21.9.09

La copistería del Maestro Entrari

"Cada libro, cada pieza, es una pequeña obra de arte, una acción magistral. Cada puntada en el pergamino, cada trazo de tinta están realizados con mimo, con elegancia, con precisión. Cada manuscrito es único, tiene un valor incalculable.
Aunque podemos llegar a un acuerdo, por supuesto."
Maestro Escribano Entrari.


20/Decimus/año MDXXXVIII después del Año de los Infortunios
Bosque Norte, Avernarium.
Estación de las hojas caídas.

Bosque Norte no era, a pesar de su nombre, un bosque. Era una pequeña población a un tres horas a caballo del Castillo desde Avernarium, pero su peculiaridad consistía en que era una aldea extremadamente rica, puesto que todos sus habitantes eran artesanos de objetos valiosos. Níobe solía visitarla bastante a menudo, concretamente la copistería del Maestro Escribano Entrari y la orfebrería de la Maestra joyera Iane. El objetivo de su visita era, ese día, la copistería. Bosque Norte era lo suficientemente rico como para pagarse una guardia que patrullase de continuo la aldea, y bien que hacían, puesto que lo que allí se vendía tenía un solo punto en común: caro.
Avanzó a caballo por las calles empedradas con primor, incordiantemente escoltada por su Guardia. Bosque Norte estaba sorprendentemente cuidada: las fuentes sin musgo, las fachadas limpias. Por fin divisó la placa de madera con una pluma y un libro grabados a fuego.

La copistería del Maestro Entrari tenía décadas. Antes había sido de su padre, el cual había heredado el negocio de su propia madre y etcétera, etcétera. Esa familia llevaban el oficio en la sangre casi tanto como su amor por el dinero.
El edificio de madera y piedra tenía un olor familiar, a tinta y pergamino. Cuando Níobe atravesó la puerta, un joven aprendiz se acercó a ella.
- Noble señora -hizo una exagerada reverencia-, ¿puedo ayudaros?
- Quiero ver al Maestro.
El aprendiz fue a replicar, pero la Guardia entró tras la Reina. Decidió ser diplomático.
- Iré a buscarle -dijo repitiendo la reverencia.
Habitualmente la escribanía solía estar en silencio, pero un ruido de martilleos y sonidos metálicos llamó la atención de Níobe. Se asomó con cuidado a la trastienda...
El Maestro Escribano Entrari era un hombre extremadamente delgado, con unos quevedos -una muestra más de su riqueza- casi siempre sobre la nariz. No era excesivamente mayor, tendría unos cuarenta años. Unas pocas canas adornaban sus sienes, y siempre solía llevar las manos manchadas de tinta.
En ese mismo momento andaba gritándole a un par de aprendices. A su lado había un extraño armatoste que Níobe no había visto nunca, y cuando el Maestro la vio, salió corriendo de la trastienda impidiéndola verlo mejor.
-¡Ah, Su Majestad! -dijo inclinándose- Alegráis mi día con vuestra visita.
- ¿Qué era eso? -inquirió ella.
- ¡Me alegra que me lo preguntéis, señora! ¡Eso, mi dama, es el futuro! -parecía realmente contento-. Aún es un prototipo, por supuesto, pero... Lo llamo la Im-Prensa. Mediante un mecanismo de presión parecido al de las prensas de uvas ¡permitirá crear libros en grandes cantidades! -sus ojos centellaron ante la perspectiva de las ganancias-. Por supuesto, los libros producidos no tendrán la artesanía o la calidad de los realizados completamente a mano por un Maestro Escribano.
- Ni su precio, espero -contestó Níobe, mordaz.
Él sonrió calculadoramente.
- Ni su precio, noble señora.
Ella miró a su alrededor, las estanterías llenas de objetos preciados. Plumas de oro imitando las de aves, tinteros de cristal tallado, pliegos de pergamino de alta calidad. Incluso algunos exóticos papiros provenientes de la lejana Kalhandar.
- ¿A qué debo el honor de vuestra visita, mi Reina? -el comerciante se acercó a la estantería que Níobe estaba observando-. ¿Tal vez deseáis algún suntuoso regalo para vuestro afortunado prometido? Las noticias vuelan, hermosa señora -el Maestro acentuó más su sonrisa de alegre anticipación por la venta que veía avecinarse-. Sin duda nuestro futuro Rey merece una de estas maravillosas -hizo un ademán con la mano, guiándola hacia otra estantería que contenía piezas aún más caras- obras de arte.
- Sí, supongo. Pensaba regalarle un libro. Es shulte, leer le vendrá bien -susurró la última frase con evidente fastidio.
- Entonces, señora, os puedo recomendar una pieza que tenemos a punto de terminar. Estamos casi acabando una copia del "Lugares destacables de Avernarium" de la muy excelsa Ekaterina de las Nanas. Con remaches en oro y esmeraldas -añadió, casi saboreando el tintineo del dinero en su mano.
- Por supuesto -Níobe siempre se admiraba de la capacidad para vender casi sobrenatural del Maestro Entrari-. Aunque estaba pensando en algo más... sugerente.
Él la miró sin comprender.
- ¿Sugerente? -enarcó una ceja- ¿Os estáis refiriendo a esos tomos eróticos de...?
Ella se echó a reír.
- Por supuesto que no, no se le puede regalar eso a un shulte. Dioses, seguro que lo considerarían un insulto. Me refería a que deseo que hagáis una copia de un libro que se halla en mi poder. "El Castillo de Avernarium: costumbres y secretos de la corte Avernaresa", casualmente también de Ekaterina de las Nanas.
El Maestro Entrari abrió los ojos, codicioso. De ese libro existía un único tomo guardado con celo por la familia real, pues se decía que contaba aquellos secretos de la línea dinástica que jamás deberían salir a la luz. Se contaba que sus páginas estaban teñidas de sangre, y no toda metafórica.
Como proveedor habitual de la Reina Níobe, se permitió una confianza:
- ¿Creéis... que ese... valioso presente podrá, ehm, facilitarle a vuestro esposo la tarea de... ehm... descubrir con qué tipo de mujer trata?
- Tan agudo como siempre, Maestro -ella asintió-. Por supuesto, os entregaré el libro, pero... Sólo haréis una copia, la mía. Y sólo vos os encargaréis de ello. No permitiréis que nadie más vea ese libro.
El Maestro Entrari no había llegado donde estaba siendo estúpido, y asintió rápidamente.
- Por supuesto, Majestad.
- Recibiréis una pequeña compensación por las molestias, por supuesto. Digamos... ¿un treinta por ciento más del valor total del libro?
Los ojos del avernarés relucieron de felicidad ante la idea de tanto dinero.
- Podéis contar con mi absoluta discrección, señora.
- Lo sé. Sois un hombre inteligente.
Chasqueó los dedos y uno de sus guardias se acercó. Llevaba una pesada caja de metal del tamaño de un libro.
- Pero sólo para asegurarme, el Teniente Der se quedará con vos. Él abrirá la caja cada mañana, vigiliará vuestra espalda mientras trabajáis y guardará el libro cada noche. Tratadlo como a un huesped, os pagaré los gastos que os ocasione.
El escribano asintió.
- Me pondré a ello de inmediato, señora.
- Por supuesto. Y ya que estoy... -echó un ojo a su alrededor- me llevaré un par de cosas más.

Cuando la Reina se fue, el Maestro Entrari tenía en su haber una cantidad considerable de dinero. Y una cantidad aún más considerable de problemas.



(Esta entrada está dedicada a Entrari, el de carne y pixels, por no haber huído, enviado matones, fingido muerte súbita o escupido cuando le pedí ayuda informática.)

5 comentarios:

Entrari dijo...

Agradezco gratamente la dedicatoria, y espero poder devolverla de vuelta en forma de tira, aunque soy vago hasta rabiar.
Jo, y me ha hecho muchisima ilusión. Esta patata que tengo de corazón está enternecida y asustada a partes iguales. Me habeís clavado con el personaje, menos en la edad!
(aparte, me ha gustado, ale, a mi lector de RSS)

Gárgamel dijo...

Al Putomundo lo único que le faltan son croquetas. (Croquetas... ñam, ñam)

Jezabel dijo...

Maestro Entrari: alégrome de la felicidad que os hemos causado.

Sir Gárgamel: no es una especialidad gastronómica de nuestras tierras, pero se intentará.

^lunatika que entiende^ dijo...

Qué guay..!
Me gustaría trabajar en un sitio así :)

Jezabel dijo...

Merece la pena solo por ser tan adinerada como el Maestro, ¿verdad, Dama QueEntiende?