13.5.09

Que el vino corra como sangre


La botella de rosado estaba cubierta de escarcha. Era un vino viejo, caro, de sabor dulce.
Había conseguido descifrar unos pocos hechizos del grimorio. Y, con su precaución habitual, había hecho una copia de ellos al tiempo que procuraba memorizarlos. No se fiaba de la sombra del Duque Negro.
Pronunció el hechizo y el eco de una vida lejana se materializó ante ella.
- Buenas noches, ex-Duque.
- Su Majestad Níobe IV de Avernarium... -contestó Sergei, con una reverencia burlona-. Se os nota... ligeramente feliz -añadió, mirándola con atención el casi pétreo semblante.
- Qué sentido del humor tan encantador, espectro. ¿Siempre has sido tan empático?
- Bueno, mi señora. El conocimiento del estado anímico de un interlocutor es una ventaja. Pero no habéis contestado a mi pregunta -dijo, insistiendo en ese punto-. ¿Tal vez sea que habéis dado un paso más hacia el objetivo de que todo el continente se incline ante vuestra gracia y belleza?
- ¿Eso intenta ser sarcasmo, sombra? -Níobe sonrió dulcemente al espejo, desplegando todo su encanto-. Estoy feliz, espectro, porque voy a anexionarme el antiguo Renn sin mover un dedo.
La sombra frunció el entrecejo. Parecía que el último comentario de la Reina le había molestado...
- En realidad, Majestad, era una simple sátira -contestó, seco, Sergei-. ¿Renn, decís? ¿Todavía continúa existiendo ese señorío de ignorantes fanáticos envueltos en brillantes corazas?
- Sí. Terminó convertido en dos condados, Erén y Shult, que ahora se detestan a muerte como buenos hermanos gemelos -levantó la copa-. Y cuando ambos sean míos, brindaré a tu salud, sombra.
Sergei de Raven miró con avidez la copa. Hacía tanto que no saboreaba un dulce caldo. Cerca del Castillo Raven se extendía un campo de viñas que daban un vino delicioso. Sí, delicioso.
- ¿Y cómo pensáis hacerlo, mi Reina? -preguntó, curioso, para que ella hablara. Y sí, también para apartar de su mente el oscuro líquido-. ¿Los vais a empujar a uno contra el otro mientras miráis de lejos? ¿Y luego haceros con los restos? -miró con atención el rostro de Níobe. La sonrisa decía que sí, pero sus ojos, levísimamente entornados, podrían indicar otra cosa-. No, demasiado simple, ¿verdad? Vos sois del tipo al que le gusta estar cerca del escenario, para no perderse detalles... ¡Ah! -exclamó entonces, sonriendo con comprensión-. Sois astuta, mi señora, pero tal vez olvidáis algo.
Níobe paladeó el licor y le mostró la copa a la sombra, lanzando un suspiro de deleite.
- Un rosado de diez años. Helado, como es costumbre aquí -disfrutó volviendo a centrar la atención de Sergei en el vino-. ¿Y bien, qué olvido?
- Estoy seguro de que la legendaria terquedad renniana continúa pastando libre por esas tierras -comentó el Duque Negro, centrando la mirada en sus ojos-. Sin duda, producto de llevar a todas horas un caso de metal... Creo que impide el desarrollo de interesantes productos como la creatividad. O el saber parar...
- La terquedad puede ser muy útil bien enfocada. Cuento con ella para conseguir mis propósitos -sonrió con dulzura- ¿No vas a felicitarme, Sergei? Aunque seas mío, solías ser un hombre ecuánime. Suponía que apreciarías una buena maniobra.
- Os felicito, mi señora, pues reconozco una buena maniobra cuando la veo -dijo el Duque Negro, inclinando la cabeza y sonriendo, encantador-. Aunque sea vuestro esclavo y deba obedeceros lealmente mientras así lo deseéis... Eso sí -añadió-, no olvidéis mis palabras. Los rennianos son capaces de declarar una guerra simplemente por llevar un collar de oro en vez de plata en una recepción invernal. Son infantiles y muy propensos a... enrabietarse -enarcó las finas cejas-. Eso sí, de modo muy elegante y protocolario.
- Lo sé, lo sé... -sonrió auténticamente divertida- ¿Y no los hace eso entretenidísimos? No me negarás, Sergei, que jugar con ellos es una de las cosas más divertidas de la vida.
- Espero que recordéis eso mismo cuando un centenar de caballeros, más blindados que la puerta del Tesoro Imperial, llamen a vuestar puerta.
- Llamarán, Sergei querido, para pedir permiso para escoltarme hacia mi boda -bebió de nuevo-. Verás, ex-Duque. Yo poseeré Renn por la sencilla razón de que ellos me ven como una dama a la que proteger, no como un hombre que puede ser un peligro. Y esa será su perdición. Obedecerán mis órdenes si las disfrazo de dulces peticiones, lo sabes bien. Los rennianos no pueden resistirse a los suspiros de una dama, aunque les envíen a la muerte.
Sergei de Raven se encogió de hombros, en un gesto elocuente, sin apenas dirigir de nuevo sus ojos a la copa. Apenas.
- Ejerce el mismo encanto irresistible, para un renniano, la boda de una dama o su funeral. No voy a daros consejos que no pedís, Majestad.
- Aconséjame, aconséjame -pidió frunciendo los labios en un puchero-. Fuiste un hombre astuto, útiles han de serme tus consejos.
- Creo, mi magnánima y seductora Reina Níobe -dijo, esbozando una sonrisa lobuna-, que no me habéis... llamado... para que os aconseje, sino para algún otro asunto. Veo que tardáis en abordarlo. ¿O es que preferís encandilarme a...? -se interrumpió-. Por cierto, hablando de encandilar y seducir, no veo a vuestro fiel capitán de la guardia...
- No he seducido a Gael, Sergei. ¿Porqué lo sugieres? -inquirió, percibiéndose en su rostro un levísimo matiz suspicaz. El espectro era astuto, tendría que tener cuidado.
- Varias razones. Soy, o era, un hombre observador.
- Y tus razones son...
El espectro del Duque de Raven suspiró. En realidad no quería insistir en el asunto.
- Las veces que ha estado presente, con vos y yo, os miraba con una mezcla de deseo y añoranza -explicó, didáctico, mirándola de arriba a abajo-. Lo primero tiene una razón evidente. Lo segundo... bueno, sólo se explica si ya ha... probado vuestras mieles. Aparte de eso -comentó Sergei, suspirando de nuevo-, me dáis la impresión, y no os molestéis por el comentario, de que gustáis de usar vuestros encantos para conseguir vuestros deseos. Ya sea con... ¿Gael, se llamaba? O con un renniano.
- Sus visitas nocturnas no son más que trabajo, sombra. No he necesitado usar... ¿mis encantos?, es su trabajo y lo cumple sin más. Y mi boda con Shult -suponiendo que finalmente me decante por ellos y no por Alysium- se celebraría aunque yo fuera una vieja encorvada y arrugada. Necesitan a Avernarium, no a mí. La belleza es una herramienta, por supuesto, pero teniendo una buena inteligencia no es en exceso necesaria. En cualquier caso... Te he llamado para comprobar si has hecho avances en tus investigaciones, espectro.
- Veo que al fin os decidís a abordar lo que queríais en un principio. Pensé que a lo mejor habíais decidido abandonar tal empresa y...
- Pensaste mal. ¿Has hecho avances o no? -preguntó con brusquedad.
- Antes han de hacerse una serie de pruebas -explicó el Duque Negro-. Hay que establecer la fuente de vuestro poder, la esencia que hace que obréis magia. Sï -dijo, cortando el incipiente comenatrio que veía en los ojos de la Reina-, ya sé que la magia os hace rejuvenecer en proporción a la magnitud del efecto del hechizo.
- Obviamente, la fuente de mi poder es la Muerte que es consumida en cada hechizo. Por eso rejuvenecemos. ¿Qué más hay que saber sobre eso?
- El porqué, mi señora -Sergei sacudió la cabeza, como ante un estudiante del que se esperaba demasiado-. No el cómo, sino por qué precisamente eso. Sólo conociendo la razón de algo puede empezar a vislumbrarse el modo de cambiarlo.
- ¿Y has conseguido vislumbrar alguna razón de por qué nuestros hechizos funcionan así? ¿A qué se supone que has dedicado tu tiempo, sombra? Sergei el vivo no estará esperando para siempre -Níobe apretó los dientes, rabiosa.
- Paciencia, mi señora. Debéis ser paciente -dijo él, sonriendo con sorna-. ¿Estáis familiarizada con la Leyenda de los Ajenos?
- Ligeramente, pero estoy ansiosa por escuchar tu versión -bebió del vino para ocultar su decepción.
- Cuenta la leyenda que cada uno de los Siete Ajenos, en su búsqueda del concimiento absoluto, atrajo hacia sí uno de los ocho aspectos de la existencia -levantó los dedos uno a uno, enumerando-: Dolor y Perseverancia, Destino y Creación, Paciencia y Furia, Iluminación y Humildad. Son cuatro parejas de antagonistas. ¿Me seguís?
- Por supuesto -Níobe se acomodó más en el sillón-. Pero... ¿sólo Siete Ajenos? Hay ocho parejas... -suspiró-. Eres un excelente narrador. Tienes una voz muy hermosa... -sonrió, admirando el espejo... en el que ahora se veía el duque mucho más nítidamente, y también su entorno... Sillones, mesas, lámparas tenuemente perfiladas... que no correspondían a la realidad. Se sorprendió, pero no lo manifestó ni lo más mínimo, y prosiguió con calma-. Y fuiste un hombre muy atractivo. Una pena que estés en un espejo, si no... podíamos pasar un buen rato - esbozó una sonrisa pícara-. Pero prosigue, por favor.
La sombra del Duque sintió, al escuchar las palabras de la Reina, al ver cómo el vestido de noche que llevaba se abría intencionadamente al cruzar ella las piernas, un poderosísimo deseo por su cuerpo. No era más que un reflejo en un espejo, un recuerdo de alguien muerto tiempo atrás. Pero si hubiera podido sudar, en estos momentos las gotas perlarían su frente.
- Como decía antes, mi Reina Níobe IV de Avernarium -dijo Sergei, intentando sacar de su mente las sugerentes imágenes que iba generando. Esos labios, esos generosos y carnosos labios-, os gusta jugar con el efecto que provoca en los varones vuestros excelentes encantos. En todo caso -continuó-, efectivamente eran ochos aspectos, y los ajenos sólo siete. Uno quedó libre y no personificado. Pero eso no importa ahora.
Se llevó la mano izquerda al puente de la nariz, ligeramente aguileña, en una mueca de concentración, recordando viejas lecciones aprendidas de niño.
- Mi señora, cuando las familias hechiceras empezaron a usar el poder arcano de una manera... eh... excesiva y con el único propósito de adquirir poder -explicó-, los Siete Ajenos se enfadaron. Veían pervertido el Don que ellos amaron y procuraron alentar. Por eso, cuando nacieron las Grandes Casas y empezó la forja del Imperio a base de simple y pura hechicería, los Siete se reunieron en su plano de existencia y decidieron castigarlas. Ahí nacieron las taras familiares. Sólo -concluyó- hay que saber quién maldijo a vuestra estirpe. Entonces podremos empezar con la... curación.
- Encantadora historia. Tendrías talento como cuentacuentos. Y bien, sombra, ¿cómo hallaremos al Ajeno culpable? Porque no creo que eso pueda encontrarse en un libro...
- Bueno, no creo -el Duque parecía extrañado-. Los Ajenos nunca se han caracterizado por documentar sus actos. Y, según tengo entendido, en la actualidad es imposible llegar a ellos... Así pues, la única manera segura es experimentar con alguien de vuestra sangre que practique la hechicería.
- Creo que ya hablamos de esto. Tengo localizados a tres bastardos, y dos más esperan en las mazmorras. Empezaremos por ahí antes de utilizar a miembros capaces de usar la hechicería. Por lo pronto me he asegurado de que esos tres desgraciados estén recibiendo adiestramiento rudimentario -apenas podía contener su ansia.
- Mmm, bien -murmuró Sergei-. Eso complica un poco el asunto. Para ver claros los efectos se necesita alguien con algo más que meros rudimentos del Arte. Me parece que habrá que afinar muy bien los experimentos. Por lo pronto, es necesario extraer sangre de los sujetos antes y después de cada... prueba. Además -prosiguió- de los diversos humores corporales. Como bien sabéis, cada uno posee su propia resonancia.
- Habrá que trabajar con los medios de los que disponemos -dijo ella, algo molesta-. Mañana al alba iré yo misma a realizar las extracciones de humores -suspiró con fastidio-. Debería procurarme un aprendiz que se encargue de estos asuntos desagradables.
Sergei la miró con genuina sorpresa.
- ¿No tenéis ningún aprendiz, mi señora? -inquirió-. Eso es algo... ehh... muy inusual.
Ella asintió con la cabeza.
- Sí, lo es. Tampoco tengo tanta edad como para tener uno... -sonrió-. Y no creo que su compañía me resultase tolerable. No tienes porqué saberlo, espectro, pero se dice de mí que soy imperturbable... ¿Cómo era lo que dijo aquel bardo? -se mordió los labios, intentando recordar-. Sí, más gélida que una cuchillada. No me sentiría cómoda con un adolescente haciendo preguntas a mi alrededor. Tarde o temprano acabaría mandándolo empalar.
- A vuestra edad yo tenía ya dos aprendices -suspiró, recordando-. De todas maneras, un aprendiz os ayudaría en vuestros conjuros, y se encargaría de ir donde no deseáis ir pero se necesita alguien con poderes arcanos... Bueno -comentó, descartando el tema-, vos sabréis. Recordad -retomó de nuevo el hilo de la conversación anterior- que debéis aseguraros de que las muestras se conserven íntegras. Creo que en la página doscientos cuarenta y seis -añadió, señalando su propio grimorio- hay un buen ritual de conservación.
- Oh, sí - Níobe se giró, avanzó hacia unas estanterías y cogió de ellas una cala negra en perfecto estado, que flotaba suavemente sobre un disco de metal-. Ya lo he probado -sujetó la flor-. ¿No te parece preciosa? -la acarició con cuidado-. Cuando mi esposo muera, haré una corona de éstas para su tumba.
- Preciosa, mi señora -convino el archimago, asintiendo con sencillez-. Como vos.
- No tienes porqué halagarme, Duque. Sé que te desagrado soberanamente -ella sonrió-. Una pena, si las circunstancias hubieran sido otras, Sergei, seguramente nos habríamos llevado bien... hasta que nuestros intereses se enfrentasen.
- Lo que me desagrada es el nimio hecho de estar muerto. Aunque os aseguro que sólo hubo una mujer que pudiera estar a mi altura. Espero, mi señora -continuó el Duque Negro, cambiando de tema-, que reunáis cuanto antes las muestras. Hasta que tengáis una colección significativa de ellas, id repasando el "Alquimia", del maestro Gery Fauhaussen. Sobre todo los capítulos tres y siete...
- Ah, sí... -ella ignoró el cambio de tema, disfrutando ante la posibilidad de meter el dedo en la llaga-. Esa mujer. La que propició tu caída. Dicen las leyendas que era bella como la muerte y retorcida como la cizaña.
- ¿Os referís acaso a mi esposa, la dama Ariadna? -Sergei sonrió, divertido-. Sí, claro, cómo no iba a ser ella la que trascendió... Tan retorcida que acabó aprendiendo demasiado tarde que había... entes, de los que era mejor mantenerse alejada. O eso tengo entendido, mi señora. Aprended de su ejemplo.
- Tienes una voz hermosa, Duque. Distráeme. Cuéntame que pasó. No se suelen tener muchas oportunidades de escuchar la Historia de boca de quienes la vivieron.
- Si preferís que un recuerdo os cuente cuentos en vez de centraros en lo que os hizo invocarme... -la sombra se encogió de hombros- no soy yo quién para criticaros
- Entonces, adelante. Hasta que no tenga las muestras no puedes hacer nada, acabas de decírmelo. Distráeme al menos -ordenó Níobe como quien no está acostumbrada a repetir sus mandatos.
- No me reclaman en nigún lugar, así que... -rió con amargura el espectro-. La Dama Ariadna se creía muy buena conspiradora. Era buena, lo admito -dijo, reconociendo lo obvio-. Por un tiempo me engañó, atentando contra mi vida antes de que yo estuviera preparado. Pero no era tan buena como ella misma pensaba. La segunda norma no escrita del juego de poderes es "utiliza sólo las herramientas que puedas manejar".
- Si consiguió hacerte caer, debía ser buena. Además -se levantó, fue hacia la estantería y extrajo un tomo ajadísimo-, su diario me hace pensar que realmente era una mente brillante. Me encantan los párrafos -abrió uno de los tomos- que hablan de ti.
Perdió la mirada entre las líneas, sonriendo con burla. La tinta se conservaba tan oscura como el primer día, pero los bordes quemados del tomo atestiguaban que había sobrevivido a un incendio. En algunas zonas la humedad había hecho mella en los pergaminos. El lomo había sido restaurado con mimo, pues cuando Níobe lo halló estaba prácticamente destrozado, convertido en un fajo de papeles precariamente unidos por un par de hilos. Algunos pasajes eran de difícil lectura, y anotaciones al borde hechas con tintas de peor calidad se leían con mucha dificultad. La mujer que había escrito esas líneas poseía una letra hermosa y clara, y no había escatimado detalles en las descripciones de sus conspiraciones... ni de su esposo.
- ¿Poseéis las anotaciones de...? -preguntó muy sorprendido-. Bien, como sea, sabéis entonces que hacía tratos con criaturas del Inframundo. Conocéis sus planes, y deberíais ver dónde se equivocó. No creo equivocarme si aseguro que lo que pasó el día de... mi muerte, no fue propiciado por Ariadna, sino por sus "servidores", que se servían de Ariadna en realidad.
- Sí, yo también tengo esa sensación... aunque como sospecharás, las últimas semanas de vuestra existencia no están anotadas. Por lo que he podido deducir, lo que sucedió ocurrió de modo repentino. Así que tú podrás narrarme lo que no me cuenta el diario. Dime, ¿qué pasó? -cerró el tomo-. Habla de Sir Ilan, de tu "capricho", sea quien sea esa mujer, de las rencillas con Renn... La muerte de Zhura es el último acontecimiento importante registrado. Te aseguro que tu esposa era muy... descriptiva, releer la muerte de tu aprendiz me revuelve el estómago. Por otra parte, releer vuestra noche de bodas... -esbozó una sonrisa pérfida.
- ¡Mi señora, por todas las estrellas! -protestó Sergei. Al ver que ella sólo ensanchaba su sonrisa, suspiró y se resignó-. No sé lo que ella habrá escrito ahí, pero yo disfruté durante todo el proceso.
- ¿Quieres que te lo lea? -volvió al sillón y abrió el libro en su regazo, mirándole con picardía.
Recordar las sensaciones, casi sentirlas, aprehender esos momentos que ya casi se escapaban de su memoria. Con qué fuerza deseaba sentir, tocar, saborear, oler. Miró a la Reina. Era una auténtica belleza, desde luego. El pasado del Duque estaba lleno de noches de lujuria, de damas seducidas, de suspiros de placer. Esas piernas torneadas como si estuvieran hechas por un maestro alfarero; el cuello blanco y liso que le llamaba; el volumen de sus senos realzado por el busto del vestido intentaba atraer su mirada. Con un soberano esfuerzo se controló para no gritar de frustración.
- Hacedlo.
- Hagamos un trato -sonrió Níobe, y se sirvió más vino-. Yo no tengo una voz tan acariciadora como la tuya, pero sé que puede llegar a ser muy agradable. Sé bueno y cuéntame el final de tus días... y yo te leeré los mejores párrafos del diario.
- Queréis jugar a las preguntas -afirmó Sergei, desesperado por los recuerdos-. Muy bien, indiscreta Majestad. Pero creo que he de deciros que o a mi nada añorada esposa se le acabó la tinta, o vos no poseéis todo el diario. La muerte de Zhura aconteció casi un año antes del final de mis recuerdos. Bien -dijo-, ¿por dónde queréis que empiece?
- ¿Un año? -Níobe se mordió los labios, contrariada- Lamentable. Sin embargo, entre las ruinas de Raven no logré encontrar ningún diario más... -Níobe pensó en todos los hombres que aún mantenía husmeando en el cenagal en busca de restos-. Lo cual me recuerda... me han traído una cosa que creo que te encantará. Pero primero la historia. Zhura muere, y Ariadna encierra en un monasterio a tu hijo... y al otro hijo de esa muchacha a la que llama tu "capricho". ¿Qué pasó después?
- Lo de Renn dejó de ser una simple rencilla y pasó a ser una guerra abierta, pero supongo que eso será de dominio público -la Reina asintió, curiosa por detalles desconocidos, no por párrafos de libros de Historia. El Duque continuó-. Después de envenenarme sin tener éxito del todo, Ariadna aprovechó que tuve que salir para Selinon. Necesitaban a su Duque para infundirles tranquilidad por la cercanía de las tropas rennianas. Fui con una pequeña escolta, y creí que bastaría para hacer frente a cualquier cosa. ¡Ja! -rió-. Durante el trayecto, cerca del Marjal, unos asesinos a sueldo de mi queridísima esposa nos atacaron. Ayudados, por supuesto, por uno de esos "servidores" demoníacos que tenía. Eso lo descubrí después. Me dieron por muerto y, bastante malherido, logré penetrar en el pantano.
- ¿Y allí? ¿Qué hiciste allí? Ariadna aprovechó hábilmente tu desaparición para asentar su poder en el ducado.
- Pasar dos semanas con una vieja conocida. Creo que os toca -comentó, intentando no sonreír de anticipación-, mi señora.
- Claro -ella asintió, toda amabilidad-. ¿Qué párrafo prefieres? ¿La noche de bodas te gusta? ¿Alguno en el que salgas tú, o prefieres incluso alguno en el que tu esposa se entretenga con sus múltiples amantes?
- Elegid vos.
Níobe bebió vino para aclararse la garganta y comenzó a leer, acariciando cada palabra con su dulce voz.
- Una de las ventajas de que tu marido sea un libertino es que al menos es capaz de hacer bien su trabajo. Puede que nuestros encuentros conyugales sean esporádicos, pero ese imbécil aún me sirve para algo. Anoche vino a mi dormitorio, supongo que echa de menos a su pequeña zorra. Incluso se permitió el lujo de dedicarme un par de lindezas bastante logradas. Me sorprende lo entretenido que puede ser ponerle frenético. Cuando se sentó a beber de mi valioso tinto, comencé a besarle suavemente la nuca. ¡Casi pude oír como se le erizaba todo el vello! Cuando le quité la túnica, el muy desgraciado todavía tenía marcas de arañazos en la espalda... pero yo tenía mordiscos de Jules en el cuello, así que me las apañé para vendarle los ojos y atarle a la cama. No sería nada elegante restregarle por la cara mis infidelidades. ¿Sigo, mi Duque?
Sergei se dejó mecer por la voz de ella, rescatando evocadores recuerdos de su vida mortal. Era lo máximo a lo que podía aspirar.

5 comentarios:

^lunatika que entiende^ dijo...

Sois unas artistas!!

Jezabel dijo...

Gracias, Dama QueEntiende. Espero que sigamos haciéndote disfrutar durante mucho tiempo.

Níobe IV de Avernarium

Blanco Humano dijo...

¿Así que era esto? No está mal...

A ver si encuentro tiempo de leer más...

Jezabel dijo...

Joven súbdito, he de decir que el apellido de su familia no me suena de nada. ¿Los Humano son de Avernarium? Me suenan más de las Islas Desiertas... Nyx, querida, ¿lo recuerdas tú?

En todo caso, Sir Humano, uno no le dice a la Historia que "no está mal". Leer os culturizará, y os recomiendo que lo hagáis en orden.

Níobe IV de Avernarium.

Radagast dijo...

¿No está mal?
Ja!

En cuanto pueda os visitaré, señor mío. Vigilad los cuervos.

Duque Sergei de Raven