6.10.09

El regreso

"Despierta. Ante ti se halla el Universo, tuyo es para manipularlo a tu voluntad. Aprenderás del dolor, aprenderás de la victoria. Puede que a veces seas vencida, pero no hay lugar para la derrota en el corazón de una hechicera."
Cita con la que las mujeres avernesas de la Famila Real son iniciadas en los misterios de las artes mágicas.


24/Decimus/año MDXXXVIII después del Año de los Infortunios
Ruinas Blancas.
Estación de las Hojas caídas.
Medianoche.




Trece jóvenes doncellas y donceles habían sido reclutados en los Retiros Ciegos, unos ancestrales edificios en lo alto de las Montañas Heladas.
En los Retiros Ciegos habitaban hombres y mujeres en una vida de total soledad, castidad, pobreza y aislamiento. Cuando entraban a formar parte de la Orden se les quemaban los ojos, dejándolos ciegos; y dentro de los Retiros se hablaba lo justo, que era bastante poco.
No sabían a dónde iban, solamente un mensajero de la Reina llegó y les ordenó que le acompañaran. Durante tres días habían viajado sin descanso, en el más completo silencio, como exigía su Orden. Fueron conducidos con la más absoluta discreción a las Ruinas Blancas, un lugar desierto donde en tiempos pretéritos los oscuros y siniestros cultos a dioses olvidados habían tenido lugar. Las blancas piedras todavía conservaban manchas de sangre de tiempos antiguos... y tal y como Níobe comprobó, no sin cierta sorpresa, no tan antiguas.

Había preparado el ritual con cuidado. Memorizado las palabras, los gestos. Repasado una y otra vez los componentes del hechizo. Todo había sido preparado con delicadeza, con precisión, con infinito cuidado. Desde la posición de la luna en el cielo hasta las edades y sexos de los jóvenes e ignorantes sacrificios. Porque la Vida se compra con Vida.
La muda Florea guió con cuidado a cada uno de los eremitas a las posiciones donde la Reina la había ordenado, y en ellas fueron atados. Dóciles, ciegos y casi mudos, ninguno dijo nada. Ninguno sabía lo que se avecinaba. Doce víctimas para comprar la vida de su hermana.
Con delicada precisión, Níobe organizó las doce amatistas, del tamaño de huevos de gallina, alrededor del punto central de un círculo imaginario. El punto central en el que el cuerpo de su hermana, cubierto por un lienzo de seda, reposaba. Sólo la luz de la luna y las ondulantes formas de las llamas de dos grandes lámparas de aceite junto a una pared iluminaban la escena.
- Mi señora -la voz de Gael tras ella, un susurro precavido, casi la sobresaltó-. Permitid que os ruegue una vez más que detengáis esta locura.
- Cállate -ordenó ella, feroz.
Gael tragó saliva y asintió. Detestaba lo sobrenatural. Lo odiaba completamente.
Era el momento. Ahora o nunca. Níobe alzó los brazos hacia el cielo.
- Cum cruore horum insontum te pretium accepi, Mors.
Relámpagos de oscura energía comenzaron a condensarse en el aire. la atravesaron de un lado a otro, como un lanzazo, y luego pasaron a las amatistas, esferas violáceas que comenzaron a flotar reluciendo con suavidad.
- Cum cruore horum insontum te pretium accepi, Mors.
Cada palabra pronunciada era un dolor intolerable, pero no se arredró. Las amatistas vibraron con fuerza hasta estallar, incrustándose sus fragmentos en los cuerpos inocentes de los eremitas, cuyos gemidos llenaron la sala. Los hilos sanguinolentos fluyeron hacia el cuerpo muerto de Adara.
- Vitam per illos mercor.
Y entonces, espantosamente, los sacrificados comenzaron a envejecer a gran velocidad. Adultos de inmediato, ancianos un instante después. Sus voces agudas se agravaron y deshicieron como hilachas. La energía oscura flotaba en el aire, como un torbellino de poder insostenible... Níobe ejercía toda su voluntad en controlarlo. El dolor era espantoso, las Fuerzas cósmicas de proporciones mayestáticas pugnaban por devorarla.
- ¡Vitam per illos mercor!
Los cuerpos murieron y se deshicieron. Níobe temblaba de dolor, rejuvenecida espantosamente hasta una adolescencia olvidada en el tiempo. Las curvas de su cuerpo habían desaparecido, el vestido le quedaba tan amplio que amenazaba con resbalar por sus hombros hasta el suelo. No tendría más de trece o catorce años; los rasgos aniñados de su rostro no dejaban lugar a dudas.
Gael se acercó a ella, solícito:
- Señora, ¿Estáis bien? -inquirió, preocupado. Níobe no le miró.
El cuerpo de Adara se levantó, lenta y torpemente, con una profunda aspiración de aire. El lienzo de seda resbaló por su piel blanca a medida que se incorporaba, como una mortaja. Miró a su hermana con ojos dulces, y abrió la boca para dejar escapar un sonido estrangulado, mitad risa y mitad súplica.
- Únete a mí... -susurró, avanzando hacia Níobe.

2 comentarios:

^lunatika que entiende^ dijo...

Ostia, qué acojone!!

Jezabel dijo...

(Agradecimientos a las traducciones en latín: Rad)

Dama QueEntiende, el miedo casi podría ser gratificante por la novedad de su intensidad... pero ver el cuerpo de mi hermana ocupado por una de esas Criaturas fue una experiencia completamente espantosa.