24.5.09

El lago de nenúfares

Nyx se sentó a la orilla del lago del majestuoso castillo. Se descalzó y metió sus pequeños pies en el agua fría, despacio. Se subió la falda del vestido hasta los muslos y miró ensimismada las ondas que producía con el movimiento tranquilo de sus piernas.

Pensó en Adara y en su viaje a Mutuing. En lo arriesgado del plan, y en la magia que había utilizado. Pensó en el precio que su hermana tendría que pagar por ello y sintió un escalofrío. Esperaba ansiosa que todo saliera bien.

A Nyx nunca le apasionó la idea de que su familia tuviera dones, al igual que no le gustaba que nadie más los poseyera. Le daba pavor. Sólo una vez había hecho uso de la magia, hacía mucho años. Y a lo largo de su vida, al recordar ese momento, se aseguraba que jamás lo repetiría.





Ella apenas contaba con ocho años y paseaba con su madre alrededor de ese mismo lago, el calor era tan intenso que las pequeñas sombrillas que portaban, no le servían de ningún consuelo. Pero reían mucho... no recordaba porqué, su madre la hacía reír a menudo. Tenía el mismo pelo que Nyx, -al menos el mismo que hacía unos días, antes de que el fuego acabara con él-.

Recordaba cómo Miral, Reina de Avernarium, meneaba aquella cabellera con gracia y desparpajo. Cómo se trenzaba pequeños mechones mientras miraba al vacío, pensativa. Al igual que ella lo hacía ahora. Era una melena castaña, brillante y ondulada. Le llegaba a la mitad de la espalda, y jamás la peinaba, siempre tuvo un toque salvaje.


Nyx la miraba embelesada mientras la escuchaba hablar. De repente, se giró hacia ella y le pidió que se sentaran juntas a la orilla del lago.

- Nyx - dijo su madre - un día yo no estaré. Y hay cosas que debo ir enseñándote, antes de que eso pase.

- ¿No estarás, mami? - dijo Nyx, sentándose junto a ella, esperando una explicación con la mirada.

- No. Me iré para siempre, como se fueron los abuelos. - su madre la miró con cariño - pero para eso falta mucho. - Sonrió, dejando ver sus paletas separadas y mostrando unos profundos hoyuelos en sus mejillas. Nyx siempre se acordaba de su madre al verse esos mismos hoyuelos en el espejo.

- Ya... comprendo - dijo pensativa Nyx, volviendo la vista hacia el agua. Sus abuelos se fueron juntos un día, a un lugar lejano y jamás volvieron. Ella se prometió en ese instante, que si su madre se iba a aquél lugar, no importaba cuán lejos estuviera, ella iría a visitarla.

- Hay cosas que nuestra familia puede hacer - dijo Miral, sacando a su hija de sus pensamientos... buscó las palabras con cautela - un don, por llamarlo de alguna manera. Podemos hacer cosas que la mayoría de las personas, no pueden. - la mirada intensa de la Reina tenía un brillo especial esa mañana.

- ¡Lo sé! - dijo Nyx recuperando la sonrisa al instante - podemos mandar a la gente que nos pague dineritos - dijo frotándose las yemas de los dedos, con picardía - ... y...y también podemos decir a los soldados: "Córtenle la cabeza a ese campesino isunreto" - exclamó.

Su madre soltó una carcajada. Y luego la abrazó.

- Se dice "insurrecto", pequeña. - le acarició la mejilla y dijo - no me refiero a ese tipo de cosas, Nyx. Sino a otras más especiales y complicadas.


Nyx estaba perpleja. No podía contener su curiosidad.


Vio cómo su madre sacaba lentamente de su corsé, un pequeñísimo frasco de cristal, que contenía un líquido púrpura. Nyx lo miró extasiada, ¿qué era aquella sustancia? ¿Era secreta? ¿Era perfume?

Su madre abrió el delicado frasco con cuidado y lo acercó a la boca de Nyx.

- Bebe. - dijo sin más.

Nyx la miró fijamente un segundo y bebió un poco de aquel líquido. Estaba amargo y era un sabor completamente nuevo para ella, pero no le desagradó. Tragó, sin dejar de mirar a su madre, que ahora la contemplaba seria.

Ahora quítate el vestido, hoy voy a dejar que te bañes en el lago sola, sin nadie a tu lado para vigilarte.

- ¡Mami! - exclamó sin creer su suerte... pero mientras se deshacía del sencillo vestido y lo dejaba junto a la sombrilla, se volvió, de repente extrañada - ¿y si me ahogo, mami? ¡no sé nadar!

Su madre la observó, sonriendo divertida. Nyx la miraba intrigada, con los pies ya en el agua y las pequeñas enaguas blancas como única vestimenta. Los pálidos brazos le colgaban a los costados. Tenía los ojos muy abiertos, esperando una explicación.

- No pasará nada - dijo su madre haciéndole gestos con las manos para que se adentrara más en el lago. -... y tráeme algo bonito del fondo.


Nyx comenzó a andar, mirando hacia atrás cada dos pasos. La mirada de la Reina le daba confianza, y el agua fresca le aliviaba el calor sofocante. Siguió andando, sintiendo los guijarros bajo sus pies, buscando con la mirada algo que brillara, algo bonito para llevarle a su madre. De repente algo llamó su atención, tomó aire y se sumergió. La luz del sol iluminaba el fondo extraordinariamente, movió los brazos para mantenerse abajo, mientras observaba pececillos naranjas y negros alejándose de ella y cantos rodados de todos los colores posados en el fondo. Estaba fascinada con lo que veía. Movió las piernas con torpeza, intentando avanzar bajo el agua, para ver más allá. Había algunas piedras que proyectaban reflejos dorados y plateados y llegó a ellas, lentamente. Sus pies aleteaban y sus manos cogían ávidamente cada piedrecita dorada y plateada, pero no le cabían muchas en las manos.

La luz del sol dejaba ahora sombras y Nyx miró hacia la superficie, dándnose cuenta de lo lejana que parecía. Las sombras eran culpa de los nenúfares que descasaban en el centro del lago. ¡El centro del lago!

Nyx se dio cuenta que había perdido la orientación espacial y lo más aterrador, el paso del tiempo. ¿Cuánto llevaba bajo el agua? ¿Cuánto llevaba sin respirar? El pánico la invadió y soltó las piedras, moviendo las manos sin parar, intentando llegar a la superficie para respirar. Era inútil, el agua pesaba demasiado y ella no sabía moverse, no sabía nadar. Quiso gritar, pero al abrir la boca, vio decenas de burbujas. Una y otra vez. Más burbujas saliendo de sí. Notó que el aire no le faltaba, que a pesar del tiempo que llevaba allí abajo, no sentía la necesidad de más aire del que ya había tomado al sumergirse.

Su cuerpo se fue hasta el fondo como el plomo, mientras su mente asociaba los hechos con el líquido púrpura y la sonrisa tranquilizadora de su madre. Anduvo por el fondo, confusa, sin mirar ninguna piedra, ningún guijarro. Continuó andando, moviendo los brazos para dejar atrás el agua. Empezó a pensar que quizás estaba soñando y quiso despertar, no le gustaba aquel sueño.

La superficie empezaba a acercarse, Nyx no dejó de mirar hacia arriba, esperando encontrar de nuevo la orilla. Anduvo hasta que su cabeza salió al aire libre, se sentía más ligera. Tomó un poco de aire y fue como si no hubiera dejado de respirarlo.

Salió del agua lentamente, y se percató de que estaba en la orilla opuesta a su madre. Cuando el agua le llegaba por las rodillas, Nyx se giró lentamente, con expresión seria. Buscó a su madre con la mirada y la encontró sentada tal cual la dejó. Ésta miraba a su hija con curiosidad, esperando una reacción, una carcajada, un grito.

Sin embargo, lo único que obtuvo, fue la imagen de Nyx andando lentamente hacia el castillo, con la cabeza gacha y las enaguas empapadas.


Nyx sacudió la cabeza. Ese recuerdo la había llevado a pensar en la sensación de asfixia del fuego. Y se dijo que aquel líquido púrpura le hubiera servido de mucho más en aquel momento, que aquel día de calor sofocante, en que su madre le mostró lo que era la magia.

Su barbilla se arrugó e intentó controlar las lágrimas que últimamente salían al exterior con una facilidad pasmosa. Echaba de menos a su madre, a pesar de todo, a pesar de sus extrañezas y sus desvaríos -¿acaso no era ella una copia de lo que su madre fue?- Si aún viviera, si aún estuviera con ella, quizás supiera aconsejarla sobre qué hacer con Azcoy. Explicarle que lo que sentía, no era nada malo, no era nada raro ni impropio de alguien de su rango. Que acabar con Murah era la única opción que había tenido. Que sus planes merecían cualquier sacrificio.

Se tocó el pelo quemado. Si su madre lo viera... ella que siempre estaba orgullosa de que Nyx hubiera heredado su mismo pelo castaño y brillante, salvaje y espeso.

Tras mucho pensarlo, mientras observaba las ondas del agua del lago, sacó de entre sus pechos un pequeño frasco de cristal que contenía un líquido azulado. Lo observó largo rato antes de abrirlo y beber de un trago su contenido.

Cerró los ojos. Al instante notó cómo su melena crecía y le rozaba el cuello, los hombros y caía sobre su pecho lentamente. Lo tocó, sin abrir los ojos y suspiró profundamente, llena de aprensión.

"Adara, pon cuidado al usar tu magia, hazlo por mí" pensó para sí.

1 comentario:

^lunatika que entiende^ dijo...

Deberíais vender esta historia :D