12.5.10

Viaje a Shult


"Erén y Shult, Shult y Erén. Dos gemelos malhumorados y enfrentados a su propio reflejo. Nobles, honorables, caballerosos, y tan sorprendentemente tercos que después de sigos de guerras siguen sin darse cuenta de que les unen muchas más características que las que les separan. Y casi es mejor así: la sorprendente tradición militar de ambos lugares es tal que si se unieran podrían conquistar el mundo. Aunque probablemente después se pelearían por el lugar de los cubiertos en la mesa."
Extracto de "Espadas y lanzas: un análisis de la psicología renniana", por la ereniana exiliada Lady Cadmilla Opret.



Al cruzar el Espinazo Negro desde Avernarium, se abandonan los bosques frondosos y oscuros para entrar en una inmensa campiña. Shult, el condado norteño que antes formó parte del antiguo Señorío de Renn, ocupaba la enorme llanura que se situaba entre la cara sur del Espinazo y la margen izquierda del río Hetin. Durante siglos el hombre había dejado su impronta en el paisaje. Los bosques fueron primero clareados y luego talados, dejando paso a interminables tierras de cultivo y pastoreo. Salvo alguna pequeña zona adehesada del interior del territorio condal, los únicos bosques que habían sobrevivido a casi dos milenios de presencia humana estaban aislados en las laderas de la cordillera, y eran más bien pequeños. Una tierra verde y prácticamente llana, con alguna suave loma de tanto en tanto. Los colores pardos y amarillos del otoño teñían el paisaje de oro y cobre.
La numerosa comitiva de los recién casados atravesaba el país de camino a Bershule, la capital.
Níobe se dejaba mecer por el balanceo adormecedor del carruaje. Hubiera preferido ir en Desgarro, pero el Consejero Rivas había tenido a bien informarla de que no era decoroso que una dama en su luna de miel hiciera tal cosa, por no mentar que dos semanas a caballo eran demasiado tiempo para las posaderas de cualquiera. 
Estaba agotada. Todo el día viendo pasar campos dorados, uno detrás de otro, segadores y campesinos saludando fervientemente a la comitiva. No entendía como podían encontrarlo grato sus acompañantes. Suspiró.
- Esposa mía, ¿qué os sucede? -Edaris, sentado junto a ella, la tomó de la mano.
Estoy rodeada de imbéciles aburridos, llevamos seis horas metidos en esta caja y para colmo el Consejero Neris no deja de recitar poemas, pensó. Sin embargo, amagó una sonrisa.
- El viaje. Estoy cansada. Me duele todo el cuerpo.
- Níobe, querida mía -dijo el conde, pasándole las manos por los hombros de la nueva condesa en un suave masaje-, no os preocupéis. Ya falta poco. Si no me engañan mis sentidos -dijo, mirando por la ventanilla del lado de ella, rozándole la nuca con su mejilla al moverse-, estamos sólo a unas cinco millas. Pasadas esas lomas, veremos mi ciudad.
Ella intentó volver a sonreír, pero no pudo. Aún no había pisado Bershule y ya estaba deseando marcharse.

5 comentarios:

Gárgamel dijo...

¡Pensaba que lo habías dejado! El conde me está empezando a dar pena por anticipado...

Jezabel dijo...

No, mi señor; aquí seguimos.

Sobre mi señor esposo, ¿pena? ¿Porqué? Soy yo la que le soporta...

Gárgamel dijo...

Le estoy previendo mal final al pobre...

Jezabel dijo...

Mi queridísimo señor, ¿de verdad me creéis capaz de hacerle algo *malo* a mi noble esposo?

Gárgamel dijo...

Defíname usted "malo"...