26.5.10

Bershule

 - ¿No es un lugar hermoso? Cálido, lleno de gente acogedora, pleno de sonrisas, felicidad y satisfacción. Protegido, hogareño, calmo. Una hermosa ciudad, una ciudad segura donde podrías dejar a una doncella sola a mitad de la noche paseando  y nadie le tocaría un pelo. Es un paraíso en la tierra, un hogar, una llama para el alma. El bello lugar de descanso y nacimiento de todos mis antepasados. 
- Le falta nieve.
(Conversación entre Edaris de Shult y Níobe de Avernarium, la primera vez que ella vio la ciudad en su Luna de Miel).


La ciudad era inmensa. Anchas avenidas, inmensos parques, un hermoso e idílico lugar de madera y ladrillo protegido por una imponente muralla tachonada de pendones y banderas. Soldados que lucían orgullosos  el emblema del Condado de Shult o de la Ciudad de Bershule patrullaban calles pobladas de niños felices y adultos satisfechos de la vida. Parques cuidadosamente conservados; estatuas de tiempos pretéritos que lucían igual de orgullosas que cuando fueron erigidas; altos templos de piedra y mármoles. Bershule, la joya de Shult.
El castillo era más  pequeño que el imenso Castillo de Avernarium, pero de alguna manera parecía más voluminoso, pleno de torreones, torres y torretas; almenas y ventanas, vidrieras y puertas. Pendones ondeantes. Ostentoso. Nada que ver con el solemne y majestuoso hogar de Avernarium, con sus tejados de pizarra negra cubiertos de hielo en invierno, sus muros atrapados por  el abrazo de la enredadera,  su bello bosque silencioso...
Edaris bajó del carruaje antes que ella, y un recuadro de luz solar entró por la portezuela abierta, deslumbrándola. Le tendió una mano, y Níobe la cogió con la derecha, que ahora lucía una impresionante alianza.
Cuando Níobe bajó del carruaje, el aire fresco sobre su rostro fue una bendición. Tuvo que contenerse para no bostezar y estirarse, pero quería dar una primera impresión impactante a los shultes. A su alrededor, una guardia honorífica de caballeros y pendones púrpura y blanco. Una docena de pajes alzaron trompetas doradas y lanzaron al aire su claro sonido. Los caballeros, al unísono, bramaron el lema de la casa Shult. 
Una ráfaga de viento agitó los rizos oscuros de Níobe y las sedas de su ropa, haciéndolas ondear teatralmente, y las masas de plebeyos y burgueses estallaron en vítores.
Esbozó su sonrisa más perfecta y se giró hacia Edaris.
- Vos me guiáis, señor -indicó.
Estaba agotada del viaje y se moría de ganas de darse un baño y ponerse algo más cómodo, pero aún así caminó con suavidad, casi deslizándose, junto al Conde. Mantuvo la sonrisa en su sitio para los caballeros, y cuando uno de los pajes la miró directamente, boquiabierto, reprimió las ganas de volverle la boca de un guantazo y le dedicó una mirada amable y gentil, acariciándole el rostro con dulzura. Caminando por el pavimento de mármol, pulido por décadas y décadas de uso, los Condes de Shult avanzaron lentamente. Exhibiendose, pues eso era lo que hacían, ante la vociferante multitud que no cesaba en sus "¡Hurra!" y "¡Vivan los Condes! ¡Viva Shult!". Níobe, mientras saludaba a la gente, se permitió mirar brevemente a Edaris. Estaba radiante, con el cabello rubio destellando como si de una aureola se tratara. La sonrisa cálida, los dientes blanquísimos, los ojos chispeantes. Intentando no abofetearle, la Reina de Avernarium y Condesa de Shult apartó la vista de su esposo.
El camino hasta el castillo se le hizo eterno, pero cuando por fin las pesadas puertas de madera se cerraron tras ellos fue un completo alivio.
- Vuestro pueblo es muy... efusivo, señor -dijo, mirando a Edaris. Que alguien pudiera gozar con los vítores de la plebe era algo que se le escapaba por completo.
- No más que los sirvientes de mi castillo, mi dama...
Níobe, con repentino escalofrío, volvió la vista al frente: una larga hilera de doncellas, camareros, cocineros, lavanderas y más. Todos dispuestos formando un pasillo hasta la escalinata del Salón Principal... a unos treinta metros de las puertas. Una fanfarria sonó demasiado alta y demasiado cerca de ella. Y entonces toda esa gente volvió a vitorearles.

12.5.10

Viaje a Shult


"Erén y Shult, Shult y Erén. Dos gemelos malhumorados y enfrentados a su propio reflejo. Nobles, honorables, caballerosos, y tan sorprendentemente tercos que después de sigos de guerras siguen sin darse cuenta de que les unen muchas más características que las que les separan. Y casi es mejor así: la sorprendente tradición militar de ambos lugares es tal que si se unieran podrían conquistar el mundo. Aunque probablemente después se pelearían por el lugar de los cubiertos en la mesa."
Extracto de "Espadas y lanzas: un análisis de la psicología renniana", por la ereniana exiliada Lady Cadmilla Opret.



Al cruzar el Espinazo Negro desde Avernarium, se abandonan los bosques frondosos y oscuros para entrar en una inmensa campiña. Shult, el condado norteño que antes formó parte del antiguo Señorío de Renn, ocupaba la enorme llanura que se situaba entre la cara sur del Espinazo y la margen izquierda del río Hetin. Durante siglos el hombre había dejado su impronta en el paisaje. Los bosques fueron primero clareados y luego talados, dejando paso a interminables tierras de cultivo y pastoreo. Salvo alguna pequeña zona adehesada del interior del territorio condal, los únicos bosques que habían sobrevivido a casi dos milenios de presencia humana estaban aislados en las laderas de la cordillera, y eran más bien pequeños. Una tierra verde y prácticamente llana, con alguna suave loma de tanto en tanto. Los colores pardos y amarillos del otoño teñían el paisaje de oro y cobre.
La numerosa comitiva de los recién casados atravesaba el país de camino a Bershule, la capital.
Níobe se dejaba mecer por el balanceo adormecedor del carruaje. Hubiera preferido ir en Desgarro, pero el Consejero Rivas había tenido a bien informarla de que no era decoroso que una dama en su luna de miel hiciera tal cosa, por no mentar que dos semanas a caballo eran demasiado tiempo para las posaderas de cualquiera. 
Estaba agotada. Todo el día viendo pasar campos dorados, uno detrás de otro, segadores y campesinos saludando fervientemente a la comitiva. No entendía como podían encontrarlo grato sus acompañantes. Suspiró.
- Esposa mía, ¿qué os sucede? -Edaris, sentado junto a ella, la tomó de la mano.
Estoy rodeada de imbéciles aburridos, llevamos seis horas metidos en esta caja y para colmo el Consejero Neris no deja de recitar poemas, pensó. Sin embargo, amagó una sonrisa.
- El viaje. Estoy cansada. Me duele todo el cuerpo.
- Níobe, querida mía -dijo el conde, pasándole las manos por los hombros de la nueva condesa en un suave masaje-, no os preocupéis. Ya falta poco. Si no me engañan mis sentidos -dijo, mirando por la ventanilla del lado de ella, rozándole la nuca con su mejilla al moverse-, estamos sólo a unas cinco millas. Pasadas esas lomas, veremos mi ciudad.
Ella intentó volver a sonreír, pero no pudo. Aún no había pisado Bershule y ya estaba deseando marcharse.