26.5.10

Bershule

 - ¿No es un lugar hermoso? Cálido, lleno de gente acogedora, pleno de sonrisas, felicidad y satisfacción. Protegido, hogareño, calmo. Una hermosa ciudad, una ciudad segura donde podrías dejar a una doncella sola a mitad de la noche paseando  y nadie le tocaría un pelo. Es un paraíso en la tierra, un hogar, una llama para el alma. El bello lugar de descanso y nacimiento de todos mis antepasados. 
- Le falta nieve.
(Conversación entre Edaris de Shult y Níobe de Avernarium, la primera vez que ella vio la ciudad en su Luna de Miel).


La ciudad era inmensa. Anchas avenidas, inmensos parques, un hermoso e idílico lugar de madera y ladrillo protegido por una imponente muralla tachonada de pendones y banderas. Soldados que lucían orgullosos  el emblema del Condado de Shult o de la Ciudad de Bershule patrullaban calles pobladas de niños felices y adultos satisfechos de la vida. Parques cuidadosamente conservados; estatuas de tiempos pretéritos que lucían igual de orgullosas que cuando fueron erigidas; altos templos de piedra y mármoles. Bershule, la joya de Shult.
El castillo era más  pequeño que el imenso Castillo de Avernarium, pero de alguna manera parecía más voluminoso, pleno de torreones, torres y torretas; almenas y ventanas, vidrieras y puertas. Pendones ondeantes. Ostentoso. Nada que ver con el solemne y majestuoso hogar de Avernarium, con sus tejados de pizarra negra cubiertos de hielo en invierno, sus muros atrapados por  el abrazo de la enredadera,  su bello bosque silencioso...
Edaris bajó del carruaje antes que ella, y un recuadro de luz solar entró por la portezuela abierta, deslumbrándola. Le tendió una mano, y Níobe la cogió con la derecha, que ahora lucía una impresionante alianza.
Cuando Níobe bajó del carruaje, el aire fresco sobre su rostro fue una bendición. Tuvo que contenerse para no bostezar y estirarse, pero quería dar una primera impresión impactante a los shultes. A su alrededor, una guardia honorífica de caballeros y pendones púrpura y blanco. Una docena de pajes alzaron trompetas doradas y lanzaron al aire su claro sonido. Los caballeros, al unísono, bramaron el lema de la casa Shult. 
Una ráfaga de viento agitó los rizos oscuros de Níobe y las sedas de su ropa, haciéndolas ondear teatralmente, y las masas de plebeyos y burgueses estallaron en vítores.
Esbozó su sonrisa más perfecta y se giró hacia Edaris.
- Vos me guiáis, señor -indicó.
Estaba agotada del viaje y se moría de ganas de darse un baño y ponerse algo más cómodo, pero aún así caminó con suavidad, casi deslizándose, junto al Conde. Mantuvo la sonrisa en su sitio para los caballeros, y cuando uno de los pajes la miró directamente, boquiabierto, reprimió las ganas de volverle la boca de un guantazo y le dedicó una mirada amable y gentil, acariciándole el rostro con dulzura. Caminando por el pavimento de mármol, pulido por décadas y décadas de uso, los Condes de Shult avanzaron lentamente. Exhibiendose, pues eso era lo que hacían, ante la vociferante multitud que no cesaba en sus "¡Hurra!" y "¡Vivan los Condes! ¡Viva Shult!". Níobe, mientras saludaba a la gente, se permitió mirar brevemente a Edaris. Estaba radiante, con el cabello rubio destellando como si de una aureola se tratara. La sonrisa cálida, los dientes blanquísimos, los ojos chispeantes. Intentando no abofetearle, la Reina de Avernarium y Condesa de Shult apartó la vista de su esposo.
El camino hasta el castillo se le hizo eterno, pero cuando por fin las pesadas puertas de madera se cerraron tras ellos fue un completo alivio.
- Vuestro pueblo es muy... efusivo, señor -dijo, mirando a Edaris. Que alguien pudiera gozar con los vítores de la plebe era algo que se le escapaba por completo.
- No más que los sirvientes de mi castillo, mi dama...
Níobe, con repentino escalofrío, volvió la vista al frente: una larga hilera de doncellas, camareros, cocineros, lavanderas y más. Todos dispuestos formando un pasillo hasta la escalinata del Salón Principal... a unos treinta metros de las puertas. Una fanfarria sonó demasiado alta y demasiado cerca de ella. Y entonces toda esa gente volvió a vitorearles.

12.5.10

Viaje a Shult


"Erén y Shult, Shult y Erén. Dos gemelos malhumorados y enfrentados a su propio reflejo. Nobles, honorables, caballerosos, y tan sorprendentemente tercos que después de sigos de guerras siguen sin darse cuenta de que les unen muchas más características que las que les separan. Y casi es mejor así: la sorprendente tradición militar de ambos lugares es tal que si se unieran podrían conquistar el mundo. Aunque probablemente después se pelearían por el lugar de los cubiertos en la mesa."
Extracto de "Espadas y lanzas: un análisis de la psicología renniana", por la ereniana exiliada Lady Cadmilla Opret.



Al cruzar el Espinazo Negro desde Avernarium, se abandonan los bosques frondosos y oscuros para entrar en una inmensa campiña. Shult, el condado norteño que antes formó parte del antiguo Señorío de Renn, ocupaba la enorme llanura que se situaba entre la cara sur del Espinazo y la margen izquierda del río Hetin. Durante siglos el hombre había dejado su impronta en el paisaje. Los bosques fueron primero clareados y luego talados, dejando paso a interminables tierras de cultivo y pastoreo. Salvo alguna pequeña zona adehesada del interior del territorio condal, los únicos bosques que habían sobrevivido a casi dos milenios de presencia humana estaban aislados en las laderas de la cordillera, y eran más bien pequeños. Una tierra verde y prácticamente llana, con alguna suave loma de tanto en tanto. Los colores pardos y amarillos del otoño teñían el paisaje de oro y cobre.
La numerosa comitiva de los recién casados atravesaba el país de camino a Bershule, la capital.
Níobe se dejaba mecer por el balanceo adormecedor del carruaje. Hubiera preferido ir en Desgarro, pero el Consejero Rivas había tenido a bien informarla de que no era decoroso que una dama en su luna de miel hiciera tal cosa, por no mentar que dos semanas a caballo eran demasiado tiempo para las posaderas de cualquiera. 
Estaba agotada. Todo el día viendo pasar campos dorados, uno detrás de otro, segadores y campesinos saludando fervientemente a la comitiva. No entendía como podían encontrarlo grato sus acompañantes. Suspiró.
- Esposa mía, ¿qué os sucede? -Edaris, sentado junto a ella, la tomó de la mano.
Estoy rodeada de imbéciles aburridos, llevamos seis horas metidos en esta caja y para colmo el Consejero Neris no deja de recitar poemas, pensó. Sin embargo, amagó una sonrisa.
- El viaje. Estoy cansada. Me duele todo el cuerpo.
- Níobe, querida mía -dijo el conde, pasándole las manos por los hombros de la nueva condesa en un suave masaje-, no os preocupéis. Ya falta poco. Si no me engañan mis sentidos -dijo, mirando por la ventanilla del lado de ella, rozándole la nuca con su mejilla al moverse-, estamos sólo a unas cinco millas. Pasadas esas lomas, veremos mi ciudad.
Ella intentó volver a sonreír, pero no pudo. Aún no había pisado Bershule y ya estaba deseando marcharse.

5.4.10

Espejos trenzados

"¡Miraos, oh dioses inmortales! ¿Qué son vuestras vidas, sino espejos? Y como espejos reflejan; y como espejos se rompen. Y como espejos, los hombres se miran y ven sus ojos."
Traducción del poema épico tradicional "Nur Nwe ibenyamta", del poeta ciego Seid.


- Las ilusiones son relativamente sencillas -dijo Níobe-. Pero eso -señaló al lugar hacía unos instantes ocupado por la imagen ficticia de Nyx- demuestra lo que llevo años diciéndote: tienes un gran potencial esperando a ser explotado. Me alegra que hayas decidido aprovecharlo.
Se levantó. Junto al tocador de madera blanca, que casi olía aún a bosque, estaba uno de los tres espejos de plata con marco de acero que la propia Níobe había hechizado. Tres. Uno para cada hermana. Ahora sobraba el de Adara.
- Bien -Níobe apartó esos pensamientos de su mente-. Esto, como ya sabrás, es uno de los tres Espejos Trenzados que hice para nosotras. Cada espejo puede comunicarse con los otros dos, y sé que no te estoy contando nada nuevo. El nudo del asunto es el cómo.
Cogió el espejo y volvió junto a su hermana, sentándose frente a ella.
- Míralo.
Nyx lo hizo. Para unos ojos inexpertos, el espejo sólo era eso, un espejo. Pero ella llevaba la magia en la sangre; durante un instante creyó ver sólo oscuridad en la brillante superficie...
- Sí, exacto -dijo Níobe-. Debes aprender a ver eso, la conexión. Con el tiempo no necesitarás más que saber cómo mirar, pero para empezar, te enseñaré un par de trucos. La magia es sólo voluntad; la voluntad de doblegar el mundo a nuestros deseos. Pero mientras desarrollamos esa capacidad, podemos apoyarnos en palancas con las que doblar la realidad.
Le entregó el espejo. Nyx lo miró, sintiendo su peso físico y su peso real , esa extraña sensación de que algo tiraba de él...
- Pon una vela ante él, y fija la mirada en la llama. Mientras tus ojos estén distraídos mirando el fuego, tu mente verá la verdadera naturaleza del Espejo Trenzado.

Nyx hizo exactamente lo que su hermana decía. Sus ojos almendrados de tornaron para mirar la llama y sus dedos sujetaron con fuerza el marco de acero labrado con incrustaciones de esmeralda. Estaba preparada para hacer magia. Deseó con toda su alma que su madre pudiera verla desde el lugar donde estuviera, sabía que se sentiría muy orgullosa, al fin, de ella.
Por fin, tras el cristal, entrevió una oscuridad amorfa. Continuó concentrándose más, aún más... atravesando el túnel de sombras que comunicaba un espejo con otro... y allí ante ella, apareció lo que otro de los espejos veía: la habitación de su hermana. Pero no la de Níobe.
Los aposentos intactos de Adara.
Los muebles cubiertos con sábanas, como fantasmas de otros tiempos...
Nyx soltó la vela, que cayó al suelo y derramó la cera caliente sobre la alfombra.
Alzó los ojos llenos de lágrimas hacia su hermana. Níobe la contempló con una expresión de compasión reservada sólo a Nyx.
- ¡Maldito objeto del averno! - susurró para sí.
- La magia tiene un alto precio -dijo Níobe, acariciándole un mechón de cabello-. Verás lo que no quieres ver, conocerás lo que preferirías ignorar. La magia te dará las llaves del universo, pero pagarás cada triunfo -suspiró, inclinándose hacia ella y abrazándola.
- Era... el cuarto de...
Níobe asintió, apretando a Nyx más contra ella.
- Me llevaré el espejo de allí, mi princesa -hacía años que no la llamaba así, desde que eran niñas.
Nyx recordó como su hermana solía inclinarse ante ella y llamarla "mi princesa" cuando la encontraba llena de barro, o vestida de chico, o con las rodillas destrozadas y el vestido hecho jirones... mientras la Níobe niña siempre iba perfecta y pulcramente vestida, peinada y adornada. Su hermana parecía reservar su única vena de burla amable para ella para su princesa. Surgiendo repentinamente de los vahos de su memoria, una Níobe envuelta en raso hacía una perfecta reverencia a una Nyx recién llegada de cabalgar bajo un chaparrón; una Níobe de cabellos perfectamente ordenados y enjoyados se inclinaba ante una Nyx con el pelo lleno de margaritas y heno; una Níobe vestida con recatada elegancia sonreía con sorna a una Nyx con las uñas llenas del barro del bosque. Mi princesa.
- Me llevaré el espejo de allí. No sufras -susurró en su oído-. Podrás hurgar en los espejos siempre que quieras, y solo me verás a mi. Me llevaré el espejo de Ada... el tercer espejo a Shult. Así podrás verme siempre que quieras.
Nyx se apartó para mirarla, angustiada.
- Oh, cariño -Níobe le acarició el pelo-. No estaré mucho tiempo fuera. Sólo... tengo que aguantar el protocolo. Las fiestas en Shult, un par de ideas que tengo para empezar a dejarle claro a ese idiota quién lleva las riendas y volveré aquí antes de que te des cuenta. Escucha -sonrió con amabilidad-. Voy a dejarte algún grimorio. Así estarás entretenida. Y cuando vuelva, me dejarás maravillada con tus progresos.

Nyx sonrió más aliviada y para hacerle ver a su hermana que la visión a través del espejo trenzado no la había hecho vacilar con respecto a su ansiada unión con la magia, depositó un suave y dulce beso en la mejilla de su hermana... para desaparecer lentamente, justo antes de separar sus labios de la suave piel de Níobe. Ésta se llevó sus delicados dedos allí donde estuvo el beso y sonrió. Mi princesa.

28.1.10

La petición de Nyx

Tras la boda de su hermana, Nyx había seguido trasteando con poderes arcanos en la soledad y privacidad que le brindaba el frondoso bosque de Hyek. Sin embargo, no le había informado de su extraña - en ella -  y tardía afición por la magia, tan odiada en su pasado.

Pero la Nyx de ahora, no era la Nyx del pasado.
Azcoy ya no estaba.
Había matado a su prometida, arrebantándole, al parecer, la vida del hijo que habían concebido juntos.
Se había centrado en la conquista para la que fue adiestrada desde pequeña, haciendo de ésta su prioridad más absoluta.

La nueva Nyx necesitaba la magia tanto como Níobe. Pero ya había aprendido tanto de forma autodidacta, que para avanzar en el perfeccionamiento de este arte, necesitaba los consejos y el saber hacer de su hermana. No podía ocultárselo por más tiempo. Ni siquiera sabía por qué no se lo había hecho saber ya, a esas alturas. Quizás fuera porque ella le reprocharía que durante toda su vida estuvo equivocada al rechazar de manera tan constante y vehemente las ventajas de usar sus poderes. Y Nyx, en absoluto sentía que hubiera estado equivocada.

Nyx esperó a que Níobe acabara de reprender al capitán de su guardia, aunque se alegraba enormemente de que Gael le hubiera pinchado la burbuja de arrogancia a su nuevo cuñado. No pudo reprimir una carcajada traviesa cuando Níobe se lo contó divertida, imitando incluso los gritos del shulte.

Mandó llamar a su hermana, la cual se presentó en sus habitaciones sin hacerla esperar. Cuando llegó, se encontró con una Nyx elegantemente vestida. Níobe frunció el ceño.

- Querida - le dijo sonriendo Nyx - tengo que pedirte algo.
- Sorpréndeme - Níobe enarcó una ceja.

 Nyx se acercó a su hermana y se quedó a tan sólo unos centímetros de ella.

- Verás... - bajó la mirada y miró a su hermana con una extraña mirada, que Níobe no reconocía - he estado haciendo algo que quizás te sorprenda... de hecho... estoy segura de que va a sorprenderte muchísimo. - Nyx empezó a andar lentamente alrededor de su hermana sin quitarle el ojo de encima - sin embargo te lo mantendría oculto por más tiempo si no fuera porque necesito tu ayuda para continuar.

Níobe se quedó en silencio, intentando adivinar a qué se refería su hermana, pero estaba totalmente perdida.

Nyx paseó por la habitación mientras hablaba, dejando que la luz que entraba por los ventanales, iluminara las pequeñas incrustaciones de cristal de Mouk del busto de su vestido verde oscuro. Su pelo estaba recogido en un trenzado laborioso, que le dejaba la pequeñas y blancas orejas al descubierto. De ella colgaban dos lágrimas de Mouk engarzadas en un filo hilo de titanio. Sus maneras eran delicadas y nada sencillas, su porte habitual de "campesina a punto de arar una hectárea" había desaparecido. Su expresión despistada, su abstracción en sí misma, habían desparacido.

- Necesito que me ayudes a mejorar - dijo de repente una voz, a espaldas de ambas hermanas, una voz proveniente del vestidor de la habitación.

- ¿Quién hay ahí? - preguntó Níobe, sin entender nada, mientras se apresuraba hacia el vestidor. Detrás la seguía la, de repente femenina y elegante, Nyx.

Cuando Níobe entró en el vestidor, encontró a su hermana únicamente ataviada con unas enaguas. Estaba tirada en un diván de terciopelo negro del vestidor, comiéndose una manzana. El pelo lo llevaba atado con una cinta de cuero en una coleta alta. Níobe reprimió un grito. Se giró y se encontró de nuevo a su hermana, que las miraba con los ojos vacíos y una sonrisa congelada. Antes de terminar de comprender lo que ocurría, Nyx dijo:

- Oh, esfúmate, maldita presumida - y con un movimiento de la mano, hizo que la Nyx del precioso vestido, explotara como una burbuja gigante de jabón. Luego, dirigiéndose a su aturdida hermana, le dijo - ¿me enseñarás, hermanita?

Antes de que Níobe dijera una palabra, se lamentó por haber hecho desaparecer a su otro yo, antes de arrebatarle el precioso vestido adornado con cristales de Mouk y esos pendiente con hilo de titanio.

12.1.10

Represalias

"Sobrevivir ya es una victoria."
Capitán Gael.








25/Eneamus/año MDXXXVIII después del año de los Infortunios
Noche cerrada, día siguiente a la boda de Níobe IV de Avernarium con Edaris de Shult
Estación de la Nieve
Antesala de los Aposentos de Níobe IV.





Aposentos de la Reina Níobe.
- ¿En qué diablos estabas pensando, imbécil? ¿Cómo has osado? ¡Es el Rey Consorte de Avernarium, maldito idiota!
Le abofeteó con fuerza. Cualquier otra mujer hubiera estado furiosa, pero la reina de Hielo no. Su enfado era sutil, calmo, aunque no por ello menos peligroso.
- No te toleraré ninguna salida de tono con él. Ninguna. Tu estúpida bravuconería de hombre le costará a Edaris un par de meses con el hombro inútil. Le has dejado la punta de tu espada dentro, y los cirujanos dicen que intentar sacarla podría dejarle lisiado de por vida. Debería hacerte colgar por esto.
Gael mantuvo el tipo, firme. Escuchar de boca de su reina el daño que le había causado a ese desgraciado era gratificante.
- Irás a disculparte, Gael. Y serás servil. Servil. Suplicarás que perdone tu lamentable comportamiento y aceptarás cualquier castigo que te imponga.
- Como ordenéis, mi señora.
- Una de las razones por las que me he casado con Edaris de Shult son sus habilidades marciales -se acercó a Gael, levantó el rostro y tiró del cuello de su jubón hacia juntar su rostro con el de ella-. Si estropeas mis planes, te arrepentirás. Sabes cómo soy. Sabes como son mis castigos. No se te ocurra pensar que voy a mostrar una pizca de piedad contigo por ser el Capitán de mi Guardia, porque no será así. Yo no tengo piedad.
- Lo sé, mi señora.
- Y por supuesto, te mereces un castigo por mi parte. Me pregunto qué podría dolerte más. ¿Qué tal si las próximas treinta noches te encargas tú de la vigilancia de mi dormitorio? -dijo, mordaz e incisiva-. Procuraré que me oigas bien. Porque es por eso por lo que le has herido, ¿no es así?
- Mi señora...
- A pesar de tu brillantez en determinadas habilidades -la Reina dio un tono equívoco a la palabra- eres un sujeto zafio, irascible y tan fácil de leer como mi convaleciente esposo.
- Puede ser, mi señora.
- Lo es.
Tras decir esto, terminante, se volvió hacia su escritorio y depositó su delicado cuerpo en la cómoda butaca que había tras él. Se inclinó sobre la superficie del mueble y juntó las manos enfrente suyo, entrelazando los dedos. Gael era un soldado veterano, pero la mirada de ella le hizo estremecer de miedo.
- Necesito al Conde de Shult en perfecto estado, Gael. Es muy buen espadachín -enumeró Níobe-, un magnífico táctico y un estupendo comandante. Es más, es un estupendo comandante que comanda uno de las mejores ejércitos de caballería de élite e infantería pesada de todo el continente.
- Los soldados de Avernarium...
- Los soldados de Avernarium no son nada comparados con los shultes. Sí -asintió la Reina, cortando al soldado-, tenemos cinco veces más efectivos que ellos, y en poco tiempo podríamos formar levas de campesinos que aumentarían en mucho ese número. Pero un solo soldado de infantería shulte vale como tres o cuatro avernareses. Y ya no digamos de los caballeros... ¿Estoy siendo lo suficientemente clara, Gael? -la mirada era fulminante.
- Jamás osaría contradecir a mi Reina -contestó el Capitán.
- No, jamás osarías... Y por eso, antes de que te dé por pensar a ti sólo y sin mis órdenes, te prevengo. No quiero más estúpidos accesos de cólera motivados por esos patéticos y sensibleros celos -Níobe le señaló con el índice, como si le apuntara con una ballesta-. A pesar de lo que he dicho antes, esto no es Shult. Esto es Avernarium.
Ella le miró fijamente, hizo una pausa y terminó:
- Y en Avernarium, mis deseos son ley.

11.1.10

El duelo



"El arte de la guerra es tenido en alta estima en Shult. No hay mayor virtud para un caballero que ser un hombre valiente de temple osado, y una espada hábil es admirada por encima de muchas cosas. El deber de un caballero es poner su corazón y su arma a los pies de su dama, independientemente de si esta le corresponde, le ignora o le detesta. El amor es algo duro y doloroso en ocasiones, y un caballero ha de ser capaz de enfrentarse a esto tanto como a cualquier otro enemigo."
Extracto de "La Caballería", de Sir Galahad el Brillante



25/Eneamus/año MDXXXVIII después del año de los Infortunios
Atardecer del día siguiente a la boda de Níobe IV de Avernarium con Edaris de Shult
Estación de la Nieve
Patio de armas del Castillo de Avernarium




Las espadas se entrechocaron, feroces, acero mordiendo acero mordiendo acero. Níobe permanecía alejada, sentada en un asiento toscamente tallado en basalto. Se decía que Yera II había hecho tallar ese asiento, un golpe de cincel por cada hombre que había hecho matar, y que lo había dejado en el patio de armas para que cualquiera pudiera verlo. Era una inmensa mole de piedra oscura, casi negra, que se alzaba imponente y desafiante. El cielo estaba nublado; aún no llovía, pero no tardaría mucho en comenzar. La Reina tañía distraídamente un laúd, fingiendo ignorar a los dos contendientes. Pero sobre las cuerdas, sus ojos miraban...
Edaris y Gael, Gael y Edaris. Su esposo y su... y él.
La idea es que era solamente un entrenamiento. Edaris había insistido, la Guardia de su esposa debía estar perfectamente preparada. Y ningún maestro mejor que él, ninguno pondría más empeño en adiestrarles. Ja, solamente un entrenamiento. La mirada en los ojos de Gael decía que aquello era de todo menos un entrenamiento.
Las nubes oscurecían poco a poco el cielo, anticipando la tormenta. La electricidad contenida en el aire avecinaba la descarga de rayos que tarde o temprano se abatiría sobre la tierra, el aire olía a fertilidad y humedad y violencia contenida. Casi como por arte de magia, el patio de armas resonaba con un silencio estremecedor, roto solo por el sonido del metal, los jadeos de los contrincantes, el perturbadoramente dulce sonido del laúd. Los dedos largos y blancos de Níobe saltaban sobre las cuerdas, arrancando notas que vibraban trémulamente en el aire. Un siniestro acompañamiento para el eco de los golpes de espada, las imprecaciones ahogadas, el murmullo del aire húmedo. La piedra oscura de su asiento debería resultar incómoda, pero de alguna manera extraña que no podía definir, era particularmente apropiada.
- Eleváis demasiado la hoja, mi buen Gael -decía Edaris, durante una breve pausa entre los embates-. Si rechazáis así mi ataque os exponéis a que os corte la mano... de este modo -movió su espada en un giro ficticio, para demostrarle lo que estaba diciendo.
- Vos tenéis vuestro estilo, excelentísimo señor -contestó el Capitán. Tras ajustarse el escudo, se puso de nuevo en guardia-. ¡Y yo el mío!
Velozmente, Gael dirigió su acero hacia la cruz de la espada del Conde, en un intento de arrebatársela mediante un golpe rápido y demoledor. Edaris vio la trayectoria e interpuso su escudo, girando sobre sí mismo para atacar de revés. Gael, que había puesto todo el empeño en el ataque, quedó levemente desequilibrado cuando su hoja resbaló sobre el pulido metal, hecho que aprovechó Edaris para, con el impulso, golpearle con el plano de la espada en la espalda y enviarle un par de metros hacia adelante, trastabillando.
- Y, por lo que véis, mi estilo es más adecuado que el vuestro -se felicitó el joven shulte.
- No hay estilos más o menos adecuados, mi reverenciado Conde. Lo que hay es un vencedor -masculló Gael, dándose la vuelta. Levantó la espada, señalando al caballero- y un vencido.
- Vuestra filosofía del combate es muy peculiar, mi buen Gael -comentó el shulte-. La verdad -añadió, moviendo su acero en un pase acrobático- es que esperaba que vuestra hoja fuera más rápida. Sois, después de todo, el Capitán de la Guardia de mi amada.
Gael se sintió inundar por la rabia. Detestaba a ese hombre, a ese pomposo y estúpido noble que lucía en su mano la alianza que debía haber sido para él. No conocía a Níobe, no sabía cómo era, no tenía derecho a darle lecciones sobre cómo cuidar de ella. Siempre había cuidado de ella. Las cicatrices de su cuerpo lo atestiguaban. Y ese hijo de perra sarnosa se había casado con ella. Ese bastardo repugnante había pasado la noche con ella, su noche de bodas. Noche de bodas, nunca tres palabras habían sido puñaladas crueles para Gael.
- A la cual llevo sirviendo eficientemente desde hace diez años, Su Excelencia. Y he de decir que jamás ha tenido razón para quejarse de mí -apretó los dientes y lanzó una estocada furiosa que cortó el aire.
La música de la Reina llegaba hasta sus oídos, perfectametne nítida por obra y gracia de algún efecto acústico del patio de armas.
- Y podéis creerme -jadeó por el esfuerzo de otro golpe lanzado con inusitada fuerza- si os digo que Su Majestad es una Reina muy proclive a meter en problemas a su Guardia -al recuperar la distancia de cuerpo a cuerpo, barrió con una pierna los talones de Edaris, el cual cayó al suelo. Sin dejar de moverse, intentó patear su espada, pero el caballero rodó sobre sí mismo y se puso de pie de un salto. "Hay que reconocer", pensó el Capitán, "que sabe moverse con esa pesada armadura".
Recobrando el aliento, Edaris se recolocó el escudo.
- Picáis como un escorpión, mi buen Gael -comentó Edaris-. Pero un escorpión no puede con un halcón.
"Mi buen Gael, mi buen Gael.", pensó Gael, "Estoy harto de tu condescendencia, pelele pomposo".
Atacando con el escudo por delante, el Conde trabó la espada de Gael con una de las esquinas y con la punta de la espada. Con un veloz movimiento en cruz, la espada de Gael salió despedida hacia arriba. El avernarés, dejando a un lado sus pensamientos, centró de nuevo su atención en el combate. Perdida su espada, sujetó el antebrazo del shulte con la mano derecha, atrayendole hacia sí y propinándole un rodillazo bajo el peto de la armadura, cerca de la coquilla. Edaris se dobló en dos por el golpe, pero mantuvo sujetos el escudo y la espada. Intentó alejarse, pero como Gael mantenía sujeto, su retirada se convirtió en un giro de espaldas hacia uno de los muros de la torre del homenaje. Empuje que se vio aumentado por un golpe que recibió por parte del escudo de su contrincante. Se dio de cara contra la piedra, pero logró mantener la consciencia a pesar de la potencia del golpe. Dándose la vuelta, apenas tuvo tiempo de levantar el escudo antes de que Gael, quien había recuperado su espada, impactara con su acero justo sobre una de las protecciones del cuello del shulte. Dando unos pasos hacia atrás, el Conde se alejó del Capitán.
A lo lejos retumbó un trueno.
Los dos guerreros se miraron a los ojos. Ambos adoptaron de nuevo una posición de guardia. Las diferencias eran patentes. El caballero shulte, sabedor de que aquel ejercicio era un entrenamiento, mantenía una pose claramente defensiva, con la espada dispuesta a repeler y después contraatacar. El soldado avernarés llevaba el escudo como mero contrapeso para imprimir mayor velocidad y contundencia a su hoja, y si todavía no había atacado era porque estudiaba al reverenciado Conde.
Reverenciado Conde. Hoy, ya reverenciado Rey Consorte de Avernarium. Reverenciado hijo de la gran puta. Por todos los dioses, cómo le odiaba. En su papel de Capitán de la Guardia, Gael había tenido que velar la puerta del dormitorio de su señora en su Noche de Bodas. Y oír. La rabia corría como lava caliente por sus venas. Tenía la esperanza, sin embargo, de que Níobe se cansase pronto de él y se deshiciera de su presencia.
Las delicadas notas del laúd temblaban en el aire. Níobe tocaba una melodía muy poco conocida, una balada antigua que fuera compuesta en tiempos pretéritos para una Reina Avernaresa. Las leyendas decían que la compuso para ella un amante renniano, y que al no poder manifestar públicamente su adoración por una reina casada, él solía tocarla en público sabedor de que sólo su Reina conocía el verdadero significado de la canción. Gael se preguntó si Níobe había escogido ese momento para interpretar la balada por alguna razón en concreto.
Edaris peleaba porque era un arte. Gael luchaba para ganar. No sabía hacer otra cosa, era para lo que le habían entrenado. "Vence", solía decirle su predecesor en el cargo, "porque si no vences, moriréis tú y tu Reina". Lo primero es aceptable, lo segundo no.
- Más que como un halcón, magnánimo señor, os veo como una endeble paloma.
- Aún así, mi buen Gael, sigo estando en el cielo y vos en la tierra.
- Vuestro vuelo parece mal dirigido, excelentísimo Conde Edaris. Os dais contra los muros...
El cruce de insultos era como un reflejo del intercambio de estocadas. Y Gael no pensaba desaprovechar ni una ni otra para golpear dolorosamente a su contrincante. Vencería, pero primero le iba a dejar más vapuleado que el estafermo de los reclutas.
- Habláis demasiado, mi buen Gael. Todavía no me habéis desarmado ninguna vez.
- Si es una petición...
Dando una patada al suelo, el Capitán Gael levantó la gravilla del patio en dirección al rostro de Edaris. Éste se protegió inconscientemente con el escudo, momento que aprovechó el avernarés para golpear demoledoramente. Atacando desde abajo hacia arriba, Gael propinó un potente golpe a la parte baja del escudo del Conde. Se oyo un chasquido, y Gael sonrió. "Un hueso roto por cada una de las veces que te hayas acostado con la Reina", pensó con satisfacción, "Y ya llevas uno". Pero el Capitán se equivocaba. Dando un bandazo, el escudo del shulte dio contra una carreta llena de heno que estaba estacionada cerca de los establos. El chasquido había provenido de una de las correas de sujeción. "Una lástima". A pesar de no haberle quebrado el brazo izquierdo, el gruñido de Edaris dejó patente que el golpe había sido, por lo menos, doloroso.
- Cuidado, Excelentísima Excelencia -Gael sonrió con rabia-. No querréis terminar con algún hueso roto. Su Majestad se sentiría decepcionada de que a su realísimo esposo lo hiera un mero plebeyo.
Atacó de nuevo, sin dejar a Edaris recobrar el aliento, y golpeó con fiereza sobre el guantelete izquierdo, justo sobre la muñeca. Bajo el estruendo metálico, otro crujido orgánico, y Edaris contuvo un gemido de dolor.
- ¿Le duele a Su Grandiosidad? -se burló Gael-. Mil perdones. Si os dejo sin manos, ¿cómo podréis cumplir con vuestras recientes obligaciones de consorte? Anoche su Majestad no parecía particularmente satisfecha.
- No creo que eso sea asunto vuestro, Gael -Edaris frunció el entrecejo.
- Por supuesto que sí -"Excelente. Además me he librado de su pomposidad"-. Mi deber es asegurarme de que mi Reina es feliz. Y en última instancia, una Reina molesta es un problema para sus subordinados -Gael intentó otro golpe en la muñeca izquierda, en un intento de destrozársela por completo, pero Edaris fue más rápido y bloqueó el golpe con su espada.
El Conde estaba esperando algo así. El Capitán de la Guardia de la Reina era un sujeto zafio y rastrero. Un escorpión, le había llamado antes el shulte, y no se equivocaba. Adelantándose, dejó que la hoja del avernarés resbalara sobre la suya con un siseo metálico hasta llegar a la guarda. En ese momento giró la mano, dejando atrapada la espada de Gael, y con un veloz giro que desmintió su posible debilidad, volvió a desarmar a su oponente. Al ver que su espada caía, el soldado arremetió con el escudo, golpeando a Edaris en el pecho, mandándole hacia atrás.
- En un combate real, mi buen Gael -dijo Edaris, apartándose aún más y saludando con la hoja de acero. Después bajó la espada, esperando que Gael recogiera la suya-, mi amada Reina tendría un subordinado menos. Dos veces.
- ¿Y quién ha dicho que esto no es un combate real? -agachándose como un resorte, el Capitán avernarés cogió su acero, dio una rápida voltereta que le dejó justo delante del shulte y lanzó un estocada hacia arriba que el caballero apenas pudo desviar.
Cogido por sorpresa, Edaris intentó defenderse, moviendo la espada torpemente. De nuevo de pie, cada golpe de la espada de Gael era preciso y poderoso, mientras que la defensa del shulte no lograba detener del todo la embestida. Con un fiero rugido, Gael comenzó una serie de ataques hacia el costado derecho de Edaris. El sonido de la espada contra la chapa de la armadura era como el de la campana de una iglesia, tocando a muerto. Uno, dos, tres, seis, doce. Los golpes se sucedían a enorme velocidad. La rabia de Gael iba in crescendo, recordando cada jadeo escuchado tras la puerta del dormitorio. Cada gemido. El crujido de la cama. Los gritos... Edaris pugnaba por sobreponerse al fulminante ataque, notando cómo el brazo derecho se le entumecía ante tal potencia. Con un último grito, Gael apartó con la pierna la espada del shulte, utilizando una treta aprendida de su antiguo instructor, y propinó un nuevo golpe con el escudo al pecho del Conde. Éste, con los brazos en cruz, debilitado su brazo derecho y jadeando por el último golpe, no atinó a recuperar la guardia. Gael, que es lo que esperaba, apuntó y atacó, veloz y certero.
Como un escorpión.
El aullido de dolor de Edaris borró momentáneamente los recuerdos de esos otros gritos escuchados la noche anterior.
Gael giró al empuñadura, y un chasquido metálico resonó en el patio.
Ahora sí que la satisfacción fue máxima. Un nuevo grito, más alto aún que el anterior.
Ni siquiera la evidente represalia de la Reina, quien seguro le castigaría por vapulear salvajemente al imbécil de su esposo sin haber recibido órdenes, consiguió que sintiera otra cosa que una enorme, brillante y profundísima satisfacción.
- Sólo hay un vencedor, mi buen Edaris -el Capitán retiró la espada ensangrentada, ensayó un saludo burlón con ella y se dio la vuelta-. Y un vencido.

7.1.10

Vicios y virtudes

Para Keka, evidentemente. Con todo mi cariño, lo prometido es deuda.

" Si presumes de esas nimiedades, es que mayores abominaciones habrás cometido."
Ayryiakëk, a propósito de la castidad.

30/Eneamus/año MDXXXVIII después del Año de los Infortunios
Estación de las Hojas caídas.
El Ave del Paraíso, afueras de Sar.

Avernarium es una sociedad matriarcal.
Tremendamente matriarcal. Es matriarcal hasta el punto de que los reyes consortes en ocasiones ni siquiera aparecen en los libros de historia, o sólo nombrados superficialmente. Aunque quizá, lo que más permita hacerse una idea de lo matriarcal de esta sociedad, es un ejemplo concreto.
Tomemos el caso de Këka. Su nombre real es Ayryiakëk -su abuela era una extranjera venida del otro lado del mar-, pero todos la llaman Këka. O más concretamente, Madama Këka, porque es la madama del prostíbulo más lujoso de toda Sar, la tercera ciudad más importante del continente.
Su local, el Ave del Paraíso, está situado en una mansión algo separada de la ciudad en sí. Casi parece un palacio, rodeada de elaborados jardines que incitan a perderse en el deseo, salpicados de fuentes, de hiedras de penetrante olor, de rosales, de sugerentes estatuas...

Këka es una mujer inmensamente rica; y aunque ronda las cuatro décadas, posee una belleza encantadora, que madura con la edad en lugar de desvanecerse. Aunque nunca se privó de ningún capricho masculino, Këka prefiere las mujeres. En una sociedad como la avernaresa, esto no solo está aceptado, sino que parece tremendamente lógico. Pudiendo escoger entre una mujer y un hombre, ¿qué necesidad hay de quedarse con el varón, infinitamente más tosco e imperfecto tanto física como intelectualmente? A lo largo de la historia, muchas reinas avernaresas se han casado con hombres -el deber de una reina es prolongar su estirpe- pero han tenido amantes femeninas.

Otra de las características peculiares de Këka es su relación con la Corona.
Al Ave del Paraíso acuden muchos hombres y mujeres buscando distracciones. Siendo un prostíbulo de lujo, la clientela suelen ser nobles.
Níobe de Avernarium era, al igual que su madre, una mujer fría. Këka, al igual que su abuela, era justo lo contrario. Además, tenía mucho olfato para los negocios.
Cuando Níobe cumplió quince años, Këka hizo una visita al palacio. Consiguió una audiencia gracias a sus contactos, demostrándole así a Níobe el poder que podía llegar a manejar una madama. Níobe se asombró de su descaro y habilidad, y más tarde de la cantidad de información que la dueña de semejante sitio poseía. Finalmente, llegaron a un acuerdo entre los dos. Këka sería una fuente de información para la Corona, por supuesto en el más absoluto secreto. Lo que Këka obtuvo a cambio... ni siquiera sus hermanas llegaron a saberlo.

Aquella noche había sido muy productiva. Los festejos de la boda de la Reina Níobe hacían fluir el dinero incluso en ciudades alejadas del Castillo.
Envuelta en una bata de seda bordada a mano, Këka miró por la ventana. Amanecía. Tamborileó sobre la mesa -sus dedos llenos de anillos tintinearon- y sonrió.
Una de sus chicas, Magal, acababa de subir a informarla de que el muy casado general de los ejércitos del reino de Nemiss se había dormido después de serle infiel a su mujer. Këka estaba orgullosa de sus chicas, y de sus chicos, por supuesto. Eran hábiles, y no solo en las artes amatorias.
- ¿Lleva algo de interés encima?
- Sí, Madama. Una carta, firmada por el rey de Nemiss. Habla de mantener la cautela hasta ver los movimientos de Su Majestad Níobe. ¿Deseáis que os la traiga?
- No, no creo que sea necesario. Puedes irte.
Magal salió de la sala, y Këka hizo un gesto a las sombras.
- Siéntate -dijo.
De la oscuridad emergió la figura de Dyere, el adorable Dyere. Apenas tendría diecisiete años, pero ya era el preferido por la mayor parte de sus clientes femeninas y un porcentaje significativo de los masculinos. Tenía un cuerpo hermoso, fibroso sin ser exageradamente musculado, y una piel suave como una mañana de verano. Sus ojos castaños con matices cobrizos rezumaban inocencia. Por otra parte, era un poeta excepcional, declamaba como los dioses. Këka solía llamarle para que le recitase versos mientras se bañaba. Un único defecto ensombrecía su belleza perfecta: Dyere era ciego de nacimiento.
A Këka no le importaba. Tenía una memoria increíble, y un oído afilado como el de un lobo. Además, su ceguera hacía que sus clientes bajaran la guardia ante él. Le consideraban inofensivo. Precisamente por eso, Dyere era una de sus mejores fuentes de información.
- ¿Ya sabes quién es nuestro misterioso visitante?
Dyere asintió. Këka sonrió, feliz; aquel hombre rubio de rasgos delicados que visitaba el Ave una vez al mes la tenía intrigada. Venía solo, no hablaba con nadie. Evidentemente, ocultaba algo. Teniendo en cuenta la opinión que tenían los renianos de los hombres que preferían la compañía de otros varones, y el hecho de que sus ojos eran del color del cielo y su cabello dorado, la madama había deducido que era un habitante del ya inexistente Renn que prefería cruzar la frontera para satisfacer sus vicios. Además, sus modales eran exquisitos, cosa propia de aquella zona.
Këka suspiró, algo fastidiada. Detestaba a los rennianos. Les consideraba poco menos simples que animales, estúpidas criaturas de costumbres primitivas y simples. Que un hombre tuviera que cambiar de ciudad para poder encontrar algo de diversión la enervaba, pese a que ese hecho suponía dinero para ella. El desconocido pagaba bien, en oro sin acuñar.
- Teníais razón, madama. Es un renniano -sonrió-. Huele a acero, y sus manos tienen las durezas de quien está acostumbrado a manejar una espada. Además, tiene cicatrices largas y rectas, no de flechas o de dagas, sino de armas de hoja larga. Y suele pedirme que le recite cantares. Es un shulte, estoy casi seguro. Llevaba esto encima, muy escondido dentro de un bolsillo disimulado en una bota. Tiene un sello de lacre del de primera calidad, y el papel es grueso, del bueno. Esto lo ha escrito algún noble, no lo dudéis -la entregó un pergamino.
Këka lo desenrolló.

A Sir Everal Tranendel:
Como miembro del Consejo, es un honor y un placer para mi invitaros a mi próximo enlace con su excelsa majestad Níobe IV de Avernarium, que se celebrará...

Këka dirigió sus ojos a la firma, ansiosa, para encontrar el sello del conde Edaris de Shult.
-Devuelve esto a donde lo encontraste, y después tómate el resto del día libre, Dyere. Te lo has ganado.