11.1.10

El duelo



"El arte de la guerra es tenido en alta estima en Shult. No hay mayor virtud para un caballero que ser un hombre valiente de temple osado, y una espada hábil es admirada por encima de muchas cosas. El deber de un caballero es poner su corazón y su arma a los pies de su dama, independientemente de si esta le corresponde, le ignora o le detesta. El amor es algo duro y doloroso en ocasiones, y un caballero ha de ser capaz de enfrentarse a esto tanto como a cualquier otro enemigo."
Extracto de "La Caballería", de Sir Galahad el Brillante



25/Eneamus/año MDXXXVIII después del año de los Infortunios
Atardecer del día siguiente a la boda de Níobe IV de Avernarium con Edaris de Shult
Estación de la Nieve
Patio de armas del Castillo de Avernarium




Las espadas se entrechocaron, feroces, acero mordiendo acero mordiendo acero. Níobe permanecía alejada, sentada en un asiento toscamente tallado en basalto. Se decía que Yera II había hecho tallar ese asiento, un golpe de cincel por cada hombre que había hecho matar, y que lo había dejado en el patio de armas para que cualquiera pudiera verlo. Era una inmensa mole de piedra oscura, casi negra, que se alzaba imponente y desafiante. El cielo estaba nublado; aún no llovía, pero no tardaría mucho en comenzar. La Reina tañía distraídamente un laúd, fingiendo ignorar a los dos contendientes. Pero sobre las cuerdas, sus ojos miraban...
Edaris y Gael, Gael y Edaris. Su esposo y su... y él.
La idea es que era solamente un entrenamiento. Edaris había insistido, la Guardia de su esposa debía estar perfectamente preparada. Y ningún maestro mejor que él, ninguno pondría más empeño en adiestrarles. Ja, solamente un entrenamiento. La mirada en los ojos de Gael decía que aquello era de todo menos un entrenamiento.
Las nubes oscurecían poco a poco el cielo, anticipando la tormenta. La electricidad contenida en el aire avecinaba la descarga de rayos que tarde o temprano se abatiría sobre la tierra, el aire olía a fertilidad y humedad y violencia contenida. Casi como por arte de magia, el patio de armas resonaba con un silencio estremecedor, roto solo por el sonido del metal, los jadeos de los contrincantes, el perturbadoramente dulce sonido del laúd. Los dedos largos y blancos de Níobe saltaban sobre las cuerdas, arrancando notas que vibraban trémulamente en el aire. Un siniestro acompañamiento para el eco de los golpes de espada, las imprecaciones ahogadas, el murmullo del aire húmedo. La piedra oscura de su asiento debería resultar incómoda, pero de alguna manera extraña que no podía definir, era particularmente apropiada.
- Eleváis demasiado la hoja, mi buen Gael -decía Edaris, durante una breve pausa entre los embates-. Si rechazáis así mi ataque os exponéis a que os corte la mano... de este modo -movió su espada en un giro ficticio, para demostrarle lo que estaba diciendo.
- Vos tenéis vuestro estilo, excelentísimo señor -contestó el Capitán. Tras ajustarse el escudo, se puso de nuevo en guardia-. ¡Y yo el mío!
Velozmente, Gael dirigió su acero hacia la cruz de la espada del Conde, en un intento de arrebatársela mediante un golpe rápido y demoledor. Edaris vio la trayectoria e interpuso su escudo, girando sobre sí mismo para atacar de revés. Gael, que había puesto todo el empeño en el ataque, quedó levemente desequilibrado cuando su hoja resbaló sobre el pulido metal, hecho que aprovechó Edaris para, con el impulso, golpearle con el plano de la espada en la espalda y enviarle un par de metros hacia adelante, trastabillando.
- Y, por lo que véis, mi estilo es más adecuado que el vuestro -se felicitó el joven shulte.
- No hay estilos más o menos adecuados, mi reverenciado Conde. Lo que hay es un vencedor -masculló Gael, dándose la vuelta. Levantó la espada, señalando al caballero- y un vencido.
- Vuestra filosofía del combate es muy peculiar, mi buen Gael -comentó el shulte-. La verdad -añadió, moviendo su acero en un pase acrobático- es que esperaba que vuestra hoja fuera más rápida. Sois, después de todo, el Capitán de la Guardia de mi amada.
Gael se sintió inundar por la rabia. Detestaba a ese hombre, a ese pomposo y estúpido noble que lucía en su mano la alianza que debía haber sido para él. No conocía a Níobe, no sabía cómo era, no tenía derecho a darle lecciones sobre cómo cuidar de ella. Siempre había cuidado de ella. Las cicatrices de su cuerpo lo atestiguaban. Y ese hijo de perra sarnosa se había casado con ella. Ese bastardo repugnante había pasado la noche con ella, su noche de bodas. Noche de bodas, nunca tres palabras habían sido puñaladas crueles para Gael.
- A la cual llevo sirviendo eficientemente desde hace diez años, Su Excelencia. Y he de decir que jamás ha tenido razón para quejarse de mí -apretó los dientes y lanzó una estocada furiosa que cortó el aire.
La música de la Reina llegaba hasta sus oídos, perfectametne nítida por obra y gracia de algún efecto acústico del patio de armas.
- Y podéis creerme -jadeó por el esfuerzo de otro golpe lanzado con inusitada fuerza- si os digo que Su Majestad es una Reina muy proclive a meter en problemas a su Guardia -al recuperar la distancia de cuerpo a cuerpo, barrió con una pierna los talones de Edaris, el cual cayó al suelo. Sin dejar de moverse, intentó patear su espada, pero el caballero rodó sobre sí mismo y se puso de pie de un salto. "Hay que reconocer", pensó el Capitán, "que sabe moverse con esa pesada armadura".
Recobrando el aliento, Edaris se recolocó el escudo.
- Picáis como un escorpión, mi buen Gael -comentó Edaris-. Pero un escorpión no puede con un halcón.
"Mi buen Gael, mi buen Gael.", pensó Gael, "Estoy harto de tu condescendencia, pelele pomposo".
Atacando con el escudo por delante, el Conde trabó la espada de Gael con una de las esquinas y con la punta de la espada. Con un veloz movimiento en cruz, la espada de Gael salió despedida hacia arriba. El avernarés, dejando a un lado sus pensamientos, centró de nuevo su atención en el combate. Perdida su espada, sujetó el antebrazo del shulte con la mano derecha, atrayendole hacia sí y propinándole un rodillazo bajo el peto de la armadura, cerca de la coquilla. Edaris se dobló en dos por el golpe, pero mantuvo sujetos el escudo y la espada. Intentó alejarse, pero como Gael mantenía sujeto, su retirada se convirtió en un giro de espaldas hacia uno de los muros de la torre del homenaje. Empuje que se vio aumentado por un golpe que recibió por parte del escudo de su contrincante. Se dio de cara contra la piedra, pero logró mantener la consciencia a pesar de la potencia del golpe. Dándose la vuelta, apenas tuvo tiempo de levantar el escudo antes de que Gael, quien había recuperado su espada, impactara con su acero justo sobre una de las protecciones del cuello del shulte. Dando unos pasos hacia atrás, el Conde se alejó del Capitán.
A lo lejos retumbó un trueno.
Los dos guerreros se miraron a los ojos. Ambos adoptaron de nuevo una posición de guardia. Las diferencias eran patentes. El caballero shulte, sabedor de que aquel ejercicio era un entrenamiento, mantenía una pose claramente defensiva, con la espada dispuesta a repeler y después contraatacar. El soldado avernarés llevaba el escudo como mero contrapeso para imprimir mayor velocidad y contundencia a su hoja, y si todavía no había atacado era porque estudiaba al reverenciado Conde.
Reverenciado Conde. Hoy, ya reverenciado Rey Consorte de Avernarium. Reverenciado hijo de la gran puta. Por todos los dioses, cómo le odiaba. En su papel de Capitán de la Guardia, Gael había tenido que velar la puerta del dormitorio de su señora en su Noche de Bodas. Y oír. La rabia corría como lava caliente por sus venas. Tenía la esperanza, sin embargo, de que Níobe se cansase pronto de él y se deshiciera de su presencia.
Las delicadas notas del laúd temblaban en el aire. Níobe tocaba una melodía muy poco conocida, una balada antigua que fuera compuesta en tiempos pretéritos para una Reina Avernaresa. Las leyendas decían que la compuso para ella un amante renniano, y que al no poder manifestar públicamente su adoración por una reina casada, él solía tocarla en público sabedor de que sólo su Reina conocía el verdadero significado de la canción. Gael se preguntó si Níobe había escogido ese momento para interpretar la balada por alguna razón en concreto.
Edaris peleaba porque era un arte. Gael luchaba para ganar. No sabía hacer otra cosa, era para lo que le habían entrenado. "Vence", solía decirle su predecesor en el cargo, "porque si no vences, moriréis tú y tu Reina". Lo primero es aceptable, lo segundo no.
- Más que como un halcón, magnánimo señor, os veo como una endeble paloma.
- Aún así, mi buen Gael, sigo estando en el cielo y vos en la tierra.
- Vuestro vuelo parece mal dirigido, excelentísimo Conde Edaris. Os dais contra los muros...
El cruce de insultos era como un reflejo del intercambio de estocadas. Y Gael no pensaba desaprovechar ni una ni otra para golpear dolorosamente a su contrincante. Vencería, pero primero le iba a dejar más vapuleado que el estafermo de los reclutas.
- Habláis demasiado, mi buen Gael. Todavía no me habéis desarmado ninguna vez.
- Si es una petición...
Dando una patada al suelo, el Capitán Gael levantó la gravilla del patio en dirección al rostro de Edaris. Éste se protegió inconscientemente con el escudo, momento que aprovechó el avernarés para golpear demoledoramente. Atacando desde abajo hacia arriba, Gael propinó un potente golpe a la parte baja del escudo del Conde. Se oyo un chasquido, y Gael sonrió. "Un hueso roto por cada una de las veces que te hayas acostado con la Reina", pensó con satisfacción, "Y ya llevas uno". Pero el Capitán se equivocaba. Dando un bandazo, el escudo del shulte dio contra una carreta llena de heno que estaba estacionada cerca de los establos. El chasquido había provenido de una de las correas de sujeción. "Una lástima". A pesar de no haberle quebrado el brazo izquierdo, el gruñido de Edaris dejó patente que el golpe había sido, por lo menos, doloroso.
- Cuidado, Excelentísima Excelencia -Gael sonrió con rabia-. No querréis terminar con algún hueso roto. Su Majestad se sentiría decepcionada de que a su realísimo esposo lo hiera un mero plebeyo.
Atacó de nuevo, sin dejar a Edaris recobrar el aliento, y golpeó con fiereza sobre el guantelete izquierdo, justo sobre la muñeca. Bajo el estruendo metálico, otro crujido orgánico, y Edaris contuvo un gemido de dolor.
- ¿Le duele a Su Grandiosidad? -se burló Gael-. Mil perdones. Si os dejo sin manos, ¿cómo podréis cumplir con vuestras recientes obligaciones de consorte? Anoche su Majestad no parecía particularmente satisfecha.
- No creo que eso sea asunto vuestro, Gael -Edaris frunció el entrecejo.
- Por supuesto que sí -"Excelente. Además me he librado de su pomposidad"-. Mi deber es asegurarme de que mi Reina es feliz. Y en última instancia, una Reina molesta es un problema para sus subordinados -Gael intentó otro golpe en la muñeca izquierda, en un intento de destrozársela por completo, pero Edaris fue más rápido y bloqueó el golpe con su espada.
El Conde estaba esperando algo así. El Capitán de la Guardia de la Reina era un sujeto zafio y rastrero. Un escorpión, le había llamado antes el shulte, y no se equivocaba. Adelantándose, dejó que la hoja del avernarés resbalara sobre la suya con un siseo metálico hasta llegar a la guarda. En ese momento giró la mano, dejando atrapada la espada de Gael, y con un veloz giro que desmintió su posible debilidad, volvió a desarmar a su oponente. Al ver que su espada caía, el soldado arremetió con el escudo, golpeando a Edaris en el pecho, mandándole hacia atrás.
- En un combate real, mi buen Gael -dijo Edaris, apartándose aún más y saludando con la hoja de acero. Después bajó la espada, esperando que Gael recogiera la suya-, mi amada Reina tendría un subordinado menos. Dos veces.
- ¿Y quién ha dicho que esto no es un combate real? -agachándose como un resorte, el Capitán avernarés cogió su acero, dio una rápida voltereta que le dejó justo delante del shulte y lanzó un estocada hacia arriba que el caballero apenas pudo desviar.
Cogido por sorpresa, Edaris intentó defenderse, moviendo la espada torpemente. De nuevo de pie, cada golpe de la espada de Gael era preciso y poderoso, mientras que la defensa del shulte no lograba detener del todo la embestida. Con un fiero rugido, Gael comenzó una serie de ataques hacia el costado derecho de Edaris. El sonido de la espada contra la chapa de la armadura era como el de la campana de una iglesia, tocando a muerto. Uno, dos, tres, seis, doce. Los golpes se sucedían a enorme velocidad. La rabia de Gael iba in crescendo, recordando cada jadeo escuchado tras la puerta del dormitorio. Cada gemido. El crujido de la cama. Los gritos... Edaris pugnaba por sobreponerse al fulminante ataque, notando cómo el brazo derecho se le entumecía ante tal potencia. Con un último grito, Gael apartó con la pierna la espada del shulte, utilizando una treta aprendida de su antiguo instructor, y propinó un nuevo golpe con el escudo al pecho del Conde. Éste, con los brazos en cruz, debilitado su brazo derecho y jadeando por el último golpe, no atinó a recuperar la guardia. Gael, que es lo que esperaba, apuntó y atacó, veloz y certero.
Como un escorpión.
El aullido de dolor de Edaris borró momentáneamente los recuerdos de esos otros gritos escuchados la noche anterior.
Gael giró al empuñadura, y un chasquido metálico resonó en el patio.
Ahora sí que la satisfacción fue máxima. Un nuevo grito, más alto aún que el anterior.
Ni siquiera la evidente represalia de la Reina, quien seguro le castigaría por vapulear salvajemente al imbécil de su esposo sin haber recibido órdenes, consiguió que sintiera otra cosa que una enorme, brillante y profundísima satisfacción.
- Sólo hay un vencedor, mi buen Edaris -el Capitán retiró la espada ensangrentada, ensayó un saludo burlón con ella y se dio la vuelta-. Y un vencido.

7 comentarios:

Cattz dijo...

Me ha dejado sin aliento...

Jezabel dijo...

Mi queridísima dama Cattz, decidme si no es irritante que los subordinados tomen decisiones propias. Me paso años hilando planes para que los arrebatos de testosterona de un imbécil sin sentido común los perjudiquen. No sé si mandarle estrangular.

Níobe.

C. Maltesse dijo...

Unh...sangre, oscuridad y buena literatura...

Con vuestro permiso me arrellanaré junto a la chimenea para disfrutar del espectaculo.

Jezabel dijo...

Arellanáos, poneos cómodo. Es probable que mi hermana aparezca pronto por estos lares, ¡la echo tanto de menos!

C. Maltesse dijo...

Si me permitís la osadia, yo la echo más de menos que vos...

Gárgamel dijo...

Si es que ya os avisé: un buen desollamiento a tiempo evita estas insubordinaciones.

Por otro lado se ponen tan monos cuando están celosos... :-p

Jezabel dijo...

CM: Podréis decírselo en persona cuando vuelva, no lo dudéis.


Sir Gárgamel, debería nombraros Consejero de Acciones Drásticas o algo así. Me encanta vuestro modo y buen hacer.
En fin, qué puedo decir. Gael tendrá que entender que ya sólo es útil como Capitán.


Detesto cuando las marionetas se resisten a los hilos y empiezan a mostrar iniciativa.

Níobe IV.