- Parecéis un vagabundo, con esa polvorienta capa y esa barba descuidada, y sin embargo vais pertrechado como un caballero. ¿Robasteis esas armas? En todo caso, no deseo perder el tiempo. Apartad, llevo prisa.
- Mi nombre es Han Von Deck, Barón, y no he escuchado vuestro nombre ni titulo, si observáis este escudo de armas y esta leyenda, tal vez me hablarais con respeto caballero, y os presentarías como es costumbre entre gente elevada.
- Efectivamente, lo reconozco, una casa con hechos gloriosos en el pasado, pero veo que vergonzosamente venida a menos. Que desgracia. ¡Yago, Morgan, arrojad a este necesitado unas monedas para que pueda hincarle el diente a una hogaza de pan!
- Me dirijo a la villa de la princesa Nyx.
- No creo que la princesa Nyx reciba a pordioseros. Vengo de gozar de… de su hospitalidad - giró la cabeza en dirección a las carcajadas de los sirvientes-. La princesa es hermosa y de relajadas costumbres, pero vosotros solo encontraríais lugar en sus cuadras. Vuestro lugar de nacimiento, sin duda.
- Caballero, el que tengo prisa soy yo, y además es una temeridad contrariarme cuando voy a reunirme con una dama. En verdad que os hubiera dejado marchar, ignorando vuestra grosera afrenta, pero… –el Barón empuñó la espada y comenzó a desenvainarla con lentitud- habéis cometido el error funesto de calumniar a una dama, y eso no lo he permitido jamás. Disculparos o rogad por vuestra alma.
Los criados desenvainaron sus armas y flanquearon a su caballero. Este preparó su pica y alzó el escudo. Su tez palideció y adquirió la tonalidad del cielo. El Barón descabalgó, arrojó su escudo al suelo, y susurrando la leyenda con la que sus antepasados habían entrado en combate, avanzó despreocupado hacia el centro del puente. En breves instantes la lucha concluyó. El Barón ensangrentado, alzó la vista de los tres cuerpos que yacían a sus pies, para encontrarse con Armenieta, que traía el espanto en su mirada. Esta actuó con prontitud y arrojó los cuerpos inertes a la corriente del río, envolvió la espada de Von Deck y le cubrió el cuerpo con su capa para llevárselo, junto con las monturas, a la espesura de la vereda.
El Barón permaneció indiferente mientras la zíngara le desnudaba y comprimía los tajos por los que se le iba la sangre. Le vendó las heridas y lavó su rostro y cuerpo. Le recostó, finalmente, sobre un lecho preparado al abrigo de un sauce. La tarde declinaba.
- Acabo de matar a un hombre porque ha ofendido a una mujer. A una mujer a la que tal vez mañana deba asesinar…siento que mi determinación flaquea, que mi espíritu se rebela, que el aliento de la vida se me escapa. Mi hija, la cautiva, mi añorada pequeña, ha sido el gozo más increíble de mi existencia, la maravilla más amada sobre todas las cosas de este bello mundo. Cuando yo no este, Armenieta, debes rescatarla y ponerla bajo la custodia de mi hermano, para que en compañía de sus primas, crezca en el hogar familiar, protegida y feliz. Concédeme este último favor.
La zíngara asintió y le rogó que descansara. Mientras hacía los preparativos para pasar la noche, le informó que la princesa Nyx se hallaba en su residencia y que le sería fácil acceder a ella pues era hospitalaria y le gustaba acoger viajeros y caballeros para que le relataran las historias de sus peripecias y los relatos de las tierras lejanas de las que provenían. Al poco, le preparó un cuenco con caldo elaborado con raíz de plantas curativas y vísceras de animal, para reconfortarlo y cicatrizar las heridas, y se arrebujó junto a su costado, discretamente, como siempre hacía. Se lo acercó a los labios y entre sorbo y sorbo le pasaba un paño humedecido por la frente.
- Armenieta, tu lees la mano y echas la buenaventura a las ignorantes campesinas. Les cuentas una sarta de mentiras bienintencionadas, anuncias bodas con buenos mozos y partos sin complicaciones, todo para obtener alguna moneda…quiero que me leas la mano, antes que la oscuridad lo impida. Y no me mientas. He sentido que cuando me crees dormido, te acomodas sobre mi pecho, me miras en medio de la noche, pasas tú mano por mi barba y tus dedos por mis labios. Si me mientes, a partir de ahora dormirás entre los caballos, las yeguas y los asnos de carga.
- ¡Dadme!...- La muchacha apretó la mano del Barón entre sus pechos y se inclinó sobre ella- Habéis sido muy feliz, habéis gozado de la vida, pero veo ahora una gran pena en vuestra alma, una pena – y levantó sus ojos oscuros para mirar los del hombre- que también se ha posado en vuestra mirada, esta pena es infinita. En esta línea veo una mujer especial, diferente de las demás. Tiene el don de la magia. Esta dama os traerá dolor y recuerdos, pero igualmente placer, debéis de cuidaros de ella por que esta mujer de chica permaneció en el fondo de un lago hermoso y así permanecerá en el fondo de vuestro corazón- Armenieta presionó la palma de la mano de Von Deck contra su seno y sin mirarla continuó con voz tenue- Hay otra línea que se interrumpe de golpe, es la llamada línea de la vida, se corta cerca de aquí.
- Muéstrame esa línea- dijo el Barón mientras sacaba de entre los ropajes una daga corta.
- Es esta, aquí acaba.
- Verás, dulce Armenieta, no quiero contradecirte, pero necesito un poco de tiempo para terminar mi trabajo.
3 comentarios:
>>Y el Barón hundió la punta de la daga justo donde la línea de su vida concluía, y presionando el acero, alargó unos milímetros el curso de la línea.
A mí es que me fascina esta frase.
El Duque Negro inclina su cabeza en formal reconocimiento a la maestría de un grande del caído Imperio.
Una pieza más en el tablero, sí... pero, ¿a quién sirve esta pieza?
Alguien que desafía su destino y se bate con la furia de un desesperado es imprevisible...
El Barón se arrodilla ante la fascinación despertada y calcula su próximo movimiento.
Publicar un comentario