Níobe cenaba sola, en su jardín privado. Había despedido a todas sus doncellas menos a Florea, y a toda la Guardia menos al teniente Der.
La tarde había sido increíblemente fastidiosa, con ese juglar tan imbécil como su dueño. Por supuesto, tener que matarle había sido una molestia. Las chinelas de seda jamás recuperarían su color inicial, tendría que ordenar teñirlas de púrpura o algo similar. Y el corsé, igual. Por no mencionar que su papel de dulce doncella frente a Edaris acababa de resquebrajarse seriamente. El Conde era un hombre crédulo, pero ni un niño de ocho años creería que la reina que acababa de apuñalar a un mensajero delante de toda la corte sin que se le moviera una ceja era una inocente damisela.
En todo caso, la ley era la ley. Insultar a una Reina se castiga con la muerte. Sin embargo, ningún razonamiento convencería al más cándido de los shultes de que apuñalar a un hombre por sorpresa es impartir justicia. Por lo tanto - Níobe sonrió-, si ningún razonamiento convencería, habría que convencer de otra manera. Empleando el sentimiento, ese empalagoso sentimentalismo que Níobe tanto detestaba. Si Edaris aún conservaba el más pequeño rescoldo de deseo por ella, lo avivaría hasta convertirlo en un fuego que haría arder su sentido común. A fin de cuentas, los shultes parecían casi genéticamente predispuestos a obligar a su lógica a doblegarse ante el romanticismo, por estúpido que fuera este.
Florea sirvió tres postres ante ella. Níobe tenía pocos vicios, pero los dulces eran uno del que no podría prescindir. Hacía años que había mandado traer al castillo tres cocineras que se dedicaban única y exclusivamente a prepararle postres y a educar a tres aprendizas para que hicieran lo propio cuando les lllegara el momento.
Probó el primero, una crema de turrón con vetas de nata. Delicioso. Pensó en Nyx, que adoraba el turrón; tendría que ordenar a sus cocineras que le llevaran un plato de este postre. Pero, ¿donde estaría su hermana? No la había visto en toda la tarde...
Oyó voces en la puerta y suspiró con fastidio. Quería cenar a solas, sin tener que soportar más tonterías. Su cuota de paciencia para la semana ya la había agotado el difunto Jared. Der se acercó a ella, con pasos cautelosos.
- Mi señora. El shulte -cuando estaba de mal humor, Der era muy parco en palabras- desea veros.
Líbrate de él. Que se largue a componerle tonadas a los tiestos de su habitación, pensó ella. Sin embargo, tomó otra cucharada del postre -el azúcar en su lengua la animó bastante- y asintió levemente. Der volvió a la puerta.
Edaris llegó hasta ella a largas zancadas.
- Señora -su tono era indudablemente mucho más frío que la noche anterior-. He de hablar con vos.
- Por supuesto -concedió Níobe, amable-. Sentáos. Estoy terminando mi cena, ¿deseáis compartirla conmigo?
- En absoluto - se sentó frente a ella-. El espectáculo de esta noche me ha quitado el apetito.
Níobe apartó el plato.
- Deduzco pues que habéis venido a hablar sobre ello.
- Por supuesto, señora. La escena de esta tarde en el salón ha sido completamente dantesca. Me horroriza haber asistido a semejante despliegue de sadismo incontrolado y violencia innecesaria. Señora, he venido a despedirme. No tengo interés alguno en contraer matrimonio con quien es capaz de actuar de semejante modo.
Níobe frunció los labios. Era una opción, desde luego. Tendría que manejarle con cuidado, solo tenía una oportunidad para volver a traerle al redil. Apuntar directamente al corazón y retorcer el mástil de la flecha. Sin dudar.
- Lamento oír esas palabras, señor; sin embargo, comprendo vuestra actitud - procuró parecer contrariada aunque comedida-. Supongo que vos podéis permitiros hacer muchas cosas que yo no. Tal vez de estar vos en mi piel hubiérais actuado de otro modo... Por favor, sed tan amable de compartir vuestra sabiduría conmigo.
- ¡Por supuesto que hubiera actuado de otro modo, faltaría más! ¡Hubiera retado a semejante deslenguado a duelo, y lo hubiera muerto con honor!
- No sé manejar la espada -imprimió a su voz la cantidad justa de dulzura.
- Pudiérais haber escogido un campeón -él no se dejó ablandar.
- Un juglar tampoco es ducho con las armas - señaló Níobe.
- Él también pudiera haber solicitado un campeón.
- Con lo cual moriría su campeón o el mío, aunque probablemente ambos. Dos hombres inocentes. No Jared, quien profirió los insultos contra mí. Eso no es justo, señor.
- ¿Justo? ¿Justicia? ¿Y qué hay de justo en la muerte que habéis otorgado a ese pobre desgraciado?
- Señor, quien roba sabe que lo encarcelarán; quien mata que lo colgarán. Y quien insulta a una Reina, que morirá de inmediato. Es la ley.
- ¡No es lo mismo!
- ¿No? ¿Queréis decir que si un hombre va a vuestra casa y delante de toda la corte viola a vuestra esposa, le retaréis a honorable duelo? ¿O -se puso de pie y se inclinó sobre él hasta que sus ojos estuvieran a la misma altura- le degollaríais en el mismo instante en que intentase tocarla? Sed sincero, señor. Porque si vuestra respuesta no es la segunda, tal vez deberíais plantearos si merecéis tener una esposa.
Edaris dio un respingo. Nadie nunca le había hablado así.
- Por supuesto que jamás le permitiría tocarla, señora, qué...
- ¿Y si no estuviérais delante? Suponed, señor, que vuestra bella dama va a dar un paseo -caminó a su alrededor, con fiereza-. Un rufian se cruza en su camino y la fuerza. O quizá la mata. ¿Seréis capaz de tratarle como a un malhechor cualquiera? ¿Que le capture la justicia, como si en vez de a vuestra esposa hubiera matado a cualquier campesina? ¿Que le juzguen y, tal vez, le declaren inocente? O, por el contrario - le miró fijalmente a los ojos-, vos mismo le buscaríais, le daríais caza como el animal que es, y bañaríais vuestras manos en su indigna sangre aunque os suplicara clemencia?
Edaris titubeó. Sabía cual era la respuesta correcta, la respuesta que un Conde debería dar. Pero no podía mentir. Los ojos de ella le observaban, feroces, ardientes, carentes de cualquier rastro de frialdad.
- Quizá...
- Excelencia -Níobe se apartó de él, observándole con fiereza-, si de verdad debéis pensarlo, ni siquiera deberíais llamaros hombre.
- ¡Cómo os atrevéis! - Edaris se puso en pie, furioso-. ¡Cómo osáis...!
- No, señor - se encaró ella-. Cómo osáis vos despreciarme así por no permitir que un hombre que ha venido a mi casa, que ha aceptado mi hospitalidad y que dice traerme los presentes de un rey que desea mi mano, me escupa a la cara delante de toda mi corte. Jamás permitiré que nadie mancille la sangre de mis antepasados, Excelencia. Ni de palabra ni de hechos. Y si vos esperáis eso de mí, ni siquiera merecéis mirarme a los ojos.
Acababa de cruzar el límite. O Edaris quedaba completa y totalmente fascinado por su determinación, o la declararía de inmediato la guerra por haberle insultado. No quedaba sitio para las medias tintas. Manejar a un shulte era como trabajar con dinamita vieja. Había momentos en que, sin más, o conseguías exactamente lo que querías o te explotaba en la cara.
- No hay manera humana de justificar la muerte de ese hombre -dijo Edaris, pero su voz sonó mucho más débil y titubeante; el enfado había desaparecido para dejar paso al desconcierto y la duda.
- Hacéis bien en marcharos, señor. Vos no queréis una esposa que no se deja pisotear, ni yo deseo un esposo que pretende que permita que me falten al respeto.
- Señora, yo nunca he dicho que debiérais permitir que os faltasen... -Edaris intentó responder, pero ella le cortó. No debía darle tiempo a pensar con claridad.
- Mucho habéis dicho esta noche, Excelencia - Níobe se giró, dándole la espalda. ¿Tal vez debería fingir un par de sollozos? Podría probar, quizá hacerle creer que su abandono era doloroso-, mucho y muy claro. Que penséis que por gusto me mancho las manos de la sangre de un patético mensajero de un Rey insensato dice mucho, señor, y no de mí. No os retengo más. Marchad de Avernarium cuando deseéis.
Recordó el modo en que Nyx lloraba, cuando eran niñas, para conseguir caramelos a deshora. Y lo bien que le funcionaba. Nyx, querida. Espero hacerlo tan bien como tú. Voy a por mi caramelo de tofe.
- He perdido el apetito, señor -dejó escapar un par de sollozos contenidos y giró la cabeza después de permitir a Edaris intuir las lágrimas en sus ojos-. Disculpadme, me voy a dormir.
- Mi señora -la actitud del shulte dio un giro de ciento ochenta grados. Era casi una ley natural que un shulte no pudiera soportar ver llorar a una mujer-, os suplico que perdonéis mis palabras. No lloréis, hermosa dama, os lo ruego. Si he sido demasiado vehemente os manifiesto mi más profundo arrepentimiento.
Níobe hubo de hacer un esfuerzo para no reírse de él, pero consiguió mantener el gesto desolado y trágico.
- Debo marcharme -susurró, rompiendo la voz en el último instante, y echó a andar rápidamente en dirección a la salida del jardín.
Jodido idiota, pensó. Debería exprimirte hasta que suplicaras que te permitiera mirarme.
Escuchó los rápidos pasos de Edaris tras ella.
- ¡Majestad! -la llamó, la urgencia y la preocupación eran transparentes en su voz- ¡Señora! Os lo suplico -avanzó hasta pasarla y colocarse en su camino, deteniéndola- , os ruego en nombre de todo lo sagrado que perdonéis mi rudeza. Yo... yo... señora -le cogió de la mano-, mi hermosa señora, nada justifica que os haya hablado en esos términos, pero comprended mi desagrado ante lo que ha acontecido esta tarde.
Vaya, vaya. Así que hemos pasado desde "me horroriza esa escena dantesca" a "comprended mi desagrado". Pero creo que aún puedo apretarte un poco más, ¿verdad que sí, caballero de brillante armadura y cabeza hueca? ¿Hasta que te disculpes y supliques?
- Excelencia - Níobe apartó los ojos de él-, he tenido un día muy difícil. Lo único que deseo es dormir y descansar.
- Por supuesto, mi señora; permitid entonces que vuestro humilde siervo os acompañe hasta vuestros aposentos.
- No es necesario, el Teniente Der...
- Os lo ruego, dejad que expíe una mínima parte de mi terrible comportamiento con ese nimio gesto.
Níobe le miró, fabricando para él una mirada tímida y desconfiada, matizada con un gesto angustiado. Finalmente, asintió con lentitud.
- Teniente Der, Florea -ordenó-, podéis retiraros.
Permitió que Edaris la acompañara a sus habitaciones. Él no hizo otra cosa que disculparse durante todo el breve trayecto, y Níobe le dejó hacer. Dos guardias protegían la puerta de la antesala de sus aposentos.
- Señora, hemos llegado -dijo Edaris, ignorando a los soldados-. ¿Deseáis que mande a algún sirviente que os traiga un tónico? -preguntó, solícito y preocupado-. Os noto pálida, señora, y parecéis agotada.
- Estoy fatigada -suspiró ella-, hoy ha sido un día terrible.
- Dejad que os traigan una infusión caliente, señora. Os hará bien y descansaréis mucho mejor. Esperad en la antesala, yo mismo iré a buscarla.
Con infinito cuidado, como si manejase algo muy delicado, Edaris abrió la puerta de la antesala y acompañó a Níobe a uno de los sillones. La sentó en él con suavidad.
- Esperad aquí, señora; en seguida volveré.
No tendré suerte y te perderás por las cocinas, botarate...
Níobe asintió y permaneció esperando en el sillón de la antesala. Sus aposentos constaban de cuatro habitaciones: la antesala, la cual daba paso por un lateral a su despacho personal y por otro al dormitorio, el cual estaba comunicado con un baño. Era una de sus excentricidades, encontraba tremendamente relajante el ritual del baño. Un ritual diario, cosa aún más excéntrica.
La antesala era un lugar preparado para recibir a las visitas personales. Varios y cómodos sofás y asientos, una cálida chimenea, tapices y alfombras por doquier. La sala no tenía ventanas, y la iluminación procedía de una lámpara de velas que colgaba del techo.
Trató de relajarse. El papel de delicada damisela era aburrido y cargante, pero aún tenía que interpretarlo un rato más.
Edaris volvió con una taza en las manos. El olor a anís y canela era intenso, y Níobe aceptó la taza de verdadero buen grado.
- Gracias, Excelencia -dijo, poniendo especial cuidado en el tratamiento-. Sois muy amable.
- Es lo menos que puedo hacer por vos, mi señora. Permitid que me disculpe una vez más por mi rudeza, lamento mucho haberos afligido así.
- Estáis disculpado -suspiró ella, poniéndose en pie. Dejó la taza en una mesa y, con deliberada lentitud, alzó los ojos hacia Edaris-. Os deseo un buen viaje de vuelta a Shult, Excelencia; y lamento que las circunstancias hayan sido éstas -se llevó la mano a la oreja derecha y se quitó el pendiente, una pieza de oro labrado con perlas colgando-. Os suplico que aceptéis esta nimiedad -dijo, tendiéndoselo-. Así al llegar a vuestro hogar tal vez recordéis que no todo en Avernarium os disgustó.
Al ver que él no respondía, sorprendido, le dejó la joya en la mano. Sin esperar respuesta, entró en su dormitorio.
Incluso a través de la puerta maciza, pudo escuchar el suspiro de deleite del Shult.
Si mañana no estás lloriqueando a mi puerta, me meto a sacerdotisa. Prometido.
La tarde había sido increíblemente fastidiosa, con ese juglar tan imbécil como su dueño. Por supuesto, tener que matarle había sido una molestia. Las chinelas de seda jamás recuperarían su color inicial, tendría que ordenar teñirlas de púrpura o algo similar. Y el corsé, igual. Por no mencionar que su papel de dulce doncella frente a Edaris acababa de resquebrajarse seriamente. El Conde era un hombre crédulo, pero ni un niño de ocho años creería que la reina que acababa de apuñalar a un mensajero delante de toda la corte sin que se le moviera una ceja era una inocente damisela.
En todo caso, la ley era la ley. Insultar a una Reina se castiga con la muerte. Sin embargo, ningún razonamiento convencería al más cándido de los shultes de que apuñalar a un hombre por sorpresa es impartir justicia. Por lo tanto - Níobe sonrió-, si ningún razonamiento convencería, habría que convencer de otra manera. Empleando el sentimiento, ese empalagoso sentimentalismo que Níobe tanto detestaba. Si Edaris aún conservaba el más pequeño rescoldo de deseo por ella, lo avivaría hasta convertirlo en un fuego que haría arder su sentido común. A fin de cuentas, los shultes parecían casi genéticamente predispuestos a obligar a su lógica a doblegarse ante el romanticismo, por estúpido que fuera este.
Florea sirvió tres postres ante ella. Níobe tenía pocos vicios, pero los dulces eran uno del que no podría prescindir. Hacía años que había mandado traer al castillo tres cocineras que se dedicaban única y exclusivamente a prepararle postres y a educar a tres aprendizas para que hicieran lo propio cuando les lllegara el momento.
Probó el primero, una crema de turrón con vetas de nata. Delicioso. Pensó en Nyx, que adoraba el turrón; tendría que ordenar a sus cocineras que le llevaran un plato de este postre. Pero, ¿donde estaría su hermana? No la había visto en toda la tarde...
Oyó voces en la puerta y suspiró con fastidio. Quería cenar a solas, sin tener que soportar más tonterías. Su cuota de paciencia para la semana ya la había agotado el difunto Jared. Der se acercó a ella, con pasos cautelosos.
- Mi señora. El shulte -cuando estaba de mal humor, Der era muy parco en palabras- desea veros.
Líbrate de él. Que se largue a componerle tonadas a los tiestos de su habitación, pensó ella. Sin embargo, tomó otra cucharada del postre -el azúcar en su lengua la animó bastante- y asintió levemente. Der volvió a la puerta.
Edaris llegó hasta ella a largas zancadas.
- Señora -su tono era indudablemente mucho más frío que la noche anterior-. He de hablar con vos.
- Por supuesto -concedió Níobe, amable-. Sentáos. Estoy terminando mi cena, ¿deseáis compartirla conmigo?
- En absoluto - se sentó frente a ella-. El espectáculo de esta noche me ha quitado el apetito.
Níobe apartó el plato.
- Deduzco pues que habéis venido a hablar sobre ello.
- Por supuesto, señora. La escena de esta tarde en el salón ha sido completamente dantesca. Me horroriza haber asistido a semejante despliegue de sadismo incontrolado y violencia innecesaria. Señora, he venido a despedirme. No tengo interés alguno en contraer matrimonio con quien es capaz de actuar de semejante modo.
Níobe frunció los labios. Era una opción, desde luego. Tendría que manejarle con cuidado, solo tenía una oportunidad para volver a traerle al redil. Apuntar directamente al corazón y retorcer el mástil de la flecha. Sin dudar.
- Lamento oír esas palabras, señor; sin embargo, comprendo vuestra actitud - procuró parecer contrariada aunque comedida-. Supongo que vos podéis permitiros hacer muchas cosas que yo no. Tal vez de estar vos en mi piel hubiérais actuado de otro modo... Por favor, sed tan amable de compartir vuestra sabiduría conmigo.
- ¡Por supuesto que hubiera actuado de otro modo, faltaría más! ¡Hubiera retado a semejante deslenguado a duelo, y lo hubiera muerto con honor!
- No sé manejar la espada -imprimió a su voz la cantidad justa de dulzura.
- Pudiérais haber escogido un campeón -él no se dejó ablandar.
- Un juglar tampoco es ducho con las armas - señaló Níobe.
- Él también pudiera haber solicitado un campeón.
- Con lo cual moriría su campeón o el mío, aunque probablemente ambos. Dos hombres inocentes. No Jared, quien profirió los insultos contra mí. Eso no es justo, señor.
- ¿Justo? ¿Justicia? ¿Y qué hay de justo en la muerte que habéis otorgado a ese pobre desgraciado?
- Señor, quien roba sabe que lo encarcelarán; quien mata que lo colgarán. Y quien insulta a una Reina, que morirá de inmediato. Es la ley.
- ¡No es lo mismo!
- ¿No? ¿Queréis decir que si un hombre va a vuestra casa y delante de toda la corte viola a vuestra esposa, le retaréis a honorable duelo? ¿O -se puso de pie y se inclinó sobre él hasta que sus ojos estuvieran a la misma altura- le degollaríais en el mismo instante en que intentase tocarla? Sed sincero, señor. Porque si vuestra respuesta no es la segunda, tal vez deberíais plantearos si merecéis tener una esposa.
Edaris dio un respingo. Nadie nunca le había hablado así.
- Por supuesto que jamás le permitiría tocarla, señora, qué...
- ¿Y si no estuviérais delante? Suponed, señor, que vuestra bella dama va a dar un paseo -caminó a su alrededor, con fiereza-. Un rufian se cruza en su camino y la fuerza. O quizá la mata. ¿Seréis capaz de tratarle como a un malhechor cualquiera? ¿Que le capture la justicia, como si en vez de a vuestra esposa hubiera matado a cualquier campesina? ¿Que le juzguen y, tal vez, le declaren inocente? O, por el contrario - le miró fijalmente a los ojos-, vos mismo le buscaríais, le daríais caza como el animal que es, y bañaríais vuestras manos en su indigna sangre aunque os suplicara clemencia?
Edaris titubeó. Sabía cual era la respuesta correcta, la respuesta que un Conde debería dar. Pero no podía mentir. Los ojos de ella le observaban, feroces, ardientes, carentes de cualquier rastro de frialdad.
- Quizá...
- Excelencia -Níobe se apartó de él, observándole con fiereza-, si de verdad debéis pensarlo, ni siquiera deberíais llamaros hombre.
- ¡Cómo os atrevéis! - Edaris se puso en pie, furioso-. ¡Cómo osáis...!
- No, señor - se encaró ella-. Cómo osáis vos despreciarme así por no permitir que un hombre que ha venido a mi casa, que ha aceptado mi hospitalidad y que dice traerme los presentes de un rey que desea mi mano, me escupa a la cara delante de toda mi corte. Jamás permitiré que nadie mancille la sangre de mis antepasados, Excelencia. Ni de palabra ni de hechos. Y si vos esperáis eso de mí, ni siquiera merecéis mirarme a los ojos.
Acababa de cruzar el límite. O Edaris quedaba completa y totalmente fascinado por su determinación, o la declararía de inmediato la guerra por haberle insultado. No quedaba sitio para las medias tintas. Manejar a un shulte era como trabajar con dinamita vieja. Había momentos en que, sin más, o conseguías exactamente lo que querías o te explotaba en la cara.
- No hay manera humana de justificar la muerte de ese hombre -dijo Edaris, pero su voz sonó mucho más débil y titubeante; el enfado había desaparecido para dejar paso al desconcierto y la duda.
- Hacéis bien en marcharos, señor. Vos no queréis una esposa que no se deja pisotear, ni yo deseo un esposo que pretende que permita que me falten al respeto.
- Señora, yo nunca he dicho que debiérais permitir que os faltasen... -Edaris intentó responder, pero ella le cortó. No debía darle tiempo a pensar con claridad.
- Mucho habéis dicho esta noche, Excelencia - Níobe se giró, dándole la espalda. ¿Tal vez debería fingir un par de sollozos? Podría probar, quizá hacerle creer que su abandono era doloroso-, mucho y muy claro. Que penséis que por gusto me mancho las manos de la sangre de un patético mensajero de un Rey insensato dice mucho, señor, y no de mí. No os retengo más. Marchad de Avernarium cuando deseéis.
Recordó el modo en que Nyx lloraba, cuando eran niñas, para conseguir caramelos a deshora. Y lo bien que le funcionaba. Nyx, querida. Espero hacerlo tan bien como tú. Voy a por mi caramelo de tofe.
- He perdido el apetito, señor -dejó escapar un par de sollozos contenidos y giró la cabeza después de permitir a Edaris intuir las lágrimas en sus ojos-. Disculpadme, me voy a dormir.
- Mi señora -la actitud del shulte dio un giro de ciento ochenta grados. Era casi una ley natural que un shulte no pudiera soportar ver llorar a una mujer-, os suplico que perdonéis mis palabras. No lloréis, hermosa dama, os lo ruego. Si he sido demasiado vehemente os manifiesto mi más profundo arrepentimiento.
Níobe hubo de hacer un esfuerzo para no reírse de él, pero consiguió mantener el gesto desolado y trágico.
- Debo marcharme -susurró, rompiendo la voz en el último instante, y echó a andar rápidamente en dirección a la salida del jardín.
Jodido idiota, pensó. Debería exprimirte hasta que suplicaras que te permitiera mirarme.
Escuchó los rápidos pasos de Edaris tras ella.
- ¡Majestad! -la llamó, la urgencia y la preocupación eran transparentes en su voz- ¡Señora! Os lo suplico -avanzó hasta pasarla y colocarse en su camino, deteniéndola- , os ruego en nombre de todo lo sagrado que perdonéis mi rudeza. Yo... yo... señora -le cogió de la mano-, mi hermosa señora, nada justifica que os haya hablado en esos términos, pero comprended mi desagrado ante lo que ha acontecido esta tarde.
Vaya, vaya. Así que hemos pasado desde "me horroriza esa escena dantesca" a "comprended mi desagrado". Pero creo que aún puedo apretarte un poco más, ¿verdad que sí, caballero de brillante armadura y cabeza hueca? ¿Hasta que te disculpes y supliques?
- Excelencia - Níobe apartó los ojos de él-, he tenido un día muy difícil. Lo único que deseo es dormir y descansar.
- Por supuesto, mi señora; permitid entonces que vuestro humilde siervo os acompañe hasta vuestros aposentos.
- No es necesario, el Teniente Der...
- Os lo ruego, dejad que expíe una mínima parte de mi terrible comportamiento con ese nimio gesto.
Níobe le miró, fabricando para él una mirada tímida y desconfiada, matizada con un gesto angustiado. Finalmente, asintió con lentitud.
- Teniente Der, Florea -ordenó-, podéis retiraros.
Permitió que Edaris la acompañara a sus habitaciones. Él no hizo otra cosa que disculparse durante todo el breve trayecto, y Níobe le dejó hacer. Dos guardias protegían la puerta de la antesala de sus aposentos.
- Señora, hemos llegado -dijo Edaris, ignorando a los soldados-. ¿Deseáis que mande a algún sirviente que os traiga un tónico? -preguntó, solícito y preocupado-. Os noto pálida, señora, y parecéis agotada.
- Estoy fatigada -suspiró ella-, hoy ha sido un día terrible.
- Dejad que os traigan una infusión caliente, señora. Os hará bien y descansaréis mucho mejor. Esperad en la antesala, yo mismo iré a buscarla.
Con infinito cuidado, como si manejase algo muy delicado, Edaris abrió la puerta de la antesala y acompañó a Níobe a uno de los sillones. La sentó en él con suavidad.
- Esperad aquí, señora; en seguida volveré.
No tendré suerte y te perderás por las cocinas, botarate...
Níobe asintió y permaneció esperando en el sillón de la antesala. Sus aposentos constaban de cuatro habitaciones: la antesala, la cual daba paso por un lateral a su despacho personal y por otro al dormitorio, el cual estaba comunicado con un baño. Era una de sus excentricidades, encontraba tremendamente relajante el ritual del baño. Un ritual diario, cosa aún más excéntrica.
La antesala era un lugar preparado para recibir a las visitas personales. Varios y cómodos sofás y asientos, una cálida chimenea, tapices y alfombras por doquier. La sala no tenía ventanas, y la iluminación procedía de una lámpara de velas que colgaba del techo.
Trató de relajarse. El papel de delicada damisela era aburrido y cargante, pero aún tenía que interpretarlo un rato más.
Edaris volvió con una taza en las manos. El olor a anís y canela era intenso, y Níobe aceptó la taza de verdadero buen grado.
- Gracias, Excelencia -dijo, poniendo especial cuidado en el tratamiento-. Sois muy amable.
- Es lo menos que puedo hacer por vos, mi señora. Permitid que me disculpe una vez más por mi rudeza, lamento mucho haberos afligido así.
- Estáis disculpado -suspiró ella, poniéndose en pie. Dejó la taza en una mesa y, con deliberada lentitud, alzó los ojos hacia Edaris-. Os deseo un buen viaje de vuelta a Shult, Excelencia; y lamento que las circunstancias hayan sido éstas -se llevó la mano a la oreja derecha y se quitó el pendiente, una pieza de oro labrado con perlas colgando-. Os suplico que aceptéis esta nimiedad -dijo, tendiéndoselo-. Así al llegar a vuestro hogar tal vez recordéis que no todo en Avernarium os disgustó.
Al ver que él no respondía, sorprendido, le dejó la joya en la mano. Sin esperar respuesta, entró en su dormitorio.
Incluso a través de la puerta maciza, pudo escuchar el suspiro de deleite del Shult.
Si mañana no estás lloriqueando a mi puerta, me meto a sacerdotisa. Prometido.
4 comentarios:
Espero que si decidís tomar los hábitos os cambiéis delante de mi espejo, bella Reina.
Duque Sergei.
Para ser una mera sombra, Duque, tenéis apetitos demasiado humanos. Creo que tal vez debería cubrir vuestro espejo mientras no os necesite, no quisiera que vierais más de lo necesario.
Níobe IV de Avernarium.
Justo ahora me estaba preguntando cómo va la trama del siniestro ser que habita el espejo y maneja a voluntad aves negras. Afortunadamente, tengo mucho que leer :)
Os encontraréis muchas más veces con nuestro oscuro amigo, querida dama. Os lo prometo.
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