Adara se puso la ropa de la campesina y se dirigió al castillo de Edgar. Entrar fue relativamente sencillo, y entregarle a una de las criadas de la reina Vrila una llave de la posada y un mensaje para Vrila. Inmediatamente supo que la muchacha haría lo necesario para que su ama acudiera a la cita. Tenía que preparar el vino envenenado para terminar con la Reina silenciosamente.
Unas horas más tarde, y en la otra posada del pueblo, la doncella hizo girar la llave de la habitación, franqueándole el paso a una mujer con un velo. Cuando ésta se quitó el velo, Adara vio que era Vrila. A pesar de que era veinte años más joven que su marido, el Rey Edgar, Vrila rondaría ya los cuarenta. Claro que nadie lo sabía con seguridad, puesto que aquella mujer se mantenía bella y lozana. Vrila reconoció inmediatamente la figura que tenía delante:
-Hugo. No puede ser -su gesto, primero de incredulidad y luego de felicidad, fue un alivio para Adara, que había dudado de si Vrila realmente amaba a Hugo o sólo quería tener a un hombre guapo y vigoroso en su frío lecho-. Espérame fuera, querida, y no entres ni dejes pasar a nadie bajo ningún concepto. Te haré llamar cuando te necesite -la doncella no esperó más, salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí.
-Pero es, amor mío -la voz de Adara sonaba exactamente igual que la de Hugo. Incluso sus inflexiones eran las mismas. Ni el mismísimo Hugo hubiera conseguido notar la diferencia, mucho menos una reina que ansiaba reencontrarse con su amante.
-Oí que la maldita Adara te tenía prisionero. Esa asquerosa engreída, consentida y egoísta.
-Así es, querida. Pero he logrado escapar. Esa puta me ató y me violó en las mazmorras. -el falso Hugo escupía las palabras con un deje de asco que hubiera despejado las dudas de cualquiera-. Pensaba que conseguiría sacarme tus secretos, pero no contó con mi voluntad. Cuando me desató para llevarme de vuelta a la celda, le quité su látigo y la até con él al aparato de tortura donde me había sujetado, conseguí robarle una de las espadas que decoraban la sala de torturas y así conseguí escapar, usando el arma para librarme de los guardias. Al fin he llegado. Llevo días escondiéndome y rondando el castillo. Me ha costado encontrar quien te llevara mi nota, casi todo Muitung me conoce y muchos de ellos saben que estoy prisionero en Avernarium. Llevo tanto esperando que no puedo seguir haciéndolo. Ven aquí, brindemos por el reencuentro.
Vrila se sentó junto a Hugo y se quedó mirándole embelesada. Aún no podía creerse que su amado estuviera de nuevo junto a ella. Había perdido toda esperanza de reencuentro al enterarse de que Adara lo tenía prisionero. Nadie había conseguido escapar de las mazmorras de Avernarium en toda la historia del Putomundo, pero su amado sí. Él estaba hecho de una madera especial, y el amor que los unía y que los convertiría en marido y mujer cuando el viejo Edgar se decidiera a morir le había ayudado a zafarse de los barrotes. Vrila chocó su copa con Hugo y bebió un trago largo.
-Te he echado de menos, ¿y tu a mí?, ¿me has echado de menos, amor? -la mujer miraba con auténtica devoción a su amado. Aún no se notaba en su gesto que el veneno estuviera haciendo efecto.
-Claro, amor. Ven aquí -Adara, con un gesto rápido, atrajo a Vrila hasta sí y la abrazó con fuerza. Acto seguido volvió a levantar su copa. -Por un futuro juntos, por la muerte de Edgar y mi restitución como soldado, o como lo que tu quieras, amor mío. Bebamos, pues hoy es el maravilloso día en el que me he podido reencontrar con la mujer a la que más he amado en toda mi existencia.
-¡Brindemos por ello! -Vrila alzó su copa y, de un trago, apuró el contenido. Dejó escapar una carcajada mientras se rellenaba la copa y la alzaba de nuevo. -Y volvamos a brindar, una vez más, porque es demasiado perfecto para celebrarlo con una sola botella de vino.
-Por nosotros. -Hugo alzó la copa y dio un sorbo corto, lo justo para espantar a la mala suerte que se esconde tras un brindis vacío y que podía echar a perder todo su plan como una brisa desbarata un castillo de naipes. -Deja de beber y cuéntame cómo están las cosas por la corte, ¿hay visos de heredero o el idiota de tu marido se ha resignado a la esterilidad?
-Querido, las cosas no han cambiado mucho desde que fuiste capturado. Edgar sigue bebiendo brevajes para potenciar su virilidad y yo sigo bebiendo brevajes para anular mi fertilidad. ¿No crees que podríamos intentarlo ahora? Cada día que pasa me coloca más cerca del demasiado tarde definitivo. Y tengo tantas ganas de ser madre...
-No tienes por qué preocuparte por eso. Ven, abrázame, y sigue contándome qué tal están las cosas, amor mío. ¿Siguen mis hombres al frente de la guardia? ¿Seguimos teniendo alguien en quien confiar para que me permita llegar a ti?
-Sólo nos queda el capitán de mi guardia personal. Todos los demás fueron expulsados de la corte y ahora se ganan la vida defendiendo las fronteras. No vas a poder entrar en el castillo, querido, al menos no sin poner en serio peligro tu vida. Nos encontraremos aquí cada día. Es más seguro. Incluso el bosque es más seguro que el castillo para ti, amor mío. -Vrila bostezó mientras se acurrucaba contra el pecho de Hugo.
-¿Estás cansada, Vrila? Duerme, que yo velaré tu sueño. -Adara no pudo reprimir una carcajada mientras acariciaba el pelo de la Reina.
-¿Por qué te ríes, Hugo? -Vrila volvió a bostezar y sus ojos empezaron a entrecerrarse perezosamente. Estaba a punto de quedarse dormida... para siempre.
-Por nada, amor. Tu sólo duérmete.
Vrila se quedó pacíficamente dormida y su pulso se fue apagando lentamente. El remedio para el sueño ayudó a que la mujer no fuera consciente de su agonía cuando comenzó a ahogarse. No hizo ruido, tan sólo boqueó como un pez al que capturan con una red al salir a la superficie. Se echó las manos al cuello como si quisiera desasirse de algo especialmente molesto, y unos minutos más tarde ya era historia. Sin estertores, sin alboroto, sólo la muerte estaba invitada a aquel espectáculo. Adara abandonó la habitación.
-La Reina duerme, acompáñala el sueño, y dile a Edgar de mi parte que si no puede ser mía, no será de nadie. -La doncella entró en la habitación y se encontró a Vrila recostada sobre la cama, tenía un gesto apacible y sereno. La muchacha se acercó y notó que el cuerpo de la mujer desprendía calor, tras aflojarle los ropajes para que durmiera con mayor comodidad, notó que permanecía extremadamente quieta. Puso un espejo bajo su nariz y comprobó, con pánico, que no había respiración.
-¡Socorro! ¡Ayuda! ¡Por favor, que alguien me ayude! ¡Es la Reina! -la joven gritaba con todas sus fuerzas, pero tardaron un rato en acudir, puesto que la habitación sabiamente elegida por Adara estaba bastante alejada de la taberna de la posada. Tuvo que pasar alguien por la calle, por debajo de la ventana, para escuchar los gritos desconsolados de la joven y acudir en su ayuda. Para entonces, Adara ya había recuperado la forma de su guardia y se dirigía al encuentro de su séquito.
Tras el éxito del plan, a Adara sólo le preocupaba una cosa: no sabía qué edad podría tener. Había estado usando magia mucho tiempo seguido, e intuía que dos no eran suficientes sacrificios, y más teniendo en cuenta que ni siquiera eran jovencitas, sino campesinas despistadas y cansadas de una dura vida de trabajo que se acercaban rápidamente a su fin natural. Claro que no haber recuperado su forma en ningún momento no ayudaba: no tenía modo de saber qué edad tendría, ni qué aspecto. Podría estar al borde del desnacimiento o ser una niña sin fuerzas. Su preocupación cesó deprisa, tan pronto como se dio cuenta de que el punto de encuentro estaba a un día del lugar en el que se encontraba, y de que, seguramente, en el camino podría disponer de alguna jovencita con la que invocar a la parca para que le devolviera su edad. Había unos cuantos pueblos entre el lugar en el que se encontraba y el lugar al que se dirigía, por lo que confiaba en llegar viva y libre de sospechas al lugar del encuentro.
Unas horas más tarde, y en la otra posada del pueblo, la doncella hizo girar la llave de la habitación, franqueándole el paso a una mujer con un velo. Cuando ésta se quitó el velo, Adara vio que era Vrila. A pesar de que era veinte años más joven que su marido, el Rey Edgar, Vrila rondaría ya los cuarenta. Claro que nadie lo sabía con seguridad, puesto que aquella mujer se mantenía bella y lozana. Vrila reconoció inmediatamente la figura que tenía delante:
-Hugo. No puede ser -su gesto, primero de incredulidad y luego de felicidad, fue un alivio para Adara, que había dudado de si Vrila realmente amaba a Hugo o sólo quería tener a un hombre guapo y vigoroso en su frío lecho-. Espérame fuera, querida, y no entres ni dejes pasar a nadie bajo ningún concepto. Te haré llamar cuando te necesite -la doncella no esperó más, salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí.
-Pero es, amor mío -la voz de Adara sonaba exactamente igual que la de Hugo. Incluso sus inflexiones eran las mismas. Ni el mismísimo Hugo hubiera conseguido notar la diferencia, mucho menos una reina que ansiaba reencontrarse con su amante.
-Oí que la maldita Adara te tenía prisionero. Esa asquerosa engreída, consentida y egoísta.
-Así es, querida. Pero he logrado escapar. Esa puta me ató y me violó en las mazmorras. -el falso Hugo escupía las palabras con un deje de asco que hubiera despejado las dudas de cualquiera-. Pensaba que conseguiría sacarme tus secretos, pero no contó con mi voluntad. Cuando me desató para llevarme de vuelta a la celda, le quité su látigo y la até con él al aparato de tortura donde me había sujetado, conseguí robarle una de las espadas que decoraban la sala de torturas y así conseguí escapar, usando el arma para librarme de los guardias. Al fin he llegado. Llevo días escondiéndome y rondando el castillo. Me ha costado encontrar quien te llevara mi nota, casi todo Muitung me conoce y muchos de ellos saben que estoy prisionero en Avernarium. Llevo tanto esperando que no puedo seguir haciéndolo. Ven aquí, brindemos por el reencuentro.
Vrila se sentó junto a Hugo y se quedó mirándole embelesada. Aún no podía creerse que su amado estuviera de nuevo junto a ella. Había perdido toda esperanza de reencuentro al enterarse de que Adara lo tenía prisionero. Nadie había conseguido escapar de las mazmorras de Avernarium en toda la historia del Putomundo, pero su amado sí. Él estaba hecho de una madera especial, y el amor que los unía y que los convertiría en marido y mujer cuando el viejo Edgar se decidiera a morir le había ayudado a zafarse de los barrotes. Vrila chocó su copa con Hugo y bebió un trago largo.
-Te he echado de menos, ¿y tu a mí?, ¿me has echado de menos, amor? -la mujer miraba con auténtica devoción a su amado. Aún no se notaba en su gesto que el veneno estuviera haciendo efecto.
-Claro, amor. Ven aquí -Adara, con un gesto rápido, atrajo a Vrila hasta sí y la abrazó con fuerza. Acto seguido volvió a levantar su copa. -Por un futuro juntos, por la muerte de Edgar y mi restitución como soldado, o como lo que tu quieras, amor mío. Bebamos, pues hoy es el maravilloso día en el que me he podido reencontrar con la mujer a la que más he amado en toda mi existencia.
-¡Brindemos por ello! -Vrila alzó su copa y, de un trago, apuró el contenido. Dejó escapar una carcajada mientras se rellenaba la copa y la alzaba de nuevo. -Y volvamos a brindar, una vez más, porque es demasiado perfecto para celebrarlo con una sola botella de vino.
-Por nosotros. -Hugo alzó la copa y dio un sorbo corto, lo justo para espantar a la mala suerte que se esconde tras un brindis vacío y que podía echar a perder todo su plan como una brisa desbarata un castillo de naipes. -Deja de beber y cuéntame cómo están las cosas por la corte, ¿hay visos de heredero o el idiota de tu marido se ha resignado a la esterilidad?
-Querido, las cosas no han cambiado mucho desde que fuiste capturado. Edgar sigue bebiendo brevajes para potenciar su virilidad y yo sigo bebiendo brevajes para anular mi fertilidad. ¿No crees que podríamos intentarlo ahora? Cada día que pasa me coloca más cerca del demasiado tarde definitivo. Y tengo tantas ganas de ser madre...
-No tienes por qué preocuparte por eso. Ven, abrázame, y sigue contándome qué tal están las cosas, amor mío. ¿Siguen mis hombres al frente de la guardia? ¿Seguimos teniendo alguien en quien confiar para que me permita llegar a ti?
-Sólo nos queda el capitán de mi guardia personal. Todos los demás fueron expulsados de la corte y ahora se ganan la vida defendiendo las fronteras. No vas a poder entrar en el castillo, querido, al menos no sin poner en serio peligro tu vida. Nos encontraremos aquí cada día. Es más seguro. Incluso el bosque es más seguro que el castillo para ti, amor mío. -Vrila bostezó mientras se acurrucaba contra el pecho de Hugo.
-¿Estás cansada, Vrila? Duerme, que yo velaré tu sueño. -Adara no pudo reprimir una carcajada mientras acariciaba el pelo de la Reina.
-¿Por qué te ríes, Hugo? -Vrila volvió a bostezar y sus ojos empezaron a entrecerrarse perezosamente. Estaba a punto de quedarse dormida... para siempre.
-Por nada, amor. Tu sólo duérmete.
Vrila se quedó pacíficamente dormida y su pulso se fue apagando lentamente. El remedio para el sueño ayudó a que la mujer no fuera consciente de su agonía cuando comenzó a ahogarse. No hizo ruido, tan sólo boqueó como un pez al que capturan con una red al salir a la superficie. Se echó las manos al cuello como si quisiera desasirse de algo especialmente molesto, y unos minutos más tarde ya era historia. Sin estertores, sin alboroto, sólo la muerte estaba invitada a aquel espectáculo. Adara abandonó la habitación.
-La Reina duerme, acompáñala el sueño, y dile a Edgar de mi parte que si no puede ser mía, no será de nadie. -La doncella entró en la habitación y se encontró a Vrila recostada sobre la cama, tenía un gesto apacible y sereno. La muchacha se acercó y notó que el cuerpo de la mujer desprendía calor, tras aflojarle los ropajes para que durmiera con mayor comodidad, notó que permanecía extremadamente quieta. Puso un espejo bajo su nariz y comprobó, con pánico, que no había respiración.
-¡Socorro! ¡Ayuda! ¡Por favor, que alguien me ayude! ¡Es la Reina! -la joven gritaba con todas sus fuerzas, pero tardaron un rato en acudir, puesto que la habitación sabiamente elegida por Adara estaba bastante alejada de la taberna de la posada. Tuvo que pasar alguien por la calle, por debajo de la ventana, para escuchar los gritos desconsolados de la joven y acudir en su ayuda. Para entonces, Adara ya había recuperado la forma de su guardia y se dirigía al encuentro de su séquito.
Tras el éxito del plan, a Adara sólo le preocupaba una cosa: no sabía qué edad podría tener. Había estado usando magia mucho tiempo seguido, e intuía que dos no eran suficientes sacrificios, y más teniendo en cuenta que ni siquiera eran jovencitas, sino campesinas despistadas y cansadas de una dura vida de trabajo que se acercaban rápidamente a su fin natural. Claro que no haber recuperado su forma en ningún momento no ayudaba: no tenía modo de saber qué edad tendría, ni qué aspecto. Podría estar al borde del desnacimiento o ser una niña sin fuerzas. Su preocupación cesó deprisa, tan pronto como se dio cuenta de que el punto de encuentro estaba a un día del lugar en el que se encontraba, y de que, seguramente, en el camino podría disponer de alguna jovencita con la que invocar a la parca para que le devolviera su edad. Había unos cuantos pueblos entre el lugar en el que se encontraba y el lugar al que se dirigía, por lo que confiaba en llegar viva y libre de sospechas al lugar del encuentro.
1 comentario:
Esto de la magia que rejuvenece... me perturba. Y más aún que no parezcan tener un control exhaustivo quien de ella abusan constantemente. Supongo que es algo intrínseco a la magia: ser profundamente misteriosa.
Publicar un comentario