soportar ni un segundo más la presencia de aquel joven y se fue turbada, sin despedirse, como una exhalación, del establo.



Y ahora, un año después, se encontraba en esa tesitura. Sin embargo, no sólo era un problema el haber matado a Murah, sino la certeza que había sentido, tan profunda, de estar enamorada de Azcoy. Algo totalmente fuera de sus planes, fuera de su mente, fuera de previsión y de sentido. Algo que tenía que remediar y que no tenía ni idea de cómo llevarlo a cabo.



De repente, recordó algo, dejó de contemplar los jardines por el ventanal y fue hacia la puerta de su dormitorio, aún envuelta en la toalla. Abrió las puertas, y de esa guisa, le dijo a los guardias que esperaban allí según sus órdenes:



- Guardias, apresad a mi sirvienta Juls y a un guardia llamado Heen, llevadlos a las mazmorras...- y antes de meterse de nuevo en el dormitorio, giró la vista de nuevo hacia los guardias y les dijo; -en celdas diferentes, por supuesto. - y cerró la puerta.



- Sí, mi Dama Nyx- dijeron al unísono ambos guardias a la puerta de roble.

24.4.09

Preparando la conquista

Adara estaba encerrada en una gran sala llena de frascos de cristal con diferentes contenidos. Llevaba su vestido más liviano, la primavera estaba siendo bastante calurosa, y a pesar de la tormenta hacía calor. Tenía sus notas a buen recaudo, ahora sólo necesitaba perfeccionar la pócima y comprobar que funcionaba.

Mezcló magistralmente el contenido de al menos quince recipientes de diferentes tamaños y colores y lo apartó a un lado. Acto seguido se puso a mezclar el contenido de otros tantos frascos, mirando atentamente a un libro sobre herbología mágica. Cuando hubo terminado llamó a su doncella.

- Lys, te necesito, ven rápido.

- Sí, Señora, a sus órdenes, Señora, ¿qué necesita?

- Lys, tu has visto lo que ha pasado ahí abajo, ¿he cambiado de aspecto en algún momento?

- No, Alteza. -La cara de Lys dejaba ver que había algo que no le encajaba en todo aquello.

- Lys, puedes hacerme cualquier pregunta, y después voy a necesitar de tu ayuda.

- ¿Por qué os llamó Vrila ese hombre?

- Porque estaba hechizado para ver a Vrila, no a mí. A pesar de que mi aspecto era el de siempre, como tu misma pudiste comprobar, él veía a quien deseaba ver. ¿Recuerdas lo que pasó en las mazmorras? ¿Lo recuerdas todo perfectamente?

- Sí, Señorita Adara -Lys se sonrojó visiblemente- era la primera vez... la primera vez que... veía... -la muchacha bajó la cabeza- a un hombre completamente desnudo y haciendo esas cosas con una mujer. -Finalizó la frase con una vocecilla casi inaudible

- Está bien, pequeña, tendrás que ayudarme después a completar mis notas. Vas a serme de gran ayuda, y recibirás tu recompensa por ello. -Adara, en un gesto absolutamente inusual en ella, pasó la mano por el cabello de su joven doncella. -Ahora vete a mis aposentos y prepárame ropa de viaje de hombre y una daga ceremonial, cuando lo tengas vuelve.

- Como desee, Alteza. -Lys salió corriendo en dirección a los aposentos de Adara y cuando cerró la puerta tras de sí, Adara pronunció un antiguo conjuro que hizo que las dos pociones refulgieran dentro de sus vasijas. La reina deseó no haberse equivocado con nada, un error podría ser fatal.

A los pocos minutos, Lys llamó a la puerta y dijo a la Reina que ya estaba todo organizado.

- Pequeña, necesito que prestes mucha atención, cierra y traba la puerta. -Mientras Lys cumplia órdenes al instante, Adara cogió una de las vasijas y bebió un trago de poción- Ahora no debes asustarte, mi familia sabe hacer esto desde hace muchos años, no te preocupes. -La voz de Adara había tomado un deje masculino bastante familiar.

- ¡Alteza, os está saliendo barba! ¡Y tenéis la misma voz que el esclavo! ¡Señora, qué os sucede!

- Lys cálmate, te he dicho que no te asustaras, baja la voz o tendré que castigarte. -Adara guardó silencio unos minutos y después se dirigió a la joven. -A ver, Lys, voy a quitarme el vestido y quiero que me digas qué diferencias hay con Hugo. Fíjate bien, porque necesito perfeccionar ésto antes de empezar con el siguiente paso. -Adara se quitó el vestido. Su aspecto era exactamente el mismo que el de Hugo. Nadie habría podido diferenciarlos.

- Señor... Señora... Majestad... no encuentro ninguna diferencia.

- Estás segura de que te fijaste bien en aquel hombre, ¿verdad?

- Sí, Alteza, completamente segura... era la primera vez... pero si no hubiera estado a su servicio ya me habría violado algún bestia de esos en casa de mi madre. -La muchacha sonó agradecida.

- Gracias, Lys. Ahora voy a volver a mi aspecto, no te asustes. -Adara dió un trago del otro recipiente y, mientras su melena volvía a su largo habitual, se le iba cayendo todo el vello masculino, en pocos instantes volvió a tener su aspecto de siempre... salvo porque parecía haber vuelo a la primavera anterior.

- Señora ¿seguro que todo ha ido bien?. -Lys estaba ligeramente asustada, era la primera vez que veía a su ama hacer magia.

- Sí, preparame un baño, que ahora mismo voy. -Adara se miró al espejo y pensó que apenas se notaba que había rejuvenecido, quizás no tuviera que matar a demasiada gente en la corte de Vrila.

Tendría que guardar bien su daga, porque iba a necesitar unas cuantas muertes ceremoniales para mantener oculta su verdadera identidad... y no quería que volviera a suceder lo que pasó con Níobe cuando se empeñó en mantener un eclipse, más de veinte prisioneros muertos para devolverla a su edad y una semana cambiando pañales. La magia de las Reinas de Avernium era un poco engorrosa en cuanto a efectos secundarios, pero por otro lado siempre serían Reinas jóvenes y hermosas... al menos siempre que siguieran haciendo magia.
Todas las familias que tenían magia en sus venas pagaban un precio. Una tara. En el caso de la sangre De Avernarium era sencillo: la magia rejuvenecía. Esto, que en un principio podía parecer una ventaja, era en realidad un tremendo límite. Un hechizo demasiado prolongado y podías no ya morir, sino desnacer. Níobe casi había pagado ese precio una vez. Un arcano hechizo para controlar el movimiento de los astros le exigió tanto poder que terminó, literalmente, en pañales. Su cuerpo rejuveneció hasta tener menos de un año de edad, y quedó convertida en un bebé durante semanas, en lo que sus hermanas prepararon una expiación acorde. Así se contrarrestaba el efecto de la juventud: llamando a la muerte. Sacrificando ritualmente vidas en cantidad proporcional a los años que fuera necesario recuperar.

Adara fue a buscar a sus hermanas, para comunicarles que ese mismo día saldría a iniciar la conquista de la corona de Vrila.

La Sombra



Los símbolos estaban escritos. Las velas encendidas. Los cánticos susurrados. Gael velaba a su señora, situado prudentemente tras ella, con la mano sobre el pomo de su espada. Algo en su instinto de superviviente le decía que se arrepentiría de no romper el espejo a tiempo.
Níobe extendió las manos de largos y delicados dedos sobre las páginas del grimorio.
- Y ahora... te meae dispositioni praebeas, anime lemurum. Muéstrate, Sombra de Sergei de Raven.
El espejo susurró. El reflejo de los aposentos de Níobe desapareció, y en su lugar lo ocupó una densa niebla que poco a poco tomó forma. La figura era tenue y translúcida, y sólo estaba bien definido el busto aunque se intuían sus vestiduras. Ricas y de buena confección, por lo que parecía. El que se perfiló al otro lado del vidrio era un atractivo hombre de unos treinta años, de ojos oscuros y rostro delgado, casi anguloso, de cuidada perilla y una sonrisa de víbora. Su cabello negro y largo ondeaba lentamente con una brisa espectral.
- Quién me llama -la voz susurraba, creando fantasmagóricos ecos que se confundían con los leves sonidos del chisporroteo de las velas.
Níobe sonrió, satisfecha.
- Su Majestad Níobe IV de Avernarium, hechicero.
La figura en el espejo hizo una reverencia no carente de burla.
- Un honor, Majestad -susurró la sombra, sonriendo torcidamente.
- Ahórrate el protocolo, sombra.
- Sombra... -el gesto del hechicero se tornó pensativo-. Entonces, todo se ha perdido...
- No todo, espectro. Para mí sólo ha empezado el ascenso al triunfo.
- Una sombra. Un recuerdo -el reflejo ignoró el comentario de Níobe-. ¿Cuánto tiempo ha pasado, graciosa Majestad? -demandó de pronto.
- ¿El afamado Duque Negro necesita información? -preguntó Níobe a su vez, con un deje burlón. Él simplemente la miró con fijeza hasta que se sintió incómoda por tan intenso escrutinio-. Casi seiscientos años, hechicero. Y si no quieres apearme el tratamiento -añadió, ligeramente irritada-, llámame por lo que soy. Tu señora.
La figura de Sergei de Raven inclinó casi sumisamente la cabeza. Casi.
- Sí, mi señora Níobe IV de Avernarium. Y compañía... -al volverse sus ojos hacia Gael, éste sintió que un escalofrío le recorría la columna vertebral.
- Olvídate de la compañía, sombra. Yo soy lo único que ha de interesarte.
La sombra del hechicero sonrió con lascivia. Sus ojos recorrieron ávidamente el cuello de porcelana de la joven, sus labios carnosos, su delicado perfil.
- Por supuesto. Acaparáis toda mi atención.
Níobe entornó los ojos, miró al hechicero y luego desvió la vista al grimorio.
- A grandes rasgos, espectro, te interesa saber que estoy a punto de comenzar la mayor guerra de toda la historia del Putomundo. Cuando los ríos de sangre dejen de correr, mis hermanas y yo reinaremos sobre todo y sobre todos. Y aquí es donde entras tú. He estado leyendo tu grimorio, Duque Negro. Hay cosas aquí -tamborileó suavemente sobre el libro- que podrían serme muy útiles. Sin embargo... fuiste precavido, sombra. No es fácil descifrar tus textos.
Ella permaneció en silencio unos instantes, cogió una copa de vino y dió un pequeño sorbo.
- Conoces las reglas, recuerdo. Sé que intentaste hacer antes con otros lo que yo estoy haciendo contigo. Tengo el espejo y el grimorio. He ejecutado el hechizo, con éxito -sonrió con orgullo-. Debes servirme.
- Bien es cierto que nadie antes lo había logrado, mi señora Níobe -contestó con sencillez-. El que vos hayáis tenido éxito donde otros sólo logramos una efectista y barroca decoración para el salón dice mucho de vuestro...
- ¿Poder?
- Iba a decir dominio del Arte, mi señora. Lo del poder estaría por ver.
- Esas declaraciones evidentemente insultantes -contestó Níobe, mostrando sus blanquísimos dientes en una sonrisa-, proferidas por un mero recuerdo, carecen de todo valor. Sólo existes porque yo asi lo he querido, así que no olvides dónde estás -añadió, señalándole con el índice-: detrás de una lámina de vidrio.
El antaño Duque de Raven se inclinó en una profunda reverencia, conciliador.
- Mis disculpas, mi señora. Sé a quién debo lealtad.
- Pues no lo olvides -dijo ella, todavía burlona-. No tengo más que romper ese endeble artefacto tras el que estás para devolverte a las nieblas de la no-existencia. Dependes de que a mí me apetezca conservarte.
- ¿Y qué es aquello para lo que yo podría servirle a tan magnánima señora?
- Eres un bufón, mi querido ex-Duque -sentenció ella. Prefirió ignorar el leve destello ambarino que apareció por un instante en los ojos de la sombra-. Pero un bufón útil, no obstante. Serás una herramienta excelente.
- Puede que sólo sea la sombra de un Duque, y vos una Reina viva, pero no tengo porqué permitiros esos insultos, señora. Si tan bién conocéis el hechizo seréis consciente de ciertos... vacíos legales en él. He de serviros, así es. Más cuidado.
Ella se echó a reír.
- Es encantador encontrar algo de resistencia. Tras años soportando a serviles y débiles, será un reto tratar contigo.
El Duque Negro no pudo evitar esbozar una sonrisa.
- Los retos suelen ser peligrosos, mi señora.
- Eso espero, duque. Me decepcionarías si no.
Gael, olvidado, se revolvió.
- ¿Ocurre algo, capitán? -preguntó la joven sin apartar los ojos del espejo.
Sí. Un espectro de un muerto. Los recuerdos. Lo sobrenatural. El riesgo innecesario. Gael pensó todo eso y mucho más, el soldado veterano reconoce el peligro cuando lo ve. Pero sólo tuvo valor para decir:
- No, mi señora. Disculpadme.
El eco de Sergei de Raven dirigió su mirada hacia el capitán.
- Un hombre a tu espalda puede protegerte casi con tanta facilidad como puede apuñalarte... -sonrió-. Lo sé muy bien, mi señora. Dejad que ése sea mi primer consejo.
- Consejo innecesario -contestó la Reina, descartando el comentario de la sombra de Sergei con un gesto de la mano-. Gael es completamente fiel. Háblame de esto -señaló con el dedo una de las páginas del grimorio-. Hechizos destructivos que podrían... -la avidez se reflejó en su rostro.
- Ganar una guerra. Lo sé, mi señora. Sin embargo... creo recordar que en la Casa de Avernarium la magia tenía efectos sorprendentemente rejuvenecedores. Un hechizo de ese calibre os devolvería a la más tierna infancia.
- Tuve una infancia, pero desde luego que no demasiado tierna -comentó ella distraídamente-. Eres una mero eco, pero tienes todos los recuerdos y el saber del Duque Negro. Tú puedes ayudarme a esquivar esa restricción. Y con eso, unos cuantos hechizos de aquí -tamborileó en el grimorio- y los ejércitos que tenemos bajo nuestro mando, el Putomundo será nuestro en un abrir y cerrar de ojos.
- No lo dudéis, mi poderosa señora -señaló el libro-. Ahí, en ese manuscrito, está la recopilación de todo el saber de la Torre de la Hechicería de Raven.
- Famosa en su tiempo, tengo que reconocer...
- ¡Ja! La Casa Raven siempre favoreció el conocimiento.
- ...una lástima que ahora no sea más que una ruina calcinada en medio de una maloliente ciénaga rehuída por todos...
Sergei de Raven, o más bien la sombra de su recuerdo, se encogió ante el comentario, como si le hubieran golpeado. Había pasado mucho tiempo, sí. Pero saber que la casa de su familia se había convertido en un... maloliente cenagal...
- Tengo que meditarlo, mi señora -dijo con acritud-. Lo que vos deseáis es algo complicado y novedoso. Además, noto que empiezo a perder consistencia... Llamadme en un par de días, si os place.
Dicho esto, la sombra del Duque Negro hizo una reverencia y comenzó a desaparecer.
- ¡No te he dado permiso para ausentarte, maldito...! -exclamó airada. Era inútil, pues la figura ya se había disuelto en las brumas del espejo. Un espejo en el que ya no había nada.
- Mi señora... -dijo una voz a su espalda.
- Sí, lo sé, mi buen Gael -su voz había vuelto a su usual tono tranquilo-. Esa sombra piensa demasiado. Y demasiado libremente...
- Si lo deseáis, mi señora Níobe, yo mismo romperé el artefacto.
- No, mi fiel sirviente -dijo ella, casi riendo. Acarició con su delicada mano el pelo del Capitán de la Guardia-. Esto es un juego entre él y yo. Lo que no acaba de entender es que es un juego en el que yo dicto las normas.
Tomó otro delicado sorbo de la copa de vino y luego se la tendió a Gael para que la terminase.
- Estoy pensando... -el angelical rostro de Níobe perdió su mirada en el grimorio de Sergei de Raven-. Ha de quedar alguna posesión de la extinta Casa Raven entre las ruinas, sin duda. Seguramente nuestra sombra se sienta mucho menos tranquila si tiene ante sus ojos los restos de todo aquello que amó. Las ruinas de aquella ciudad están a poco más de una semana a caballo, suponiendo que continúe el buen tiempo... Manda de inmediato a un pelotón de guardias y a algún artesano capaz a husmear entre los restos -le ordenó-. Algún arquitecto, tal vez, o puede que un comerciante de arte; alguien que sepa tratar piezas delicadas. Diles que les pagaré su peso en oro.
Dicho esto, miró al soldado.
- Es tarde, Gael -comentó-. Acompáñame al baño. Necesito... relajarme.
La Reina se volvió y comenzó a andar hacia la puerta de la habitación. Captó un leve movimiento por el rabillo del ojo, se detuvo y dirigió su atención hacia él.
Un solitario cuervo permanenecía posado sobre una de las estanterías. Observándola con su negra y enigmática mirada.
- Echa a ese bicho. Sabes que no me gustan los pajarracos. Ah, y después cierra la ventana.



Florea entró en las habitaciones de la Reina Níobe a limpiar el polvo. No es que hubiera mucho, pues la joven era concienzuda en su trabajo y limpiaba la alcoba de su señora al menos dos veces al día. Pero era precisamente debido a su celo por lo que el polvo no tenía tiempo de acumularse.
- Florea...
El susurro fantasmal la sobresaltó, justo cuando estaba pasando el plumero por encima de una de las estanterías repletas de libros. Su mano se detuvo y su mirada recorrió varias veces la habitación. Todo parecía dentro de la normalidad y el susurro no se volvió a repetir, así que se encogió de hombros y desterró el extraño suceso a lo más profundo de su mente. Sacó un paño que llevaba atado al delantal y se puso a lustrar uno de los jarrones de la Reina.
A la señora le gustaba que todo reluciera.

23.4.09

El espejo

El tomo era tan antiguo que algunas partes apenas se leían. Níobe frunció la boca, molesta. Los caracteres eran minúsculos, y el escriba que había copiado el tomo, aunque pulcro, tendía a apelotonar las palabras en el mínimo espacio posible.
- Señora.
No se giró. Conocía demasiado bien esa voz, no necesitaba observar a su dueño para imaginar esa familiar boca pronunciando cada palabra...
- Buenas noches, Capitán Gael -contestó ella, sin apartar los ojos del texto-. Pasa y cierra la puerta.
El hombre obedeció, como siempre. Eso le encantaba a Níobe. Eficiente. Silencioso. Insoportablemente leal.
El capitán Gael era un hombre de innumerables virtudes, sin duda.
- Siéntate. Ahí hay vino -señaló con gesto indiferente una mesita sobre la que había una botella de vidrio y un par de copas de plata.
Gael dirigió la mirada a las copas. Su señora confiaba en él, eso lo sabía. Cuando él estaba delante solía permitirse pasar por encima de los estrictos modales que le habían inculcado desde niña. Tenía por costumbre permitirle beber de sus selectas cosechas -a Gael le encantaba el Rosado Cruce Reserva- o probar los delicados alimentos que la servían.
- Es un tinto aceptablemente decente -continuó ella sin levantar los ojos del libro-. No excesivamente afrutado y sí bastante dulce. De los que suelen gustarte.
Él alzó la ceja, genuinamente sorprendido de que su señora recordase sus preferencias. Se sintió invadido por una oleada de felicidad y no pudo evitar sonreír como un niño.
- Gracias, mi señora -contestó mientras se sentaba.
Durante unos instantes, Níobe continuó recorriendo las apretadas líneas. Luego se apartó del texto.
- Voy a hacer algo peligroso, capitán. Y me gusta tener las espaldas cubiertas. Estás aquí esta noche porque quiero asegurarme de que hay alguien más que sabe dónde me estoy metiendo.
- Mi señora -tuvo que contenerse para no ponerse en pie-, perdonad mi osadía, pero no debéis poneros en peligro. Decid que ha de hacerse y yo lo haré para vos.
- Tu lealtad es encomiable -sonrió perversa-. Pero la lealtad no siempre es suficiente. Lo que voy a hacer he de hacerlo yo. Tú, lamentablemente, careces del dominio del Arte necesario. Podría pedirle colaboracón a Nyx... pero aún tiene que calmarse. Más adelante, tal vez.
Señaló un sencillo espejo de cuerpo entero sujeto a la pared.
- Hete aquí la solución a mis problemas.
- Un... ¿espejo, mi señora? -preguntó Gael con cautela.
Ella rió, con esa risa que era como el tintinear de campanillas de plata. Gael se estremeció de placer, como siempre que ella reía. Hubiera podido pasarse la vida escuchánla hacerlo.
- Un espejo, sí. Un espejo, una puerta, una llave al pasado. Esto, capitán, es mucho más que un espejo. Es el portal que me permitirá invocar el recuerdo del legendario archimago Sergei de Raven... y someterlo.
- ¿Un espectro, mi señora? -el soldado se enervó- Los muertos no...
- No, capitán. No un espectro. Un recuerdo. Un fragmento de su esencia. Con todos sus conocimientos, pero sin poder. Un juguete. Si se maneja bien, claro. El archimago era un hombre muy inteligente. Y una mente brillante puede conseguir sus objetivos partiendo de la nada.
- Señora, mi dama, os ruego que lo reconsideréis -Gael detestaba lo sobrenatural, le ponía nervioso cualquier cosa que no pudiera vencerse con valor y determinación-. No necesitáis de hechizos para ganar esta guerra, mi señora, vos...
- ¡Silencio!-Níobe le miró, sorprendida de su osadía. Llevaba lustros a su servicio y jamás le había oído una palabra más alta que otra-. ¿Acaso tienes miedo, capitán? ¿Miedo de una sombra?
La sugerencia fue como un puñetazo en plena cara.
- ¡Jamás! -contestó Gael, alzando la voz, indignado.
Níobe le miró con burla. Gael bajó la cabeza inmeditamente, avergonzado.
- Mi dama Níobe, disculpad a vuestro más fiel siervo. Yo... lamento profundamente...
- Cálmate, Gael -escuchar su nombre pronunciado por esa voz que adoraba fue suficiente para tranquilizarlo-. Ya lo sé. Sólo jugaba contigo -hizo una pausa-. Convocaré la sombra de Sergei de Raven. Lo utilizaré para ganar esta guerra. Y tú te asegurarás de que no me ocurra nada malo.
- Daría gustoso mi vida por protegeros -el fervor empapaba la voz de Gael.
- Lo sé, y es posible que algún día lo hagas -contestó ella, enigmáticamente, acariciándole el contorno del rostro con un dedo delicado y frío.
El capitán carraspeó.
- Pero... ¿cómo una espada podrá protegeros de una sombra? -nervioso, no dejaba de apretar los puños.
- Rompiendo el espejo. Me disgustaría mucho tener que llegar a ese punto, claro está, puesto que este objeto es infinitamente valioso. Pero... siempre hay que tener preparado un plan de emergencia. Ven.
Gael se acercó a ella, hincando la rodilla en tierra y bajando los ojos como siempre hacía. Sentada Níobe, sus miradas quedaban aproximadamente a la altura. Si es que él se hubiera atrevido a mirarla, por supuesto. Ella se quitó un delicado colgante de cristal del cuello. Una lágrima que destellaba con hermosos reflejos irisados a la luz de las velas.
- Esto te protegerá de toda hechicería, capitán. Pero ten cuidado, he dicho de toda. Incluída la benéfica.
Níobe dejó caer el colgante en la mano enguantada del soldado.
- Es hermoso -susurró él-. Casi tanto como vuestros ojos.
La joven ignoró el cumplido.
- Póntelo al cuello o no funcionará.

Muerte a Murah

Nyx recorría el vestíbulo a grandes zancadas de un sitio a otro de la estancia, nerviosa. Llevaba un vestido negro, como su humor aquel día, que le caía graciosamente hasta los tobillos. El corpiño estaba bordado con seda blanca, formando rocallas sobre el pecho.

Se detuvo junto a la puerta que daba a los jardines, e intentó agudizar el oído, a la espera de oír los caballos de la guardia real, que traerían a Murah apresada, bajo orden de su hermana Níobe.



No sabía cómo deshacer el entuerto. No sabía cómo se las arreglaría para sacar a Murah sana y salva del castillo, pero lo haría. Y no por ella, obviamente, sino porque no quería bajo ningún concepto que Azcoy vagara como un alma en pena y la odiara hasta la extenuación durante el resto de sus días. No sabía cuánto sentía Azcoy por Murah, pero se dijo que lo suficiente como para casarse con ella. Lo cierto era, que se sentía confusa; sentir tanta empatía por alguien que no fuera una de sus hermanas la hacía sentir extraña y vulnerable. ¿Acaso le había dado el poder a Azcoy, sin quererlo, de hacerle daño en lo más hondo de su ser? ¿Pudiera ser que la pena de él, se convirtiera en su propia pena? ¿Qué estaba sucediendo?



Se trenzó un mechón de pelo mientras fijaba sus ojos, marrones y rasgados, en el camino de gravilla por el que tenía que aparecer la guardia. Sin embargo, mientras imagianaba a Murah siendo traída por los soldados del castillo, alguien tocó suavemente su hombro. Nyx se giró.

Encontró la mirada inquietante de Florea, la doncella muda de Níobe, la cual estiró su delicado brazo hacia ella y le mostró un pequeño sobre lacrado con el sello del Reino de Avernarium.



- ¿Qué significa esto? - le preguntó, aun sabiendo que no obtendría respuesta.



Tomó el sobre con brusquedad y antes de que se diera cuenta, Florea había desaparecido de su vista. Abrió el sobre con los dientes y extrajo la carta, al abrirla, una llave cayó de su interior. Miró la gran llave de hierro en el suelo y la reconoció inmediatamente. La llave maestra de las mazmorras. Se agachó a recogerla lentamente, mientras leía las palabras escritas de puño y letra de su hermana Níobe.



Regalo de cumpleaños por adelantado. Disfrútalo.

Lentamente.

N.







El corazón comenzó a latirle tan deprisa que pensó que todo Avernarium podía oírlo. Corrió hacia las mazmorras tan rápido como pudo, segura de que Murah estaría allí, y rezó para que aún siguiera con vida. Las escaleras de caracol que se adentraban en los pasadizos subterráneos la hicieron resbalar y casi caer. Había tantas celdas que no sabía por donde empezar, en la llave no había ningún número, ya que era la que abría cada puerta. Se puso histérica, no recordaba la última vez que se había sentido tan incapaz de controlar la situación y el sentimiento era desolador.



Se paró en mitad de uno de los pasillos de las mazmorras, bajo una antorcha. Respiró hondo y gritó:



- ¡Muraaah! - esa mujer la sacaba de quicio, más aún si tenía que salvarle la vida. - ¡Murah! - y comenzó a andar lentamente, aguzando sus sentidos ante cualquier susurro.



De entre las sombras, repentinamente, surgió la figura de su hermana. Destacaba sorprendentemente en el entorno, la oscura suciedad de los pasillos contrastando con la blancura de su delicada vestimenta; la peste a pobreza y miseria surcada por el tenue perfume a violetas de Níobe; el eco de los aullidos de los moribundos atravesado por su dulce voz. Mordía una manzana, con indiferencia.

- ¿Buscas a la campesina, cariño? -preguntó con ternura.


Nyx agradeció la luz tenue, que la ayudó a disimular su expresión de sorpresa al encontrar a su hermana allí.


- Exacto, hermana. - sonrió con malicia, fingiendo tan bien como podía - ¿dónde la tienes? Quiero ver qué aspecto tiene esa harapienta que cree ser la futura mujer de mi diversión favorita...

Níobe acarició el cabello de su hermana con delicadeza. En ocasiones Nyx puede ser tan sensible, pensó.

- Ven conmigo.

La llevó a una zona de las mazmorras prácticamente desierta. En una de las celdas estaba sentada una mujer con el rostro manchado de suciedad y los tobillos sujetos con grilletes.

- ¡Soy inocente! -chilló al verlas llegar - ¡No he hecho nada!

Nyx se quedó paralizada, miró a la prometida de Azcoy con una mezcla extraña de emociones, los celos la corroían como nunca lo habían hecho en su vida, mientras que la duda de cómo sacarla de allí la devoraba en silencio y le oprimía el pecho. "Maldito Azcoy -se dijo- ¡estás arruinando mis planes, mi vida, todo! ¿Cómo puedo querer salvar a tan inútil ser sólo por no hacerte sufrir?".



Nyx se acercó a Murah y la miró a los ojos, unos ojos enorme y negros como el carbón. Su pelo, negro también, era liso y brillante, hasta los hombros. Su piel era morena, como la de cualquier campesina obviamente. Nyx no la encontró fea, pero sí poca cosa para Azcoy.


- Cállate, imbécil. Nadie grita en mis mazmorras - dijo secamente Nyx. Luego dirigiéndose a su hermana, añadió - Déjame a solas con ella, Níobe.

La muchacha sonrió. Conocía demasiado bien a su hermana. Y lo que iba a hacer, lo hacía por su bien.

- No irás a privarme del espectáculo, ¿verdad? -dijo, sacando de su corpiño una daga hermosamente enjoyada.

Nyx tragó saliva imperceptiblemente, los ojos de Murah estaban muy abiertos y la miraban fijamente. Níobe le tendía su daga. Se dijo que esto se le había ido de las manos, sin saber cómo. La culpa era toda de Azcoy.


- Hermana, no manchemos tu daga con sangre del vulgo -sonrió Nyx, a su pesar. Señaló la pared contraria al engrilletado donde estaba atada Murah, y le mostró la espada y el hacha con símbolos reales que colgaban de la pared de piedra.- lo haré a mi manera. Y es algo entre esta campesina y yo. No será nada del otro mundo.


- Por favor - la voz de Murah apenas era un murmuro de desesperación contenida - no he hecho nada...

- Silencio, mujer -el tono de Níobe era calmado, dulce, como si cantase una nana en vez de condenar a Murah a muerte-. ¿No vas a permitirme verlo? Sabes que no encuentro tanto placer entre estos muros -señaló las paredes de la mazmorra- como Adara, pero aún así la muerte siempre tiene su interés. Nunca te he visto matar con tus manos, cariño -de nuevo le acarició el pelo-. Y si conoces nuestros planes, tendrás que hacerlo. No será la última vez. Sueles mandar a alguien a hacer el trabajo sucio, y lo entiendo. Pero también has de ser capaz de arreglar tus propios problemas tú solita. Lo sabes, ¿verdad, cielo?

- No es la primera vez que mato con mis propias manos - dijo serena Nyx - y ésta no será la última. Y no, no olvido nuestros planes.- Nyx miró a Murah con odio, era como si viera a Azcoy. Los odiaba a ambos en ese instante. Se habían mezclado en su vida sin ella darse cuenta. ¿O había sido ella la que había irrumpido en sus vidas? Meneó la cabeza para sacudirse las ideas y volvió la vista a Níobe - Vete. Vete de aquí, lo haré a solas.



La joven miraba sus grilletes y sollozaba, su cuerpo se convulsionaba por el miedo y el llanto, pero lo hacía en silencio. Nyx se preguntó cuál sería su propia reacción de estar en el lugar de Murah. Y se dijo que seguramente estaría maldiciendo a sus captores a pleno chillido.

- ¿Porqué tanto interés en quedarte a solas, Nyx querida? -Níobe sonrió con amabilidad, sujetó con fiereza la muñeca de su hermana y le puso la daga en la mano- ¿Escondes algo?


Nyx tomó la daga. Estaba extrañamente calmada.

- Despacio, cariño -susurró Níobe al oído de su hermana-. Despacio. Disfrútalo.

Nyx no parecía decidirse. Demasiada piedad, pensó Níobe. Esto no puede seguir así.

- Dime, mujer -se volvió hacia la campesina-, cuéntame cómo fue. Cómo te pidió que te casaras con él. ¿Te llevó a dar un paseo bajo la luz de la luna? ¿Te dijo que eras la única mujer para él?



Nyx vio por dónde iba su hermana y apretó la empuñadura de la daga entre sus dedos. Sus dientes casi chirriaron al cerrarse su boca y miró con odio a Níobe.


- ¿Qué tiene que ver mi prometido con esto? - dijo temblorosa Murah, las lágrimas habían ido dejando surcos en la suciedad de sus mejillas - esto debe ser una confusión, os lo ruego, dejad que me explique...


- ¡Cállate! - gritó Nyx fuera de sí. La cogió por el pelo e inclinó su cabeza hacia atrás, acto seguido la levantó del banco. Los grilletes tiraban de ella y seguía llorando. Si Azcoy viera aquello... sin duda la mataría.


- Yo soy la prometida de Azcoy el herrero, esto debe ser una confusión, nunca he tenido nada que ver con la nobleza, ni con la realeza, ni... - emitió un grito al notar cómo Nyx le retorcía aún más el cabello. - Por favor, -continuó- comprobad lo que os digo, él vendrá en seguida a confirmar lo que os digo... Azcoy vendrá y...


Nyx quería gritar de frustración, quería hacer callar a aquella maldita campesina que no dejaba de pronunciar el nombre de Azcoy. Quería hacerlo sin objeciones. Sin miedo a consecuencias, como siempre lo había hecho.

- ¿Cómo vas a conquistar el Putomundo si ni siquiera puedes controlar a un herrero? -susurró Níobe- Un herrero que pudiendo escogerte a ti, se ha quedado con eso -señaló a la temblorosa Murah-. Un campesino asqueroso que te ha rechazado.

- Oh, Dios mío - murmuró Murah - ¿Azcoy y vos? - y de repente, abriendo mucho sus grandes ojos exclamó: ¿Conquistar el Putomundo?

Nyx supo que nada se podía hacer ya. Su hermana se había salido una vez más con la suya. Como un autómata, apretó con más fuerza el cabello de Murah y la puso contra la apred, la resistencia que ofrecía la joven era más de la esperada, pero nada podía parar ya a la joven Reina. Estaba cegada por el deseo de matar, aquella campesina harapienta sabía más secretos que nadie, nada la haría salir de allí con vida. Las uñas de la joven prometida se clavaron en los brazos y el cuello de Nyx, que no dudó ni un instante, antes de rebanarle el cuello a la campesina de un solo tajo, dejando caer el cuerpo muerto al separarse de él. Miró hacia abajo, a la joven cuya mirada era ahora vidriosa, desangrándose con la fiereza que había demostrado en vida. Dejó caer la daga junto a ella. Los brazos le temblaban por el esfuerzo, pero en su rostro no se veía ningún atisbo de cansancio o pena... Completamente llena de sangre, pasó junto a Níobe al marcharse.



- Voy a darme un baño, hermana. - musitó.


Níobe observó su reflejo en la cabeza medio oxidada de una de las hachas. Se atusó el pelo, colocando en su lugar un mechón rebelde. Luego echó una última mirada al cuerpo todavía caliente de Murah.

Sonrió.

22.4.09

Así que quieres trabajar para nosotras

Tras el aluvión de dos interesados, Las Alimañas han habilitado la dirección de correo alimanyascosmicas [at] gmail [dot] com para que las osadas damas y valientes caballeros envíen su dirección y así puedan comunicarles la buena nueva. Esto no excluye que las solicitudes tengan que rellenarse vía comentario, es sólo que Las Alimañas no pueden perder su valioso tiempo y su caro maná para averiguar vuestras direcciones de correo, pero no os llevéis a engaño, sin comment no hay colaboración.



Además, Las Alimañas adoran la burocracia, así que no vendría mal apoyar vuestras solicitudes comment-ariles no sólo con un mail con forma de contacto, sino también con una sucinta explicación de por qué Sus Majestades deberían aceptar vuestras solicitudes -en vez de enviar un asesino a destruiros-, un esbozo del personaje que queréis presentarnos, una idea de para qué va a servir, incluso una idea general de qué va a suceder en su presencia, y en base a la posibilidad de encuadre del personaje en Putomundo y en Avernium, Las Alimañas valorarán la colaboración.



Los milagros de la ciencia moderna han desarollado el GoogleDocs, que permite a varios usuarios trabajar simultáneamente en el mismo documento y recibir las actualizaciones de sus compañeros. Para las entradas en las cuales colaboren varios autores, sean Alimañas o no, la entrada se editará mediante Gdocs durante el proceso creativo.



Ningún personaje podrá ser controlado por nadie más que su creador original, por lo tanto, si pretendéis que en vuestra alimañil entrada aparezcan otros personajes, bien alimañiles, bien de otros Colaboradores Esporádicos, nosotras os pondremos en contacto con el autor de los mismos mediante Gdocs. Asimismo, podéis ser honrados solicitando la aparición de una o varias auténticas Alimañas Originales en vuestra entrada: solicitadlo y se os concederá, o tal vez no. Lo cierto es que muy probablemente sí, pero bueno.



De esto se deduce que, una vez seáis nombrados Colaboradores Esporádicos, se puede requerir de vuestra participación si otro Colaborador lo solicita. El solicitado tiene derecho a denegar la ayuda, de modo que el solicitante tendrá que buscarse la vida y no interaccionar con el personaje del solicitado.



En resumen, el proceso para participar es tal que así:

1)Solicitud en comentario

2)Envío de un correo explicando la idea de la entrada, personajes que aparecerán, personalidad de vuestra creación, etc.

2A)Envío de sobornos, ofrendas a vuestra deidad, santería...

3)Consejo Alimañil: se acepta o no la solicitud. Por unanimidad.

4)Creación de la entrada en Gdocs, siendo el documento en todo momento compartido con las Alimañas, que accederán a él cuando consideren para observar los avances y sugerir cambios en caso de que fuera necesario.

4A)Si es necesario, solicitud de colaboración de otro/s Colaborador/es esporádico/s.

5)Si el estilo encaja, no rompe la historia que en nuestras mentes está hilada, está bien escrito -pa qué vamos a decir que todo el mundo escribe decentemente, si es mentira- y en general nos mola, se acepta la entrada. Si no, puede ser revisada o descartada.

6)La entrada aceptada será publicada y pasaréis a formar parte de la posteridad como Colaboradores Esporádicos.

7)Si os place, podéis dejar comentarios hablando de cómo ha sido para vosotros la experiencia de ser Colaborador Esporádico, de qué se siente y de lo tiranas que somos.

21.4.09

Tormenta

Nyx entró a galope en el camino de gravilla de los jardines de castillo. Tiró suavemente de las riendas de Hierro y el fibroso semental color canela comenzó el trote hasta llegar al establo. Llovía suavemente y echó de menos su capa.

Mientras la joven entraba en el inmenso vestíbulo, pensaba en Azcoy. En sus ojos llorosos, en el forcejeo previo a su salida de la casa. Subió lentamente las escaleras de mármol que daban al ala donde se encontraban sus habitaciones, algo extraño en ella, que siempre iba corriendo de un sitio a otro. Sus botas iban dejando huellas en el suelo y su largo pelo castaño dejaba caer pequeñas gotas al suelo en cada paso.

Cruzó distraída las enormes puertas de roble macizo que daban a su dormitorio y dio un respingo al encontrar a su hermana cómodamente sentada en el diván próximo al ventanal. Tras ella, la lluvia se intensificó.

Níobe esbozó su característica sonrisa perversa y con tono falsamente inocente preguntó:

- ¿Has tenido una buena cabalgada, hermana?

Nyx desvió la mirada, confusa y presintiendo la que se avecinaba. Fue directa a su vestidor. Cogió una suave toalla y comenzó a secarse los brazos desnudos y la cara. Volvió a la estancia y mirando a su hermana se encogió de hombros.

- La cabalgada...- dijo, intentando adivinar lo que Níobe pensaba - ha ido como siempre, hermana.

- ¿Sí? Pues te noto menos cansada que de costumbre... ¿Y qué tal está el caballo?

- ¿A qué vienen estas preguntas? - dijo Nyx, empezando a notar el frío del vestido mojado sobre su cuerpo.

Níobe se levantó y se acercó a Nyx, sin perder la sonrisa perversa.

- Hace frío -susurró tan cerca de ella que podía sentir su aliento-. Deberías quitarte esa ropa mojada. El caballo estaría de acuerdo conmigo.

Nyx sonrió incómoda. Y negó con la cabeza.

- Estoy bien así - y se comenzó a secar el pelo con la toalla, desviando una vez más la mirada.

- Claro, claro... entiendo que estés tan cansada... la cabalgada y el viaje y... -con un rápido movimiento, Níobe le subió la falda del vestido a su hermana-. ¡Ahá! -dijo, señalando acusadoramente la entrepierna desnuda de su hermana.

Nyx se ruborizó y se apartó de Níobe bruscamente.

- ¿Qué sabes, maldita arpía? - exclamó Nyx, señalando con el dedo a su hermana.

Níobe torció el gesto.

-¿Has ido a verle sin enaguas, como siempre, o se las has dejado a esa asquerosa campesina como regalo de bodas?

- ¡Jodida loca!- gritó Nyx - ¡has estado espiándome! Ni se te ocurra meter las narices en esto, ¿me oyes? ¡Jamás! - Nyx estaba fuera de sí, ni siquiera sentía vergüenza en ese instante, sólo furia. Se quitó en un instante el vestido y lo lanzó contra la pared.

Níobe ni se inmutó. Conocía bien a su hermana, y esperaba que reaccionase así.

- Oh, por favor. Espiarte. Qué palabra tan fea. No he hecho más que ver lo que cualquiera en esa aldeúcha ha visto ya.

Nyx se quedó quieta, completamente desnuda frente a su hermana, que la miraba sin atisbo de sentimiento de ningún tipo en su rostro. Eso la puso aún más frenética y gritó más alto:

- Sé que estás tramando algo, ¡lo sé! - se acercó más a Níobe y acercando su cara a la de su hermana, añadió- deja en paz a Azcoy. Sólo es una diversión mía. ¡Olvídale!

Níobe mantuvo la mirada de Nyx unos instantes, sin inmutarse. La fría Reina de Hielo, solían llamarla. Luego sonrió.

- Tienes mi palabra. No pienso tocar a ese pobre herrero. Aunque para ser una diversión te lo tomas muy...-miró su desnudez y rió- a pecho... No puedes permitirte esa distracción -la burla había desaparecido repentinamente de su voz. Sólo una cosa podía hacerla perder los nervios, y Nyx estaba poniéndola en peligro-. No ahora. La vida de un campesino no tiene importancia en nuestros planes. ¡Tenemos algo infinitamente más grandioso entre manos!

Nyx resopló, como solía hacerlo Hierro, cuando oyó a su hermana.

- Azcoy no pone nuestros planes en peligro -dijo Nyx mientras se metía en un vestido igual de ajado que el anterior.

- Te desconcentra. ¿No te das cuenta de que un paso en falso puede hacernos caer? ¡No podemos estar pendientes de tus caprichos! ¡La conquista del Putomundo es inminente! ¡Elimina a la prometida del herrero, si tan importante es para ti ese hombre, y vuelve a centrarte en lo importante! ¡Maldita sea -repentinamente rabiosa, lanzó un jarrón contra la pared, y la porcelana estalló en mil pedazos- ¡Puedes tener a tus pies todo el maldito Putomundo, y te dedicas a obsesionarte por un piojoso que no tiene ni dónde caerse muerto!

- ¿Eliminar a quién? - los ojos de Nyx se abrieron desmesuradamente y dio dos palmadas - Juls! - gritó a su sirvienta - ¡Juls! ¡Recoge este desastre! Y trae otro jarrón! - Se puso nerviosa al oír la sugerencia de Níobe, no quería acabar con Murah, pero no podía confesarle a su hermana la verdad, no podía decirle que no quería provocar una pena tan insoportable en él, arrebatándole a la mujer con la que iba a casarse.

- ¿Cómo que eliminar a quién? - Níobe la miró como si acabara de preguntarle una obviedad- A la prometida, ¿a quién si no? ¿Cómo se llama esa zarrapastrosa? ¿Merla?

- Mira lo que has hecho con mi jarrón - dijo Nyx agachándose al suelo y cogiendo los pedazos, intentando desviar la atención de su hermana y hasta la suya propia. - Y era un regalo del Príncipe de... del Rey de... era muy... - Nyx era incapaz de formar una frase coherente, sentía que el asunto estaba fuera de su control y en las extrañas ocasiones en que eso pasaba, se aturullaba - Juls! ¿Dónde se ha metido la estúpida de mi sirvienta?

- ¿Pero qué demonios te pasa? - la sujetó por los hombros y la zarandeó- ¡No es más que un estúpido jarrón! ¿Se puede saber de qué te ha llenado ese herrero la cabeza? - la señaló con un dedo, acusadora- Tú no quieres matar a la campesina, ¿no es así?

Nyx se volvió a su hermana, que la miraba furiosa.

- No quiero hacerlo. - dijo desafiante.

- ¡Oh, vamos! -Níobe suspiró, molesta, harta de explicar obviedades- ¡No he dicho que tengas que ir tú a su agujero! ¡Por supuesto que no pretendo mancharte de barro e inmundicia! Ya he conseguido a alguien rápido y eficaz. No verás la sangre, sólo recogerás el premio -susurró dulcemente.

Nyx se quedó paralizada. Su hermana la miraba ahora divertida.

- Deja a Murah en paz.- consiguió decir Nyx.

Níobe enarcó una ceja, sorprendida.

- ¿Me ha parecido escuchar la mayor estupidez de la semana?

Nyx sabía que debía pensar con rapidez pero con calma. No estaba siguiendo la táctica adecuada, intentar desviar la atención de su hermana había sido infantil, ya no valían esas estupideces, ya no eran una niñas. Supo que por el momento, la única opción, era darle la razón a Níobe, y pensar sin ella en la estancia cómo solucionar el entuerto. Sus músculos se relajaron y su cara adoptó una expresión dubitativa. Miró a Níobe y fingió una leve vacilación en su voz:

- Oh, no sé hermana... - meneó la cabeza- quizás llevas razón.- miró por la ventana, sin ver. De repente, como si tuviera un momento de lucidez, dijo: Que la traigan al castillo, quiero encargarme de ella personalmente.

- Eso ya me gusta más - sonrió pérfidamente y acarició con ternura el rostro de su hermana-. A veces eres demasiado tierna, cielo. Ordenaré que te suban algo caliente para comer. Vas a terminar enfermando, querida -no quedaba en su voz ni el más mínimo rastro de ira, sólo una suave y delicada amabilidad.

Canturreando para sí, Níobe abandonó la sala.

Nyx la observó, no estaba segura de haber engañado por completo a su hermana.

¡Participa... o no!

¿Te gustaría crear un personaje que apareciera momentáneamente en el Putomundo? ¿Crees que puedes escribir de una manera semi-aceptable? ¿Tienes alguna idea en la cabeza que piensas que puede interesar a las Alimañas? ¿Crees que puedes modelar la personalidad de ese personaje que tanto te gusta?
¡Solicita ya tu participación en el blog!

Tu solicitud -enviadla vía comentario, por favor- será evaluada por un Comité Alimañil, y si tienes la suerte de ser aceptado por unanimidad -ya puedes ir poniéndole una vela a San Cucumero-, podrás ver tus engendros personajiles en este blog. Tu entrada, sea en solitario o con colaboración alimañosa, será examinada por el Comité Alimañil, y si encaja con nuestros planes de futuro, ¡nuestros dos lectores y el tío al que pagamos para que nos amañe las estadísticas podrán leerla!

Las Alimañas no se hacen cargo de los daños cerebrales que pueda causar trabajar con ellas.


(Las Alimañas son susceptibles de soborno. Mira a ver.)

20.4.09

La mano de Gael

- En la casa vive un campesino, señora. Encontré la casa siguiendo el rastro de Hierro. Esta vez no se me ha escapado.
Níobe levantó una ceja, contrariada. Eoxis era su mejor espía. Apenas tenía doce años y un rostro completamente angelical, manos de ratero consumado y oído de zorro.
- ¿Un campesino? -Níobe frunció los labios.
- Señora. Un campesino. El hijo del herrero. Su nombre es Azcoy. Parece ser que es el amante de la Reina Nyx. Sin embargo... he hecho preguntas, señora. Contraerá matrimonio en cuatro semanas, con la hija del leñador.
- Amantes -la mujer casi escupió la palabra-. ¿Cómo lo sabes?
- La ví en la casa. Miré por la ventana.
Níobe se permitió un levísimo gesto de burla, esa sonrisa apenas esbozada que era su sello de fábrica.
- Ah, ¿sí? ¿Y qué viste?
Eoxis, el espía, el niño-hombre que tenía las manos bañadas en más sangre que muchos soldados, enrojeció.
- Ehm. Dama Nyx en cueros, señora. El hombre la cogió en brazos y la metió al dormitorio -se relamió los labios, nervioso-. Seguro que la montó como Hierro monta a sus yeguas.
Níobe frunció la nariz, molesta. En última instancia, Nyx era su hermana. Ningún hombre montaba a una mujer de su sangre. En todo caso, ese asqueroso campesino había sido honrado con la posibilidad de proporcionarle placer.
- Controla tu lenguaje, chico. No necesitas la lengua para espiar.
- Perdón, señora.
- Retírate. Y no hables a nadie de lo que has visto.
- Nunca, mi señora.
La figura embozada hizo una profunda reverencia, y se deslizó fuera de la sala tan silenciosamente como había llegado.
- ¡Florea! -llamó, chasqueando los dedos.
De entre las sombras de la habitación apareció una muchacha de rasgos inexpresivos, vestida con sencillez. Era la doncella favorita de Níobe por dos razones: era muda y no sabía escribir.
- Ve a buscar a Gael. De inmediato.
La joven asintió dócilmente, y con pasos levísimos, abandonó la habitación.
Níobe frunció el entrecejo, pensativa.
Un campesino.
Un campesino paupérrimo, inculto y tremendamente prescindible.
Eso hacía las cosas mucho más fáciles, en cualquier caso.



Gael, el capitán de la guardia, entró en la sala precedido por el sonido metálico de su armadura. Se arrodilló ante Níobe con un gesto de fervor infinito, inclinó la cabeza y cruzó el brazo derecho sobre el pecho.
Durante un instante, Níobe imaginó a Gael desnudo. Como aquella mañana.
Esbozó una sonrisa, apenas un atisbo de burla. Rápidamente, retornó su semblante a su frialdad habitual.
- Necesito a un hombre sucio para un trabajo sucio -suspiró-. ¿Tienes a quien necesito?
- Cualquier cosa que mi dama desee, la conseguiré para ella.
Gael tenía una hermosa voz de barítono que resultaba impropia, casi ofensiva, en un soldado. Pero la guardia personal de Níobe eran algo más que meros guerreros, debían dominar otras habilidades además de la espada. Debido a ello, solían tener características que resultarían peculiares en un mero soldado raso. Der, el segundo de Gael, tañía el laúd como un ángel. Más de una vez y más de dos se había infiltrado como trovador en alguna corte, siguiendo órdenes de su señora.
- Es un asunto personal. Sería terriblemente molesto para mí que algo de eso trascendiera.
Él asintió.
Níobe miró por la ventana. Llovía.
- Hay un chico. Un joven herrero... con una joven prometida. Él se llama Azcoy. Asegúrate de que se convierte en viudo antes que en marido.
Gael asintió de nuevo.
- Puedes retirarte.
El soldado se puso en pie y saludó, cruzando otra vez el brazo sobre el pecho. Marcialmente hizo ademán de marcharse, pero se detuvo. Hizo acopio de valor y respiró hondo.
- Mi... ¿mi dama deseará esta noche mis servicios?
Esta vez, Níobe no quiso contener la sonrisa.
- Me lees el pensamiento, Gael.

Dulce tortura

Adara se levantó temprano y ordenó un desayuno especial para el esclavo de la celda ciento trece. Encargó a Lys que se enterara de dónde estaba su hermana Nyx y echó a las sirvientas de la habitación. Mientras se daba un baño distraídamente, pensó que no podía permitir que ese hombre, ese esclavo, se saliera con la suya.

El día anterior había sido raro. Llevar a un hombre a la sala de tortura, vestida para salir a montar a caballo, y no lograr sacarle una palabra era una de las cosas más inusuales que existían. Empezaba a entender que ese esclavo estuviera tan bien valorado, pero no existía nada para la Reina que no pudiera atajarse con una buena pócima.

Se puso un vestido de seda granate y un corpiño con los cordones delante. Adara, al igual que Nyx, odiaba depender de sus criadas para vestirse, de modo que los sastres reales cosían para ellas algunos de sus vestidos de forma que no necesitaran de ningún sirviente para vestirse completamente.

- Lys! -gritó, llamando a su doncella.

- Alteza, estoy aquí. ¿Me necesita? -respondió, presta, la muchacha.

- Sí, Lys, baja a la cocina y pregunta si ya han servido el desayuno y si el esclavo de la ciento trece se lo ha tomado entero, luego vete a la lavandería y diles que coloquen ropa de cama limpia sin distintivos en el dormitorio de invitados de las mazmorras y que lo decoren con velas. Cuando acabes ven a contarme qué te han dicho. Por cierto, ¿has encontrado a Nyx?

- No, Alteza, no la he podido encontrar. Cuando he bajado a ordenar los desayunos me han dicho que había estado allí, con su ropa vieja, supongo que ha ido a dar un paseo con Hierro.

- Gracias. Voy a preguntar a Níobe, tan pronto como termines con mi encargo sube a buscarme. -Adara dio media vuelta y se encaminó en busca de su hermana sin esperar a que Lys dijera nada.

- Sí, Alteza, ahora mismo voy. -Adara oyo cómo la chica echaba a correr escaleras abajo. Era su doncella por algo, eso estaba claro.

Encontró a Níobe jugueteando, pensativa, con una de las muchas figuritas de bronce que poblaban la maqueta de Avernium.

- Níobe, ¿sabes dónde se ha metido Nyx? La han visto en las cocinas desayunando, vestida con esos harapos que tanto le gustan, pero no se sabe nada más de ella.

- ¿Montando a caballo? ¿Montando a un campesino? -Níobe parecía sorprendentemente molesta-. Quién sabe -hizo una pausa,y luego habló en un susurro-. Yo, claro. Al menos, dentro de poco.

- Níobe, ¿estás bien? pareces un poco contrariada... -Adara no lograba comprender el mal humor de su hermana.

Níobe sonrío pérfidamente - Por ahora. Pero no te preocupes. Todo irá bien.

- Querida, cuando pones esa sonrisa mientras juegas con muñecos de bronce me asustas. -En ese momento, como llamada por la oportunidad, apareció Lys.

- Alteza Adara, está todo según lo previsto.

- Tráeme el látigo que tiene filigranas de marfil en la empuñadura. Te espero en la entrada de las mazmorras, así que corre. -Lys no se hizo de rogar y salió corriendo a los aposentos de Adara. -Níobe, querida, mantenme informada, por favor. -Y Adara se dirigió a la escalinata de mármol.

- ¿No prefieres que sea una sorpresa?

- No, Níobe, no me gustan las sorpresas. Y menos cuando atañen a mis hermanas. Si hay algún peligro quiero saberlo. Hasta luego -dijo Adara mientras comenzaba a bajar. Se despidió con un gesto de su hermana y fue al encuentro de Lys.

Se encontró con la joven en la puerta de las mazmorras. Abrió e hizo pasar a la doncella delante.

- Lys voy a necesitarte. Voy a necesitar que me hagas guardia, y si las cosas se tuercen quiero que llames a un guardia que pueda reducir sin riesgo al esclavo. Vete a la habitación que has ordenado preparar y escóndete cerca de la puerta. Y sobre todo, y más importante, no quiero que digas una palabra de lo que pasa entre esas paredes. Porque si no ya sabes lo que te pasará, y valoro tu conversación. Voy a por el esclavo.

La doncella se encaminó al lugar indicado por la Reina, mientras que ésta se fue a la celda ciento trece a buscar al hombre que no iba a salirse con la suya. Escondió el látigo debajo del corpiño.

- Hola amor. ¿Qué te pasa? No tienes buen aspecto. -El esclavo se frotó los ojos.

- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿Por qué hay rejas aquí? Vrila ¿por qué me tienes encerrado?

- No estás encerrado, amor, creo que has tenido un mal sueño. Acompáñame, vamos a descansar en mis aposentos. Tengo ganas de ti.

- Vrila, esto es muy raro. ¿Qué está pasando? -El esclavo parecía realmente desorientado, pero Adara sabía que era el efecto de la poción. En cuanto llegaran al dormitorio se tranquilizaría.

- Sígueme y deja de hacer preguntas, te he dicho que no pasa nada. ¿Es que ya no confías en tu Reina?

El tono asertivo de la Reina pareció calmar a Hugo. Ambos se dirigieron al dormitorio que Adara había ordenado preparar, que en realidad era una estancia de las mazmorras que se podía destinar a cualquier uso y en menos de una hora estaba preparada. Cuando entraron, Adara no supo dónde podía estar escondida Lys, y tampoco sentía ningún deseo de saberlo. Aquello no era como hacer el amor de verdad, simplemente iba a conseguir la información que buscaba.

- Hugo, ¿me has echado de menos?

- Sí, mi Reina. Te he echado de menos todo el tiempo que he pasado separado de ti. ¿De verdad tengo que disimular? Todo el reino sabe que soy tu amante. Incluso tu marido sabe que soy tu amante. -Hugo no albergaba ninguna duda de que la mujer que le hablaba era su amada Vrila.

- Hugo, Hugo, Hugo. Sabes que tenemos que guardar las apariencias. Estás confundido, el Rey no sólo no conoce tu existencia, sino que no sabe que usamos esas hierbas para que muera sin descendencia.

- Vrila no digas esas cosas en alto, las paredes de los castillos tienen ojos y orejas. -Hugo se acercó a Adara y tomó su cara entre sus manos -eres tan bella que podría pasar toda mi vida mirándote -la besó suavemente mientras Adara tiraba su látigo, junto con el corpiño, al suelo de la estancia.

- Bésame, bésame más, Hugo. Te echo tanto de menos en mi cama cuando el Rey está en el castillo... moriría de locura si no estuvieras aquí. -Adara memorizaba cada palabra de Hugo. Las cosas iban sobre ruedas, pero no estaba muy segura de que memorizar las artes amatorias del hombre fuera a ser tan sencillo. La presencia de Lys ayudaba a la Reina a mostrarse relajada, porque sabía que nada podía ir mal con alguien vigilando.

- Mi Reina, Vrila, amor mío -Hugo, que cada vez respiraba más deprisa, quitó el vestido con suavidad a Adara, la admiró y comenzó a besar cada centímetro de su esbelto cuerpo. Adara notaba que, bajo los andrajosos pantalones, Hugo escondía una nada discreta erección. Le quitó la casaca y acarició su pecho desnudo mientras él seguía besándola. No había imaginado que los labios del hombre fueran tan deliciosos. Le quitó los pantalones y quedó gratamente sorprendida con lo que sus ojos admiraron: aquello terminaba de explicar por qué Vrila había tomado a Hugo como amante a pesar de estar casada con uno de los Reyes más apuestos de todo Putomundo.

Hugo cogió a Adara en brazos y la posó suavemente sobre el colchón de plumas. La Reina empezó a suspirar profundamente, estaba disfrutando a pesar de saber que Lys miraba cada detalle. Deseaba tomar las riendas y gozar de Hugo, pero necesitaba memorizar cada movimiento y sólo tenía una oportunidad, puesto que sabía que, junto con el clímax del hombre, llegaría el fin del efecto de la poción, dejándole inconsciente, así que se dejó hacer. Sucedió algo que Adara creía de cuentos de hadas, Hugo la llevó al éxtasis tres veces antes de dejarse ir. Estaba claro por qué era el amante de Vrila, estaba absolutamente claro.

Adara se vistió y llamó quedamente a Lys.

- Alteza, ¿qué desea de esta pobre doncella? -La joven estaba sonrojada y respiraba entrecortadamente, el espectáculo parecía haberle afectado.

- No olvides ni un detalle de lo que has visto, necesitaré tu ayuda. Voy a darme un baño, llama a los mozos, que aseen y devuelvan a la celda a este hombre, y que recojan la habitación. Nadie debe saber qué ha pasado aquí, si es necesario diles que te he entregado como desahogo al esclavo.

- Sí, mi Reina. Como vos ordenéis. -Lys era una doncella realmente agradable y eficiente, y Adara la apreciaba como sirvienta, pero empezaba a cogerle cariño también como compañía.

La Reina subió a sus aposentos y ordenó a sus sirvientas que le prepararan un baño. Buscó una libreta, una pluma y un tintero y lo dejó junto a la bañera, se metió dentro y ordenó que la llevaran una mesita auxiliar, cuando tuvo los artículos de escritorio ordenados sobre la mesita echó a sus sirvientas. Necesitaba estar sola y relajada para reproducir en papiro lo que acababa de acontecer si quería que aquello sirviera para algo más que para aplacar su libido.