El consejero Rivas permanecía sentado en un taburete, en los aposentos reservados para el Conde durante su estancia en el Castillo de Avernarium.
- ¿Y bien, joven Edaris? El Consejo ha escogido a la mejor condesa para Shult. ¿Es también la mejor esposa para vos? ¿Os ha agradado la dama?
El Conde de Shult estaba... bien, exultante debería ser el calificativo. Sonreía abiertamente y tenía la mirada ligeramente perdida, como si estuviera sumido en sus pensamientos.
- ¿Disculpa, viejo amigo? -preguntó.
- Eso me dice todo, creo -el consejero rió quedamente-. No hace falta que entréis en detalles, mi señor, pero...
- Me besó, Rivas -susurró Edaris-. Cerró los ojos y me ofreció sus preciosos labios...
- Jovencito, no deberíais perder la cabeza por un solo beso. Ya no sois un quinceañero -el Consejero se puso en pie y comenzó a caminar apoyándose en su bastón-. Me cuesta creer que la Reina de Hielo, conocida en los confines de la tierra por ser más fría que una noche de invierno, os besase.
- Lo hizo, mi fiel Rivas. Lo hizo. Está claro -añadió- que Su Majestad es víctima de la maledicencia.
- Maledicencia es acusar a un caballero de traicionar a un amigo, de romper su palabra o de serle infiel a su esposa. Una fama de fría semejante no se cultiva de un día para otro, y desde luego que no nace de la nada. Así que os besó, ¿mmm?
- Tal y como lo expongo. Y no creo -declaró, triunfal- que eso sea una muestra de frialdad. Está claro que es la envidia y un comportamiento decoroso y ligeramente altivo lo que ha llevado a forjar ese... ese inadecuado apodo. Claro que una familia que hunde sus raíces en un pasado tan glorioso tiene todo el derecho a mostrarse de manera altiva frente a otros con menos abolengo.
- Ay, mi joven Edaris. Sois tan inocente en ocasiones. De esa mujer todo el Putomundo habla como si fuera más helada que acuchillar a una madre, y vos os empeñáis en lo contrario por una hora de paseo. ¿No veis que bien podría estar fingiendo para congraciarse con vos? ¿Os dio algún indicio a parte de eso de que vos seríais el elegido?
El Conde le miró sorprendido. Tardó unos segundos en volver en sí para poder responder a su ministro.
- Pero, ¿es que no me has oído, Rivas? ¿Tus oídos empiezan a envejecer? Me besó, te digo. Sin duda alguna accederá a ser mi esposa -concluyó con firmeza.
- ¿Todas las mujeres que besan aman a quienes besan? -el ministro suspiró, exasperado- Os ha besado, sí, pero si la oferta de Alysium es mejor id olvidándoos de ella -se detuvo y levantó un dedo-. Se casará con un país, no con un hombre.
- Pues se casará con un país, bien. Pero no creo que esté el país entero frente al altar para decir los votos -suspiró-. De acuerdo. No ha dicho nada. Pero -añadió, al ver que Rivas se disponía a decir algo-, tú conoces tan bien como yo al Rey Genar. ¿De verdad soportarías su mera presencia sólo por conseguir unas cuantas riquezas? Porque eso es lo único que puede aportarle Alysium a Avernarium.
- ¿Y qué puede ofrecer Shult, mi señor? ¿Una guerra a punto de estallar?
- ¿Es... una pregunta retórica, mi buen Rivas? -preguntó Edaris, extrañado.
- Obviamente. Quiero que os deis cuenta de que Alysium puede ser mucho mejor partido que Shult. Y tal vez merezca la pena sorportar a Su Majestad Genar.
- El Condado tiene las mejores tropas de infantería del Este, las gemas y el oro del Espinazo Negro, y comunicaciones comerciales casi inmejorables -enumeró, categórico, extendiendo uno a uno los dedos de la mano derecha-. Yo creo que es para sentirse orgulloso, Rivas.
- Alysium tiene la mejor flota de todo el continente, un mercado de gemas y perlas que duplica al de Shult y un clima encantador. Está bien que os sintáis orgulloso de vuestra patria, pero os insisto en que un beso no es nada.
Edaris desestimó el comentario con un gesto displicente.
- Venga, venga, viejo amigo. ¿Para qué quieres acceso a una flota si no tienes costa? ¿De qué sirve poseer un tesoro incalculable si la llave del cofre lo tienes fuera de tu alcance?
- No sé porqué, joven Edaris, pero creo que la Reina Níobe no es lo que parece - el anciano suspiró y se sentó, tamborileando con sus huesudos dedos sobre la rodilla-. Tal vez deberíais barajar otras opciones... la joven princesa Fianna, por ejemplo, o tal vez la hija mayor del Vizconde Fnaüer...
- La Princesa Fianna es... una gran mujer. Creo que el detallista de Su Majestad hasta le ha mandado construir una puerta nueva a sus habitaciones...
- Joven Edaris -el anciano le lanzó una mirada recriminatoria-. Como conde debéis casaros con lo mejor para vuestro pueblo, no con un hermoso talle. La Princesa Fianna es una dama de gran corazón, extremadamente gentil y generosa. ¿Os casaríais con una bella arpía?
- Discúlpame, te lo ruego -pidió el Conde, sinceramente arrepentido-. Ha sido un comentario fuera de lugar e indigno del mandatario de un gran pueblo como el shulte. La verdad, y pensando sólo por Shult -añadió-, la mejor opción es sigue siendo Avernarium. Y con mucha diferencia. Nuestro mayor problema es el Condado de Erén, y eso sólo se puede solucionar con el respaldo de un poderoso detrás nuestro. Ya sea su nombre o sus espadas.
- No comparto muchas de las decisiones de Avernarium. A lo largo de su historia han demostrado... mmm -el anciano negó con la cabeza-. Me sentiría mejor viéndoos cansado con una mujer honrada que con la Reina de Hielo. Al menos vos seríais feliz. ¿No puedo hacer nada para que, al menos, barajéis otras opciones?
El Conde miró al techo de la habitación, en ademán cansado.
- Rivas, Rivas... eso ya lo discutimos con todo el Consejo. ¡Durante cuatro meses! Las "opciones" fueron barajadas y barajadas, y vueltas a barajar. Al final se decidió, decidisteis, que Avernarium era lo mejor. ¿Vamos a volver de nuevo al punto de partida?
El anciano negó con la cabeza.
- Os he visto crecer, mi señor. He cuidado de vos desde que érais un niño. Ojalá pudiera hacerlo ahora. Vais a pagar un alto precio por el bien de Shult. La Reina Níobe... -sacudió de nuevo la cabeza-. No sé. Es sólo una intuición.
Edaris se levantó y caminó hacia su fiel consejero. Inclinándose, puso una mano sobre el hombro del anciano.
- Rivas, amigo mío. Mi mentor -dijo, cariñosamente-. Has sido como un segundo padre para mí. Tu intuición y tus continuos sacrificios han servido bien al pueblo. Eres la persona más sabia que conozco -le apretó el hombro con suavidad-. Te prometo estar ojo avizor si llegara el caso. Además, como bien dices, si hay que pagar un alto precio por el bien de Shult, estaré más que dispuesto a pagarlo.
El anciano suspiró e hizo un esfuerzo por sonreír.
- Claro. Hablemos... seamos más optimistas. Contadme, ¿cómo es ella? Todavía recuerdo cuando érais un niño y veníais corriendo a contarme que esta o aquella muchacha os había sonreído... cómo pasan los años -el anciano perdió la mirada-. Recuerdo todavía vuestra emoción en aquella primera justa del Solsticio de Invierno, ¿la recordáis? Cuando la pequeña Fare os entregó uno de sus pañuelos...
- Sí, cómo olvidarlo -el Conde sonrió, evocador-. Partí varias lanzas con Sir Bruce, pero al final le descabalgué. Fue glorioso... -suspiró, apartando de su mente recuerdos tan lejanos y volviéndos e a sentar en su asiento-. Pero bueno. ¡Ay, amigo! Sus labios son suaves como los pétalos de una rosa, y del mismo color rojo intenso que la flor. Fue algo tímida al principio, ya sabes cómo son las damas, pero al final acabó rindiéndose a la pasión del beso.
- No me parece una mujer tímida, joven Edaris. De hecho, parece acostumbrada a conseguir lo que quiere sin permitir que nada se interponga -la sonrisa del anciano tembló un instante antes de volver a su sitio-. ¿De qué hablásteis? ¿Cómo es? ¿Frívola, silenciosa, calmada, pensativa, habladora?
- Hablamos de los problemas de Shult. No quiero ser hipócrita y engañarla. Debe saber por qué la quiero como esposa. Tiene ese derecho. De nuestra conversación he sacado que es una mujer directa y decidida, aunque en ocasiones piensa como tú, Rivas -añadió, señalando al viejo.
- Vaya -el hombre suspiró-, será agradable tratar con alguien que tiene los pies en la tierra, para variar. Así que piensa como yo... -esbozó una sonrisa-. Quién lo diría. Sí, sin duda a una shulte ni se le pasaría por la cabeza hablar de política durante un paseo romántico. Os dará quebraderos de cabeza, mi señor - dijo, sin perder la sonrisa burlona-. Llegará el momento en que echéis de menos la docilidad en ella.
- Rivas, ¿cómo decirlo? -perdió la mirada en algún punto sobre el hombro del consejero-. A nivel personal me he cansado de la docilidad de las damas. Sí, es lo apropiado en Shult, pero... Además, lo que necesita el Condado es alguien que tenga los pies sobre la tierra, como bien has dicho.
- ¿Cansado a nivel personal, muchacho? -el anciano enarcó una ceja-. ¿Acaso me he perdido algo? ¿Os habéis vuelto un mujeriego y no me lo habéis dicho?
Edaris enarcó las cejas con fuerza, retirándose incluso hacia atrás por la sorpresa del comentario.
- ¿Un mujeriego? -preguntó-. No, no. Ni lo más mínimo. Me refiero a su presencia. A que anden por ahí revoloteando llenas de suspiros y cotilleos insulsos sin ningún valor -volvió a suspirar-. A veces echo de menos poder hablar con alguien, ya sea varón o mujer, con un nivel cultural como el mío o superior. Tú, por supuesto, quedas excluido de este grupo, amigo mío.
El anciano sonrió, satisfecho por el cumplido.
- Todos vuestros Consejeros son hombres cultos, mi señor. Vuestro primo Wallace era vuestro mejor amigo durante la infancia, no sé porqué terminásteis distanciándoos... Con él deberíais poder entenderos bien. Cuando érais jóvenes todo el mundo decía que parecíais como dos gotas de agua.
- ¿Por qué? Lo sabes bien, Rivas: se ha adentrado en una senda oscura. Dicen -su voz bajó hasta hacerse un susurro-, que ha marchado a las ruinas del templo de Horn, al norte del Cenagal de Raven...
- ¡Dicen, dicen! ¡Habladurías! - se puso de pie, haciendo aspavientos con las manos- Es un Consejero y es vuestro primo. Está fuera de toda sospecha, lo cubran las maledicencias que lo cubran. ¿Acaso confiáis más en una mujer que acabáis de conocer que en un hombre que lleva la sangre que corre por vuestras venas? ¿No os salvó la vida Wallace cuando la escaramuza del arroyo? ¿No habéis compartido nodrizas y maestros de armas?
- De acuerdo, de acuerdo -dijo Edaris, intentado apaciguar a Rivas-. Tienes razón. Pero sabes que no se tomó nada a bien que yo fuera el Conde y él tan sólo un Consejero. Y por debajo tuyo, además, que no perteneces a la familia. Y sabes bien que desde hace unos meses frecuenta compañías... poco recomendables, por utilizar un eufemismo.
- Me niego a creer esas tonterías. También se llegó a decir que el Consejero Ile acudía a... ejem... se hacía acompañar por mujeres de mala vida. Las habladurías salen como hongos a la sombra de los envidiados.
- Sí, claro -dijo, con sencillez-. Sin duda tienes razón, amigo mío.
- Pues entonces, hijo, ¿no creeis que deberíais acercaros al Consejero Wallace? Quizás encontréis en él al compañero que teníais de niño. Hay ciertas cosas que nunca podréis tratar con una mujer, por muy culta que sea. ¿Vais a hablarle a vuestra esposa de lanzas de justas, por ejemplo?
Edaris se levantó de la silla de nuevo. Caminó unos pasos, pensativo, hasta la ventana. Lo cierto es que el bosque que rodeaba el castillo era hermosísimo. Tal vez algo sombrío y salvaje. Como la Reina Níobe.
- Sí, tienes razón, Rivas. Como siempre. Cuando vuelva a Shult -dijo, volviéndose hacia el anciano-, veré a mi primo. Tal vez volvamos a salir a practicar la cetrería, como antaño...
- Me alegro de oíros decir eso, mi señor. El Consejero Wallace es un buen hombre, y desde la muerte de su esposa no ha vuelto a ser el mismo...
Edaris abrió la ventana. Abajo, en el patio de armas, se escuchó un relincho que subió hasta la torre. Edaris se asomó, un hermoso animal negro parecía estar causándoles problemas a los caballerizos. El viento le revolvió los cabellos, una suave brisa que mecía las copas de los árboles en el bosque. Algo del penetrante perfume de Níobe se había quedado adherido a sus ropas.
- ¿Sabes? -dijo, mirando al caballo sin verlo. Inspiró con fuerza, llenando sus fosas nasales con el perfume de Níobe-. Es una mujer muy muy directa, Rivas.
- Pensé que eso os complacía, mi señor -el anciano se acercó una botella y sirvió algo de vino para él en una copa, llevándosela a los labios.
Edaris se giró, dando la epsalda a la ventana.
- Me preguntó cómo estaba de versado en las artes amatorias.
Rivas escupió el vino, con los ojos como platos, y empezó a toser.
- ¿Qué qué? -dijo al tranquilizarse un poco-. Mi señor, creo que os he entendido mal...
- Te aseguro -rió el joven- que reaccioné igual que tú ahora.
- Pero... pero... -el anciano se limpió el vino con una servilleta- Quiero decir, esto... -miró la copa-. Creo que necesito más vino antes de oír qué le contestásteis -volvió a servirse y de nuevo bebió.
- Lo cierto es que intenté soslayar el tema. Creo que fui un poco desconsiderado con ella al hacerlo. Sólo le dejé intuir que tenía experiencia y... -se sonrojó, pues después de todo era shulte- y creatividad en el lecho.
- ¿Experiencia y creatividad? -el anciano abrió aún más los ojos y terminó el resto de la copa de un trago- ¿Creatividad?
- Eso mismo.
- ¿Y qué os... respondió ella? Es... la primera vez que sé de una dama que... mmm.. comenta estos términos... Su-supongo que en cierto modo, es eh... normal. Quiero decir, cuando uno se casa... las actividades... quiero decir, va incluido en el matrimonio.
- Dijo que los shultes somo como niños en ciertos aspectos. Sí, Rivas -dijo Edaris, cruzando los brazos. La brisa nocturna le cosquilleaba la nuca de una forma muy agradable-. Somos muy diferentes. Pero eso a mí no me importa en absoluto. Basta con... acostumbrarse a su manera de ver las cosas.
- ¿Y ella...? ¿Ella es... mmm... tiene...? ¿Experiencia y creatividad? -el Consejero se mantenía en una postura a medias entre el espanto y la fascinación-. En todo caso -de repente pareció recordar su lugar- ¿cómo que tenéis experiencia y creatividad? ¿Se puede saber qué habéis andado haciendo a mis espaldas, joven?
- ¿Acaso crees que yo...? -el joven abrió mucho los ojos, al caer en la dirección que tomaba el comentario de Rivas-. ¡No! ¡Nunca! ¿Cómo puedes pensar eso de mí?
- Joven, el que algo teme algo debe -añadió con la astuta mordacidad de un adulto que pilla en falta a un niño-. Y no he pensado nada, estoy preguntando. ¿De dónde os habéis sacado esa experiencia, si puedo saberlo?
- ¿Recuerdas...? -titubeó al decirlo- ¿Recuerdas a la embajadora del Reino de Gens?
El anciano asintió, esforzándose por parecer severo pero muerto de curiosidad.
- Bueno... el caso es que... -era costoso sincerarse sobre determiandos temas. Sobre todo con alguien tan cercano-. Ehhh... Empezó a interesarse por determinados temas... ehhh... varoniles. Vino a preguntarme sobre cetrería. A partir de eso comenzamos a hablar con bastante frecuencia. Y... bueno -el rubor le había invadido todo el rostro-, le acabé invitando a pasear, a salir de caza, ¿sabes? Después de eso hubo otra vez, al término de una de las recepciones. Y... y luego otra en...
El anciano se había quedado pálido.
- No me lo puedo creer. Pero vos... ¡un caballero sólo toma a una dama por amor! ¿En qué estabais pensando? ¿Esas tres veces han sido todas?
El joven Conde miró al suelo, como un niño al que se le castiga, moviendo inquietamente los pies y retorciéndose las manos a la espalda. Negó.
- ¡Qué pensaría vuestro padre! -el anciano alzó las manos al cielo, levantándose y paseando delante de Edaris- ¡En nombre de la Luz, no me puedo creer lo que oyen mis oídos! -le señaló con el dedo, acusador- ¿Qué más, Edaris? ¡Mas os vale decir toda la verdad?
Edaris se sintió como cuando era pequeño y Rivas le educaba.
- ¡Pero... pero yo la amaba, Rivas! -protestó- Fue algo totalmente consentido por ambas partes. Incluso le escribí poemas. Cuando se fue...
El tono implacable del anciano se suavizó. El también recordaba sus amores de juventud...
- Cuando se fue... ¿qué? -preguntó el anciano- ¿Por eso andábais tan alicaído por aquel entonces?
- Sí -murmuró. La verdad es que todavía le dolía que la hubieran hecho volver a su reino-. Fue la única con la que... con la que... me sentí... vivo. Vivo, Rivas. Desde entonces busco a la que me haga sentir igual, ¿entiendes, amigo mío?
Rivas pensó en su propia vida. En su propia... recordó, perdiendo la mirada. Una lágrima se deslizó por su mejilla ajada por la vejez. Recordó su juventud, a Mariola, evanescente y jovial... Recordó aquella flecha perdida durante la cacería de la Coronación de la Reina de la Primavera. Recordó los estertores, la sangre, el... Sacudió la cabeza.
- Y yo voy a entregarte a un matrimonio de conveniencia -susurró.
- Es de conveniencia para Shult, Rivas. Pero para mí es... Por fin podré llenar el vacío de mi corazón, mi fiel amigo. Creo... -añadió, otra vez rojo como la grana- creo que me he enamorado.
- ¿Os habéis enamorado de una mujer capaz de preguntaros sobre vuestras habilidades amatorias? -dejó escapar una risa burlona- Creo que voy a reirme mucho con todo este asunto. Tal vez -esbozó una sonrisa pícara- deberíais informaros sobre lo que se estila en Avernarium, no sea que os sorprenda...
- ¡Rivas! Podría esperar oír algo así de mi mozo de cuadras, no de alguien de tu edad, por el Juramento de la Luz.
El anciano cabeceó, burlón.
Níobe se descalzó. Sus doncellas la habían desvestido y puesto un delicado camisón de lino antes de ser despedidas.
- Gael, te noto... disgustado -suspiró indiferente.
- No veo porqué, mi señora -el tono frío y átono del soldado.
- No pienso permitir otra salida de tono con el Conde. Te guste o no te guste, es posible que le escoja a él.
- Señora.
- Si me prometo con él, Capitán, echaré de menos distraerme contigo. Dudo mucho que sea tan hábil como tú.
- ¿Señora? - abtrió los ojos, repentinamente sorprendido-. ¿Vos....?
- Le seré fiel, por supuesto -dijo deslizándose entre las sábanas-. En Shult la infidelidad es motivo de divorcio.
- ¿Y bien, joven Edaris? El Consejo ha escogido a la mejor condesa para Shult. ¿Es también la mejor esposa para vos? ¿Os ha agradado la dama?
El Conde de Shult estaba... bien, exultante debería ser el calificativo. Sonreía abiertamente y tenía la mirada ligeramente perdida, como si estuviera sumido en sus pensamientos.
- ¿Disculpa, viejo amigo? -preguntó.
- Eso me dice todo, creo -el consejero rió quedamente-. No hace falta que entréis en detalles, mi señor, pero...
- Me besó, Rivas -susurró Edaris-. Cerró los ojos y me ofreció sus preciosos labios...
- Jovencito, no deberíais perder la cabeza por un solo beso. Ya no sois un quinceañero -el Consejero se puso en pie y comenzó a caminar apoyándose en su bastón-. Me cuesta creer que la Reina de Hielo, conocida en los confines de la tierra por ser más fría que una noche de invierno, os besase.
- Lo hizo, mi fiel Rivas. Lo hizo. Está claro -añadió- que Su Majestad es víctima de la maledicencia.
- Maledicencia es acusar a un caballero de traicionar a un amigo, de romper su palabra o de serle infiel a su esposa. Una fama de fría semejante no se cultiva de un día para otro, y desde luego que no nace de la nada. Así que os besó, ¿mmm?
- Tal y como lo expongo. Y no creo -declaró, triunfal- que eso sea una muestra de frialdad. Está claro que es la envidia y un comportamiento decoroso y ligeramente altivo lo que ha llevado a forjar ese... ese inadecuado apodo. Claro que una familia que hunde sus raíces en un pasado tan glorioso tiene todo el derecho a mostrarse de manera altiva frente a otros con menos abolengo.
- Ay, mi joven Edaris. Sois tan inocente en ocasiones. De esa mujer todo el Putomundo habla como si fuera más helada que acuchillar a una madre, y vos os empeñáis en lo contrario por una hora de paseo. ¿No veis que bien podría estar fingiendo para congraciarse con vos? ¿Os dio algún indicio a parte de eso de que vos seríais el elegido?
El Conde le miró sorprendido. Tardó unos segundos en volver en sí para poder responder a su ministro.
- Pero, ¿es que no me has oído, Rivas? ¿Tus oídos empiezan a envejecer? Me besó, te digo. Sin duda alguna accederá a ser mi esposa -concluyó con firmeza.
- ¿Todas las mujeres que besan aman a quienes besan? -el ministro suspiró, exasperado- Os ha besado, sí, pero si la oferta de Alysium es mejor id olvidándoos de ella -se detuvo y levantó un dedo-. Se casará con un país, no con un hombre.
- Pues se casará con un país, bien. Pero no creo que esté el país entero frente al altar para decir los votos -suspiró-. De acuerdo. No ha dicho nada. Pero -añadió, al ver que Rivas se disponía a decir algo-, tú conoces tan bien como yo al Rey Genar. ¿De verdad soportarías su mera presencia sólo por conseguir unas cuantas riquezas? Porque eso es lo único que puede aportarle Alysium a Avernarium.
- ¿Y qué puede ofrecer Shult, mi señor? ¿Una guerra a punto de estallar?
- ¿Es... una pregunta retórica, mi buen Rivas? -preguntó Edaris, extrañado.
- Obviamente. Quiero que os deis cuenta de que Alysium puede ser mucho mejor partido que Shult. Y tal vez merezca la pena sorportar a Su Majestad Genar.
- El Condado tiene las mejores tropas de infantería del Este, las gemas y el oro del Espinazo Negro, y comunicaciones comerciales casi inmejorables -enumeró, categórico, extendiendo uno a uno los dedos de la mano derecha-. Yo creo que es para sentirse orgulloso, Rivas.
- Alysium tiene la mejor flota de todo el continente, un mercado de gemas y perlas que duplica al de Shult y un clima encantador. Está bien que os sintáis orgulloso de vuestra patria, pero os insisto en que un beso no es nada.
Edaris desestimó el comentario con un gesto displicente.
- Venga, venga, viejo amigo. ¿Para qué quieres acceso a una flota si no tienes costa? ¿De qué sirve poseer un tesoro incalculable si la llave del cofre lo tienes fuera de tu alcance?
- No sé porqué, joven Edaris, pero creo que la Reina Níobe no es lo que parece - el anciano suspiró y se sentó, tamborileando con sus huesudos dedos sobre la rodilla-. Tal vez deberíais barajar otras opciones... la joven princesa Fianna, por ejemplo, o tal vez la hija mayor del Vizconde Fnaüer...
- La Princesa Fianna es... una gran mujer. Creo que el detallista de Su Majestad hasta le ha mandado construir una puerta nueva a sus habitaciones...
- Joven Edaris -el anciano le lanzó una mirada recriminatoria-. Como conde debéis casaros con lo mejor para vuestro pueblo, no con un hermoso talle. La Princesa Fianna es una dama de gran corazón, extremadamente gentil y generosa. ¿Os casaríais con una bella arpía?
- Discúlpame, te lo ruego -pidió el Conde, sinceramente arrepentido-. Ha sido un comentario fuera de lugar e indigno del mandatario de un gran pueblo como el shulte. La verdad, y pensando sólo por Shult -añadió-, la mejor opción es sigue siendo Avernarium. Y con mucha diferencia. Nuestro mayor problema es el Condado de Erén, y eso sólo se puede solucionar con el respaldo de un poderoso detrás nuestro. Ya sea su nombre o sus espadas.
- No comparto muchas de las decisiones de Avernarium. A lo largo de su historia han demostrado... mmm -el anciano negó con la cabeza-. Me sentiría mejor viéndoos cansado con una mujer honrada que con la Reina de Hielo. Al menos vos seríais feliz. ¿No puedo hacer nada para que, al menos, barajéis otras opciones?
El Conde miró al techo de la habitación, en ademán cansado.
- Rivas, Rivas... eso ya lo discutimos con todo el Consejo. ¡Durante cuatro meses! Las "opciones" fueron barajadas y barajadas, y vueltas a barajar. Al final se decidió, decidisteis, que Avernarium era lo mejor. ¿Vamos a volver de nuevo al punto de partida?
El anciano negó con la cabeza.
- Os he visto crecer, mi señor. He cuidado de vos desde que érais un niño. Ojalá pudiera hacerlo ahora. Vais a pagar un alto precio por el bien de Shult. La Reina Níobe... -sacudió de nuevo la cabeza-. No sé. Es sólo una intuición.
Edaris se levantó y caminó hacia su fiel consejero. Inclinándose, puso una mano sobre el hombro del anciano.
- Rivas, amigo mío. Mi mentor -dijo, cariñosamente-. Has sido como un segundo padre para mí. Tu intuición y tus continuos sacrificios han servido bien al pueblo. Eres la persona más sabia que conozco -le apretó el hombro con suavidad-. Te prometo estar ojo avizor si llegara el caso. Además, como bien dices, si hay que pagar un alto precio por el bien de Shult, estaré más que dispuesto a pagarlo.
El anciano suspiró e hizo un esfuerzo por sonreír.
- Claro. Hablemos... seamos más optimistas. Contadme, ¿cómo es ella? Todavía recuerdo cuando érais un niño y veníais corriendo a contarme que esta o aquella muchacha os había sonreído... cómo pasan los años -el anciano perdió la mirada-. Recuerdo todavía vuestra emoción en aquella primera justa del Solsticio de Invierno, ¿la recordáis? Cuando la pequeña Fare os entregó uno de sus pañuelos...
- Sí, cómo olvidarlo -el Conde sonrió, evocador-. Partí varias lanzas con Sir Bruce, pero al final le descabalgué. Fue glorioso... -suspiró, apartando de su mente recuerdos tan lejanos y volviéndos e a sentar en su asiento-. Pero bueno. ¡Ay, amigo! Sus labios son suaves como los pétalos de una rosa, y del mismo color rojo intenso que la flor. Fue algo tímida al principio, ya sabes cómo son las damas, pero al final acabó rindiéndose a la pasión del beso.
- No me parece una mujer tímida, joven Edaris. De hecho, parece acostumbrada a conseguir lo que quiere sin permitir que nada se interponga -la sonrisa del anciano tembló un instante antes de volver a su sitio-. ¿De qué hablásteis? ¿Cómo es? ¿Frívola, silenciosa, calmada, pensativa, habladora?
- Hablamos de los problemas de Shult. No quiero ser hipócrita y engañarla. Debe saber por qué la quiero como esposa. Tiene ese derecho. De nuestra conversación he sacado que es una mujer directa y decidida, aunque en ocasiones piensa como tú, Rivas -añadió, señalando al viejo.
- Vaya -el hombre suspiró-, será agradable tratar con alguien que tiene los pies en la tierra, para variar. Así que piensa como yo... -esbozó una sonrisa-. Quién lo diría. Sí, sin duda a una shulte ni se le pasaría por la cabeza hablar de política durante un paseo romántico. Os dará quebraderos de cabeza, mi señor - dijo, sin perder la sonrisa burlona-. Llegará el momento en que echéis de menos la docilidad en ella.
- Rivas, ¿cómo decirlo? -perdió la mirada en algún punto sobre el hombro del consejero-. A nivel personal me he cansado de la docilidad de las damas. Sí, es lo apropiado en Shult, pero... Además, lo que necesita el Condado es alguien que tenga los pies sobre la tierra, como bien has dicho.
- ¿Cansado a nivel personal, muchacho? -el anciano enarcó una ceja-. ¿Acaso me he perdido algo? ¿Os habéis vuelto un mujeriego y no me lo habéis dicho?
Edaris enarcó las cejas con fuerza, retirándose incluso hacia atrás por la sorpresa del comentario.
- ¿Un mujeriego? -preguntó-. No, no. Ni lo más mínimo. Me refiero a su presencia. A que anden por ahí revoloteando llenas de suspiros y cotilleos insulsos sin ningún valor -volvió a suspirar-. A veces echo de menos poder hablar con alguien, ya sea varón o mujer, con un nivel cultural como el mío o superior. Tú, por supuesto, quedas excluido de este grupo, amigo mío.
El anciano sonrió, satisfecho por el cumplido.
- Todos vuestros Consejeros son hombres cultos, mi señor. Vuestro primo Wallace era vuestro mejor amigo durante la infancia, no sé porqué terminásteis distanciándoos... Con él deberíais poder entenderos bien. Cuando érais jóvenes todo el mundo decía que parecíais como dos gotas de agua.
- ¿Por qué? Lo sabes bien, Rivas: se ha adentrado en una senda oscura. Dicen -su voz bajó hasta hacerse un susurro-, que ha marchado a las ruinas del templo de Horn, al norte del Cenagal de Raven...
- ¡Dicen, dicen! ¡Habladurías! - se puso de pie, haciendo aspavientos con las manos- Es un Consejero y es vuestro primo. Está fuera de toda sospecha, lo cubran las maledicencias que lo cubran. ¿Acaso confiáis más en una mujer que acabáis de conocer que en un hombre que lleva la sangre que corre por vuestras venas? ¿No os salvó la vida Wallace cuando la escaramuza del arroyo? ¿No habéis compartido nodrizas y maestros de armas?
- De acuerdo, de acuerdo -dijo Edaris, intentado apaciguar a Rivas-. Tienes razón. Pero sabes que no se tomó nada a bien que yo fuera el Conde y él tan sólo un Consejero. Y por debajo tuyo, además, que no perteneces a la familia. Y sabes bien que desde hace unos meses frecuenta compañías... poco recomendables, por utilizar un eufemismo.
- Me niego a creer esas tonterías. También se llegó a decir que el Consejero Ile acudía a... ejem... se hacía acompañar por mujeres de mala vida. Las habladurías salen como hongos a la sombra de los envidiados.
- Sí, claro -dijo, con sencillez-. Sin duda tienes razón, amigo mío.
- Pues entonces, hijo, ¿no creeis que deberíais acercaros al Consejero Wallace? Quizás encontréis en él al compañero que teníais de niño. Hay ciertas cosas que nunca podréis tratar con una mujer, por muy culta que sea. ¿Vais a hablarle a vuestra esposa de lanzas de justas, por ejemplo?
Edaris se levantó de la silla de nuevo. Caminó unos pasos, pensativo, hasta la ventana. Lo cierto es que el bosque que rodeaba el castillo era hermosísimo. Tal vez algo sombrío y salvaje. Como la Reina Níobe.
- Sí, tienes razón, Rivas. Como siempre. Cuando vuelva a Shult -dijo, volviéndose hacia el anciano-, veré a mi primo. Tal vez volvamos a salir a practicar la cetrería, como antaño...
- Me alegro de oíros decir eso, mi señor. El Consejero Wallace es un buen hombre, y desde la muerte de su esposa no ha vuelto a ser el mismo...
Edaris abrió la ventana. Abajo, en el patio de armas, se escuchó un relincho que subió hasta la torre. Edaris se asomó, un hermoso animal negro parecía estar causándoles problemas a los caballerizos. El viento le revolvió los cabellos, una suave brisa que mecía las copas de los árboles en el bosque. Algo del penetrante perfume de Níobe se había quedado adherido a sus ropas.
- ¿Sabes? -dijo, mirando al caballo sin verlo. Inspiró con fuerza, llenando sus fosas nasales con el perfume de Níobe-. Es una mujer muy muy directa, Rivas.
- Pensé que eso os complacía, mi señor -el anciano se acercó una botella y sirvió algo de vino para él en una copa, llevándosela a los labios.
Edaris se giró, dando la epsalda a la ventana.
- Me preguntó cómo estaba de versado en las artes amatorias.
Rivas escupió el vino, con los ojos como platos, y empezó a toser.
- ¿Qué qué? -dijo al tranquilizarse un poco-. Mi señor, creo que os he entendido mal...
- Te aseguro -rió el joven- que reaccioné igual que tú ahora.
- Pero... pero... -el anciano se limpió el vino con una servilleta- Quiero decir, esto... -miró la copa-. Creo que necesito más vino antes de oír qué le contestásteis -volvió a servirse y de nuevo bebió.
- Lo cierto es que intenté soslayar el tema. Creo que fui un poco desconsiderado con ella al hacerlo. Sólo le dejé intuir que tenía experiencia y... -se sonrojó, pues después de todo era shulte- y creatividad en el lecho.
- ¿Experiencia y creatividad? -el anciano abrió aún más los ojos y terminó el resto de la copa de un trago- ¿Creatividad?
- Eso mismo.
- ¿Y qué os... respondió ella? Es... la primera vez que sé de una dama que... mmm.. comenta estos términos... Su-supongo que en cierto modo, es eh... normal. Quiero decir, cuando uno se casa... las actividades... quiero decir, va incluido en el matrimonio.
- Dijo que los shultes somo como niños en ciertos aspectos. Sí, Rivas -dijo Edaris, cruzando los brazos. La brisa nocturna le cosquilleaba la nuca de una forma muy agradable-. Somos muy diferentes. Pero eso a mí no me importa en absoluto. Basta con... acostumbrarse a su manera de ver las cosas.
- ¿Y ella...? ¿Ella es... mmm... tiene...? ¿Experiencia y creatividad? -el Consejero se mantenía en una postura a medias entre el espanto y la fascinación-. En todo caso -de repente pareció recordar su lugar- ¿cómo que tenéis experiencia y creatividad? ¿Se puede saber qué habéis andado haciendo a mis espaldas, joven?
- ¿Acaso crees que yo...? -el joven abrió mucho los ojos, al caer en la dirección que tomaba el comentario de Rivas-. ¡No! ¡Nunca! ¿Cómo puedes pensar eso de mí?
- Joven, el que algo teme algo debe -añadió con la astuta mordacidad de un adulto que pilla en falta a un niño-. Y no he pensado nada, estoy preguntando. ¿De dónde os habéis sacado esa experiencia, si puedo saberlo?
- ¿Recuerdas...? -titubeó al decirlo- ¿Recuerdas a la embajadora del Reino de Gens?
El anciano asintió, esforzándose por parecer severo pero muerto de curiosidad.
- Bueno... el caso es que... -era costoso sincerarse sobre determiandos temas. Sobre todo con alguien tan cercano-. Ehhh... Empezó a interesarse por determinados temas... ehhh... varoniles. Vino a preguntarme sobre cetrería. A partir de eso comenzamos a hablar con bastante frecuencia. Y... bueno -el rubor le había invadido todo el rostro-, le acabé invitando a pasear, a salir de caza, ¿sabes? Después de eso hubo otra vez, al término de una de las recepciones. Y... y luego otra en...
El anciano se había quedado pálido.
- No me lo puedo creer. Pero vos... ¡un caballero sólo toma a una dama por amor! ¿En qué estabais pensando? ¿Esas tres veces han sido todas?
El joven Conde miró al suelo, como un niño al que se le castiga, moviendo inquietamente los pies y retorciéndose las manos a la espalda. Negó.
- ¡Qué pensaría vuestro padre! -el anciano alzó las manos al cielo, levantándose y paseando delante de Edaris- ¡En nombre de la Luz, no me puedo creer lo que oyen mis oídos! -le señaló con el dedo, acusador- ¿Qué más, Edaris? ¡Mas os vale decir toda la verdad?
Edaris se sintió como cuando era pequeño y Rivas le educaba.
- ¡Pero... pero yo la amaba, Rivas! -protestó- Fue algo totalmente consentido por ambas partes. Incluso le escribí poemas. Cuando se fue...
El tono implacable del anciano se suavizó. El también recordaba sus amores de juventud...
- Cuando se fue... ¿qué? -preguntó el anciano- ¿Por eso andábais tan alicaído por aquel entonces?
- Sí -murmuró. La verdad es que todavía le dolía que la hubieran hecho volver a su reino-. Fue la única con la que... con la que... me sentí... vivo. Vivo, Rivas. Desde entonces busco a la que me haga sentir igual, ¿entiendes, amigo mío?
Rivas pensó en su propia vida. En su propia... recordó, perdiendo la mirada. Una lágrima se deslizó por su mejilla ajada por la vejez. Recordó su juventud, a Mariola, evanescente y jovial... Recordó aquella flecha perdida durante la cacería de la Coronación de la Reina de la Primavera. Recordó los estertores, la sangre, el... Sacudió la cabeza.
- Y yo voy a entregarte a un matrimonio de conveniencia -susurró.
- Es de conveniencia para Shult, Rivas. Pero para mí es... Por fin podré llenar el vacío de mi corazón, mi fiel amigo. Creo... -añadió, otra vez rojo como la grana- creo que me he enamorado.
- ¿Os habéis enamorado de una mujer capaz de preguntaros sobre vuestras habilidades amatorias? -dejó escapar una risa burlona- Creo que voy a reirme mucho con todo este asunto. Tal vez -esbozó una sonrisa pícara- deberíais informaros sobre lo que se estila en Avernarium, no sea que os sorprenda...
- ¡Rivas! Podría esperar oír algo así de mi mozo de cuadras, no de alguien de tu edad, por el Juramento de la Luz.
El anciano cabeceó, burlón.
Níobe se descalzó. Sus doncellas la habían desvestido y puesto un delicado camisón de lino antes de ser despedidas.
- Gael, te noto... disgustado -suspiró indiferente.
- No veo porqué, mi señora -el tono frío y átono del soldado.
- No pienso permitir otra salida de tono con el Conde. Te guste o no te guste, es posible que le escoja a él.
- Señora.
- Si me prometo con él, Capitán, echaré de menos distraerme contigo. Dudo mucho que sea tan hábil como tú.
- ¿Señora? - abtrió los ojos, repentinamente sorprendido-. ¿Vos....?
- Le seré fiel, por supuesto -dijo deslizándose entre las sábanas-. En Shult la infidelidad es motivo de divorcio.