"Tarde o temprano, la Muerte nos alcanza a todos. Por supuesto, se trata de conseguir que sea más tarde que temprano."
Reina Níobe IV de Avernarium.
24/Decimus/año MDXXXVIII después del Año de los Infortunios
Ruinas Blancas.
Estación de las Hojas caídas.
Medianoche.
Níobe negó con la cabeza. ¿Qué? ¿Cómo era posible?
- ¿Adara? -preguntó, su voz agudizada por la juventud y el miedo- ¿Adara? -repitió.
Gael se puso ante ella, desenvainando la espada.
- Retroceded, señora -ordenó, empujándola hacia atrás al ver que no reaccionaba-. Mi Reina, alejaos de aquí. Poneos tras las columnas, buscad algo de cobertura.
- No es posible... -Níobe se negó a aceptarlo. No. No. El deseo auténtico, el verdadero anhelo, la fuerza de su voluntad debían de traerla de nuevo entre los vivos. Si lo que ocupaba el cuerpo de Adara era una de esas criaturas de las que había hablado Sergei, esas cosas que habitaban la Frontera entre la Vida y lo que quiera que hubiera al otro lado...
Y ella no podía hacer magia. Su cuerpo no tendría más de catorce primaveras, quince siendo generosos. Un hechizo poderoso más y perdería la consciencia, tal vez incluso la vida.
- Hermana... -gruñó el cuerpo de Adara, sonriendo-. Vengo a darte las gracias...
La Reina adolescente seguía sin reaccionar del todo, sólo la observaba con espantado estupor.
- ¡Mi señora! -aulló Gael-. Os lo imploro: ¡resguardaos!
- Gracias por traerme... -el cadáver animado, al principio lento y desgarbado, iba adquiriendo coordinación de movimientos y habla-. Ahora, yo te daré la misma bendición.
La que antes fue Adara comenzó a andar más resueltamente, caminando en línea recta hacia Níobe y, por lo que parecía, tratando de pasar por encima de Gael. Éste movió su espada en un arco delante suyo para mantener al cadáver a una distancia prudencial. El tajo abrió la piel de la Reina muerta e hizo manar gotas de sangre del corte. Adara ni siquiera se inmutó. Su rostro continuaba mostrando una sonrisa espeluznante. Asustado, el Capitán Gael no atinó a apartarse cuando el cadáver animado le golpeó en el costado, podría decirse que despreocupadamente, y le mandó a varios metros. Cayó con un sonido metálico y un gruñido al dar contra el suelo. No había soltado su espada. Ahora sí, Níobe echó a correr, casi tropezando con su vestido, a parapetarse tras una de las columnas. Su cuerpo se movía sin que su mente mediase. Desde allí oyó cómo su guardaespaldas se incorporaba y cargaba con un grito contra la aparición. También vio cómo de un potente golpe de su mandoble cercenaba el brazo derecho de Adara, extendido en busca de Níobe. La sangre comenzó a salpicar sobre el suelo de piedra, sobre la armadura de Gael.
- Ven, Níobe -masculló Adara, acercándose más-. Juntas traeremos Muerte a este lugar de Vida.
Jamás la Reina hechicera había estado más asustada. Era terrorífico ver a su hermana... no, ver a aquello que había poseído el cuerpo de su hermana. Aguantaba los tajos de Gael como si la espada no fuera más que una brizna de heno. Nada lo detenía, y cada vez se acercaba más al escondite de Níobe. ¿Qué puedo hacer? Sólo destruyendo su cuerpo podría detener a esa abominación, pero... Un profundo quejido metálico seguido de un gruñido masculino la devolvieron a la realidad. Gael acababa de recibir un puñetazo en pleno estómago al ponerse delante de Adara. Un puñetazo que había doblado la chapa de su peto y le hacía trastabillar en busca de aire.
- Mi señora... huid... ¡huid deprisa! -imploró el Capitán, boqueando mientras movía la espada con dificultad-. No creo... poder entretenerla más.
- Es inútil, Níobe -estaba ya a unos escasos metros-. No trates de retrasar mi regalo. Huelo tu Vida... esa enfermedad de la que pronto te librarás.
- ¡Cállate, abominación! -grito ella, dando dos pasos hacia atrás.
- Ven, Níobe, mi querida hermana... Calma mi hambre con tu sangre, calienta mi cuerpo con tu aliento.
Níobe la miró con horror. Su sonrisa era la coqueta mueca con que seducía a sus amantes, pero sus ojos eran fríos orbes de cristal. La sangre, su propia sangre, manchaba su vientre y piernas y regaba generosamente el suelo que pisaba. La única mano extendida, buscando a la hechicera. Gael, sin claudicar en su empeño de proteger a su Reina, empujó al cadáver con el hombro, visto el poco efecto de sus ataques con el acero. Adara, sin perder la sonrisa, gruñó al verse apartada de su cercano premio y cayó al suelo, resbalando en su propia sangre. Calentar, la mente de la Reina trabajaba a toda velocidad pese a su estupor, calentar su cuerpo. ¡Fuego!. Miró a su derecha, hacia la pared junto a la que descansaban los calderos. Ella no podía hacer magia o seguro que rejuvenecería hasta el no-nacimiento, el terrible destino de su familia, y los intentos de Gael sólo servían para retrasar lo que parecía inevitable. Pero el fuego... El fuego emula el movimiento, da sentido al Alma, es creador de Vida y destructor de Vida. Tal vez también lo fuera de Muerte...
- ¡Gael! -ordenó, mientras corría hacia las grandes lámparas-. ¡Continúa entorpeciéndola!
- Sí... señora -jadeó el soldado, agotado.
- Níobe... Ven a mí...
La Reina, ahora un muchacha de quince años, corrió tan deprisa como pudo. Sentía tras de sí los pasos del cadáver animado, persiguiéndola incansable a través del viejo edificio. Oyó de nuevo el grito de Gael, retrasando a Adara, dándole unos segundos a Níobe. ¿Seguiría vivo? Llegó hasta las lámparas, repletas hasta arriba de aceite aromático que se quemaba en grandes lenguas de fuego mientras esparcía su agradable olor por la gran estancia. Poniéndose tras una de ellas, vio a través de las llamas cómo el cadáver de su hermana se acercaba a ella. Detrás, Gael intentaba, de nuevo, incorporarse. La sangre manaba de un feo corte en su frente.
- Hermana, ven. Dame tu Vida y yo te daré Muerte.
Con un extraordinario esfuerzo, Níobe agarró una de las asas del caldero, dispuesta a volcarlo sobre la criatura que antes había llamado "hermana". Sintió quemarse la piel de sus manos al contacto con el caliente metal. Su joven cuerpo apenas podía con el peso que intentaba levantar, pero la adrenalina le otorgó la fuerza suficiente. Gritando, decidida a acabar con aquello que había convocado, alzó la lámpara, derramando el aceite ardiendo sobre el suelo de piedra, como un reguero de destrucción que se abalanzó sobre Adara. Con un supremo esfuerzo lo terminó de volcar, dejando que cayera con un sonoro estruendo. El cadáver animado de Adara no dijo nada al empaparse del aceite, al ver quemada su piel. Ni siquiera dirigió la vista de sus fríos ojos hacia abajo, sino que dejó que su cuerpo comenzara a prender mientras continuaba avanzando. Níobe retrocedió, temerosa de que su plan no resultara. Entonces la criatura se tambaleó y se vino abajo. Detrás, la figura de Gael se alzaba entre las llamas tras asestar un último golpe. La joven Reina vio cómo el cuerpo mutilado y sin piernas intentaba arrastrarse a fuerza del único brazo que le quedaba. Ensimismada, asqueada e hipnotizada por el espectáculo del cadáver ardiendo, no se dio cuenta de que unos brazos la apartaban del lugar. Sólo tenia ojos para su hermana. La piel desprendiéndose, los ojos derritiéndose. El olor de la carne quemada inundó sus fosas nasales como un río embalsado inunda el valle al romperse la presa. Vio cómo la boca del cadáver de Adara se abría y cerraba, en un intento de decir algo, pero sus pulmones, inexistentes ya, no podían dar aliento a sus palabras. Por fin dejó de moverse, aunque los crujidos de los huesos astillándose por el calor continuaron mucho tiempo después.
La consciencia de que carecía del suficiente anhelo, de la suficiente voluntad para devolver a su hermana a la vida la pesaba incluso más que el hecho de haber tenido que destruir su cuerpo. Sin un ancla material sería imposible volver a traerla. No había segundas oportunidades.
Escuchó lo susurros de los sirvientes llamándola Reina de Hielo, los murmullos del difunto Capitán Gerard siseando que era una mujer sin corazón en el pecho. Las miradas dolidas de Gael por su indiferencia.
Tenían razón.
Su hermana estaba definitivamente muerta porque ella era incapaz de amarla. Porque no había deseado su regreso con suficiente fuerza. Porque carecía de voluntad.
Níobe se dejó caer sobre la piedra fría.
Se sintió monstruosa.
14 comentarios:
Ufff, me alegro de que haya sobrevivido la reina viva.
Gracias, querida. Aunque he de decir que fue una batalla pírrica.
Níobe IV.
Jo... Me da mucha pena Níobe :(
Y el barón?? Dónde está el barón?? cuándo vuelve??
Más quisiera yo, pero de momento soy un presunto puto fiambre, y encima me han relegado al banquillo. Con lo que nos gustaba sentir el calor de los focos y la admiración del público...
B.V.D, desde el otro lado.
Dama QueEntiende: sin duda ha sido una experiencia espantosa. Vuestras condolencias son un consuelo.
Bich: A no ser que vos tengáis suficientes anhelos para realizar el ritual y conseguir traerle de vuelta, temo que el Barón se quedará donde está: en un cementerio para criminales.
Barón: ¿presunto? Abono para malvas, más bien.
Supongo que una lucha a muerte (bueno, entre la Muerte...), con espadazos, miembros mutilados, aceite hirviendo y demás es mejor que un simple apuñalamiento, no?
Yo, en la corte, echo de menos al bufón de la reina. Es que es todo tan dramático... :-P
Holaaa??
Qué está pasando en putomundo?? Ha caído una bomba nuclear o algo?? Han desaparecido todos??
Me quedo sin mi historia lésbica en putomundo???
nooooooooooooooooooooooooooooo :(((((
No te traumatices, es que he pasado una temporada autistada debido a una sobresaturación de trabajo, y Barbi está en Atomarpolculostán; pero no llores, tendrás lo prometido.
y de lo mio que, tronca?...digo alteza...
¿Qué de lo tuyo? Me he perdido...
Pues que no me acostumbro a ser un fiambre, la verdad. Esto es un puto coñazo. A mi lo que me gusta es meterme en la piel de otros personajes, vivir otras vidas, echar un polvo con Nyx de vez en cuando, asesinar a tutiplen, que me llamen moñas...
Como abstracción ética, el soborno os resulta deleznable, mi querida alteza?
Ya conoces el aspecto administrativo de la colaboración alimañil, busca la entrada y rellena los formularios ;P
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