6.5.09

Ecos del pasado


Gael despertó antes que su señora. Siempre lo hacía. Solía quedarse mirándola dormir; cuando estaba en el reino de los sueños parecía tan dulce, tan inocente. Su expresión plácida mientras soñaba contrastaba con el gesto perpetuamente helado de sus ojos mientras estaba despierta. La acarició. Aspiró el aroma de su cabello. Abrazó su cuerpo, tan familiar para él, que siempre olía a violetas.
La amaba. No podría vivir sin ella. Morir por ella era la máxima aspiración de su existencia.
O tal vez no. Había otras cosas que deseaba. Besarla cada mañana. Ser algo más que una distracción. Poder acariciarla en otro lugar que no fuera aquella habitación. Pasear junto a ella por los jardines. Poder llamarla por su nombre. Recibir sus sonrisas.
Se apartó de ella con cuidado, intentando no despertarla, y se dirigió al baño para acicalarse. Terminados sus preparativos matutinos, vestido ya con la armadura y el tabardo de la guardia personal de la reina Níobe, ordenó a los sirvientes que trajeran el desayuno de su señora.



- Bien, capitán -Niobe se envolvió en una bata de seda negra y se arrellanó cómodamente en un sillón frente al espejo-. Ha llegado el momento de volver a citarnos con nuestro siniestro amigo.
- Señora, por favor, no sigáis con esto. Traerá problemas.
- Confío en ti, Gael, y sabe el cielo que eres leal y astuto. Pero te falta ambición -le miró significativamente-. Ambición para conseguir lo que deseas.
Sin esperar respuesta, Níobe se giró hacia el espejo y lanzó el ensalmo.
En lo profundo del artefacto volvió a formarse la niebla y el recuerdo del Duque Sergei de Raven apareció ante Níobe y el soldado. El antaño archimago les saludó con una reverencia.
- Mi señora. Y compañía... Veo que os habéis demorado en llamarme. ¿En qué puedo complacer a mi benefactora?
- Ya lo sabes -dijo ella, ignorando de nuevo el tono burlón del Duque Negro-. La desaparición de la tara familiar. Para empezar.
- ¡Y para continuar! -exclamó la sombra, enarcando las finas cejas-. Una debilidad de sangre está dentro de vuestro más profundo ser. Es, por así decirlo, vuestra esencia. Lo que os hace quien sois. No creo que sea tan fácil de eliminar, mi señora.
- Pues si quieres continuar existiendo más te vale que lo vuelvas fácil, recuerdo.
La figura del espejo tardó unos segundos en responder, y cuando lo hizo sus ojos volvieron a destellar por un instante. En su semblante se dibujó un diminuta sonrisa.
- Es un reto... interesante. Y no es la primera vez que se intenta algo similar.
Níobe hizo un gesto a Gael para que le acercara una copa de vino. Inmediatamente una botella fue abierta y escanciada. Cuando el Capitán de la Guardia de la Reina le trajo la bebida y ella hubo mojado sus carnosos labios en ella, cruzó las piernas bajo la fina seda e hizo ademán a la sombra de Sergei de Raven de que continuara.
- Te escucho.
- No es algo que sea de dominio común -explicó él-. Como supondréis, algo así debía mantenerse en secreto ante la Corona Imperial, aún cuando ésta no tuviera el más mínimo poder. Hubo varias Casas que intentaron eliminar la tara: la Casa Varkko y la Casa Daementia, por citar dos ejemplos. Los Varkko tendían a volverse ciegos tanto mediante los sentidos físicos como mediante los arcanos -añadió, y sonrió más abiertamente-; y los Daementia...
- ¿Y ellos?
- ¿De qué creéis que les viene el apellido, mi señora?
- Una amena lección de historia, insulsa sombra. ¿Eso es todo lo que puedo sacar de ti? -preguntó Níobe, volviendo a beber de su copa-. ¿No hay nada más acerca de lo que puedas ilustrarme?
- Si es por enseñar, mi señora -contestó envarado Sergei, señalándola-, creo que vos ya enseñáis suficiente...
Efectivamente, al discurrir la conversación la Reina se había ido relajando, dejando que la suave seda se deslizase de sus piernas. Mostrando con ello sus muslos y dejando intuir lo que había más arriba.
- ¡Cómo osas...! -exclamó Gael, desenvainando su acero en un movimiento veloz y fluido, fruto de años de práctica. Dio un paso hacia el espejo, con el semblante crispado de furia por semejante insulto a su Reina.
Níobe alzó la mano, sin perder la seriedad.
- Basta, Gael. Nuestro... invitado lleva mucho tiempo aislado del mundo de los vivos -posó levemente la mano sobre el brazo del soldado al pasar él a su lado, y su gesto tuvo la virtud de tranquilizarlo de inmediato -. Es normal que... los apetitos de los vivos le parezcan infinitamente tentadores. ¿No es así, Duque? -cruzó las piernas para protegerlas de la indiscreta mirada del especto y se arrebujó más en la bata.
El Duque serenó su semblante.
- No sé a qué os referís.
- Me refiero, sueño sin cuerpo, a que debe ser terrible haber perdido toda corporeidad -se puso de pie y caminó hacia el espejo, felina-. Tocar. Beber. Saborear. El... tacto de la carne -pronunció cada sílaba lúbricamente- Me pregunto qué darías a cambio de esa posibilidad.
- Alguien en mi situación carece de deseos mundanos -contestó él con frialdad, intentando mantener la calma.
- Oh, Sergei -ella rió, burlona-. No pensarás de verdad que me voy a creer eso. No importa. Sigue con tus lecciones sobre las taras familiares. Dime, ¿porqué fracasaron esos otros intentos?
- Hace falta mucha fuerza de voluntad para controlar ciertas energías, señora. Y bueno... lo de la casa Daementia fue una completa estupidez. A medida que avanzaba el hechizo para deshacerse de la tara, se volvían más locos, con lo que no fueron capaces de finalizarlo -el espectro cabeceó-. En mis tiempos, las tierras de los Daementia eran un cráter encantador.
- ¿Y los Varkko?
- No finalizaron el hechizo. Con lo que... unas cuantas generaciones de la familia terminaron ciegas.
- Lo más interesante de todo eso es que el hechizo existe. Existe el modo de eliminar la tara -ella sonrió con avidez.
- Os equivocáis, mi señora -volvió a negar con la cabeza-. No es un hechizo. Que exista la forma de hacerlo, es una posibilidad, pero no una certeza.
- Me es igual, sombra. Desarrolla la manera.
- ¿Sois tan exigente con todos vuestros subordinados? -preguntó, a la vez que miraba hacia Gael, quien volvió a hacer el ademán de enarbolar su espada ante la velada sugerencia.
- No lo dudes -contesto Níobe, ignorando la puya- ¿Y bien?
La sombra que fue el Duque Negro sonrió con cansancio.
- Sí, creo que sé dónde se equivocaron ellos.
- ¡Excelente! -exclamó la Reina, incorporándose por la excitación del momento. Su movimiento dejó al descubierto sus hombros y su blanco escote- ¿Qué hay que hacer?
- Creo que la solución pasaría por un tratamiento alquímico, mi señora.
- ¿Te refieres a cambiar la sangre? -preguntó, casi incrédula y todavía de pie-. ¿Vas a venderme un remedio de feriante para que te conserve? ¿Acaso crees que eso no se ha intentado ya durante muchas generaciones? Pienso que tal vez me tomas por ingenua y sobrevaloras tu labia y tu valor. De poco te sirvió, quedando de tu Casa no más que un recuerdo atrapado en un espejo...
- Si habéis terminado de insultarme, mi señora Níobe de Avernarium, tal vez quisiérais permitirme la bondad de continuar...
Recobrando la calma, la Reina se colocó la ropa ante el espejo y se maldijo por aquel acceso de rabia. Se sentó de nuevo e hizo que Gael le trajera otra copa de vino, pues la que antes tenía estaba tirada en el suelo, derramado su contenido ante su estallido de cólera. Entonces se dio cuenta de que había visto su reflejo en el espejo. Volvió a fijarse otra vez... pero no, todo seguía como debía ser. La superficie sólo mostraba la figura de la sombra. Tal vez intuyó que llevaba la ropa descolocada y su mente inmediatamente dedujo que lo había visto en el espejo... No obstante, estaría atenta a deslices como aquél.
- Muy bien -dijo sencillamente-. Voy a concederte que tal vez sepas de qué hablas, sombra.
- Gracias -dijo Sergei con acritud-. Decía, mi señora, que creo que un tratamiento alquímico sería la solución. Pero no hablaba de cambiar vuestra sangre o la de vuestra familia. Hablaba de cambiar vuestra esencia. Una remodelación interna completa, vaya.
- Ya veo. ¿Y cómo piensas conseguir eso? -ella se llevó la nueva copa a la boca, paladeando suavemente el vino.
- Sólo estamos empezando, mi señora -se excusó el duque, mirando con avidez la copa. Inconscientemente se lamió los delgados labios-. Tal vez necesite... sujetos experimentales...
- Claro.
- ¿Entendéis a qué me refiero? -preguntó con incredulidad-. Hablo de sujetos que posean vuestra sangre.
Ella le observó con altivez.
- Te he entendido la primera vez, hechicero.
El Duque la devolvió una mirada asombrada. Tal vez fuera efecto de la luz, pero el reflejo del Duque parecía más tangible...
- ¿Decís que no os importa? ¿Utilizar a vuestra familia de cobayas?
- Por todos los diablos, hechicero. Mi familia son mis hermanas. Nada más. Pero... hay otros miembros que poseen mi sangre, claro está. Todos los reyes y reinas han tenido mil deslices. Ya es hora de que sean útiles.
El espectro se mesó la perilla, pensativo.
- Habláis de bastardos.
- En efecto. Y... ya que estamos en ello, me he permitido el lujo de mandar localizar al último descendiente de la muy aguada sangre Raven -sonrió dulcemente-. Para que probéis en él el sistema cuando esté puesto a punto.
- ¿¡Qué?! -aulló furioso el Duque- ¡Cómo os atrevéis a...!
- No debería de haber ningún problema si el sistema está perfeccionado. ¿O acaso el legendario Duque Negro cree que voy a utilizar uno de sus ensalmos sin comprobar que antes funciona sin efectos secundarios? No habrás sido tan idiota de pensar eso de mí, ¿verdad?
Sergei de Raven permaneció en silencio unos instantes. Luego sonrió.
- Sois astuta, mi dama.
- Precavida. Si gracias a tus consejos se acelera la conquista del Putomundo, me aseguraré de que el último descendiente Raven recupere el título y tal vez algunas tierras. Ya mismo está recibiendo educación en las artes que le corresponden. Si intentas engañarme, estarás destruyendo tu propio futuro, sombra.
- ¿Me dais vuestra palabra?
- La tienes.
Níobe se desperezó, felina, y se acercó de nuevo la copa de vino a los labios.
- Señora -preguntó el Duque-. ¿Puedo haceros una pregunta?
- Adelante.
- ¿Cómo se llama? ¿Cual es el nombre del último hijo de mi Casa?
Ella rió escandalosamente.
- No podía creérmelo ni yo, mi querido ex-Duque, pero el chico se llama Sergei. Ah, y no lo llames "Casa". Las pretensiones nobiliarias de tu advenediza familia de provincianos paletos murieron contigo. Creo que malvivía de pescador en los marjales que otrora ocupara tu castillo...
Era delicioso ir desgranando poco a poco la información, ver el semblante de tan famoso y poderoso mago con ese rictus de desconcierto. Ahí, totalmente anonadado y con la boca abierta. Lo único que se movía de su efigie era el largo cabello negro, siempre ondulante. Ocultó su leve sonrisa apurando el escaso líquido de la copa.
- Te noto... desconcertado, Duque Negro. Quién lo iba a decir. ¿Ves, capitán? -hizo un gesto hacia el soldado-. Recuerda este momento durante toda tu vida. Los hombres crecen y caen. Las Casas nacen y mueren. Pero el placer de sobrepasar a los que antes fueron más grandes que nosotros... ¡Ah! Eso es inmortal.
- Cuidado, joven dama -Sergei apretó los dientes-. Es posible que algún día os halléis en mi lugar, y frente a vos, otro patético ambicioso.
- Cuento con ello -aceptó Níobe, sin hacer caso del insulto-. Es el ciclo de la vida. Nadie existe para siempre. Nadie triunfa enternamente.



- Así que nada existe para siempre, ¿eh, pequeña y presuntuosa reina?
El susurro llenó la habitación vacía. Los rescoldos de la chimenea procuraban una mortecina luz que ilumniaba parcialmente los objetos cercanos. Dentro de la superficie del espejo, la efigie de Sergei de Raven se materializó. Sin ninguna orden externa.
- Mi triunfo sólo ha sido postergado, Su Majestad...
Los ojos de la sombra se entrecerraron y su rostro se crispó levemente en un esfuerzo de concentración. Al cabo de unos instantes, un suave aleteo se oyó en la repisa de una de las ventanas de la alcoba. Con un suave graznido, el cuervo avisó de su llegada.
- Congrega a tus hermanos, negro amigo -dijo Sergei con suavidad, casi con ternura-. Mis planes pronto llegarán a su conclusión -sus labios se distendieron en una sonrisa torcida-. El cuervo volverá a volar muy pronto.

6 comentarios:

Barbijaputa dijo...

Tremendo.

C. Maltesse dijo...

Genial

Jezabel dijo...

Nyx, querida, por favor. Conseguirás sonrojarme.


Señor Maltés: me place que encontréis los hechos narrados de vuestro agrado.

Níobe IV de Avernarium.

^lunatika que entiende^ dijo...

joder, ¿Por qué no editais un libro?
Yo hasta me acuerdo a veces de esto y me lío con los libros que leo actualmente... No tiene nada que envidiarles a muchos libros.

Me encanta.

Radagast dijo...

Gracias, gracias.
Todo un elogio.
La verdad es que Jez (perdón, Su Majestad Níobe) y yo tenemos multitud de relatos inconclusos, como el de Tierra Serena que voy publicando en mi blog.

Duque Sergei de Raven

PD: os aseguro que habrá sorpresas con respecto al espectro...

Jezabel dijo...

Dama Lunática: Me complace sobremanera que los hechos narrados sean de vuestro agrado. Esperemos que continúen así.

Duque Sergei: No cantéis victoria tan pronto.