28.8.09

La leyenda

12/Decimus/año MDXXXVIII después del Año de los Infortunios
Estación de las hojas caídas.
La Posada de los Puntos Cardinales, Seber Este. En la Ruta del Camino del Este, a diez leguas de la frontera con Shult.

Edaris de Shult ocupaba la Habitación Grande, la habitación más amplia y bonita de toda la posada. Seber Este era una gran ciudad, la última ciudad realmente grande antes de la frontera este de Avernarium. Era un importante núcleo donde se trenzaban varias rutas comerciales, siendo la más importante la Ruta del Este, que discurría por el Camino con el mismo nombre. La posada de los Puntos Cardinales, donde se hospedaba, era famosa por sus lujos insólitos. Cinco de las doce habitaciones disfrutaban de una bañera, y para el resto de los clientes había un baño común en la planta baja, lo cual ya era sin duda un lujo excéntrico.
Terminó su opípara cena en compañía de su consejero y su hermano. Los tres habían decidido comer en la habitación para poder mantener una conversación en la intimidad.

-En un par de días llegaremos a casa -dijo Briye - el joven de rasgos algo aniñados.
-¿Tienes ganas de llegar?
- Sí. Avernarium es hermoso a su manera, pero echo de menos Shult.
- Pues no creas que vas a descansar. Hay demasiados preparativos que hacer.
- Me sorprende tanto todo esto... -dijo Briye con gesto inocente.
- ¿El qué? -preguntó su hermano.
- Que una mujer quiera soportarte... no sé, es increíble -el joven dejó escapar una carcajada, y Rivas se unió a su risa.
- Vaya, vaya -Edaris fingió indignarse- ¿A qué huele? ¿Es eso la peste de los celos?
- No, querido hermano, eres tú. Te hace falta un baño -Briye siguió riendo, y Edaris no pudo evitar unirse a él.
Cuando consiguieron tranquilizarse, Rivas sacó un pergamino.
- Tenemos, efectivamente, muchos preparativos por delante. Y yo tengo que comprarle un presente de bodas a la novia, he pensado que una mujer tan inhabitual como esa encontraría entretenida la cetrería. ¿Un milano sería de su agrado?
- Tienes razón en que Níobe parece diseñada para cazar - Edaris permaneció un instante en silencio, contemplando toda la extensión de esa afirmación, y en qué situación le dejaba a él-, pero no admitirá practicar la cetrería con un animal menor. Como mínimo un halcón, aunque en cuanto aprenda a manejarse, sin duda exigirá un águila.
- No podrá levantar semejante peso -contestó Briye.
- Lo hará -dijo Rivas, categórico-. No subestimes a esa mujer, Briye. Podrías llevarte un disgusto.
- Hablas como si mi hermano se fuera a casar con un lobo en vez de con una mujer- se rió.
- ¿Y tú, qué le regalarás? -preguntó Edaris -. No quisiera que te disgustases, perono creo que a Níobe le gusten los habituales presentes para las novias shultes.
Briye sonrió.
- Ya lo he intuído. Precisamente por eso he comprado su regalo de bodas aquí, en Seber Este. En Avernarium han de conocer los gustos de sus gobernantes mejor que los extranjeros.
- ¿Sí? ¿Y qué te ha dicho Avernarium que desea su reina Níobe? - sonrió burlón Rivas, convencido de que cualquier comerciante le habría asegurado cualquier idea peregrina con tal de conseguir una venta.
- Libros. No te rías, Consejero -Briye fingió indignarse-, en estas tierras respetan mucho a sus gobernantes. Incluso diría que les... temen -frunció la nariz con disgusto-. Eso es lamentable, pero en todo caso me ha resultado útil: ha sido nombrar que el presente sería para su Reina y los tres paseantes a los que pregunté me remitieron directamente a la Escribanía de Leroy y Dacha.
- ¿Leroy y Dacha?
- Un matrimonio de maestros escribanos que viven en la calle Mayor. Fabrican y venden auténticas obras de arte, Rivas, a tí te hubiera encantado. Desde libros hasta ornamentadas plumas de faisán con baños en metales preciosos, tinteros de cristal tallado, lacre perfumado... una maravilla. El regalo... bueno, vale su peso en oro, literalmente, pero merecerá la pena.
- ¿Y de qué se trata ?
- Un libro de leyendas rennianas redactado por una antigua escriba avernaresa que viajó por todo el continente recogiendo las tradiciones de su pueblo. Ekaterina de las Nanas, la llamaban; al parecer compuso muchas canciones populares.

Briye se levantó y salió de la sala, volvió a los pocos instantes con un voluminoso tomo entre las manos. Estaba encuadernado en cuero teñido de negro, y los remaches y las cerraduras estaban labrados en oro y ornamentados con pequeños zafiros.

- Vaya - Rivas dejó escapar un suspiro de admiración-. He de reconocer, joven Briye, que tienes un gusto excelente. Si el contenido es la mitad de hermoso que el exterior, será un presente soberbio.
- Te aseguro que sí, Rivas -asintió el muchacho-. Lo he hojeado, y narra historias que ni yo conocía.
- Recuerdo - sonrió Edaris - cuando Briye y yo éramos pequeños y pasábamos las horas muertas escuchándote contar leyendas.
- Hace mucho de eso, mi señor -sonrió Rivas-. Pero fueron buenos tiempos.

Hace mucho, mucho tiempo, existía una Orden de Caballería conocida como Las Espadas Albas. En sus filas ingresaban los más nobles y desinteresados de todos los caballeros del Reino, y eran requeridos para acometer gestas y deshacer entuertos por todo el continente. No había mayor logro para un caballero que ser aceptado en Las Espadas Albas, ni mayor honor que morir en sus filas cumpliendo con su deber.
El más noble y valiente de todas las Espadas Albas fue Sir Gerwad el Silencioso, del que se decía que jamás fue vencido en justo combate. Sir Gerwad se ganó ese sobrenombre debido a un voto de silencio, pues aunque era el más admirado de todos sus compañeros, hubo una batalla que fue incapaz de ganar: durante toda su vida ansió el corazón de una mujer y jamás consiguió su objetivo.
Esta mujer era una dama de noble alcurnia llamada Lirio. Lirio era hermosa como un amanecer, pero era ciega de nacimiento. Aunque sus ojos brillaban con indecible belleza, jamás vieron nada que no fueran sombras. La hermosura de sus ojos era tal que los juglares dedicaban cantares a esos dos brillantes orbes; se decía que nadie había conseguido averiguar su color: ni eran del color del carbón, ni de los ópalos, ni de los zafiros, quizá fuera ninguno o tal vez fueran todos a la vez.

En su madurez, Lord Oswald Camethforth se hizo cargo de un joven y prometedor escudero llamado Gerwad. Dos años después, la esposa de Oswald murió dando a luz a su única hija, una hermosa muchacha a la que puso el nombre de las flores favoritas de su difunta madre, cuyo jardín de lirios era famoso en todo el lugar. Lord Oswald jamás superó la pérdida, y cuidó de la joven como oro en paño. Gerward el escudero creció a la vera de Lirio, cuidando de la niña como de una hermana. Finalmente el escudero se convirtió en caballero y Lord Oswald lo dejó partir en busca de aventuras con todo el dolor de su corazón, pues había llegado a quererlo como a un hijo.

Sir Gerwad marchó del hogar de su señor para recorrer el continente, y su valía y temple fueron tales que lo invitaron a unirse a las Espadas Albas; con sólo veintitrés inviernos se convirtió en el caballero más joven de la orden en toda su historia. Sin embargo, la buena nueva se vio empañada por un terrible acontecimiento: el mismo día que entró a formar parte de la noble orden, recibió una misiva: Lord Oswald estaba en su lecho de muerte y solicitaba su presencia.
Sir Gerwad partió raudo al instante hacia el castillo que había llegado a considerar su hogar, y llegó a medianoche. De inmediato le condujeron a los aposentos de Lord Oswald, el cual yacía en el lecho con el rostro consumido por la enfermedad. A su lado la frágil figura de Lirio, velada de negro como una viuda, sujetaba la mano de su anciano padre mientras la vida se escapaba de su lado.
- Señor -dijo Sir Gerwad arrodillándose junto a la cama de su maestro- Venceréis esta batalla como tantas otra veces hicisteis.
- Hijo mío - contestó el anciano-. Veo el dulce rostro de la muerte acercándose. El fin de mis días está pronto, ¿quién cuidará de mi pequeña? -dijo, apretando la mano de Lirio. Y la muchacha rompió a llorar-. Quiero que me prometas que cuidarás de mi mayor tesoro como si fuera tu propia hermana, y que como hermano velarás por su felicidad.
- Con ella he crecido, es mi hermana en mi corazón -contestó Sir Gerwad-.Protegeré su honor como si fuera mío, comerá a mi mesa como si fuera la suya, y cualquier cosa que yo posea o haga será tan suya como mía.
Lord Oswald sonrió, feliz, y expiró. La joven Lirio rompió a llorar sobre el cuerpo exánime de su padre. Sir Gerwad intentó consolarla y la abrazó, y al hacerlo olió su aroma y rozó su piel, y fue como una lápida sobre su alma, porque supo que jamás podría quererla como a una hermana y que incumpliría la palabra dada a su difunto maestro deseándola como otra cosa. Cuando Lirio se retiró el velo para secarse las lágrimas, la bella tristeza de su rostro fue como una puñalada en el corazón de Sir Gerwad. Y desde ese momento la arrebatadora hermosura de sus ojos lo persiguió como un fantasma hasta el fin de sus días.

Durante un año de luto permaneció en el Castillo Camethforth, velando a Lirio. Ella hablaba muy poco desde la muerte de su padre, pero pese a su juventud se instruía mucho, pues varias de sus doncellas le leían según sus deseos. Una noche fue a Sir Gerwad y le dijo:
- Señor, tengo dieciséis años. Sé que ningún caballero consideraría siquiera tomar como esposa a una ciega, pero tengo el deber de prolongar el linaje de mi padre. Como él me dejó a vuestro cuidado, es a vos a quien tengo que pedir que encuentre un digno heredero de la sangre de mis antepasados. Sé que es una tarea muy difícil debido a la oscuridad de mis ojos, pero los terrenos de Camethforth son ricos y abundantes. Quizá podríais hallar a alguien que estuviera dispuesto a cargar conmigo para conseguir las riquezas de mi dote.
Tales palabras pesaron el el espíritu de Sir Gerwad más que cualquier otra cosa, pues en calidad de hermano de la dama tendría que entregarla a otro. Lloró en silencio, y la ciega Lirio no pudo ver sus lágrimas. Tomó la mano de la doncella y dijo:
- Os prometo que encontraré a alguien digno de vos.
Grabó en sus retinas la dulce mirada de la ciega, la dolorosa belleza de sus ojos. Y con el alma apuñalada, partió.

Pasó años y años recorriendo el continente en busca de un caballero digno de la hermosa Lirio, pero a sus ojos, ninguno era tan meritorio. En completo silencio pasó esos años, como castigo autoimpuesto por haber permanecido callado cuando debió haber pedido la mano de Lirio. Durante sus andanzas, la fama de sus hazañas fue tal que su nombre era conocido por los confines de la tierra. Pasó diez años de búsqueda infructuosa, y aunque eran muchos los que deseaban la mano de la doncella, él se negó a entregársela a ninguno. Finalmente, acosado por el recuerdo de aquellos ojos, decidió volver a Camethforth y confesar sus sentimientos a la muchacha, pero cuando llegó encontró el lugar teñido de luto, y la única música que sonaba eran los gritos de las plañideras. Con el alma en vilo subió a los aposentos de Lirio, solo para encontrar a la doncella muerta yaciendo en su lecho entre las flores que le daban nombre. Sus damas de compañía habían limpiado y acicalado el cadáver, pero las marcas de la suicida adornaban sus muñecas, y en una mano apretaba un pergamino aún manchado de sangre húmeda. Destrozado, Sir Gerwad cogió la misiva y la leyó.

Mi muy amado sir Gerwad:
Habéis sido para mí más que un hermano, habéis sido mi guardián y toda mi familia. Jamás os hubiera importunado en vida con los deseos de una ciega, pues conozco la nobleza de vuestro corazón y sé que hubiérais hecho cualquier cosa para satisfacer mis deseos, pero ahora que ya no será una carga para vos puedo deciros que os amo. Vuestra voz ha sido para mí un consuelo maravilloso, y lo único que lamento es el no poder saber cómo era vuestro rostro.
El testamento de mi padre establece que si muero sin descendencia, los bienes de los Camethforth pasarán a vos. Os embarqué en la inútil empresa de buscar un esposo para mí, y ya es hora que os libere de semejante despropósito y os permita continuar con vuestra vida. Espero que seáis muy feliz con quienquiera que escojáis para compartir vuestros días, y solo he de pediros que no os olvidéis de cuidar los lirios de mi madre.
Al terminar de leer la carta, Sir Gerwad cayó de rodillas junto al cuerpo. El aullido de dolor que lanzó se escuchó a lo largo y ancho del país, y un viento helado recorrió Camethforth.
Esa misma noche, el castillo ardió hasta los cimientos. Y Sir Gerwad desapareció.

Desde entonces, una sombra recorre las tierras de Camethforth, un caballero de blanca armadura y mirada desesperada busca en vano aquellos ojos de indefinida oscuridad. Una vez cada pocas décadas encuentra a alguna dama que tiene en su mirada los iris de Lirio, y la arrebata dejando en su cama una de las flores blancas que dieron su nombre a aquella muerta hace siglos.
A ninguna de ellas jamás se las ha vuelto a ver. Tal vez sean ciertas las voces que dicen que el caballero vendió su alma al diablo para poder buscar a aquella que en sus ojos reencarne la mirada de Lirio, y que cuando encuentre una mirada exactamente igual a la de la joven doncella, comprará con su alma la vida de Lirio.



Briye terminó la lectura, fascinado.
- Esta es la leyenda que más me gusta de todo el libro -dijo, rompiendo en silencio.
- Desde luego merece la pena hasta la última moneda -Edaris tenía los ojos llororos-, jamás había oído una historia tan bella ni tan terrible.
-Sabía que en la frontera entre Shult y Erén existe la leyenda de un Caballero Errante que busca a una mujer con los ojos de la noche, pero desconocía por completo la historia original - dijo Rivas-. Ha sido una historia conmovedora.
- Desde luego. Y es curioso, ¿sabéis? Compré este tomo en concreto porque... bueno, sé que los ojos de la Reina Níobe son oscuros, eso es evidente... pero no sé de qué color son - sonrió a modo de disculpa.
- ¿Que no sabes de qué color son? -se extrañó Rivas.
- Ya, bueno -Briye sonrió-, solo he estado a solas con ella un par de veces, y no había mucha luz. Unas veces me parecían del castaño más oscuro, otras del azul negro del fondo del mar...
- Son negros -dijo Edaris, al tiempo que Rivas decía:
- Son opalinos.
- ¿Color ópalo? - Edaris negó-. No, si acaso tienen matices ligeramente... como el azul de medianoche.
- No, señor, recuerdo que cuando llevaba aquel collar de ópalos pensé que hacía juego con sus ojos- insistió Rivas.
- Los he visto brillar como zafiros -repitió Edaris-. Aunque a veces parecen negros, pero sospecho que haya de ser un juego de la luz.
Los tres se miraron entre sí. Luego Briye carraspeó.
- Bueno, esto no deja de ser solo una leyenda, ¿no es así?

8 comentarios:

^lunatika que entiende^ dijo...

Veis? Por eso yo ando declarando mis amores... No quiero que me pase como al muchacho ese...
Ains... qué asquito de enamoramientos...

Jezabel dijo...

Decid que sí, dama QueEntiende. No veo la necesidad de acabar quemando todo un edificio sólo por una niñería.

Radagast dijo...

Una leyenda hermosa y trágica... como la historia de Renn.

Crystal dijo...

Mwajajaja, son ojos del color de la Coca-Cola, está clarísimo :P

Y los amores perdidos que nunca se confiesan me enervan profundamente: díselo, coñe!

Jezabel dijo...

¿Coca-cola? ¿Qué es tal cosa, algún tipo de animal, o tal vez alguna planta?

Crystal dijo...

Es un brebaje efervescente, cuyas propiedades supuestamente despiertan la mente, pero cuyo verdadero propósito es crear adicción. Como estos relatos.

Jezabel dijo...

Veo, Dama Crystal, que sois sabia y versada en las nobles artes de la hechicería y la alquimia... sería útil contar con vuestros servicios, señora.

Crystal dijo...

Me halagas, mi reina. Meditaré sobre ello.