Ya en sus habitaciones y sin avisar a ninguna de sus doncellas, se preparó un baño por sí sola. Quería relajarse antes de mirarse al espejo. Quería pensar tranquilamente en cómo iba a proceder con Puñal. Sólo una vez había visto a Evahl actuar como Puñal. Y aún sufría escalofríos cuando lo recordaba. Lo que no le había pasado por alto, había sido sus harapos, acostumbrada siempre a verlo como el refinado secretario que no escatimaba en detalles. Sus harapos y sus botas dispares. "Maldito Evahl" pensó la Reina entrando en el agua.
Iría directa a su despacho; si no estaba allí en la puesta de sol, no llegaría mucho más tarde. Recordó de nuevo el incendio, cerró lo ojos en intentó controlar su propia respiración. Les escocían las heridas de los codos, debería llamar al médico para que le echara un vistazo, aunque los ungüentos de las mujeres de Hyek, la habían aliviado más de lo que esperaba.
No tardó demasiado en salir de la bañera y envolverse en una enorme toalla de algodón blanco, que olía a azahar, como todas sus ropas. Se secó deprisa, tan ansiosa por mirarse en el espejo como aterrada.
Se puso de pie frente al gran espejo que colgaba de la pared opuesta al ventanal, y miró la imagen que se reflejaba con calma, lentamente, desde abajo. Miró sus blancas piernas bien torneadas, y su entrepierna, poblada de vello castaño. Miro su ombligo y descubrió sus manos apoyadas en su estrecha cintura. Miró sus pechos turgentes y sus pequeños pezones rosados, y descubrió que su melena no llegaba ya hasta ellos. Cuando su vista llegó a las clavículas y a sus hombros, comprobó que estaban más desnudos que nunca.
Miró su cara, como un óvalo perfecto, y se horrorizó al ver sus pequeñas orejas al descubierto. Sus labios parecían más llenos y su naríz más pequeña. Sus ojos castaños y rasgados, tenían un nuevo aire masculino. No lloró al ver su cabello, que tenía el mismo aspecto que el de un chico. Incluso debería cortarlo más, para acabar con las puntas chamuscadas.
Respiró hondo y se vistió aprisa para ir directa a por Evahl...
...de cuya vuelta al castillo de las tres reinas nadie se dio cuenta. Nadie nunca se daba cuenta de sus idas y venidas hasta que ya habían sucedido, a no ser que él así lo desease.
Apenas llegó, pasó por las cocinas camino de su estudio, escamoteando un pastelillo de miel. Por los pasillos, sonrió a las sirvientas más jóvenes con picardía, pero todas apartaron la vista, una de ellas incluso tuvo la decencia de sonrojarse. Frunció el ceño al perderla de vista por un instante, ya que no la había reconocido. Él reconocía a todos los siervos del palacio. A TODOS. Pero no podía permitirse mostrar preocupación cuando era Evahl.
Fue al ala de palacio donde se encontraban los aposentos de Nyx, pasando ante los contables y escribas a su servicio, encargados de las cuentas de palacio. Él, como secretario principal y jefe amanuense, debía guardar las apariencias, así que hizo una corrección aquí y otra allá, atento a todos los números. Penetró después en su estudio, pero dejó la puerta entreabierta a la vez que jugueteaba con el pastelillo. Dentro, con los brazos cruzados y porte imponente, estaba Su Excelsa Majestad Nyx. Debía haber supuesto que no tardaría en enterarse. Sus nuevas amas disponían de más recursos que los amos que había servido anteriormente. Le indicó con un gesto que cerrase la puerta, y él lo hizo. Parecía enfadada, por la rigidez de sus brazos y la expresión acerada de sus ojos.
De pronto, el jefe amanuense se quedó petrificado en el sitio, contemplando casi con estupor lo que quedaba de la espléndida melena de su señora, ahora un peinado más típico de algún mozo de cuadra o paje. Sabía sumar dos y dos. Sabía que ella no se habría rebajado a cortarse su magnífica cabellera, de la que estaba tan orgullosa, así que algo la había obligado. Olía a jabón y a perfume, pero aún pudo percibir el acre tizne a humo y fuego que desprendía. Sintió una fría certeza subir por su columna vertebral.
Mientras pensaba todo esto, no mostró señal alguna de lo que rondaba por su mente.
...de cuya vuelta al castillo de las tres reinas nadie se dio cuenta. Nadie nunca se daba cuenta de sus idas y venidas hasta que ya habían sucedido, a no ser que él así lo desease.
Apenas llegó, pasó por las cocinas camino de su estudio, escamoteando un pastelillo de miel. Por los pasillos, sonrió a las sirvientas más jóvenes con picardía, pero todas apartaron la vista, una de ellas incluso tuvo la decencia de sonrojarse. Frunció el ceño al perderla de vista por un instante, ya que no la había reconocido. Él reconocía a todos los siervos del palacio. A TODOS. Pero no podía permitirse mostrar preocupación cuando era Evahl.
Fue al ala de palacio donde se encontraban los aposentos de Nyx, pasando ante los contables y escribas a su servicio, encargados de las cuentas de palacio. Él, como secretario principal y jefe amanuense, debía guardar las apariencias, así que hizo una corrección aquí y otra allá, atento a todos los números. Penetró después en su estudio, pero dejó la puerta entreabierta a la vez que jugueteaba con el pastelillo. Dentro, con los brazos cruzados y porte imponente, estaba Su Excelsa Majestad Nyx. Debía haber supuesto que no tardaría en enterarse. Sus nuevas amas disponían de más recursos que los amos que había servido anteriormente. Le indicó con un gesto que cerrase la puerta, y él lo hizo. Parecía enfadada, por la rigidez de sus brazos y la expresión acerada de sus ojos.
De pronto, el jefe amanuense se quedó petrificado en el sitio, contemplando casi con estupor lo que quedaba de la espléndida melena de su señora, ahora un peinado más típico de algún mozo de cuadra o paje. Sabía sumar dos y dos. Sabía que ella no se habría rebajado a cortarse su magnífica cabellera, de la que estaba tan orgullosa, así que algo la había obligado. Olía a jabón y a perfume, pero aún pudo percibir el acre tizne a humo y fuego que desprendía. Sintió una fría certeza subir por su columna vertebral.
Mientras pensaba todo esto, no mostró señal alguna de lo que rondaba por su mente.
Nyx se acercó a Evahl, y cuando lo tuvo enfrente acercó su diminuta nariz llena de pecas al cabello del hombre. Se echó hacia atrás, asintiendo casi imperceptiblemente. No le cabía duda, olía tanto a humo y a madera quemada, que era imposible que no hubiera sido él. Lo miró a los ojos un instante, seria. Parecía dubitativa, pero sólo era una manera de desconcertar a su secretario antes de propinarle un tremendo rodillazo en la entrepierna. Descargó todos sus fuerzas en el golpe, y cuando Evahl gritó y se plegó sobre sí mismo por al dolor, puso un tacón sobre su hombro y, suavemente, lo hizo caer al suelo.
- Es un regalo, dáselo a Puñal cuando lo veas - dijo Nyx dejando al hombre gimiendo en el suelo del estudio.
Se giró, dándole la espalda y se acercó a la mesa, de donde cogió un abrecartas de plata adornado con el sello real. Se acercó de nuevo al hombre, su respiración era ahora más acelerada. La ira la iba invadiendo por momentos. Se agachó sobre el joven, puso bruscamente la punta del abrecartas bajo la oreja de Evahl, un corte profundo justo ahí, y se desangraría antes de que ella sacara el arma.
- ¡Ahora dime, traidor! - exclamó la Reina - ¿Por qué has intentado algo semejante, maldito?
- Mi ama - musitó con un tono de voz quedo Evahl sin intentar levantarse siquiera, mirándola desde el suelo con gesto de nuevo impasible, como si no acabase de humillarlo como a un perro - Sólo Sirvo, mi ama. Hice lo que consideré oportuno.Era una distracción, y una amenaza a vuestra posición. Debo ocuparme de que podáis concentraros en la Conquista, y él... era peligroso. Demasiado como para seguir con vida. Lo sería más, incluso, después de enterarse de la muerte de su prometida, mi ama.
Nyx lo miró airada. Debería darle muerte en ese instante, con ese abrecartas. Sin embargo se puso en pie, y lo obligó a que él hiciera lo mismo con una orden rápida y colérica.
- ¿Acaso te ordené yo que hicieras tal cosa? - volvió a gritar, empezó a pasearse rápido de un extremo a otro de la estancia, con el afilado abrecartas en la mano - ¿No pensaste ni por un momento que podrías estar firmando tu sentencia de muerte, estúpido inútil?
- Lo siento mucho, mi ama - Evahl permaneció erguido, la vista clavada en algún punto inexacto en la pared, o quizá en algo que había más allá de la pared, con las manos entrelazadas a la espalda, y cierto aire de rectitud militar que le hacía parecer aún más grande de lo que ya era. Pero no en actitud intimidatoria. No con ella.
- Lo siento mucho, mi ama - Evahl permaneció erguido, la vista clavada en algún punto inexacto en la pared, o quizá en algo que había más allá de la pared, con las manos entrelazadas a la espalda, y cierto aire de rectitud militar que le hacía parecer aún más grande de lo que ya era. Pero no en actitud intimidatoria. No con ella.
Nyx miró al hombre que llevaba una década a sus órdenes. Siempre supo que no hacía falta ordenarle según qué cosas, pues en muchas ocasiones él se adelantaba a sus deseos, sin embargo esta vez, había ido demasiado lejos, y además, había errado estrepitosamente.
- Debes saber - dijo la Reina apuntando a la cara del hombre con el abrecartas - que conservarás la vida porque tu plan se ha ido al traste. Ni para eso sirves ya. Pretendías matar a un simple herrero, al que nadie protegía, ni tan siquiera miraban, y has fracasado.- Nyx intentó calmarse respirando profundamente y le dijo al secretario sin tan siquiera mirarlo - No volverás a cruzarte con Azcoy. Si te lo encuentras por casualidad en algún sitio, abandona el lugar inmediatamente. Si lo hueles siquiera, esfúmate. No quiero que vuelva a ver tu cara en el resto de su vida. Ni que tú veas la suya. - Se volvió hacia el hombre y dijo con voz queda - Si matan a Azcoy, aunque no seas tú, lo primero que haré será matarte y luego preguntaré si fuiste tú el culpable. No habrá una segunda advertencia, Evahl. Te estaré vigilando. Mucho tiempo.
Por un momento, el férreo autocontrol del Marcado se perdió. Sus ojos se desorbitaron, mirando con fijeza a su señora, y la mandíbula le tembló, así como las manos. Incluso las piernas le flojearon. Por un momento. Después, lo único que dejaba traslucir era determinación.
Nyx pasó a su lado para marcharse. Evahl suspiró de alivio, pero la sangre empapándole la camisa le sorprendió. Una punzada de dolor le atravesó la oreja, o el lugar donde debería estar. Nyx sujetaba su abrecartas ensangrentado en una mano y la oreja derecha de Evahl en la otra.
Por un momento, el férreo autocontrol del Marcado se perdió. Sus ojos se desorbitaron, mirando con fijeza a su señora, y la mandíbula le tembló, así como las manos. Incluso las piernas le flojearon. Por un momento. Después, lo único que dejaba traslucir era determinación.
Nyx pasó a su lado para marcharse. Evahl suspiró de alivio, pero la sangre empapándole la camisa le sorprendió. Una punzada de dolor le atravesó la oreja, o el lugar donde debería estar. Nyx sujetaba su abrecartas ensangrentado en una mano y la oreja derecha de Evahl en la otra.
- Esto por mi pelo - dijo tirándola al suelo con una mueca de repulsa.
4 comentarios:
Dioseeeeeeees!
Mola mucho. Cada vez me cae mejor Nyx.
Y pobre servidores de las reinas. Están todos jodidos y puteados. Sois malas. Oh, sí. Muy malas.
Querido Radagast;
Entenderás que debo ser estricta con los servidores desleales y traidores.
A propósito, acabo de acordarme de que tengo a Juls aún en las mazmorras. Ups.
PD: Espero que los bueyes llegarán a sus tierras sanos y salvos, aquella vez.
Recibe saludos afectuosos.
Nyx I.
Nyx, querida, voy a tener que regalarte una libreta de postits para que no se te olvide a quién tienes en activo y a quién en "correción"... Todavía me acuerdo de aquella mujer a la que dejaste pudriéndose años y comenzó a momificarse en vida... ¿Cómo se llamaba? ¿Sara Montiel?
Níobe
Uala! Le ha cortado la oreja!
Por culpa de esta historia no estoy trabajando. Me cobraré la compensación en algún momento, tenedlo presente, temibles Reinas.
Y Puñal mola, btw :)
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