- ¿No es un lugar hermoso? Cálido, lleno de gente acogedora, pleno de sonrisas, felicidad y satisfacción. Protegido, hogareño, calmo. Una hermosa ciudad, una ciudad segura donde podrías dejar a una doncella sola a mitad de la noche paseando y nadie le tocaría un pelo. Es un paraíso en la tierra, un hogar, una llama para el alma. El bello lugar de descanso y nacimiento de todos mis antepasados.
- Le falta nieve.
(Conversación entre Edaris de Shult y Níobe de Avernarium, la primera vez que ella vio la ciudad en su Luna de Miel).
La ciudad era inmensa. Anchas avenidas, inmensos parques, un hermoso e idílico lugar de madera y ladrillo protegido por una imponente muralla tachonada de pendones y banderas. Soldados que lucían orgullosos el emblema del Condado de Shult o de la Ciudad de Bershule patrullaban calles pobladas de niños felices y adultos satisfechos de la vida. Parques cuidadosamente conservados; estatuas de tiempos pretéritos que lucían igual de orgullosas que cuando fueron erigidas; altos templos de piedra y mármoles. Bershule, la joya de Shult.
El castillo era más pequeño que el imenso Castillo de Avernarium, pero de alguna manera parecía más voluminoso, pleno de torreones, torres y torretas; almenas y ventanas, vidrieras y puertas. Pendones ondeantes. Ostentoso. Nada que ver con el solemne y majestuoso hogar de Avernarium, con sus tejados de pizarra negra cubiertos de hielo en invierno, sus muros atrapados por el abrazo de la enredadera, su bello bosque silencioso...
Edaris bajó del carruaje antes que ella, y un recuadro de luz solar entró por la portezuela abierta, deslumbrándola. Le tendió una mano, y Níobe la cogió con la derecha, que ahora lucía una impresionante alianza.
Cuando Níobe bajó del carruaje, el aire fresco sobre su rostro fue una bendición. Tuvo que contenerse para no bostezar y estirarse, pero quería dar una primera impresión impactante a los shultes. A su alrededor, una guardia honorífica de caballeros y pendones púrpura y blanco. Una docena de pajes alzaron trompetas doradas y lanzaron al aire su claro sonido. Los caballeros, al unísono, bramaron el lema de la casa Shult.
Una ráfaga de viento agitó los rizos oscuros de Níobe y las sedas de su ropa, haciéndolas ondear teatralmente, y las masas de plebeyos y burgueses estallaron en vítores.
Esbozó su sonrisa más perfecta y se giró hacia Edaris.
- Vos me guiáis, señor -indicó.
Estaba agotada del viaje y se moría de ganas de darse un baño y ponerse algo más cómodo, pero aún así caminó con suavidad, casi deslizándose, junto al Conde. Mantuvo la sonrisa en su sitio para los caballeros, y cuando uno de los pajes la miró directamente, boquiabierto, reprimió las ganas de volverle la boca de un guantazo y le dedicó una mirada amable y gentil, acariciándole el rostro con dulzura. Caminando por el pavimento de mármol, pulido por décadas y décadas de uso, los Condes de Shult avanzaron lentamente. Exhibiendose, pues eso era lo que hacían, ante la vociferante multitud que no cesaba en sus "¡Hurra!" y "¡Vivan los Condes! ¡Viva Shult!". Níobe, mientras saludaba a la gente, se permitió mirar brevemente a Edaris. Estaba radiante, con el cabello rubio destellando como si de una aureola se tratara. La sonrisa cálida, los dientes blanquísimos, los ojos chispeantes. Intentando no abofetearle, la Reina de Avernarium y Condesa de Shult apartó la vista de su esposo.
El camino hasta el castillo se le hizo eterno, pero cuando por fin las pesadas puertas de madera se cerraron tras ellos fue un completo alivio.
- Vuestro pueblo es muy... efusivo, señor -dijo, mirando a Edaris. Que alguien pudiera gozar con los vítores de la plebe era algo que se le escapaba por completo.
- No más que los sirvientes de mi castillo, mi dama...
Níobe, con repentino escalofrío, volvió la vista al frente: una larga hilera de doncellas, camareros, cocineros, lavanderas y más. Todos dispuestos formando un pasillo hasta la escalinata del Salón Principal... a unos treinta metros de las puertas. Una fanfarria sonó demasiado alta y demasiado cerca de ella. Y entonces toda esa gente volvió a vitorearles.