La joven cubierta de tiznones y con la mitad de la cabellera chamuscada notó un soplo de aire en su boca que le atravesó el pecho. Una tos seca subió desde sus pulmones y el hombre que le había proporcionado el aire se apartó para dejarle espacio. Ella se incorporó como un resorte y siguió tosiendo. Cuando se calmó, se puso en pie rápidamente y se giró sobre sí misma, mirando lo que la rodeaba. Encontró al menos a siete u ocho hombres, algunos la miraban y otros estaban agachados junto a alguien inmóvil que yacía en el suelo. Estaba en las calles de Hyek, pero estaban desiertas.
- Joven - dijo un hombre bajito y con la nariz colorada, seguramente aficionado al vino. Instintivamente, se sorprendió por la confianza con que el hombre la trataba, ¿acaso no tenía modales? Era obvio que su cuerpo cubierto de tizne negra y sus ropajes desgarrados ocultaban muy bien su verdadera identidad- ha salvado a Azcoy de una muerte segura - su voz mostraba agradecimiento. Pero, ¿qué le estaba diciendo? ¿Azcoy?
Imágenes como fogonazos le inundaron la cabeza hasta que la hicieron taparse la boca con ambas manos y ahogó un grito. Corrió hasta el hombre inconsciente que estaba tendido en el suelo. Los hombres a su alrededor se apartaron asombrados ante la desolación de la joven forastera. No sabían de dónde había salido, quién era, ni por qué se había metido en mitad de un incendio para salvar al herrero. La vieron arrodillarse junto al joven y besarlo sin descanso. Besó sus ojos, su frente, sus labios. Y lloró.
- Azcoy está bien, joven - aseguró un anciano, de su boca colgaba una ramita de vinagreta - pero tiene un golpe en la cabeza. Las mujeres han ido por agua, paños y ungüentos. Se repondrá.
Nyx comprobó que Azcoy sangraba, pero la herida no era profunda. Sonrió aliviada al anciano.
Tres mujeres se pusieron manos a la obra y antes de darse cuenta, tanto la herida de Azcoy como los codos de Nyx estaban limpios y vendados. Se sentía extraña al estar entre la plebe y que no se arrodillaron antes ella, que se saltaran el tratamiento y la llamaran "joven". Se sentía extraña, pero protegida y, para su sorpresa, confortable.
- Joven - en ese momento una de las mujeres se volvió hacia ella - todos en Hyek les estarán muy agradecidos cuando vuelvan de las granjas y sepan lo que ha pasado hoy. Conociéndonos - y soltó una carcajada - incluso daremos una fiesta en su honor.
- Sí - dijo otra - lo que es una pena es como se te ha quedado el pelo.
Nyx abrió mucho los ojos y se llevó las manos a la cabeza. Su larga melena castaña y ondulada, estaba encrespada y no llegaba más allá de su nuca. Ahora era consciente de que notaba la brisa en el cuello y las orejas. La barbilla le tembló, pero tragó saliva y se guardó el llanto, estaba agotada. Podría llorar más tarde.
En ese momento Azcoy despertó. Seguía allí tendido, en mitad de la calle. Nadie había querido moverlo, ni tampoco había habido mucho tiempo. No había pasado aún ni una hora desde el incendio, la herrería todavía crujía y humeaba.
Nyx se quedó paralizada al ver sus ojos abrirse. Dejó que la gente se apelotonara a su alrededor y agradeció quedar en un segundo plano. Estaba inquieta, la martirizaba la idea que había traído tan bien aprendida del castillo. Sin embargo no tuvo tiempo de pensar en aquello porque todos empezaron a señalarla con entusiamo y gritos de alegría, y el desorientado Azcoy la miró. Su ceño se frunció profundamente.
- ¿Esa chica ha entrado ahí? ¿A por mí? - Azcoy no sabía si creer lo que oía. Una desconocida había...entrado... de repente sus ojos y su boca se abrieron lentamente. La chica con la cara manchada de negro, el pelo quemado y las ropas hechas jirones que lo miraba con temor, no era una desconocida.
Azcoy se levantó, torciendo el gesto por las punzadas que sentía en la cabeza, y se acecó a la Reina. Todos se habían quedado en silencio, mirando la escena con intena curiosidad. Azcoy, dándole la espalda a sus vecinos se puso frente a Nyx y una enorme sonrisa se dibujó en sus labios.
- ¿Cómo no voy a quererte? - preguntó mientras la abrazaba.
Ella se dejó hacer, reprimiendo una vez más el llanto. Llevaba años sin derramar una sola lágrima, quizás ese día estaba llorando por todos esos años.
- ¿Qué recuerdas? - le preguntó Nyx al herrero mientras dibujaba con sus dedos letras en la espalda del hombre.
- No mucho. Un hombre vino a la herrería... no recuerdo qué preguntó. No puedo recordar más allá. - Azcoy se puso bocarriba y abrazó el cuerpo desnuda de la joven. Luego la miró y acarició su pelo quemado. Ella se apartó.
- Aún te duele, ¿verdad? - dijo incómoda... incómoda por su pelo, incómoda por lo que guardaba - Mañana te enviaré a nuestro médico.
Nyx se puso en pie de un salto y lo miró, recostado. Él pensó que su mirada era triste por lo acontecido. Pero ella sabía que su tristeza era causa de la culpa. Azcoy se incorporó y la cogió de las manos.
- No te vayas, quédate a dormir... - dijo suplicante - sólo hoy. Da igual quién pueda vernos. Sólo hoy.
- ¿Nunca te importó que nos vieran? ¿Que tu... prometida se enterara? - preguntó Nyx mirando el suelo de madera. Se sentó en la cama, dudando.
Él le besó los dedos de la mano, uno por uno antes de hablar. Su pelo revuelto y su amplia sonrisa hacían que Nyx quisiera quedarse allí para siempre.
- Sabes que jamás sentiré por Murah lo que siento por ti - y al pronunciar su nombre, su rostro se ensombreció, cargado de culpa. Sin embargo la culpa que sentía Nyx iba más allá, rozaba el pánico. - Mantengo la esperanza como un estúpido, de que me pidas que no me case con ella. Que me pidas que huyamos juntos fuera de Avernarium. Que tengamos juntos una vida anónima y modesta, donde tú sólo seas Nyx y yo siga siendo Azcoy. Y que Murah fuera feliz con un hombre que la trate mejor de lo que yo he sabido hacerlo, porque merece mucho más de lo que yo le he dado- Nyx escuchaba con un nudo en la garganta, intentando no llorar. ¿Cómo iba a decirle que Murah ya no existía? ¿Que ella misma le había dado muerte? ¿La creería capaz él de algo así? - pero eso no va a pasar, lo sé, no digas nada. Sé que soy un idiota. - su tono de voz parecía cansado. Miraba a Nyx fijamente, con tristeza - pero has de saber que cuando me case con Murah, todo esto habrá acabado. No pienso engañar a la madre de mis hijos.
Nyx se puso de nuevo en pie, no podía seguir escuchando hablar de Murah. Tampoco podía hablar. El nudo que tenía en la garganta no la dejaba casi respirar. Las lágrimas se acumulaban en sus ojos mientras se vestía a toda prisa. Azcoy la miraba, sentado en la cama completamente desnudo. No la miraba sorprendido; hacerle el amor y luego huír era lo que mejor sabía hacer la joven. Y esta vez ni siqueira estaba enfadado.
- Debo irme, Azcoy, empieza a oscurecer - dijo en un susurro la Reina. Se acercó a él y besó fugazmente al herrero en los labios.
- Está bien... - dijo resignado. De repente, una imagen se cruzó en su memoria y frunció el ceño - Nyx..
Ella se giró sin mirarlo directamente, para que no leyera en sus ojos que algo grave la atormentaba.
- ¿Sí? - preguntó con un hilo de voz.
- El hombre - se rascaba la barba pensativo, con la vista clavada en ella - no sé quién es, seguramente no podría reconocerlo pero... recuerdo que llevaba botas diferentes.
El sobresalto interior de Nyx fue casi visible. Botas dispares, imposible. ¡Puñal!
- ¿Cómo? ¿Llevaba zapatos diferentes? - sonrió fingiendo incredulidad, como si hubiera sido producto de su imaginación.
- Estoy seguro... - Azcoy asintió, convencido -.
- Encontraremos al que lo hizo - dijo Nyx - no te preocupes por eso y deja de darle vueltas..
Al oir el trote de Hierro bajo su dueña, Azcoy se dio media vuelta en la solitaria cama.
Nyx debía de amarlo de verdad. ¿Habría arriesgado su vida, si no, para salvarle del fuego? Y sonrió lentamente mientras se abrazaba a la almohada, recordando cada beso que esa misma tarde, le había regalado la mujer que amaba.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario