17.7.09

Camino de la corte

La Corte de la Reina Consorte Vrila y el Rey Edgar estaba a menos de dos semanas a caballo, pero Adara iba sin prisa. Cabalgaba tranquila, observando los verdes prados de Avernarium. La Reina era feliz mientras paseaba por aquellas tierras que habían sido de sus padres, de los padres de su madre, de los padres de su abuela, y así desde el principio. Mientras avanzaba, barajaba las diferentes opciones que le daba la pócima que se había tomado antes de salir de Avernarium. Había adoptado la apariencia de un hombre fuerte, de unos treinta años de edad, atlético y hábil con la espada. Era uno de los miembros más valiosos de su guardia personal, y era poco probable que alguien la atacara con aquel aspecto. En cambio, como Adara II de Avernarium no hubiera llegado muy lejos sin que todo el Putomundo se enterara.

Durante el tiempo que duró su viaje, Adara tuvo que dormir en posadas de mala muerte a las que no estaba acostumbrada. Algunas mañanas se despertaba con un terrible picor, probablemente de chinches o de pulgas. La comida no tenía nada que ver con los manjares que preparaban para ella en su Castillo. Al menos estaba segura, nadie se inmiscuía en los asuntos de un hombre con aquel escudo en el pecho. Los campos de Avernarium no eran especialmente duros de atravesar, pero había algunos bosques que dejaban exhausto a su caballo. Algunos días tenía que esperar para partir hasta bien caída la mañana, pues no quería lastimar a su montura. A pesar de todo, el viaje estaba ayudando a la Reina a ordenar sus pensamientos y trazar una estrategia adecuada al tamaño de la misión.

Había comunicado a Níobe y Nyx que se iba a conquistar la corte de Vrila, explicando su plan tanto como pudo. Ni siquiera tenía una idea clara, aunque sí sabía que pasaba por la muerte de Hugo. Era una pena no poder disfrutar más veces de él, pero el deber siempre había estado por encima del placer para la joven Reina. El último día del camino se paró a comer en un pueblo cercano a Muitung y entró en la taberna más vistosa de las que halló. Ordenó una codorniz estofada, una jarra de cerveza y un mendrugo de pan. A la dueña le extrañó lo poco que el joven había ordenado, y le instó a comer un poco más; un cuerpo como aquél no se mantendría con una simple codorniz. Adara se dio cuenta de su error y asintió a la sugerencia de la mujer. Adara se alegró de llevar escrita la carta para Edgar, hubiera sido muy llamativo que un soldado se pusiera a escribir en una tasca de mala muerte.

El Rey Edgar era un hombre de avanzada edad, tenía veinte años más que Vrila, su tercera esposa, y la tercera que no le daba descendencia. Al menos había tenido la decencia de no quedarse embarazada de Hugo, su amante. Toda la corte sabía que aquel hombre se acostaba con su Reina, incluido el propio Edgar. Fue él quien pidió a Adara que custodiara en las mazmorras a aquel hombre. Nadie sabía exactamente por qué el Rey había decidido mantenerlo con vida, pero aquella decisión había proporcionado el plan perfecto a la joven Reina. Escribió una carta que entregaría a Edgar tan pronto como accediera a recibirla.

"Estimado Rey Edgar, lamento comunicarle que ha escapado Hugo,supongo que sabe a quién me refiero.Temo que se acerque a vuestro castillo para cometer alguna fechoría. Creo poco probable que vaya directo hacia Muitung, pero os envío a uno de mis guardias personales para haceros entrega de la misiva que estáis leyendo. Ha estado un par de veces más en vuestra corte, espero que lo hayáis reconocido sin problema. Mis hombres están buscando a Hugo en misión secreta, por lo visto golpeó a un guardia mientras era trasladado a la sala de torturas y estuvo en los recovecos de las mazmorras hasta que logró reducir a un guardia novato y hacerse con sus ropas para huir. Tan pronto como sea capturado lo llevaré a vuestra presencia.

Os saluda afectuosamente.

Adara II de Avernarium"

Comió ávidamente, y comprobó que la poción le otorgaba todas las cualidades de la forma que adoptara. Había comido tanto que en el cuerpo de Adara no hubiera resistido una hora de viaje. Puso al galope a su caballo para llegar a Muitung aquella misma tarde. Necesitaba descansar, y su caballo necesitaba unos buenos cuidados tras tantos días de viaje. La audiencia privada con el Rey Edgar fue sobre ruedas y nadie dudó un momento de que Hugo no intentaría llegar allí al menos hasta dos o tres semanas más tarde. El Rey agradeció las atenciones de Adara y le dijo a la forma de su guardia que se quedara descansando en una de las habitaciones de invitados del castillo, podría partir con una misiva para su Reina a la mañana siguiente, cuando él, así como su caballo, hubieran descansado.

Adara durmió profundamente por primera vez en varios días y, a la mañana siguiente, durante el desayuno, dijo a las criadas que se disponía a partir hacia Avernarium tan rápido como Su Majestad Edgar de Muitung le entregara la misiva para su Reina. Adara estaba tomando un buen desayuno en las cocinas de los criados, como correspondía a su apariencia. Mientras hablaba con la criada, el Rey Edgar entró en la estancia y le hizo entrega de un sobre lacrado con su emblema. Le deseó buen viaje estrechando su mano con tanta fuerza que, de no haber sido por el cuerpo que habitaba, le hubiera dislocado algún hueso casi con total seguridad.

Adara, al abandonar el castillo, se dirigió hacia el bosque, y cuando se supo segura abrió la carta.

"Estimada Adara, le agradezco enormemente el aviso. Es una desgracia que ese hombre haya escapado, pero confío en los ejércitos de Avernarium para hallarlo. Si necesitáis ayuda para barrer los bosques podéis contar con doscientos de mis hombres. Hacédmelo saber para poder enviaros la formación. Y avisadme también cuando halléis al maldito, ya no quiero mantenerlo cautivo y con vida, sino darle un castigo ejemplar con mis propias manos. Accedí a los deseos de Vrila de mantenerlo con vida y en vuestras mazmorras. Pero veo, con enorme pesar, que estaba errado. No quiero más riesgos, ese hombre, que se ha atrevido a mancillar mi honor, debe morir. Debería bastar para disuadir a cualquier otro hombre que haya puesto sus ojos en mi esposa.

Os saluda afectuosamente

Edgar XII de Muitung"

El plan estaba saliendo a pedir de boca. Entrar al castillo ahora sería peligroso, pero sin riesgo no hay victoria. Se acercó a una aldea y secuestró a una jovencita de no más de quince años, aquello sería suficiente. Se la llevó al cementerio y la quitó la vida con su daga mientras pronunciaba las palabras que completarían el sacrificio. Quería que aquello pareciera un acto de bandidaje cualquiera, así que robó todo lo que pudo al cadáver, que quedó allí abandonado. Aquella táctica, además, le proporcionaba ropas de campesina con las que acceder al castillo. Había recuperado su edad y su vida no corría peligro. Esa misma noche se infiltraría como una criada más. Todo estaba en marcha y ya no había nada que pusiera en peligro el inminente desenlace de sus maquinaciones. Adara no se sentía orgullosa de haber matado a una pobre campesina. Aunque, a decir verdad, tampoco se sentía muy culpable: aquellos seres insignificantes sólo existían para facilitar la vida de sus Reyes. Y Adara lo sería dentro de no mucho: la orgullosa Reina Consorte de Muitung... hasta la muerte de Edgar.

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