7.1.10

Vicios y virtudes

Para Keka, evidentemente. Con todo mi cariño, lo prometido es deuda.

" Si presumes de esas nimiedades, es que mayores abominaciones habrás cometido."
Ayryiakëk, a propósito de la castidad.

30/Eneamus/año MDXXXVIII después del Año de los Infortunios
Estación de las Hojas caídas.
El Ave del Paraíso, afueras de Sar.

Avernarium es una sociedad matriarcal.
Tremendamente matriarcal. Es matriarcal hasta el punto de que los reyes consortes en ocasiones ni siquiera aparecen en los libros de historia, o sólo nombrados superficialmente. Aunque quizá, lo que más permita hacerse una idea de lo matriarcal de esta sociedad, es un ejemplo concreto.
Tomemos el caso de Këka. Su nombre real es Ayryiakëk -su abuela era una extranjera venida del otro lado del mar-, pero todos la llaman Këka. O más concretamente, Madama Këka, porque es la madama del prostíbulo más lujoso de toda Sar, la tercera ciudad más importante del continente.
Su local, el Ave del Paraíso, está situado en una mansión algo separada de la ciudad en sí. Casi parece un palacio, rodeada de elaborados jardines que incitan a perderse en el deseo, salpicados de fuentes, de hiedras de penetrante olor, de rosales, de sugerentes estatuas...

Këka es una mujer inmensamente rica; y aunque ronda las cuatro décadas, posee una belleza encantadora, que madura con la edad en lugar de desvanecerse. Aunque nunca se privó de ningún capricho masculino, Këka prefiere las mujeres. En una sociedad como la avernaresa, esto no solo está aceptado, sino que parece tremendamente lógico. Pudiendo escoger entre una mujer y un hombre, ¿qué necesidad hay de quedarse con el varón, infinitamente más tosco e imperfecto tanto física como intelectualmente? A lo largo de la historia, muchas reinas avernaresas se han casado con hombres -el deber de una reina es prolongar su estirpe- pero han tenido amantes femeninas.

Otra de las características peculiares de Këka es su relación con la Corona.
Al Ave del Paraíso acuden muchos hombres y mujeres buscando distracciones. Siendo un prostíbulo de lujo, la clientela suelen ser nobles.
Níobe de Avernarium era, al igual que su madre, una mujer fría. Këka, al igual que su abuela, era justo lo contrario. Además, tenía mucho olfato para los negocios.
Cuando Níobe cumplió quince años, Këka hizo una visita al palacio. Consiguió una audiencia gracias a sus contactos, demostrándole así a Níobe el poder que podía llegar a manejar una madama. Níobe se asombró de su descaro y habilidad, y más tarde de la cantidad de información que la dueña de semejante sitio poseía. Finalmente, llegaron a un acuerdo entre los dos. Këka sería una fuente de información para la Corona, por supuesto en el más absoluto secreto. Lo que Këka obtuvo a cambio... ni siquiera sus hermanas llegaron a saberlo.

Aquella noche había sido muy productiva. Los festejos de la boda de la Reina Níobe hacían fluir el dinero incluso en ciudades alejadas del Castillo.
Envuelta en una bata de seda bordada a mano, Këka miró por la ventana. Amanecía. Tamborileó sobre la mesa -sus dedos llenos de anillos tintinearon- y sonrió.
Una de sus chicas, Magal, acababa de subir a informarla de que el muy casado general de los ejércitos del reino de Nemiss se había dormido después de serle infiel a su mujer. Këka estaba orgullosa de sus chicas, y de sus chicos, por supuesto. Eran hábiles, y no solo en las artes amatorias.
- ¿Lleva algo de interés encima?
- Sí, Madama. Una carta, firmada por el rey de Nemiss. Habla de mantener la cautela hasta ver los movimientos de Su Majestad Níobe. ¿Deseáis que os la traiga?
- No, no creo que sea necesario. Puedes irte.
Magal salió de la sala, y Këka hizo un gesto a las sombras.
- Siéntate -dijo.
De la oscuridad emergió la figura de Dyere, el adorable Dyere. Apenas tendría diecisiete años, pero ya era el preferido por la mayor parte de sus clientes femeninas y un porcentaje significativo de los masculinos. Tenía un cuerpo hermoso, fibroso sin ser exageradamente musculado, y una piel suave como una mañana de verano. Sus ojos castaños con matices cobrizos rezumaban inocencia. Por otra parte, era un poeta excepcional, declamaba como los dioses. Këka solía llamarle para que le recitase versos mientras se bañaba. Un único defecto ensombrecía su belleza perfecta: Dyere era ciego de nacimiento.
A Këka no le importaba. Tenía una memoria increíble, y un oído afilado como el de un lobo. Además, su ceguera hacía que sus clientes bajaran la guardia ante él. Le consideraban inofensivo. Precisamente por eso, Dyere era una de sus mejores fuentes de información.
- ¿Ya sabes quién es nuestro misterioso visitante?
Dyere asintió. Këka sonrió, feliz; aquel hombre rubio de rasgos delicados que visitaba el Ave una vez al mes la tenía intrigada. Venía solo, no hablaba con nadie. Evidentemente, ocultaba algo. Teniendo en cuenta la opinión que tenían los renianos de los hombres que preferían la compañía de otros varones, y el hecho de que sus ojos eran del color del cielo y su cabello dorado, la madama había deducido que era un habitante del ya inexistente Renn que prefería cruzar la frontera para satisfacer sus vicios. Además, sus modales eran exquisitos, cosa propia de aquella zona.
Këka suspiró, algo fastidiada. Detestaba a los rennianos. Les consideraba poco menos simples que animales, estúpidas criaturas de costumbres primitivas y simples. Que un hombre tuviera que cambiar de ciudad para poder encontrar algo de diversión la enervaba, pese a que ese hecho suponía dinero para ella. El desconocido pagaba bien, en oro sin acuñar.
- Teníais razón, madama. Es un renniano -sonrió-. Huele a acero, y sus manos tienen las durezas de quien está acostumbrado a manejar una espada. Además, tiene cicatrices largas y rectas, no de flechas o de dagas, sino de armas de hoja larga. Y suele pedirme que le recite cantares. Es un shulte, estoy casi seguro. Llevaba esto encima, muy escondido dentro de un bolsillo disimulado en una bota. Tiene un sello de lacre del de primera calidad, y el papel es grueso, del bueno. Esto lo ha escrito algún noble, no lo dudéis -la entregó un pergamino.
Këka lo desenrolló.

A Sir Everal Tranendel:
Como miembro del Consejo, es un honor y un placer para mi invitaros a mi próximo enlace con su excelsa majestad Níobe IV de Avernarium, que se celebrará...

Këka dirigió sus ojos a la firma, ansiosa, para encontrar el sello del conde Edaris de Shult.
-Devuelve esto a donde lo encontraste, y después tómate el resto del día libre, Dyere. Te lo has ganado.

6 comentarios:

Cattz dijo...

¡¡¡Habéis vuelto, majestad!!!

ME alegra confirmar que con el cambio de año vuelven las fuerzas.

Jezabel dijo...

Un placer volver a veros, querida.

B dijo...

Lo siento, tengo que hacerlo...

Por qué en esta tampoco sale el barón?? Jooooo

Jezabel dijo...

Tía, como te pasas, preguntar por el barón con la de guerra que hay en el mundo...

Gárgamel dijo...

¡Habéis resucitado! No sabéis el placer que me produce vuestra vuelta, mi señora.
Solo una consulta ¿Donde se pueden encontrar esos brutales rennianos de modales exquisitos y forrados de oro? Es por planificar las vacaciones... :-p

Jezabel dijo...

Sir Gárgamel, me alegro mucho de veros, noble señor... ¡Por los dioses, sois un pícaro! Aunque no puedo culparos, ciertamente los rennianos solo sirven para una cosa, pero sirven tan bien... os prometo que si en Shulte encuentro algún caballero de brillante armadura que prefiera cortejar donceles y no damas, le daré vuestro nombre para que encontréis rato de asueto.