El cortejo de Shult ocupaba el lado derecho del salón. Edaris, Briye y Rivas acomodados en ornamentados asientos y enmarcados por media docena de impecables caballeros shultes.
El mensajero se adelantó. Era un hombre joven, con la delgada y fibrosa complexión de un malabarista. Tras él había al menos una decena de juglares y músicos, y otra docena de pajes llevando cajas ricamente ornamentadas. Detrás del todo, junto a la puerta, permanecía una guardia muy numerosa. Llegarían fácilmente a la veintena de hombres.
- Permitid que me presente, mi hermosa señora -dijo con el exótico y musical acento de los isleños-. Me llamo Jared, y soy miembro de la muy conocida familia de juglares reales de las Islas. Como practicante de las más bellas artes de mi tierra, mi dueño me envía a vos para trasnmitirle sus pensamientos. Magnífica majestad, mi señor os envía este presente. Es su soberana voluntad que escuchéis la música de su bello reino.
Los trovadores comenzaron a cantar, llenando el salón con su música. Interpretaron varios cantares de las islas con un increíble domino de sus artes, pero Níobe detestaba a los juglares casi más que a cualquier cosa. Sin embargo, formaba parte del presente del rey Genar, y como tal debía aceptarlo. con un gesto de amabilidad en el rostro. Bufones y malabaristas acompañaron las músicas con alegres juegos con fuego, pelotas de colores, aros... Los pajes avanzaron hacia Níobe y, a una distancia prudencial, fueron dejando los cofres abiertos que mostraban en su interior las más variadas joyas y adornos.
Finalmente terminaron las canciones, y Jared avanzó de nuevo, esta vez con un tono ligeramene burlón.
- Su Majestad el rey Genar lamenta en lo más profundo de su corazón que hayáis aceptado bajo vuestro techo y aspirante a vuestra mano a alguien de sangre tan inferior a la realeza como meramente un conde. Cree que vos, que sois una mujer inteligente, seréis capaz de razonar y daros cuenta de lo grave de vuestro error. Que la sangre real sólo ha de dormir con sangre real, señora, y hacer otra cosa es deshonra.
Níobe se acercó la copa de vino a los labios pero no dijo nada. Los habitantes de las Islas eran conocidos por su afición a las chanzas y a las burlas, y por un sentido del humor que muchas veces sólo comprendían ellos. Podía ver malicia en sus palabras, sin duda, pero prefirió esperar. Genar era un imbécil de trece años, un niño mimado que tarde o temprano terminaría con el puñal de uno de sus consejeros entre los omóplatos si no cambiaba. eEa probable que hubiera considerado un insulto el tener que competir con un mero Conde por algo a lo que probablemente creía tener derecho.
Los shultes se miraron entre sí, disgustados por las palabras del mensajero. Por supeusto, si la situación hubiera sido otra, ahora mismo estarían haciendo uso del derecho de defender su honor, pero eran invitados e casa ajena. Y si la dueña de la casa no decía nada, ellos, por etiqueta, debían permanecer en silencio.
- ¡Qué osadía! -susurrró Edaris al oído del Consejero Rivas- Si estuviéramos el Shult, ahora mismo...
- Pero no lo estamos, señor -el anciano trató de calmarle, también en voz baja-. Tranquilizáos y dejad esto en manos de nuestra anfitriona.
- Hete aquí que todos gozamos de la belleza de Su majestad - comenzó a canturrear el Jared, divertido. Recitaba un verso y arrancaba aunas pocas notas al laúd, como si improvisase, paseando de un lado a otro-. Pudiéramos gozar de otras cosas si nos lo permitiera, ¿no es verdad?
Níobe enarcó una ceja.
- En lo lejano de nuestras tierras es conocida la Reina de Hielo llamada; de hielo serán sus ojos, más yo diría que bajo las faldas anda acalorada.
Los isleños estallaron en risas sofocadas. Gael se abalanzó hacia el frente, con la mano sobre la empuñadura de la espada, pero Níobe lo detuvo con un gesto. Jared lo vió e hizo una reverencia aún más burlona.
- ¡Ah, señora, vuestra guardia se enfuerece! Le darán a mis palabras más crédito del que merecen -hizo una acrobacia sin dejar de tañir el laúd- Y no es de recibo que me miren tan mal... ¿no sois vos la Reina cuyo puñal -se cambió el instrumento de mano- es más calído que sus besos? Así se cuenta; pero señora, no os lo toméis como una afrenta. No es mi boca de plebeyo quien lo puede atestiguar, aunque digan que hacerlo pueden mil y un millar... -saltó sobre el pedestal de una estatua que representaba un león-. ¡Reina de hielo, cuyos besos son más helados que una puñalada en el corazón! Eso dicen, mi señora, todos los que por vuestra mirada perdieron la razón; y no son pocos, como pocos no son - se sentó a horcajadas sobre el animal - quienes conocieron más vuestras faldas que vuestro corazón!
Con una voltereta espectacular saltó de la estatua y cayó en el suelo, sin perder la sonrisa burlesca e irreverente. La guardia de la reina estaba en completa tensión, esperando un gesto para lanzarse a decapitar a semejante deslenguado, pero Níobe estaba tranquila y no parecía tener ninguna intención de ordenarles nada.
- Así, mi señora - dijo el trovador con su hermosa y aterciopelada voz-, el rey Genar os envía el sano presente del sentido del humor. Espera que lo aceptéis y lo encontréis útil.
Níobe sonrió. Una sonrisa franca, brillante. Se puso en pie e, ignorando las joyas de los cofres, se acercó al juglar. En el salón sólo se óía el susurro del su vestido de seda marfileña, destellando suavemente a la luz de las velas.
- Cuán valioso presente, juglar, y cuán difícil será corresponderle. Pero por lo pronto, tengo algo que tal vez sirva: os entregaré sabiduría. No debéis hablar sin saber, decidle a vuestro señor. Y para que vos seáis más sabio y no habléis sin saber, he aquí que os ofrezco un beso, y vos diréis si es helado.
Se inclinó ante el juglar y depositó un suave beso en su boca. Jared se quedó petrificado. Níobe oyó claramente revolverse a los cortesanos de Shult, escandalizados.
- Yo... Mi señora... Vuestros labios son como el rocío...- sonrió con éxtasis cuando ella se separó.
Níobe dejó escapar una risa burlona e ignoró el comentario.
- Y para ser más sabio todavía, necesitaréis la puñalada con la que comparar mi beso.
En el salón se había hecho un silencio espectral. Níobe dedicó una mirada amable al resto de trovadores, mientras un charco de sangre roja oscura crecía alrededor del cuerpo inerte del juglar agonizante. Una brillante salpicadura de la sangre del juglar cruzaba ahora la marfileña seda de su corsé, trémulamente reflejando la luz de las velas, como si fueran rubíes engarzados.
- ¿Alguno tiene algo más que decirme?
Los soldados de los isleños desenvainaron las espadas y se pusieron en guardia alrededor de la comitiva de pajes y juglares.