18.8.09

Adiós, Edaris



La tenue luz del amanecer comenzó a filtrarse por las ventanas, despertando a Edaris, el cual estaba acostumbrado a levantarse al alba.
Tardó unos instantes en recordar qué había ocurrido y dónde estaba. Entre los brazos tenía algo muy suave... abrió los ojos: el cuerpo dormido de Níobe. Aspiró el olor de su cabello: olía como a violetas. Dormida, sus rasgos relajados, parecía apacible y dulce... La abrazó.
Apenas dirigió una mirada al resto de la habitación: estanterías plenas de libros y objetos, tapices, espejos, mesitas, sillones, y la enorme chimenea siempre encendida.
La sensación de estar bajo las suaves mantas con el cuerpo desnudo y cálido de la Reina era gloriosa. Hacía años que no se sentía tan bien; las preocupaciones que ayer ocuparan su mente habían desaparecido por completo. La terrible revelación de Rivas le parecía ahora algo sin importancia. Acarició la pálida piel de Níobe con deleite; hoy firmarían el contrato matrimonial y en breve sería su esposa... Se sintió pletórico, lleno de felicidad. La anterior había sido una noche oscura, pero el día de hoy se le prometía radiante y luminoso. Y su futuro al lado de ella... se sentía inmerso en un cuento de hadas.
- Mi señora...-susurró al oído de la durmiente, apartándole el cabello del rostro con dulzura-. Mi dama... -mentalmente saboreó el sonido de esas dos palabras puestas en su boca. Mi dama. Mía, para siempre.
Cubrió el cuello y el rostro de Níobe de suaves besos, finalmente ésta despertó.
Níobe miró a su alrededor, algo desconcertada. ¿Gael? Su mirada no del todo despierta se encontró con los claros ojos del shulte, que la observaban con completa fascinación.
- Ah... Buenos días, Excelencia -dijo ella, toda amabilidad y buenos modales. Pensó en la cara que iba a poner Nyx cuando se lo contara. Sonrió más ampliamente: se aseguraría de contárselo delante de Gael.
- Excelentes, mi Reina Níobe -sonrió Edaris, besándola en la comisura de la boca-. Gracias a vos.
Sí, claro.
- ¿Deseáis que os mande traer el desayuno? Es un poco pronto para mí...-miró el leve resplandor del sol que a duras penas se filtraba por la ventana-. Creo que dormiré un par de horas más.
- Creo, mi bella dama -contestó el Conde, sin dejar de sonreír-, que marcharé, no sin gran pesar, a refrescarme al pozo junto a la sala de guardia -estiró los brazos, marcando sus músculos en el proceso-. Tal vez inicie alguna rutina de entrenamiento.
Ella le echó una larga mirada apreciativa. Aún tenía que trabajar mucho con esa mentalidad inocente y cándida, pero mientras tanto podría disfrutar de su cuerpo.
- Como gustéis. A mediodía tendré redactado el contrato, pasad a examinarlo y firmarlo por la tarde -la Reina se acomodó entre las sábanas y cerró los ojos.
- Dormid bien, mi bella señora -se despidió Edaris, besándola de nuevo en la mejilla. Procuró no hacer demasiado ruido al coger sus ropas. Poniéndose únicamente los pantalones, con los zapatos y la camisa en una mano, abrió la puerta despacio para que no crujieran sus goznes. Echó una última mirada a la Reina dormida, admirándola de nuevo y sonriéndose por ser un hombre afortunado. Sin borrársele la sonrisa, salió de la habitación y cerró la puerta.


Cuando Níobe volvió a abrir los ojos, habían pasado tres horas más, y escuchaba a Florea prepararle el baño caliente, como todas las mañanas. Se envolvió en una bata de seda y salió a la antesala, donde el desayuno le esperaba. Tras desayunar y asearse, Florea y Sandra la vistieron con un sencillo vestido verde; después las despidió.
Se sentó frente al Espejo y, sonriendo, convocó al recuedro del Duque de Raven. La fantasmagórica imagen apareció de inmediato.
- Buenos días, sombra -saludó ella, de particular buen humor.
- Mi Reina Níobe IV de Avernarium -contestó el espectro de Sergei, haciendo una leve inclinación de cabeza tras haber aparecido entre las brumas del cristal. Esa fue la sensación que dio, pero en realidad ya llevaba bastante tiempo ahí, al acecho, sin que nadie lo viera-. Tenéis una sonrisa muy cautivadora esta mañana, mi señora -dijo, examinando el rostro y la postura de Níobe-. ¿Vuestro tozudo acompañante nocturno hizo bien su trabajo?
Níobe enarcó una ceja, genuinamente sorprendida por primera vez en mucho tiempo.
- ¿Cómo? ¿Cómo sabes eso? -preguntó.
- ¡Ja, ja, ja, ja! -rió Sergei, con verdaderas ganas. Las emociones son algo que tampoco abundaban al otro lado del espejo-. Perdonad mi carcajada, mi señora -continuó, sonriendo, tras pasársele el acceso de hilaridad-. Hacía mucho que no me reía así. Vuestro semblante no es tan gélido como desearíais -"ni vuestro seductor cuerpo", pensó mientras la miraba detenidamente, odiando su actual condición-: ha sido simple deducción.
- Ya... - Níobe le miró con desconfianza-. Bien, pues la respuesta es sí. Y si has deducido que he tenido compañía, también habrás deducido para qué te he llamado.
- ¿No queréis saber qué me ha llevado a esa conclusión? Bien, de acuerdo -concedió él-. Aunque no pienso arrebataros la posibilidad de darme vos misma la noticia, mi Reina.
- Por favor, ilústrame con tu sabiduría legendaria -sonrió ella-. Dime, Sombra, ¿cómo funciona tu brillante mente?
- Claro, mi señora. La cama revuelta -comenzó, didáctico- me dice que esta noche no la habéis pasado sola. Si vuestro acompañante hubiera sido vuestro fiel perro, sin duda alguna estaría aquí, guardándoos las espaldas. Al no estar él aquí -continuó, divirtiéndose con el proceso deductivo-, ha tenido que ser otra persona. Ahora, hay que añadir el hecho de que... bien, vuestro cuerpo y vuestra cara hablan de un gozo y de una sensación de triunfo enormes.
- ¿Y no adivinas también, espectro de mente lúcida, qué de todo este asunto me hace más feliz? -ella sonrió de nuevo, con dulzura, mirándole a los ojos.
- El contármelo concretamente a mí, mi Reina Níobe IV de Avernarium -contestó la sombra del Duque Negro-. Así que, como os dije hace un par de minutos, no os privéis de decírmelo, por favor.
- Por supuesto. Shult es mío. Y Erén le seguirá en menos de un año; todo sin que mi cándido prometido sospeche nada. La parte tan gratificante de todo este asunto es que tú, oh archimago de archimagos -su tono burlón era tan corrosivo como ácido-, jamás conseguiste vencer, anexionar o eliminar siquiera a los antiguos rennianos. No soy una mujer vanidosa, pero creo esta vez voy a permitirme el placer de regodearme frente a ti.
- Os felicito, mi señora -dijo Sergei, inclinándose de nuevo, compuesta su sonrisa zorruna-. De verdad os lo digo. Que triunféis allá donde yo no tuve éxito dice mucho de vuestra capacidad de planificación y de vuestras dotes de conspiradora. Os aplaudo. Pero...
- ¿Pero? Oh. Intenta quebrar mi felicidad, no lo conseguirás. Si en algún momento le encuentro un fallo a lo que tengo entre manos, sólo tengo que recordar las ingentes pérdidas que sufriste en la campaña contra Renn...
- ¿Ingentes? -preguntó el antaño Duque enarcando una ceja, molesto-. Espero que habléis de porcentajes y no de cantidades absolutas. Mi ejército nunca llegó ni a la quinta parte del de Renn: siempre preferí la calidad a la cantidad -expuso con creciente intranquilidad-. Mi fracaso vino de manos de la traición, no de los números del campo de batalla. De la traición -levantó la voz un poco, intentando dominarse pero sin conseguirlo- y de la soberbia desmedida de una satanista que provocó, para su desgracia y la mía, el cambio en las reglas del juego justo cuando lo tenía todo al alcance de la mano -en este punto su semblante ya estaba contraído por la ira y por la frustración, el cabello ondeando furioso al viento de ultratumba. Y sí, también por el hecho de que una hechicerilla de tres al cuarto le hubiera superado.
- Qué tonterías, sombra -Níobe hizo un gesto con la mano, y comenzó a ennumerar-. Sé que disponías de varios Hermanos de Ébano; y desde luego que si tus poderes eran lo que dicen, tú solo podrías haberte encargado de la mitad de los ejércitos de Renn. No justifiques tu propia ineptitud achacándola a la mala suerte o a las acciones ajenas -le mantuvo la mirada-. Te desconcentraste por culpa de aquella mujer mencionada en los diarios, tu última amante, y por tu debilidad terminaste arruinando unos planes perfectos. Tu esposa no era de fiar, y debiste acabar con ella cuanto antes. Ahora bien, ¿has seguido pensando en el problema que te exigí que solucionaras, sombra?
El Duque Negro necesitó unos segundos para recuperar la compostura. Pensaba que el hecho que la Reina le había comunicado no le escocería, pero se equivocaba. Recordar todos aquellos planes que trazó, todas las variables que manejó, la apuesta por la que pujó y que perdió... Pero eso era agua pasada. Necesitó toda su fuerza de voluntad para serenarse y recobrar de nuevo su habitual semblante burlón. "Después de todo, el cuervo siempre sabe aprovechar cada nueva oportunidad, ¿no?"
- Bien, mi Reina. ¿Tenéis ya las muestras de sangre apropiadas?
- Tengo la sangre que querías -señaló un pequeño armario con un gesto de la barbilla-. La recogí ayer antes de cenar y la he conservado con uno de tus excelentes hechizos. Me hubiera gustado entregártela fresca, pero... tenía asuntos que resolver.
- ¿La recogisteis... ayer? ¿Toda? -Sergei no pudo evitar quedarse con la boca abierta por la sorpresa-. Creí que habíais... eh, tardado todos estos días en llamarme porque el proceso era intrínsecamente lento. ¿Me estáis diciendo que habéis procedido a la exanguinación total de varios miembros de vuestra familia?
- ¡En nombre de todo lo sagrado, claro que no! -exclamó ella con fastidio-. Los bastardos no son miembros de mi familia. Y no he desangrado completamente a más de dos. No especificaste cuánta sangre querías, así que cogí los cinco litros de un par de ellos, a los otros cuatro solo les he quitado una botella de medio litro. ¿Será suficiente?
- Dioses oscuros -blasfemó el espectro-. Cada día os encuentro más parecida a mi esposa, mi Reina.
- ¿Y eso es un halago o un insulto? -preguntó la Reina, burlona.
- Es... una apreciación, mi señora -contestó Sergei, sacudiendo la cabeza-. Una apreciación de la oscura espiral descendente en la que os estáis sumergiendo. Igual que Ariadna.
- No puedo creer lo que oyen mis reales oídos -Níobe le observó con estupefacción y sorpresa-. ¿El Duque Negro me da lecciones de moral? ¿El hombre cuyas mazmorras eran conocidas por todo el continente? ¿El hombre que ha matado a todo aquél que le ha llevado la contraria?
- Para todo hay un límite, mi señora. Y, digáis lo que digáis, los bastardos son miembros de vuestra sangre. Si no lo fueran, la extracción de sus fluídos no hubiera sido más que una sádica forma de ocupar vuestro tiempo -señaló él-. ¿No estáis familiarizada con el trabajo del Prior Jacken, de Déneva?
- Te aseguro que no hay en mi interior una pizca de interés por mancharme las manos de sangre gratuitamente. Háblame de esos trabajos, pues.
- ¿Os acordáis de lo que os estuve diciendo hace días sobre la resonancia?
- Sí, por supuesto. Valoro mucho nuestras conversaciones, ex-Duque.
- Según las investigaciones del Prior Jacken -le explicó Sergei-, eliminar la propia sangre provoca un efecto resonante hacia el sujeto. La liberación de las energías tras la muerte de un noble de familia hechicera no se ve a simple vista, pero el Prior insistía en que la sangre llama a la sangre. Es decir: que la resonancia de esos bastardos se liberó hacia vos misma. ¿Me seguís?
- ¿Y cómo se manifiesta esa resonancia liberada hacia mí? Yo no he notado ningún cambio, ninguna sensación extraña -preguntó Níobe, fascinada por el caudal de conocimientos. Se arrellanó mejor en el sillón, doblando las piernas sobre el asiento. Asemejaba, en cierto modo, a una hermosa serpiente verde, sinuosa y lánguida. El recuerdo del Duque de Raven procuró no mirar ese movimiento...
- Por desgracia -contestó Sergei, centrando la mirada en los ojos de su interlocutora-, el Prior fue declarado hereje y asesinado por su propio hermano, el Príncipe Joshef, en un dramático intento de demostrar la falsedad de las investigaciones. Tiempo después, el Príncipe fue encontrado muerto de forma misteriosa, al parecer tras intentar conjurar un hechizo muy simple -sacudió la cabeza, pensativo-. Ciertamente es un tratado muy difícil de encontrar, mi señora, pero es curioso cotejar hechos que, a la luz de las investigaciones del Prior, revelan nuevos modos de entenderlos.
- Así que crees que cuando un hechicero muere, parte de su esencia retorna a los de su misma sangre... -Níobe se acarició el mentón, pensativa-. Curioso. Es extraño, pero en muchas leyendas Rennianas se hace referencia a caballeros "empujados por el espíritu de un ser cercano", o movidos y animados por pensamientos de familiares. Aunque yo creía que se trataba meramente de figuras literarias sin más importancia. Supongamos que es cierto, ¿mmm? - continuó, curiosa- ¿En qué me ayudará esto a eliminar la tara y para qué me has pedido toda esa sangre?
- Sólo tengo conjeturas que daros, mi señora. Pero os pregunto una cosa: ¿por qué, en la historia de este mundo, los parricidas, fratricidas y demás que se volvieron contra su familia, siempre acabaron muertos poco después de cometer el acto? -la sombra del Duque Negro se encogió de hombros, después cruzó los brazos-. Son sólo ideas mías. Volviendo a la toma de muestras, mi Reina -continuó, sonriendo torcidamente-, veo que se os ha olvidado el porqué de mis instrucciones.
- Tus elucubraciones no son exactas. Los casos de parricidio en Renn, aunque muy escasos y siempre motivados por trágicos y nobles motivos -Níobe suspiró con fastidio- nunca tuvieron consecuencias para los hijos; y en el norte, la Reina Cadmille IV mató al menos a tres de sus propios hijos antes de que alcanzaran la pubertad, y reinó casi cincuenta años. Sires III el Honrado se encargó de eliminar a sus dos hermanos y a una multitud de hijos bastardos de sus padres; y vivió casi cien años; Admentia VI de Rossum eliminó a su primogénito para continuar reinando en calidad de Regente... si las elucubraciones de ese Prior son ciertas, yo añadiría que sólo encontraron venganza las resonancias de aquellos hechiceros que ya habían desarrollado sus capacidades hasta un mínimo aceptable -terminó, pensativa.
El sol de la mañana entraba por la ventana abierta tras ella. Fuera, se escuchó el grito de un ave de presa al lanzarse tras su desayuno. La luz que se filtraba a la habitación acariciaba su oscuro cabello, arrancándole destellos luminosos. Níobe permaneció en silencio unos instantes, reflexionando sobre las palabras del Duque. No la convencía demasiado su teoría, la verdad.
- Como sospecharéis, mi astuta Reina -comentó Sergei-, esas elucubraciones son sólo un modo de distraerme. Y aunque lo que me habéis contado es posterior a mi... defunción, no es esto lo que íbamos a tratar. Como decía, lo que debéis hacer con las muestras extraídas...
Una llamada a la puerta interrumpió al Duque. El toque era el característico y tímido de Florea.
- Adelante -dijo Níobe.
La pequeña figura de la doncella entró en la sala sujetando un abultado ramo de rosas. La reina enarcó una ceja:
- ¿Lo envía Ayque... su Excelencia el Conde?
Florea asintió, sin moverse del marco de la puerta. Extendió con cuidado una mano donde llevaba una misiva sellada.
- Gracias, Florea; déjalo en esa mesilla -Níobe se aseguro de que Florea no viera el frente del Espejo.
La muchacha obedeció, y con una breve reerencia, abandonó la sala cerrando al puerta con mucha suavidad.
- ¿"Ayque..."? -la sonrisa del espectro de Sergei de Raven se ensanchó más-. ¿Ya le habéis puesto un mote a vuestro futuro marido?
- En realidad, Nyx. Tiene una mente prodigiosamente creativa. Edaris Ayquecruz de Shult -Níobe rió, mientras abría el sobre-. "Queridísima Níobe: Apenas me he separado de vos y ya os añoro, luz de mi vida" -leyó en voz alta, sin poder contener la risa.
- Sí, sin duda la nota de un renniano. Ahora bien -continuó él-, como os decía antes de que se me interrumpiera otra vez, debéis homogeneizar las muestras según las instrucciones del "Alquimia".
Níobe frunció el ceño con disgusto.
- Lo sé, y está hecho. Aunque no dispongo de tu poder -Níobe ejecutó una burlona reverencia-, no soy una aprendiz. Tal vez harías bien en comenzar a plantearte que hay más gente a parte de ti que es capaz de realizar procesos complejos. Las muestras están extraídas, conservadas, homogeneizadas y listas para comenzar a destilar lo que quiera que vayamos a hacer.
- No tengo por qué conocer hasta dónde han profundizado vuestros estudios, mi señora -se disculpó Sergei, conciliador-. En vida conocí a magos de terribles poderes que no sabían distinguir el extremo punzante de una jeringuilla. Bien -continuó-: una vez separadas en ocho partes iguales, extraeréis de cada una unos diez mililitros. Posteriormente comprobaréis su reacción al disolver en ellas una de las Octo Vires. Ocho muestras, ocho esencias.
Níobe asintió. El conocimiento que podía ofrecerle el recuerdo de Sergei de Raven le fascinaba.
- Si todo va bien, esta noche tendré las muestras preparadas. Con un poco de suerte, Ayquecruz se marchará al anochecer y tendré todo el tiempo de mundo para dedicarme a esto.
- ¿Tenéis todas las Vires ya? -preguntó burlón-. En ese caso tiradlas: serán impuras y no os servirán si no han sido recogidas poco antes del experimento. Mucho me temo, mi Reina -la comisura izquierda de su boca se elevó un par de milímetros más-, que váis a tener el tiempo bien ocupado.
Ella asintió levemente.
- De acuerdo. Rehacer las Vires y hacerlas reaccionar con la sangre. ¿Algo más?
- Por ahora os bastará con eso. Anotad las reacciones, y estad atenta: pueden ser inmediatas o demorarse algo.
- Lo haré, ex-Duque -Níobe miró el espejo-. Es una auténtica lástima que las circunstancias nos sean tan adversas, Sergei -parecía sincera-. Os aseguro que me hubiera gustado conoceros vivo.
La efigie de Sergei de Raven osciló levemente, como cuando un cuerpo vivo sufre un escalofrío. Quién sabe si de frío, de dolor o de placer.
- Mi Reina, os aseguro por lo más sagrado que, si estuviera entre los vivos, vos seríais el principal objeto de mi atención.
- No lo dudo, aunque lo que sí dudo es para qué tendrías vuestros ojos fijos en mí. Porque si te digo que me hubiera gustado conocerte vivo es porque realmente encuentro nuestras conversaciones muy gratificantes. Hubiera sido un auténtico placer compartir tu conocimiento y verte jugar a los alquimistas -sonrió con franqueza-. Aunque pienso que podría darte un par de lecciones como gobernante -añadió, sin rastro de malicia, lo que era muy inhabitual en ella.
Los ojos del Duque Negro destellaron de color ámbar una sola vez. "Tal vez no tengas que esperar mucho, pequeña hechicerilla. Dentro de poco comprobarás que no es bueno mezclarse en según qué asuntos. Los cuervos son muy orgullosos... y nadie repara en ellos hasta que llega su momento". Su sonrisa no se movió un ápice. El destello de sus ojos no fue sino un producto de la imaginación de la Reina de Avernarium.
- Sólo el tonto cree que sabe todo lo que hay que saber, mi señora.
EL gesto amable en el rostro de Níobe desapareció al instante.
- No me oirás jamás decir que sé todo lo que hay que saber, sombra -ni rastro del tono cálido en su voz-. Aunque haces bien en recordarme que sólo eres un recuerdo y debo tratarte como tal -se puso en pie, molesta-. ¿Tienes algo que más que decirme o debo despedirte? -preguntó con altivez.
- No deseaba molestaros, mi Reina -"todavía no, al menos", pensó-. Sólo comentaba mediante un aforismo popular las evidentes diferencias entre vuestro reinado y el mío -"tú tienes fértiles y anchas tierras, ingentes riquezas y una multitud de vecinos idiotas a punto de caramelo. Yo tenía inviernos gélidos, una esposa traicionera y la rastrera política del Imperio"-. Os felicito con toda sinceridad por lo que habéis logrado y por la pronta victoria a la que aspiráis -"tú quieres gobernar todas las tierras bajo el Sol. Yo pretendía poseerlas desde lo alto de las Esferas".
- ¿Llamarme estúpida es tu modo de comentar evidentes diferencias? -inquirió ella, mordaz-. Harías bien en cuidar tus palabras, sombra; puedo encargarme de que tu existencia en ese espejo sea un infierno o, por el contrario, consiga ser hasta placentera.
- Insisto -le dedicó una profunda reverencia-, mi dueña y señora, en que sólo intentaba señalar unas meras diferencias. Seguramente, de haber coexistido, vuestro ejemplo me habría enseñado sutiles modos de conseguir mis objetivos.
- No te engañes - Níobe se volvió a sentar, malhumorada-. Tarde o temprano habríamos acabado enfrentándonos. Y aunque tú probablemente estés seguro de que me habrías vencido, yo estoy segura de que nada habría sido tan sencillo como apuñalarte.


Aquella misma tarde, Edaris firmó el contrato prenupcial. Vio la sonrisa en el rostro de Níobe y creyó que era de felicidad. No se le ocurrió pensar que era de alivio por librarse de él: Edaris y su corte regresarían a Shult hasta la celebración de la boda, el próximo invierno.


10 comentarios:

^lunatika que entiende^ dijo...

Joder... Llevo, sin exagerar, 45 minutos para leerme esto..! En esta puñetera oficina no puedo leer agusto!! :S
Con lo interesante que está..!!!

Qué mal me cae el duque... No me mola...

Bueno, que yo sigo insistiendo en que editeis el libro y lo vendáis, que me encanta!!!

Jezabel dijo...

Dama QueEntiende, os aseguro que vos no detestáis a esa rata más que yo. Una lástima que lo necesite... Su suficiencia es intolerable. Le daré recuerdos de vuestra parte si decido eliminarlo.

Radagast dijo...

Dama QueEntiende, no os preocupéis. En estos momentos aborrezco a cualquiera que respire. Tal vez dentro de poco pueda... pasarme a visitaros... Atenta a las negras aves, mi Dama.

Mi Reina Níobe, mi suficiencia existe en la misma medida en que vos ignoráis. Si alguna vez conseguís aprehender algo de lo que os cuento, tal vez deje de trataros como a una aprendiza recalcitrante. De todas maneras, ¿acaso no deseáis un duelo dialéctico de vez en cuando? ¿O es que os gusta rodearos de inútiles abolla-armaduras con el mismo nivel intelectual que una coliflor?

Jezabel dijo...

Si me gustaran los idiotas no me quejaría de tu compañía, Sombra.

^lunatika que entiende^ dijo...

Jo... La que he liao... ¬¬

Jezabel dijo...

No os preocupéis, querida. Discutimos mayormente porque es entretenido.

Crystal dijo...

Por fin noticias del Duque Negro. Qué escalofríos me da este tipo, en serio... Pero los capítulos se vuelven más interesantes con su presencia.

Jezabel dijo...

Dama Crystal, en ocasiones creo que debería acabar con su sucia existencia antes de que me de más problemas... aunque por alguna razón no acabo de decidirme a hacerlo. Es útil, supongo.

Níobe.

Radagast dijo...

Querida Reina Níobe, está claro que la Dama Crystal aprecia lo bueno. ¿Seríais tan desconsiderada como para privarla del Duque Negro?
De todas maneras, en mí sólo tenéis un fiel esclavo que trabaja para vuestro engrandecimiento...

Jezabel dijo...

Fiel esclavo... sí, ya. Hace mucho que perdí la inocencia, señor.

Níobe.