18.6.09

El beso de la nieve

Vino, fruta y dulces. Niobe comía con calma unas pequeñas y rendondas frutitas que el Conde no había visto nunca.

- Las llaman "Besos de doncella" porque saben muy azucaradas -comentó-. Son típicas de la zona. Hay una verdura bastante amarga que se cultiva en la misma época y la llaman "Madre de la doncella" porque se le parece, solo que tiene un color más oscuro.

- Las frutas de vuestro país son deliciosas, mi señora -dijo Edaris, con una amplia sonrisa.

Níobe se llevó otra pieza a la boca y, despacio, chupó el almíbar que le manchaba los dedos.

- No habéis contestado a mi pregunta, Excelencia.

- ¿Tendríais la bondad de recordármela, Majestad?

- Hablábamos del filo de la espada que voy a comprar -se echó a reír-. Os había preguntado si no puedo esperar espontaneidad de vos en ningún aspecto.

El señor del Condado de Shult carraspeó, algo incómodo. La miró a los ojos, suplicándole que no le hiciera contestar. Níobe, por supuesto, se mantuvo en silencio, divertida.

- Ehhh... pues, bien, mi señora -titubeó-. Lo cierto es que... bien -se sonrojó-. Sí, podéis esperarla.

- Os sonrojáis como un niño, qué encanto -Níobe mordió otra fruta-. Sois adorable -No me puedo creer que haya empleado esa palabra, pensó-. Supongamos que os escojo a vos. Vuestro hermano comentó su opinión sobre mis condiciones, pero en última instancia la decisión es vuestra. ¿Aceptariais celebrar la boda en Avernarium?

- Puedo aseguraros que no soy ningún niño... -se detuvo, consciente de que ese último comentario podría malinterpretarse-. Ehhh... No habría ningún problema, mi dama. Siempre que se celebrara un segundo festejo en Shult.

- En realidad, todos los shultes sois un poco niños, tan encantadoramente inocentes -la sonrisa de Níobe era perfecta-. Por supuesto, no tengo nada en contra de las fiestas. Además, tengo entendido que el clima en vuestra patria es muy benigno. Por otra parte, si recordáis las cláusulas... una vez terminados los festejos puedo habitar donde me plazca, estéis vos allí... o no.

El Conde alargó la mano para coger su copa, que estaba llena de agua en vez de vino.

- Estar cerca de la cara sur del Espinazo Negro nos da un tiempo muy favorable -comentó-. Lástima que de vez en cuando nos vengan aires desde el Cenagal del Raven... -se rió-. Bueno, en cuanto a esa cláusula, la condesa siempre puede disponer del Castillo Shult, por supuesto. Algo que a mí me encantaría, en el caso de que accediérais a mi petición, aunque sé que también debéis ocuparos de vuestro trono en Avernarium.

- No quisiera molestaros, pero ese es un punto que debo aclarar. Sé que las mujeres en Shult suelen dedicarse a bordar pendones para que sus hombres puedan ensangrentarlos en justas -a duras penas pudo ocultar su desprecio por lo que consideraba un desperdicio inútil de súbditos-, y por lo general no se meten en política. Yo llevo las riendas de mi reino personalmente. No me perdonaría que os llamárais a engaño. No podréis contar con mis bordados -rió quedamente-, suponiendo que vos también os dediquéis a jugar a mataros.

- Creí que ya me había manifestado sobre eso, mi bella dama. Ya tengo costureras. Busco a alguien como vos -declaró él-. Una mujer decidida y valiente.

- ¿Para qué necesitáis valentía en una esposa? -preguntó Níobe, mordaz. Aunque no había tocado el tema, conocía la situación política de Shult mejor de lo que el Conde creía.

Edaris se pasó la servilleta por los labios, mirando al plato pensativamente.

- No quería entrar en eso, mi señora. Sabéis que la situación de mi tierra es... difícil. Necesito, el pueblo shulte necesita, una condesa que no se comporte como una oveja. Aunque sea eso lo que se estila en Shult -miró a ambos lados al decir esto-, es algo que no conviene a Shult.

- Tiempos difíciles -ella permanecía inmutable-. Sé que los shultes estáis acostumbrados a los eufemismos, pero yo no. Habláis de guerra.

- Sí, Majestad -suspiró, preocupado-. Esos bastardos hijos de mil padres de Erén, maldito sea por siempre el nombre de su Conde, intentan provocar al pueblo shulte para así tener una excusa y anexionarse nuestra tierra. Algo que siempre han deseado.

- Ese lenguaje, mi señor -ella intentó no reírse.

- Disculpadme, mi dama -dijo él-. Por un momento ignoré que me hallaba ante vos, y no ante mi Consejo. Pero, ¿Véis a lo que me refería? Sois la condesa que necesita Shult.

Níobe intentó con todas sus fuerzas no reírse. No, querido. Soy la Reina que va a dominar Shult.

- Sé que los shultes no sois muy dados a la diplomacia, pero, ¿os habéis planteado llegar a una solución pacífica? -ella ya conocía la respuesta, por supuesto.

- La única resolución pacífica que ellos aceptarían sería la anexión total -cerrando el puño hasta casi hacerse sangre, la ira invadía el rostro normalmente apacible de Edaris. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se detuvo y respiró hondo-. Disculpadme de nuevo, mi hermosa Reina. Estos temas consiguen crisparme sobremanera. En vez de estar disfrutando de una noche magnífica con una beldad como vos -se quejó-, estoy insultando a mis aborrecibles primos.

- La política es entretenida -ella sonrió con amabilidad-. Aunque deberíais relajaros. No os lo toméis como un insulto, pero los descendientes de Renn sois demasiado francos para ser buenos políticos. Poneros tenso solo hará que nom penséis con claridad. Y eso es un lujo que no podéis permitiros -tomó un sorbo de vino-. Los piqueros de Shult son unas tropas excelentes, y sus caballeros también. ¿Realmente creéis que podríais perder la guerra?

- Por cada batallón de piqueros acorazados shultes hay cinco de hombres de armas erenianos -se lamentó-. Por cada noble caballero bajo la enseña púrpura de Shult, tres pomposos nobles de Erén se recubren de armadura y galopan hacia la frontera con mi tierra -el suspiro que dejó escapar fue muy revelador-. Sí, mi señora. Creo que perderíamos la guerra, y que la libertad del pueblo shulte sería aplastada bajo el tacón ereniano.

- Y contáis con que las tropas de Avernarium sean capaces de contener a los erenianos -ella tamborileó en el asientos de piedra-. ¿Hasta qué punto estáis dispuesto a sacrificaros por vuestro pueblo? -ella le miró fijamente, con una sonrisa burlona bailándole en los labios.

- Nunca osaría disponer a mi antojo de las tropas de vuestro reino, ni aunque su reina fuera también la Condesa de Shult -dijo el Conde venido de oriente. Se levantó de la silla en la que estaba sentado. Necesitaba moverse-. Con lo que cuento es con el nombre de Avernarium soplando como una amenaza sobre Erén -le alargó la mano, gentil-. ¿Deseáis pasear junto a mí en una noche no más bella que vuestro encandilador rostro?

Níobe respiró hondo. Hizo un esfuerzo de voluntad y sonrió.

- Por supuesto -cogió la mano del shulte y se levantó, echando ambos a pasear sobre el fresco césped, ella con las sandalias de la mano. Indicó con un gesto a sus guardias que permanecieran en la puerta. Las antorchas sujetas a columnatas de piedra emitian una suave y delicada luz anaranjada que volvía dorado su vestido blanco-. Quizá no os deis cuenta, pero una actuación política bien enfocada podría acabar definitivamente con todos los problemas de Shult. Claro está, conociendo los modos y maneras de vuestro pueblo, es posible que encontréis ciertas decisiones... reprobables.

El jardín no era muy grande. Después de todo estaba en lo alto de una torre del castillo. Enseguida llegaron hasta las almenas. Edaris se apoyó sobre la piedra, respirando hondo la tonificante y fresca brisa de la noche mientras contemplaba el umbrío bosque que se extendía alrededor. La vista ea magnífica, sin duda. Diferente del más cálido Shult, pero aún así maravillosa.

- ¿A qué llamáis reprobable, Majestad?

- Para un shulte, muchas cosas son reprobables. El chantaje, por ejemplo. Pero no pensaba en eso. Que yo sepa, el actual Rey de Eren tiene una hija. Bien es cierto que la joven solo tiene diez años, pero si consiguiérais que os la entregase en matrimonio -Níobe ya sabía que se negaría, pero neceistaba tantearle. Ver hasta donde podía llegar. Ver hasta qué punto era capaz de doblarse. Y si de paso hacía creer a Edaris que se preocupaba por él independientemente de sus intereses políticos, mejor- reunificaríais el reino. Pacíficamente -sonrió beatífica.

- ¿¡Tomar a una ereniana!? -exclamó, indignado-. ¡Nunca jamás! Una ereniana no se sentará en Shult como condesa mientras la sangre shulte viva.

- Tanto los erenianos como los shultes sois rennianos, Excelencia -le cogió de la mano, tranquilizdora, sonriendo para sí-. Y la sangre shulte regará vuestros campos, ¿creeis que eso será un consuelo? Vuestro pueblo quiere pan y paz.

Él se dejó acariciar. La piel de la Reina Níobe era como el terciopelo, como la seda. Su tacto era suave y delicado, cálido como el verano.

- Mi pueblo odia y teme a Erén, mi bella señora -contestó él, mirándola a los ojos-. Sé que antes agotaría cualquier alternativa. Y, cuando éstas desaparecieran, moriría siendo shulte y no ereniano -Edaris puso su mano sobre la de ella-. El tacto de vuestra piel es maravilloso, Majestad. Os llaman la Reina de Hielo, pero yo creo que os calificaría mejor la Reina de Nieve. Vuestros dedos son como los copos recién caídos...

Níobe sonrió dulcemente, asegurándose de que la luz mortecina de las antorchas iluminaba su rostro, y alzó despreocupadamente los ojos hacia el ereniano.

- ¿Reina de Hielo, Excelencia? ¿Es así como me llaman? ¿Y habéis venido a pedir la mano de alguien con semejante sobrenombre? -rió quedamente, apartando la mirada con calculada timidez-. Hay más formas de ganar una guerra que meramente con soldados -se aseguró de imprimirle la cantidad suficiente de turbación a su cambio de tema-. Espías, asesinatos, pactos en las sombras. Se que os sería desagradable pensar algo así, pero tal vez sea mejor derramar la sangre de un ereniano que la de mil shultes.

- Habláis como el anciano Rivas, mi señora -suspiró-. Sí, sé que la política riñe a menudo con el honor. Pero no podría ceder en esa tentación -añadió con tono decidido.

- ¿Me comparáis con un anciano, Excelencia? -ella hizo un puchero encantador con la boca, dirigiéndole una mirada traviesa y tímida.

- Pardiez que no, Majestad... Níobe -rió él-. Y gracias sean dadas a la Luz por ello.

Níobe le apretó la mano, rozándola delicadamente, y suspiró. Un suspiro melancólico que había estado practicando días con el único objetivo de deshacer al shulte.

- Señor, debéis aceptar que el bien de vuestro pueblo es prioritario. La vida de un dirigente es sucia en ocasiones.

- Por favor, llamadme Edaris, os lo ruego -pidió el Conde-. Entended la disyuntiva en que me hallo. Si mando asesinar al Conde de Erén, me cubriré de deshonra por la posibilidad de salvar a mi pueblo. En el caso de que efectivamente Shult se librara del temor provocado por Erén -continuó-, ¿acaso querría tener como Conde a alguien que usa artimañas deshonrosas? ¿En qué le diferenciaría entonces del mismo Conde de Erén? Pasaríamos de una guerra contra los despreciables erenianos a tener una guerra civil entre hermanos shultes. Un resultado peor que un enfrentamiento directo con nuestros odiados y temidos primos del sur.

- Edaris... -Níobe puso especial cuidado en paladear cada sílaba, consciente del efecto que tendría en un shulte enamoradizo-. Mi señor Edaris -repitió-. ¿No os dais cuenta de lo que ocurrirá si los erenianos os pasan por encima? ¿O de si permitís una guerra civil?

- No es lo mismo, Níobe -él se acercó a ella, lentamente. Sólo un poco-. Una lucha sangrienta de hermano contra hermano es sumamente peor que el ser exterminados por el odiado enemigo.

- Muertos estarán vuestros súbditos igualmente -Níobe suspiró-, y vos después. ¿Veis porqué solicité ese regalo de bodas? Los shultes parecéis encontrar placer yendo al encuentro de la muerte.

- Pues si es igualmente, entonces mejor muerte con honra que muerte sin ella -se inclinó levemente hacia su rostro.

Ella sonrió.

- ¿Veis como sois igual que un niño? Deliciosamente adorable, en verdad -frunció la nariz brevemente-. Antes habéis dicho que me llaman... ¿Cómo habéis dicho? ¿la Reina de Hielo? ¿Porqué me llaman así, señor? ¿Tan mala fama tengo?

- Dicen que sois fría como las estrellas -llevó su mano por detrás de la cintura de Níobe-, pero yo creo que en realidad sois tan cálida como el sol.

- Apenas me conocéis, mi señor Edaris -Lo más sincero que le he dicho hasta ahora, pensó-. Podríais llevaros una decepción.

- Si eso es cierto al final, entonces -la aupó unos centímetros hacia sí mientras la otra mano la sujetaba de la espalda- por lo menos por el camino habrá sido una experiencia... agradable.

Ella le miró fijamente a los ojos, clavando la oscuridad de sus pupilas en esos iris de un verde desconcertante. Los shultes se enamoran de un modo definitivo, no juegan a tener amantes por mera diversión.Una vez el conde la besase, no habría vuelta atrás. Su voluntad iría, poco a poco, pasando a pertenecerla.

- ¿Agradable, señor? ¿Eso es todo lo que merezco? -sonrió quedamente. El shulte estaba a punto de caer.

- Ya me habéis señalado anteriormente que a los shultes nos encantan los eufemismos -su rostro estaba a escasos centímetros del de Níobe.

- Ahora estáis en Avernarium. Comportaos como tal - Níobe se aseguró de que su cálido aliento rozaba la piel del shulte.

- Como Su Majestad ordene.

La levantó más al tiempo que él bajaba el rostro hasta los labios de la Reina y la besó. Cálida, dulcemente, saboreando la miel de sus labios como el más exquisito manjar que jamás hubiera probado.

Níobe le dejó hacer, consciente de que el primer beso, para un shulte, era algo casi sagrado. Después de unos instantes en que la respiración del Conde se aceleró, ella se separó suavemente.

- Mi señor... -susurró, bajando los ojos y fingiendo timidez. Extendió la mano derecha sobre el pecho del shulte-. Vuestro corazón late desbocado.

Imbécil. Shult es mío.

4 comentarios:

Jezabel dijo...

¡Bwahahahahahahahaaaaaaaaa!

(Sonido de truenos.)

Crystal dijo...

Bang! Latigazo de frase final. No esperaba menos. Y ahora ya puedo irme a trabajar. Ains...

Jezabel dijo...

Huy no, querida mía. Hoy sale otra actualización.

Crystal dijo...

Noooooo, por queeeeee... Queréis que mi jefe me asesine, verdad? Es eso, tiene que serlo... O que pierda la cordura. Bueno, a eso llegáis tarde: ya estoy loca.